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"Esa sobremesa de Rajoy fue titánica": este inglés sabe (bastante) más de España que tu cuñado
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"Esa sobremesa de Rajoy fue titánica": este inglés sabe (bastante) más de España que tu cuñado

Michael Reid, excorresponsal de ‘The Economist’ en España, publica un libro sobre las fortalezas y debilidades de la idiosincrasia política española. 'Spain is not different', pero sigue teniendo sus cosillas, de Cataluña a Ayuso

Foto: Michael Reid posa para El Confidencial. (O. C.)
Michael Reid posa para El Confidencial. (O. C.)
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En 1971, el general Vernon Walters, enviado especial del presidente Richard Nixon, se entrevistó con un envejecido Francisco Franco. Ante la pregunta directa del general —"¿qué pasará en España cuando usted muera?”—, el dictador no se achantó, más bien se vino arriba: “Se lo voy a decir. Yo he creado ciertas instituciones, nadie piensa que funcionarán, pero están equivocados. El príncipe Juan Carlos será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga y qué sé yo. Habrá grandes locuras, pero ninguna de ellas será fatal para España. Porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno de este país hace cuarenta años: la clase media española. Diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español, no habrá otra Guerra Civil”.

Chimpún.

Lo dijo Franco tal cual. O al menos Walters lo recordaría así en una entrevista, quizás algo adornada por el paso del tiempo, muchos años después.

Este es uno de los momentazos históricos que aparecen en Spain. The Trials and Triumphs of a Modern European Country, ensayo de Michael Reid, excorresponsal en España de The Economist, sobre las fortalezas y debilidades de la idiosincrasia política española. El libro se publicará en España en 2024.

placeholder The Trials and Triumphs of a Modern European Country de Michael Red.
The Trials and Triumphs of a Modern European Country de Michael Red.

Aunque no todo el mundo se diera a la droga y a la pornografía a la muerte del Generalísimo, es un hecho que España cambió sus costumbres a la muerte de Franco. ¿Tanto como para que el eslogan Spain is different haya perdido vigencia? ¿O nuestra polarización política demuestra que la cabra española sigue tirando al monte de la singularidad?

Hablamos con el periodista británico Michael Reid (1952).

PREGUNTA. Quería empezar hablando de algunos lugares comunes sobre España para que me diga qué hay de cierto y qué hay de mito. El primero: Spain is different. ¿Lo sigue siendo?

RESPUESTA. Cada país tiene sus peculiaridades históricas, pero el argumento principal del libro es que España no es tan diferente como nos han contado. Antiguamente, se pensaba que España no podía ser democrática, que vivía al margen de las principales corrientes políticas y filosóficas europeas, que las cosas eran como eran y no podían cambiar. La realidad ha demostrado que no era cierto.

Es cierto que España tiene algunas peculiaridades, como la importancia de los nacionalismos periféricos, Cataluña y País Vasco, aunque su existencia tenga lógica geográfica. O la mezcla entre la complicada geografía española —como freno a la integración económica de todo el territorio, antes de la llegada del avión o las autovías— y la relativa debilidad del Estado, que yo comparo con la fortaleza del francés. A mediados del siglo XIX, Francia tenía más idiomas regionales que España, pero la Tercera República francesa impuso una uniformidad lingüística y cultural. El Estado español, para bien o para mal, no tuvo la fuerza para imponer eso, pero sí para coexistir con los idiomas periféricos, que siempre se han mezclado con la cultura española, lo que quizás explique que los intentos secesionistas no hayan acabado de fructificar.

Dicho esto, y volviendo a por qué España ya no es diferente: muchos de los últimos males españoles vienen de la crisis financiera de 2008, es decir, aunque la crisis fuera especialmente dura en España, sus malestares son comunes a los de otras democracias occidentales.

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Foto: O. C.

P. Otro lugar común: España es una de las sociedades más polarizadas de Europa. ¿Lo es?

R. Mi percepción es que, felizmente, España no está tan polarizada como se dice. Es cierto que lo estuvo, hacia 2017, alrededor del conflicto catalán, pero eso bajó, lo catalán ya no es obsesión prioritaria en el resto de España, aunque pueda volver. La polarización política española es relativa si la comparamos con la de EEUU o Inglaterra. Lo que sí veo, y puede que sea un vago eco de la Guerra Civil, es que la trinchera entre izquierda y derecha es más profunda en España que en otros países de su entorno. La Constitución española fue diseñada para que los partidos principales, aunque compitieran entre ellos, se pusieran de acuerdo para engrasar la arquitectura del sistema; eso se ha perdido los últimos años, aunque quizá se recupere.

P. Respecto a la posición de España en Europa, hay un lugar común que se utilizó como arma arrojadiza durante la crisis de la deuda: los españoles, y por extensión los ciudadanos del sur de Europa, son más vagos y anárquicos que los del norte. ¿Lo somos?

R. Los famosos PIGS del Financial Times. España sufrió mucho durante la crisis financiera por su desmesurada burbuja inmobiliaria, que nadie paró a tiempo, ni los políticos ni los bancos, y contó con cierta complicidad social. Al estallar la burbuja, la crisis fue más profunda en España. El problema era el sistema financiero y, sobre todo, las cajas de ahorros. Al margen de eso, en 2008, las cuentas públicas españolas no estaban tan mal; a diferencia de Italia, España había demostrado que, en circunstancias normales, podía seguir creciendo. La idea de que España cometió fallos morales que la llevaron a la crisis, por tanto, tenía algo de distorsión.

"La polarización política española es relativa si la comparamos con la de EEUU o Inglaterra"

En esa imagen negativa de España, se cruzaban relatos pasados. De la leyenda negra de España como país católico intolerante y autoritario a la leyenda romántica del XIX, difundida por franceses y británicos, de España como país sensual.

Como británico, el reverso de la imagen de la España vaga que no hace sus deberes es un país con una filosofía de vida atractiva: el trabajar para vivir, en lugar de vivir para trabajar. Hay muchas cualidades humanas en ese querer vivir la vida.

Foto: Plaza España en Roma. (EFE)

P. En el libro, analiza un cambio cultural de calado: en pocas décadas, España pasó de país retrógrado a vanguardia de los derechos civiles, con sus leyes aperturistas sobre matrimonio homosexual, eutanasia o aborto. De católicos militantes a liberados con la furia del converso. ¿Quedan fisuras cuando uno cambia así de la noche a la mañana?

R. En efecto, llama la atención lo profundo de estos cambios en las actitudes sociales, más rápidos que en cualquier otro país de Europa, con la excepción de Irlanda. Yo empecé a venir a España cuando era estudiante, a principios de los setenta, con Franco aún vivo. El hastío de las nuevas clases medias hacia las restricciones y las hipocresías de la cultura nacional católica era más que evidente.

Del caso español destaca cómo la sociedad se fue adelantando a los cambios. El PP puede tener un discurso duro en ocasiones, pero sabe que, en el fondo, la mayoría de sus votantes acabarán estando a favor, primero, del divorcio, y, luego, del aborto o el matrimonio gay,.

No obstante, los cambios profundos siempre dejan fisuras, a nadie le sorprendería que surgiera un contraataque.

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Foto: O. C.

P. ¿Dé dónde?

R. La Iglesia católica quizá ya no juegue un papel ideológico relevante en el país, pero sí cultural. Justo estos días, hemos visto asomarse a las iglesias evangélicas a la política madrileña, fenómeno que ha avanzado mucho en América Latina este siglo. ¿Podría pasar en España? No lo sé, habría que seguirlo.

Vox, que representa una resistencia contra estas mutaciones culturales, recoge la incomodidad de un sector social contra la rapidez de estos cambios sociales, aunque no logren crecer, de momento, más allá del 15%.

P. El acelerón de los derechos civiles llegó de la mano de Zapatero que, al mismo tiempo, los convirtió en juego político, modalidad guerra cultural a la americana. A Zapatero le salió bien, pero ¿le salió bien al país que estos temas se convirtieran en refriega cultural constante?

R. Zapatero trajo las dos cosas. Hubo avances en derechos civiles (matrimonio homosexual, aborto, etc.) que, en mi opinión, fueron positivos para el país. Pero, al mismo tiempo, y sin ningún género de dudas, Zapatero lo usó como palanca para desestabilizar a sus rivales políticos, para demostrar que el PP era el enemigo y no se podía negociar con ellos los temas culturales. Zapatero forzó al PP, en definitiva, a luchar en un campo en el que calculó, correctamente, que iba a ganar. En términos generales, creo que las guerras culturales dejan un poso tóxico en la política. Para las democracias occidentales, sería bueno que se mitigaran un poco.

"Ayuso es una política nata, pero no tengo claro de que funcionara fuera de Madrid"

P. En el libro, analiza con deleite cuando Mariano Rajoy, tras ver perdida la moción de censura que le puso en la calle, se encerró en el reservado de un restaurante con afines y, en un momento de gran drama y solemnidad para el país, montó la madre de todas las sobremesas: comilona, copita y palillo. Bonita manera de resolver una crisis política, ¿verdad? ¿Qué nos dice esto, no ya sobre Rajoy, sino sobre la cultura española?

R. Entonces hubo bastantes críticas en la prensa española hacia la actitud de Rajoy, como si hubiera despreciado a las instituciones desde el restaurante, pero, para mí, esa sobremesa titánica fue muy española y muy humana. Rajoy había dado la batalla, pero sabía que estaba todo perdido. Las comidas y las sobremesas ocupan un lugar central en la cultura española, costumbre agradable y civilizada en mi opinión. Rajoy se fue luego a Santa Pola. Vi calidad humana en su aceptación de la derrota.

Foto: Rajoy a su salida del restaurante 'Arahy', donde comió tras conocer que la moción de censura presentada contra él iba a prosperar. (EFE)

P. Que Sánchez hable inglés fluido ha supuesto una novedad presidencial en España. Por ello, y por algunos éxitos internacionales de imagen, como la cercanía de Sánchez a Biden y a otros líderes durante la parada en el Prado de la cumbre de la OTAN, se ha vendido que el peso de España en el mundo ha crecido gracias al encanto y al inglés de Sánchez. ¿Es así o solo son burbujas?

R. Es cierto que Sánchez es un activo, habla bien inglés, le vale para desplegar una diplomacia más activa, se siente cómodo en estos espacios. Ahora bien: a veces damos demasiada importancia a la foto, a compartir mesa con los grandes líderes mundiales, como Aznar en las Azores (foto que acabó siendo negativa para la mayoría de los españoles).

Pero la sustancia de lo que se logra en esas mesas también es importante, no vale solo con estar. España no es aún un jugador decisivo en la Unión Europea. ¿Es un jugador importante? Sí, y más en términos relativos tras el Brexit. Pero el hecho es que el diseño de las ayudas pospandémicas se hizo entre Alemania, Francia y la Comisión. Es cierto que tuvimos la cumbre Macron/Sánchez en Barcelona, pero está por ver que de ahí salga un eje franco-español decisivo.

Por otra parte, la política española hacia América Latina tampoco ha sido muy exitosa. Respecto al Magreb, hay un desequilibrio estratégico que Sánchez no ha logrado revertir. Es una situación muy compleja, cierto, pero la apertura hacia Marruecos no ha dado grandes resultados hasta ahora.

En resumen, es útil tener un presidente del Gobierno que se siente suelto en el escenario internacional, pero las cosas son a veces más complicadas.

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Foto: O. C.

P. Para acabar la función: Ayuso, la figura que ha marcado el ritmo de la política española los últimos tres años. ¿Cómo se ve desde fuera a una política que pasó en tiempo récord de minusvalorada a todopoderosa?

R. En su primer año, Ayuso parecía muy torpe y limitada, pero creció mucho. Es verdad que tiene buenos asesores, como Miguel Ángel Rodríguez, pero el relato de que el fenómeno Ayuso es obra de estos hombres quizás esconda bastante machismo.

Ayuso es una política nata. Durante la anterior campaña, en 2021, me recordó mucho al Boris Johnson de sus mejores momentos, que tenía la capacidad de parecer tan auténtico, tan cercano a la gente, que hasta las meteduras de pata jugaban a su favor, la gente le perdonaba todo porque, al fin y al cabo, todos metemos la pata. La autenticidad de Ayuso gusta mucho a un sector importante de la sociedad madrileña. Ahora, si la sacas de Madrid, ya es otra historia. Madrid no es España. No tengo claro que fuera de la meseta, donde vive la mayoría de la población española, Ayuso funcionara.

En 1971, el general Vernon Walters, enviado especial del presidente Richard Nixon, se entrevistó con un envejecido Francisco Franco. Ante la pregunta directa del general —"¿qué pasará en España cuando usted muera?”—, el dictador no se achantó, más bien se vino arriba: “Se lo voy a decir. Yo he creado ciertas instituciones, nadie piensa que funcionarán, pero están equivocados. El príncipe Juan Carlos será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga y qué sé yo. Habrá grandes locuras, pero ninguna de ellas será fatal para España. Porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno de este país hace cuarenta años: la clase media española. Diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español, no habrá otra Guerra Civil”.

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