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Por qué funcionan tan mal los servicios públicos: una causa disimulada
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'TRINCHERA CULTURAL'

Por qué funcionan tan mal los servicios públicos: una causa disimulada

Hay una sensación cada vez más extendida de que lo público funciona mal y que debe arreglarse con urgencia. Sin embargo, no hay tantas explicaciones de los motivos que conducen a tanta ineficacia

Foto: Los médicos de atención primaria, en huelga. (EFE/Daniel González)
Los médicos de atención primaria, en huelga. (EFE/Daniel González)

Un tuit que describía el funcionamiento de un hipotético Tinder estatal circuló ampliamente esta semana. En él se satirizaba, con gracia y saña, todas las disfunciones que provocan los sistemas digitales que se han implantado en las administraciones, las molestias incomprensibles que causan a sus usuarios y los resultados tan negativos que generan.

A menudo, estos temas suelen reconducirse hacia términos más amables, como esas brechas digitales que llevan a que los mayores se manejen con dificultades en un nuevo entorno tecnológico, pero tiene poco que ver con ello. En ocasiones lo digital es una trampa porque está pensado con ese propósito. Con más frecuencia todavía, sirve para señalar de nuevo el mal funcionamiento de las administraciones, como si estuvieran dominadas por una inevitable pulsión burocrática que contamina todo y que acaba imbuyendo cualquier cambio de ineficiencia e ineficacia. Y tampoco tiene mucho que ver con esto. En cualquier caso, y con cierta lógica, la sensación de que lo público funciona cada vez peor está muy instalada socialmente.

Las reformas realizadas

Sin embargo, estaría bien hacer un recorrido mínimo para entender cómo hemos llegado a esto. Llevamos décadas señalando los males de la gestión pública, y una gran cantidad de tiempo además insistiendo en la necesidad de reformas profundas que consigan que la provisión pública genere menos gasto y sea más eficaz. Incluso hay quienes señalan que no han sido escuchados, y que si se hubieran puesto en marcha sus propuestas hace tiempo, ahora nos iría mucho mejor. No es así, sino justo al contrario: se ha escuchado en exceso a quienes nos contaban lo mal que estaban las cosas y lo que debía hacerse para solucionarlo.

Un ejemplo extranjero, que es significativo, porque tuvo un carácter inaugural. Gran Bretaña fue el país europeo en el que se iniciaron las prácticas de gestión privada de los servicios públicos, y desde donde fueron extendiéndose hacia el continente. Veamos lo ocurrido en la sanidad británica, según explican Walt Bogdanich y Michael Forsythe en When McKinsey Comes to Town (Random House).

Con la cantidad promedio que cada hospital gastaba en consultores podría haber pagado los salarios de 35 enfermeras o 10 médicos

En el mandato de John Major como primer ministro, en la década de 1990, el gobierno gastó aproximadamente 96 millones de libras cada año en servicios de atención médica prestados por empresas privadas. Bajo el gobierno del partido laborista, la cifra aumentó a 8.400 millones. Tras una década de gobierno tory, el gasto era de 14.400 millones de libras anuales, según cifras de 2021. El resultado de todo ese gasto es el desastre en que está sumida la sanidad pública británica ahora.

Tampoco hubo ventajas en términos de gestión. Los consultores hicieron que el servicio nacional de salud fuera menos eficiente. Con la cantidad promedio que cada hospital gastaba en consultores podría haber pagado los salarios de treinta y cinco enfermeras o diez médicos. Pagabas a gente que convertía los servicios en peores, y que impedía contratar personal por el coste de su salario.

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Subrayan el problema y ofrecen la solución

No es un ejemplo al azar, es una dinámica constante. Esto va así: siempre aparecen un montón de expertos y de empresas especializadas que describen lo mal que funciona lo público, y ofrecen soluciones para arreglar sus problemas, a veces mediante reformas de gestión, en otras a través de innovaciones tecnológicas (la gestión digital es una de ellas). Es decir, señalan el problema, ofrecen la solución, cobran por ello y el resultado acaba siendo peor que antes. Por supuesto, esto no es siempre así, existen excepciones, pero sí es lo habitual. Juzguen nuestra sanidad desde esta perspectiva, sin ir más lejos.

Hay una regla: cuando tienes que darte de alta y pagar, todo va como la seda, pero cuando hay problemas que solucionar, todo son trabas

El cúmulo de problemas que han creado todas estas soluciones eficientes e innovadoras de lo público es enorme. Nos hemos pasado décadas escuchando que lo público está siempre mucho peor gestionado, pero ahora es el momento de que empecemos a darnos cuenta de las causas de esa mala gestión. En ocasiones, ha funcionado mal de manera interesada, ya que el Estado es un gran proveedor de negocio para operadores que circulan a su alrededor, y gestionar privadamente los servicios públicos es un gran negocio, si eres una firma grande. Si eres una subcontrata es otra cosa, claro. Y, a menudo, todas esas invocaciones a la torpeza estatal tienen otro lado que se cuenta menos. Por ejemplo, oímos a todas horas la necesidad de reformar el sistema de pensiones público para asegurar su sostenibilidad, pero nos cuentan menos que Liz Truss tuvo que dimitir porque el anuncio de su programa había provocado tensiones en los mercados financieros, pero en especial con fondos de pensiones privados cuyas apuestas estaban muy apalancadas, y que estaban siendo tan castigados por ellas, que se habían metido en un aprieto serio.

Ineficiencia y derroche

En otras palabras, lo privado está muy mal gestionado. Esto lo sabemos en tanto clientes, cuando debemos soportar una significativa carga burocrática, digital o presencial, con las grandes empresas; siempre bajo una regla: cuando tienes que darte de alta y pagar, todo va como la seda, pero cuando hay problemas que solucionar, todo son trabas. Repasen, por favor, sus interacciones con estas empresas, y luego comparen con los peores vicios de lo público. Lo sabemos como trabajadores, en la medida en que hoy se trata mucho más de mostrar que se hace que de hacer; las personas que se dedican a medir el rendimiento y a dar órdenes son casi más que las que se dedican a hacer cosas en concreto.

Pero también lo saben desde las mismas empresas. El montante de ineficacia, derroche y mala inversión de los recursos desde lo privado es cada vez más abrumador, incluso para sus propios intereses. Siempre hay una serie de innovadores fantásticos que traerán la próxima gran idea, el nuevo sistema de gestión, algo que supone un gran salto adelante. El resultado han sido firmas más ineficaces, que atienden peor a sus clientes y que limitan el futuro de la empresa, porque erosionan, a veces de forma radical, el medio plazo. Pero da igual, porque seguiremos poniendo el acento en lo mal que funciona lo público. No, es un problema de gestión profundo, que afecta a lo privado en primer lugar y, sobre todo, a las grandes compañías, y que fruto de esa falta de claridad y de visión causa efectos negativos en general. Y también en lo público.

Un tuit que describía el funcionamiento de un hipotético Tinder estatal circuló ampliamente esta semana. En él se satirizaba, con gracia y saña, todas las disfunciones que provocan los sistemas digitales que se han implantado en las administraciones, las molestias incomprensibles que causan a sus usuarios y los resultados tan negativos que generan.

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