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La 'España del apaño': la partida política que recorre las manifestaciones
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La 'España del apaño': la partida política que recorre las manifestaciones

El momento complicado que vive nuestro país, y que irá a más, tiene como protagonistas a un buen número de trabajadores, autónomos y pymes. Y viven de la segunda mano y del pluriempleo

Foto: Transportistas en huelga. (Jesús Monroy/EFE)
Transportistas en huelga. (Jesús Monroy/EFE)

Las viviendas compartidas eran habituales en las grandes ciudades españolas de mediados del siglo pasado. No era infrecuente, en un momento de escasez de pisos y de precios elevados, que familias con hijos pequeños convivieran en cuartos con derecho a cocina. Muchos años después, esos mismos barrios céntricos, que gozan de una gran vitalidad, siguen albergando una cantidad elevada de viviendas compartidas. Ya no se trata de familias incipientes, sino de jóvenes que no podían afrontar en solitario el coste de un alquiler. Muchos de ellos eran hijos de clases medias que, incluso a pesar del apoyo paterno, no contaban con los recursos suficientes como para alquilar un piso. Ese regreso a lo compartido resultaba paradójico, porque señalaba una inversión de la línea temporal. En aquella España del desarrollismo, la vivienda compartida fue un momento de tránsito hacia una situación mejor, mientras que ahora es la señal de un retroceso ambiguo. Y es curioso que, en una sociedad en la que han existido debates enconados acerca de si el pasado fue mejor o peor, lo que estemos viviendo es un regreso a viejas prácticas.

Estos cambios nos dicen mucho de la debilidad de la clase media. En las sociedades occidentales se suele analizar esas capas sociales desde lo aspiracional, a menudo en sentido peyorativo, y en ese sentido, la expresión 'la España de las piscinas', que debemos a Jorge Dioni, es muy representativa. Son personas que han encontrado un espacio propio, rodeadas de gente de su nivel social, en urbanizaciones construidas en núcleos urbanos de las afueras, edificios que se miran con la piscina en medio y cerrados al exterior, conformando así un modelo de vida.

1. El caso del Dacia Sandero

Pero hay otra clase media, mucho más debilitada, y que comienza a ser mayoritaria. Un buen retrato lo ofrecen Jérôme Fourquet y Jean-Laurent Cassely en 'La France sous nous yeux', y que han definido con un término que podría traducirse como 'la economía del apaño'. Un símbolo reside en las ventas de la marca de coches Dacia: en 2019, se convirtió en la tercera en el mercado francés, y su modelo Sandero en el más adquirido. Es significativo porque Dacia era una firma destinada a conquistar los mercados emergentes de Europa del Este, pero que ha acabado triunfando en Francia. El éxito del Sandero residía en su precio: permitía a los ciudadanos galos tener un coche nuevo a un precio que podían pagar, y muchos de ellos no podrían afrontar el coste de un modelo medio. Según Fourquet y Cassely, la clave de su oferta residía en la posibilidad de acceso a lo nuevo, que era cada vez más complicada para mayores capas de la población, que recurría a la segunda mano. Una situación, en todo caso, previa a nuestra época, en la que también los coches de segunda mano han subido de precio (como las viviendas o el alquiler de las mismas).

La búsqueda de gangas en rebajas, en la liquidación de existencias o en las ofertas del Black Friday se convirtieron en comunes

En ese ejemplo, los autores franceses veían un signo más de una bifurcación evidente entre las clases medias que tienen acceso a un mundo que podría llamarse premium, y esa parte creciente de ellas que desciende en la escala social, y que ha adoptado prácticas de consumo constreñidas, ya que sus presupuestos están muy ajustados.

2. 'La economía del apaño'

La 'economía del apaño' se refiere precisamente a estas prácticas a través de las cuales las clases en declive arañan sus recursos para conservar cierto nivel de consumo. La compra en las tiendas cercanas se desplazó hacia los grandes hipermercados que ofrecían precios más baratos por su poder de negociación, y de ahí hacia las marcas de descuento estilo Lidl. La apertura de tiendas como los Cash Converters respondió también a los presupuestos ajustados, y de ahí se ha pasado a la popularización de la compraventa de segunda mano a través de aplicaciones que ponen en contacto a particulares en muy diversos ámbitos. La búsqueda de gangas en las rebajas, en la liquidación de existencias, en los outlets, en la red o en las ofertas del Black Friday se convirtieron en comunes.

Son formas de consumo a través de las cuales se intenta mantener un nivel de vida de clase media cuando se carecen de los ingresos para ello

La suma de todos estos elementos, que van desde el aumento del alquiler en la vivienda frente a la compra, los coches usados, el paso del 'low cost' al mercado secundario entre particulares, con el creciente peso en el consumo de la segunda mano, la caza de rebajas y gangas o los desplazamientos en Blablacar retratan formas de consumo ya habituales a través de las cuales se intenta mantener un nivel de vida de clase media cuando se carecen de los ingresos para ello. Se trata de consumo típico de las clases populares de otras épocas, siempre mirando la peseta, y que intentaban optar a productos de mayor prestigio social a través de las gangas. Este regreso a viejas prácticas viene adornado por un matiz de modernidad y novedad que le añaden las aplicaciones tecnológicas y el marketing de las mismas, pero no dejan de ser los caminos habituales cuando el dinero escasea.

En esa deriva social, es llamativo también que una parte de esa clase media en ascenso, la de la España de las piscinas, recurra también a estas prácticas como forma de ajuste de los presupuestos, dado el elevado coste de la adquisición de vivienda, de los seguros médicos o de la educación. Es una tendencia instalada que no se ciñe a las clases trabajadoras o a las medias en declive.

3. El apaño laboral

Pero si los cambios en el consumo muestran el crecimiento de la 'economía del apaño', los acontecidos en el mundo laboral no son menos significativos. La creación de microempresas, una de las formas de salida típicas de estas clases medias a la baja, está guiada a menudo por la necesidad de crear el propio puesto de trabajo, o de conseguir una fuente de ingresos adicional (ya sea mediante las conocidas como "chapuzas", o de las "asesorías" en generaciones mayores), o de acceso al mercado laboral entre los jóvenes. En un contexto de desempleo alto confluyen trabajadores eventuales, personas con contratos de corta duración, microempresarios y autónomos. Lo que antes dio en llamarse pluriempleo es cada vez más frecuente, aunque ahora lo justifiquemos en la cotidianeidad del 'freelance'. Pero esa es una forma antigua de ganarse la vida, propia de los tiempos de escasez.

El regreso, tanto en el consumo como en el trabajo, de viejas prácticas que se creyeron desaparecidas con el desarrollo del bienestar, revela una sociedad tensionada y en contracción. Y es probable que no estemos entendiendo la magnitud de estos cambios, ni tampoco sus consecuencias sociales.

Una de ellas la vemos, más allá de la obvia intencionalidad política, en las manifestaciones de este fin de semana. Sería conveniente, más allá de la dimensión partidista, entender hasta qué punto los transportistas y el campo forman parte de esta sociedad bifurcada.

4. Los que ayudan a Putin

Las contradicciones se acentúan debido a la manera en que se ha reorganizado el mundo del trabajo. Como ya se explicó, la huelga de Cádiz del pasado diciembre es un ejemplo evidente. Se trataba de un conflicto entre los trabajadores y las empresas auxiliares a las que prestaban servicios; entre empleados y firmas que dependían de compañías de mucho mayor tamaño, que son las que finalmente abonaban las tareas. En esa cadena se produjo una rebaja general de costes, de manera que la empresa mayor presionaba a las subcontratadas a la baja, y estas desplazaban la misma acción hacia sus empleados, lo que dio lugar a peores condiciones y peores salarios, hasta que la situación se volvió insoportable y estalló el conflicto. Lo que ocurrió en aquel instante se repite ahora con mayor intensidad, porque muchas cadenas están repercutiendo los costes de la inflación en sus proveedores, y estos se quedan sin margen de maniobra respecto de los autónomos y de los empleados que trabajan para ellos.

Ocurre en sectores como el transporte o en el campo, ya que las pymes y los autónomos dependen de cadenas que les presionan permanentemente para que afinen los costes. Muchos de ellos, más que propietarios, son proletarios que aportan los medios de producción. Ocurre en muchos ámbitos: transportistas endeudados por la compra de su vehículo (una preciosa narración al respecto aparece en 'Sorry, we missed you', de Ken Loach), agricultores o comerciantes al límite, firmas subcontratadas en la construcción, así como proveedores en los más diferentes ámbitos. Incluso microempresas que no están insertas en cadenas viven en la misma dinámica: el bar, el negocio español por excelencia, es un buen ejemplo. De esos modelos y de lo perniciosos que resultan ya hemos hablado.

Algunos pertenecen a las clases medias con recursos, pero la mayoría vive permanentemente en la 'economía del apaño'

Se trata de pequeñas empresas y de autónomos que son muy relevantes en el porcentaje de empleo español, y que resultan especialmente sensibles a las subidas de costes. En la época previa a la invasión de Ucrania ya se habían producido tensiones por el combustible, por las materias primas, por la electricidad o por el transporte, que ahora están alcanzando un momento crítico. Sobre las espaldas de microempresas y autónomos se está cargando el coste de la crisis.

¿Qué hacer con estas clases sociales que están en medio de ninguna parte? No son ni grandes empresas ni trabajadores por cuenta ajena, algunos de ellos pertenecen a esas clases medias con recursos, pero muchos viven permanentemente en la 'economía del apaño'. Y conforman una parte no desdeñable de la sociedad española.

Sobre ese sustrato hay una partida política que se está jugando, pero también hay aspiraciones legítimas de quienes ven un porvenir oscuro

Es probable que, precisamente por el carácter político de las manifestaciones, se caiga en la retórica de señalar que es esta clase de gente la que ayuda a Putin, la que le hace el juego, como ha hecho el gobierno, y que se la vincule con las extremas derechas. También existe la tentación de equiparar esta tensión social con el malestar de los chalecos amarillos, lo que resultaría cómodo, en la medida en que reduciría los problemas a un par de sectores vinculados a las periferias territoriales. Sería un error, porque más allá de las manifestaciones y de los sectores en concreto que pueden estar en huelga, hay una capa amplia de la población que se encuentra en condiciones similares. Las prácticas de consumo y el tipo de empleo que se ha extendido, añadido al trabajo cada vez más intensivo en mano de obra barata, del orden de Amazon o Glovo, revelan cambios sociales profundos y un empobrecimiento objetivo de una parte no menor de la población. Sobre ese sustrato hay una partida política que se está jugando, pero también hay aspiraciones legítimas de quienes ven un futuro más oscuro. Las situaciones están mucho más mezcladas que las viejas divisiones entre clase obrera, clase media y clases altas, e incluyen derivas territoriales. La manera en que se afronten estas nuevas situaciones va a definir la política del futuro, y es probable que estemos reduciendo el alcance de nuestros análisis.

Las viviendas compartidas eran habituales en las grandes ciudades españolas de mediados del siglo pasado. No era infrecuente, en un momento de escasez de pisos y de precios elevados, que familias con hijos pequeños convivieran en cuartos con derecho a cocina. Muchos años después, esos mismos barrios céntricos, que gozan de una gran vitalidad, siguen albergando una cantidad elevada de viviendas compartidas. Ya no se trata de familias incipientes, sino de jóvenes que no podían afrontar en solitario el coste de un alquiler. Muchos de ellos eran hijos de clases medias que, incluso a pesar del apoyo paterno, no contaban con los recursos suficientes como para alquilar un piso. Ese regreso a lo compartido resultaba paradójico, porque señalaba una inversión de la línea temporal. En aquella España del desarrollismo, la vivienda compartida fue un momento de tránsito hacia una situación mejor, mientras que ahora es la señal de un retroceso ambiguo. Y es curioso que, en una sociedad en la que han existido debates enconados acerca de si el pasado fue mejor o peor, lo que estemos viviendo es un regreso a viejas prácticas.

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