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Arrebato: desnudos, drogas y anarquía en la película más maldita y adictiva del cine español
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Arrebato: desnudos, drogas y anarquía en la película más maldita y adictiva del cine español

La adicción a la heroína y los problemas presupuestarios marcaron la producción de la película de Iván Zulueta, al que ahora le ha dedicado un ciclo la Filmoteca Española

Foto: Will More en una imagen de 'Arrebato'.
Will More en una imagen de 'Arrebato'.

En un momento se ve la playa de la Concha, en blanco y negro. La cartela inicial asegura que nos encontramos en 1941, pero no parece una España de posguerra, porque los veleros y los barcos de recreo se mecen perezosos mientras contemplan una regata. En otro de los momentos, ya en color, unos chicos jóvenes y musculados departen en unas duchas públicas. Algunos llevan toallas alrededor de la cintura, otros enseñan sus genitales, que brotan entre el vello púbico. Una de las caras resulta familiar: un tipo magro, con el pelo liso, oscuro y voluminoso, y una mirada descarada, se pavonea frente a la cámara. El mismo chico volverá a aparecer, unos días después, en una fiesta, transportando una tarta de cumpleaños a tráves de un pasillo oscuro. En uno de los baños, la juerga acaba casi en orgía. De nuevo el chico. Esos iris oscuros y esas cejas pobladas y esos labios carnosos y esa piel pálida y ojerosa. En otra secuencia, el chico aspira con lo que parece un billete enrollado varias filas de un polvo blanco, probablemente cocaína. El chico es Will More, y le hemos visto antes en Arrebato, la gran película maldita del cine español, del gran director maldito del cine español, Iván Zulueta.

Las anteriores son algunas de las secuencias que han visto la luz pública por primera vez este diciembre, imágenes mudas y temblorosas que pertenecieron a la colección privada de Super-8 de Zulueta. Momentos íntimos, los primeros cortos, celebraciones de Reyes, vacaciones familiares, bodas y bautizos, también fiestas desenfrenadas y lisérgicas por las que aparecen Alaska, Javier Gurruchaga, Ricardo Franco y personajes más o menos desconocidos de La Movida madrileña, todos jóvenes, todos vibrantes, como atrapados dentro de una pantalla por una extraña maldición gitana. En la proyección, sin sonido, se manifiestan y desaparecen caras y cuerpos enérgicos y en éxtasis. Pero una voz entre el público recuerda: "Éste murió en Sevilla. Este otro también". Una crónica de una generación atravesada por el caballo.

Las imágenes pertenecen a un ciclo organizado por la Filmoteca Española bajo el título A/Z Zulueta inédito, que volverá a proyectarse en el Cien Doré de Madrid este mes de enero. Zulueta, el gran impulsor de la modernidad en la televisión -con programas como Último grito (1968-1970), que emitió protovideoclips hechos adhoc de canciones de Los Beatles o Led Zeppelin- y del cine con la inclasificable Un, dos, tres... al escondite inglés (1969), producida por José Luis Borau, y sobretodo, gracias a Arrebato (1980), la película más sinuosa, extraña y opiácea del cine español, que desde el año pasado está disponible en Flixolé y desde este 1 de enero en el catálogo de Filmin.

placeholder Iván Zulueta durante el rodaje de 'Arrebato'.
Iván Zulueta durante el rodaje de 'Arrebato'.

Arrebato es el último largo de Zulueta, quien acabó recluyéndose en la casa familiar en San Sebastián, coleccionando cromos e ideas para guiones que nunca llevó a cabo y flotando en su adicción a la heroína. "Yo creí que nunca iba a poder hacer una película después de Arrebato porque en Arrebato me metía caballo -esto no lo he dicho nunca; bueno, en privado muchas veces- y yo fui consciente de que no iba a tener esas oportunidades nunca, de estar equis tiempo con la cantidad de heroína que necesitaba. Si yo hice Arrebato tomando heroína es que la controlaba, ¿no? Será que yo estaba tomando mi aspirina, ¡coño!", confesó Zulueta en una entrevista en 2002, siete años antes de su muerte. efectivamente, nunca volvió a levantar una película.

Arrebato se rodó en la primavera de 1978, pero no se estrenó hasta 1980. Entre las caras que aparecen en aquellas fiestas fechadas en 1979 y rodadas en Super-8 también está la de Pedro Almodóvar. Para entonces, nuestro cineasta vivo más internacional rodaba Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón en sus fines de semana libres mientras seguía trabajando entre semana como administrativo en Telefónica. Almodóvar también fue responsable de una curiosa contribución para Arrebato: es quien puso la voz a la hija de Fernando Fernán Gómez, Helena, en un doblaje muy controvertido. Almodóvar -igual que Alaska- era entonces un aspirante a artista, mientras que en ese mismo grupo de amigos Jaime Chávarri ya había rodado una de las obras maestras del cine español, El desencanto (1976). Pero a partir de los años 80, la trayectoria hacia el éxito de Almodóvar y Zulueta se invierten: "Ya que me hablas de Pedro, somos la noche y el día. Se supone que tenemos algún punto en conexión, pero una carrera ha sido fiushhhh [hace un gesto hacia arriba] y la otra es fiushhhhh [hace un gesto hcia abajo], completamente así. Una es malditismo y la otra exitosismo", reconocía en aquella entrevista de 2002, dos años después de que Todo sobre mi madre ganase el Oscar a Mejor película de habla no inglesa.

Arrebato es la gran película maldita del cine español. Maldita por dentro y por fuera. Maldita en su temática, en sus personajes, maldita en su concepción, en las circunstancias de su rodaje, en la recepción del film, en la taquilla, en el olvido en el que cayó, en todo lo que concernió a la bobina que guarda esta historia sobre la adicción al cine, que no es muy distinta a la adicción a una droga que va consumiendo y vampirizando a aquellos que se enganchan. "El cine para Iván era adicción o, sencillamente, no era. La cámara fue su amante. Y una de sus drogas. No la única. No la más dulce. Sí la más infiel. No sé, creo que no, si el cine español cambió después de Arrebato, aunque sí que debió hacerlo, porque allí Iván demostró lo que ningún cineasta de raza negará jamás: el cine devora a sus siervos. En un Madrid moderno e irreal, Arrebato anunció que por el cine se mata y se muere", escribió en su obituario, aparecido en Público en la Nochevieja de 2009, la crítica vasca Begoña del Taso.

placeholder Eusebio Poncela y Antonio Gasset en una escena de 'Arrebato'. (Filmin)
Eusebio Poncela y Antonio Gasset en una escena de 'Arrebato'. (Filmin)

Dijo Zulueta que Arrebato es tan autobiográfica que no es autobiográfica. Habla de un cineasta, José Sirgado (interpretado por Eusebio Poncela), en proceso de montaje de su última película. Mantiene una relación tormentosa con Ana (Cecilia Roth), atada en cierto modo por su adicción a la heroína. A su apartamento llega un día por correo una bobina de Super-8 con el remite de Pedro (Will More), el primo de una amiga, obsesionado por encontrar "la pausa" en la imagen registrada, es decir, el ritmo exacto, como en un buen polvo, como en el latido de un corazón. Y el momento en el que más cerca se encuentra de ella, cuando puede pensar con más claridad, es cuando se mete una raya de cocaína.

"Toda mi vida por aquel entonces era como una gran paja sin corrida, aunque yo en el fondo creía que correrse era aquello. Qué lejos estaba de comprender el sentido, la función, el papel, el juego que hacer cine representa. ¡Tú prometiste ayudarme!", le deja grabado en un mensaje de voz. Pero, lo más importante, Pedro le avisa de que la cámara empieza a comportarse con él de manera extraña. Como si tuviese vida propia. Como si quisiese algo de él. Pedro se filma durmiendo todas las noches y se va percatando de que, en la cinta revelada, hay una presencia roja que se va comiendo su imagen frame a frame. Y Pedro ha dejado de comer y de dormir, obsesionado. Y siente excitación y miedo de acabar consumido por esa droga que es el cine. Y necesita prevenir a José Sirgado.

¿Por qué es Arrebato una película maldita?

"Iván Zulueta representa una especie de agujero negro del cine. Sin duda, podemos considerar que esta es una idea generalizada entre la crítica y la cinefilia, y ha funcionado muy bien para crear un relato mítico alrededor de la figura del cineasta maldito", explican los principales impulsores del ciclo, Josetxo Cerdán, ya exdirector de la Filmoteca, y el historiador de cine Miguel Fernández Labayen. "Persona con una creatividad y un talento inconmensurable [...], cineasta a la par que dibujante, ilustrador, realizador televisivo, decorador, actor o fotógrafo, Zulueta desafía las barreras entre disciplinas, aunque lo hace movido por su pasión por la imagen (casi siempre) en movimiento. Si para Godard un travelling era una cuestión moral, para Zulueta era una cuestión sensorial, una alucinación provocada por la fascinación ante el discurrir de cuerpos y luces frente a la cámara". Un don visceral.

Hasta los primeros años 2000 Arrebato no era más que otra película desconocida que había corrido una suerte espantosa en taquilla -tan sólo estuvo dos semanas en cartel- y que, a pesar de las buenas críticas, desapareció en el barrido de la desmemoria. Como decíamos, Zulueta, había dirigido sólo dos largometrajes y varios cortometrajes, todos ellos con extraños juegos de palabras como título. Había rodado Un, dos, tres... al escondite inglés con veintiséis años, aunque la había tenido que firmar su productor, José Luis Borau, porque Zulueta no había acabado la Escuela de Cine y sin título el régimen no dejaba acreditarse. Obviamente era difícil que Borau, que entonces tenía ya cuarenta años, estuviese tan en contacto y con tanta distancia irónica con el moderneo musical para rodar esta fantasía pop en la que aparecen grupos como Los Buenos, Los Íberos o Fórmula V, melenudos con influencias anglosajonas que venían a orear una escena capitalizada por los cantantes melódicos. Pero ya la primera película de Zulueta nacía con mal pie.

placeholder Otro momento de Will More en 'Arrebato'. (Flixolé)
Otro momento de Will More en 'Arrebato'. (Flixolé)

Durante diez años y debido al agotamiento que fue sacar adelante Un, dos, tres..., Zulueta se dedicó a la cartelería de cine y al diseño interior. Suyos son los carteles de Furtivos, Viridiana y Laberinto de pasiones, entre otros. También rodó varios cortos, pero no conseguía financiación para un largo, así que decidió rodar una historia pequeña y rápida sobre un hombre empeñado en grabarse con una cámara mientras dormía, hasta que el proyecto acababa engulléndolo. Pero, de nuevo caníbal e indomable, el proyecto empezó a crecer hasta que, en esa primavera de 1978, comenzó el rodaje de Arrebato.

El proyecto lo iba a producir Augusto M. Torres -quien, según Carlos Astiárraga, ayudante de dirección de Zulueta, y quien también ha asistido a las proyecciones del Cine Doré- acabó timándoles con la distribución y exhibición de la película, lo que acabó lastrando su carrera comercial. Rodaron en localizaciones prestadas por amigos, como es la Finca de la Mata, propiedad de la familia Chávarri, situada cerca de Segovia-, apurando cada peseta, hasta que Carlos Astiárraga consiguió que su hermano Nicolás, arquitecto en León, acabase de financiar la película. "En realidad yo no hice nada. Ellos (Carlos e Iván) hicieron la película. Lo pasamos bien. Fuimos felices", admite en una entrevista. "El presupuesto plantea una serie de dificultades a la hora de buscar localizaciones y hasta el 4 de julio no se puede dar la primera vuelta de manivela", explicó Zulueta en su momento. El rodaje iba a durar dos o tres semanas, pero acaba ampliándose a cuatro semanas y media, para malestar de los técnicos que habían reclutado. Fue un rodaje anárquico, influido por la droga, que ralentizó los procesos.

"Hubo una primera versión de tres horas", confiesa Astiárraga, que luego se recortó a dos. Lo que iban a ser tres semanas de montaje, acabaron siendo cinco. Se volvió a acabar el dinero y al final tuvieron que vender el negativo, que acabó en manos de Paco Hoyos. Zulueta había querido mandar la película a Cannes y a Berlín, pero no la quisieron. Finalmente la presentaron al Festival de Fantasporto, en Portugal, de donde se llevó dos premios.

La película retrata un Madrid nocturno, unas fiestas sin límites, efervescentes, pero también oscuras. Aparece un brazo que se pincha un pico de heroína. Aparece un pene que pasa a un estado de erección. Ambos pertenecientes al director. La Movida palpitaba antes de empezar a decaer. El ambiente llevó a algunos de sus actores incluso a marcharse fuera de España para alejarse de la nube tóxica de Madrid. Como en la película, La Movida acabó tragándose a muchos de quienes aparecen en aquellas fiestas: Will More, que participó tras Arrebato en películas de Almodóvar, Medem e, incluso, Stephen Frears, desapareció de los medios y murió en 2017, consumido y enjuto, después de años de "no trabajar en nada", según confesó. Su hermana Carmen, que también aparece en alguna de las grabaciones, fue pareja de Antonio Vega, que acabó también fagocitado por su adicción a la heroína. Toda una generación de jóvenes talentos que ahora nos miran mudos, desde el otro lado de la pantalla, como fantasmas suspendidos en el tiempo, arrebatados.

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En un momento se ve la playa de la Concha, en blanco y negro. La cartela inicial asegura que nos encontramos en 1941, pero no parece una España de posguerra, porque los veleros y los barcos de recreo se mecen perezosos mientras contemplan una regata. En otro de los momentos, ya en color, unos chicos jóvenes y musculados departen en unas duchas públicas. Algunos llevan toallas alrededor de la cintura, otros enseñan sus genitales, que brotan entre el vello púbico. Una de las caras resulta familiar: un tipo magro, con el pelo liso, oscuro y voluminoso, y una mirada descarada, se pavonea frente a la cámara. El mismo chico volverá a aparecer, unos días después, en una fiesta, transportando una tarta de cumpleaños a tráves de un pasillo oscuro. En uno de los baños, la juerga acaba casi en orgía. De nuevo el chico. Esos iris oscuros y esas cejas pobladas y esos labios carnosos y esa piel pálida y ojerosa. En otra secuencia, el chico aspira con lo que parece un billete enrollado varias filas de un polvo blanco, probablemente cocaína. El chico es Will More, y le hemos visto antes en Arrebato, la gran película maldita del cine español, del gran director maldito del cine español, Iván Zulueta.

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