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Qué vota la gente que se compra el móvil más caro y luego no llega a fin de mes
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'TRINCHERA CULTURAL'

Qué vota la gente que se compra el móvil más caro y luego no llega a fin de mes

La clase media aspiracional se ha convertido en el estrato social dominante, según dictaminan los estudios de diversas formaciones políticas. Y es una clase habitualmente despreciada

Foto: Madrid, una ciudad llena de gente que se viene arriba fácilmente. (EFE/Fernando Villar)
Madrid, una ciudad llena de gente que se viene arriba fácilmente. (EFE/Fernando Villar)

Las elecciones se ganan por muchos factores, pero uno de ellos, muy relevante, es el grado de conocimiento que los partidos tienen de la sociedad a la que se dirigen, así como su capacidad para identificar sus aspiraciones y sus preocupaciones. Hay otros elementos de gran importancia, pero en última instancia, sin esa sintonía, todo se hace mucho más difícil.

Es llamativo, en este sentido, cómo los estudios cualitativos de algunos partidos destacan que en Madrid es dominante lo que se denomina clase media aspiracional. El deseo de prosperar, de tener una vida materialmente más cómoda, de conseguir un mayor número de bienes y de mejorar la calidad de vida es su característica más relevante. Esta aspiración es transversal, y aparece tanto en los barrios con más capacidad adquisitiva como en aquellos habitados por personas con menos recurso; también se muestra con fuerza entre los inmigrantes.

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Que esta clase sea la que defina el marco electoral es significativo porque subraya una de las contradicciones sociales más palpables. En nuestra época, la clase media es más amplia que nunca. Una gran mayoría de la gente se autodefine de esa manera, aun cuando sus posiciones sean muy dispares: desde las clases populares de barrios antaño autodefinidos como obreros hasta las medias altas de los PAU del norte de la ciudad, pasando por los precarios jóvenes de profesiones liberales o los autónomos dedicados a trabajos ocasionales, la autopercepción como perteneciente a los estratos intermedios, por unos motivos u otros, es masiva. Sin embargo, en términos estrictamente materiales, tienen pocos motivos para situarse en esa capa social: el declive en el nivel de vida, las trayectorias laborales bifurcadas, la prestación defectuosa de los servicios públicos y el aumento enorme del coste de los bienes esenciales hace que cada vez más personas estén en situaciones precarias típicas de la vieja clase obrera.

La redundancia

Sobre esa contradicción cabalga el aspiracionismo, que además tiene muy mala imagen. El término clase media aspiracional es percibido como una redundancia. Para la derecha, es lo natural: la gente quiere tener más coches, más casas, más bienes, quiere ir a buenos restaurantes y comprar ropa cara y móviles de última generación. El problema es la izquierda, que con sus ideas nefastas sobre la economía impide, sobre todo mediante los impuestos, que los pobres puedan prosperar y que las clases medias puedan tener el nivel de vida que desean.

Derecha e izquierda entienden a las clases medias aspiracionales desde una perspectiva materialista: son gente que quiere ganar 80K

Para la izquierda, y en especial para la activista, la clase media aspiracional es un problema del que preferirían deshacerse. Implica lo peor de un mundo individualista, gente que centra su vida en un consumo que nunca les termina de satisfacer, que tienden a ser poco solidarios y que para mantener su nivel de vida no dudan en explotar a las clases obreras reales, las formadas por los emigrantes, los empleados de Glovo y las sirvientas mal pagadas que tienen en sus casas.

En este punto, derecha e izquierda entienden a las clases medias aspiracionales desde una perspectiva puramente materialista: es gente que quiere triunfar, "conseguir un salario de 70 u 80K" y mostrarse ante los demás como exitosos. Unos parecen animarlos, porque entienden como sana esa aspiración y otros parecen criticarlos, porque entienden que son parte de una sociedad nociva.

La clase despreciada

Lo paradójico es que ambos los necesitan y los desprecian al mismo tiempo. Por más que apelen a ellos, porque hay que ganar las elecciones, les observan a través de un cristal de desdén. En la derecha se nota en los malos momentos. Esa promoción del disfrute de la vida a través del consumo se convierte rápidamente en un reproche sistemático cuando llegan las crisis: son gente que se creyó que podía gastar a lo loco; son esos fontaneros que creían que les estaba permitido comprarse coches de lujo, pero luego no pueden afrontar el pago de lo que deben; son esos trabajadores que compran el móvil más caro y luego no llegan a fin de mes. En cierta medida, los perciben como personas que han tenido el atrevimiento de compararse con los de arriba y han obtenido un justo castigo. En la izquierda, el desdén circula por otro camino: los ven como personas que consumen irresponsablemente, que no valoran las consecuencias de sus actos y que se está cargando el planeta por tener un coche diésel y comer carne.

Ese materialismo pobre está mucho más presente en las clases medias altas y las altas que en la media aspiracional

Para unos y para otros, las clases medias aspiracionales son sinónimo de personas básicas, poseídas por un deseo irrefrenable de tener el último móvil, de exhibir grandes cantidades de ropa y de lucir un nivel de vida exitoso. Y esto es llamativo, porque ese teórico materialismo, esa necesidad de mostrarse ante los demás como alguien prestigioso, de acudir a lugares con capital simbólico y esa afición por las últimas tecnologías es un elemento típico de las clases medias altas y de las altas mucho más que del resto de la sociedad. La mayoría de la gente, además, tiene otras necesidades y otras aspiraciones, ligadas con elementos que podrían denominarse espirituales, culturales o existenciales, que quedan borrados en esta visión burdamente material.

El aspiracionismo actual contiene elementos mucho más profundos que esta versión vulgar difundida por las clases altas, de izquierda y de derecha, para diferenciarse de la mayoría de la sociedad.

Correr hacia arriba

El deseo de riquezas y de estatus es un motor social evidente que opera en todas las épocas. Sin embargo, analizar los escenarios políticos desde aspiraciones vitales que se reducen a un solo factor es tremendamente reduccionista, y también interesado. El aspiracionismo actual es un buen ejemplo de esa banalidad analítica, en la medida en que hoy se ha convertido mucho más en una necesidad que en un deseo.

En primera instancia, convendremos que es mucho mejor vivir en un piso de 90 metros cuadrados que en uno de 20, y que también lo es contar una vivienda bien aclimatada que otra con continuas corrientes o que es mejor conducir un coche bueno que otro que se estropea cada dos por tres. Eso quizá pueda denominarse aspiracionismo, pero no hay nada de irracional en ello. Salvando estas obviedades, es evidente que el motor social primero en nuestra época entre la gente común no es el desmedido afán por la acumulación de activos, lo que está mucho más presente entre las élites, sino el deseo de seguridad. O, por decirlo de otra manera, el afán por tener una posición que permita llegar a final de mes sin estar contando los euros el día 20 del mes, que facilite tener planes de vida y poder realizarlos, que ofrezca una vida materialmente digna y que genere cierta seguridad en el futuro. Y dado que eso es cada vez más inusual, es lógico que esa aspiración esté más presente que nunca. Clase media aspiracional hoy significa esto en primer lugar. El deseo de ascender contiene la necesidad de buscar una posición segura.

Ascender socialmente es percibido como el único camino para conseguir una vida segura

Las ciudades están llenas de gente que tiene que marcharse de sus barrios: o bien el entorno se revaloriza y ya no pueden afrontarse los costes de comprar una vivienda o de pagar un alquiler, o bien se deteriora, y se trata de salir de allí para tener una vida más tranquila. En las clases sociales ocurre igual, o subes o bajas, porque quedarte en el mismo sitio implica un coste que no se logra afrontar. Lo más significativo, en este sentido, es el hecho de que las clases con menos recursos ya no pueden permanecer en el mismo sitio, porque el descenso generalizado en el nivel de vida las conduce a condiciones cada vez más deterioradas. Es decir, tenemos una sociedad en la que las personas con ingresos de clase obrera, se crean medias o no, raramente van a tener una vida económicamente digna. En ese contexto, que se quiera correr hacia arriba es lo normal. Y no por un resorte genético que te lleva compulsivamente a gastarte tu salario en un móvil de lujo, o que te obligue a competir arduamente con los demás porque quieres ser el más grande, sino porque es el único camino que se percibe para conseguir una base segura.

Ese deseo de seguridad está presente en la política actual, y las fuerzas electorales lo reconocen, cada uno a su manera. La derecha suele insistir en que el bajo nivel de vida es culpa de la regulación excesiva, de la ineficaz gestión pública, y que por eso hay que hacer reformas y dar mayor papel a lo privado en sanidad o educación, o de unos impuestos excesivos. La izquierda, además de moralizar, propone servicios públicos mejores y ciudades más amables e incluso una renta básica universal. Formaciones como Vox insisten en la inseguridad en las calles y proponen más contundencia, en especial con los delincuentes emigrantes.

Cambio de foco

Ninguno de estos elementos se dirige hacia el problema de fondo. Esa concepción de las clases masivas (y eso que denominan clase media aspiracional lo es) como consumidores en lugar de ciudadanos, lleva a poner el foco en aspectos que no son suficientes. Las clases altas y medias altas, las que habitualmente se dedican a la política y nutren a la profesión económica, contemplan al ciudadano como consumidor, y por tanto se permiten guiarlo por los caminos del consumo responsable, ya sea para no gastar más de la cuenta, como la derecha, o para que respete el planeta, como la izquierda. Y, al mismo tiempo, les proponen algunas medidas paliativas: quizá te vaya mal, pero contarás con menos impuestos o más servicios públicos.

Y probablemente esas medidas sean necesarias, pero habría que cambiar el foco puesto sobre el consumo y los servicios y colocarlo en el trabajo. La cuestión última es si te resulta posible ganarte la vida y llegar a fin de mes sin agobios incluso aunque pertenezcas a las clases populares. Y eso únicamente lo asegura el trabajo, es decir, un tipo de sistema económico que permita una participación razonable y adecuada en los beneficios que se generan.

Este tipo de clase sociales aseguran cambios políticos, porque tarde o temprano se convierten en fuerzas de choque

Formulado de otro modo, más que hablar de lo que gastamos y de si lo hacemos bien o mal, hay que hablar de lo que ingresamos. Este es el marco habitual en que se ha abordado la economía: gobiernos ineficientes que gastan mucho y que tienen que pagar deudas, gente de clase media aspiracional que corre para coger los billetes, los gasta en tonterías y luego queda endeudada. Pero eso no es una explicación, es una burda excusa para no arreglar lo que funciona mal. El hecho último es que la mayoría de la gente que trabaja, ya sea como empleado por cuenta ajena, como autónomo o como pequeño empresario cada vez consigue menos recursos al mismo tiempo que aumenta el coste de la vida; y a eso se suma una inestabilidad laboral generalizada, de modo que quienes hoy tienen una situación holgada, mañana pueden estar en la cuerda floja. Al revés ocurre, pero mucho menos.

Es ahí donde habría que poner el foco, porque mientras la situación continúe siendo esta, correr hacia arriba será una necesidad para la mayoría de la gente. Y es natural: si sólo hay arriba o abajo, es evidente que resulta preferible estar arriba. Pero eso no es clase media aspiracional; se parece más a la clase media desesperada. Y clases así aseguran cambios políticos, porque tarde o temprano se convierten en fuerzas de choque.

Las elecciones se ganan por muchos factores, pero uno de ellos, muy relevante, es el grado de conocimiento que los partidos tienen de la sociedad a la que se dirigen, así como su capacidad para identificar sus aspiraciones y sus preocupaciones. Hay otros elementos de gran importancia, pero en última instancia, sin esa sintonía, todo se hace mucho más difícil.

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