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Acusar a tu vecino para quedarse con su piso (y otros trucos de porteras en el Madrid del 36)
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El enemigo a las puertas

Acusar a tu vecino para quedarse con su piso (y otros trucos de porteras en el Madrid del 36)

Un libro analiza la Guerra Civil y la posguerra desde el punto de vista de los porteros de inmuebles. Años de plomo en los vecindarios madrileños en los que los límites entre diferencias ideológicas e inquinas personales eran difusos

Foto: Ilustración: Emma Esser
Ilustración: Emma Esser
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Mariano y Antonio eran los porteros del 51 y el 51 duplicado del Paseo de la Castellana antes de la guerra. Trabajaban allí desde la inauguración de los edificios en los años veinte. El cuarentón Mariano era de Pinto (periferia sur madrileña) y el treinteañero Antonio de Orense (antes de llegar a Madrid, había pasado una larga temporada en Cuba).

Durante años, un tabique separó a Mariano y Antonio. Llegada la Guerra Civil, les separó un universo.

Foto: La Puerta de Alcalá durante un homenaje a la Unión Soviética. (Archivo)

El 19 junio de 1940, se celebró en el parque del Retiro la entrega de la Medalla de la Fidelidad a cientos de porteros por su "actuación patriótica durante el dominio rojo". "El metal estaba reservado a quienes habían protegido la vida o las propiedades de los inquilinos ante la violencia bélica", cuenta el historiador Daniel Oviedo en El enemigo a las puertas, singular historia de la guerra y la posguerra civil madrileñas a través de los porteros de inmuebles.

Mariano fue uno de los porteros que ganó una medalla al acabar la guerra. Interrogados por las nuevas autoridades, sus vecinos dijeron de él que se trataba de una "persona honradísima, muy afecta a las ideas de derecha".

Al portero Antonio le fue peor con el cambio de régimen. Horas antes de la entrada en Madrid de las tropas franquistas, Antonio dejó precipitadamente el inmueble de Castellana 51, permaneció oculto unas semanas en la capital, regresó clandestinamente a su Galicia natal y vagó por Ponferrada, Orense y Lugo; finalmente, fue detenido y 'deportado' a Madrid por la brigada Político Social.

El portero Antonio fue condenado a muerte, aunque se le cambió la pena por treinta años de cárcel.

Antonio era miembro del PSOE y directivo de la Sociedad de Porteros de la UGT. En enero de 1935, había sido detenido por ocultar a perseguidos de la revolución de Asturias de Octubre del 34. Perdió el empleo. Llegada la guerra, Antonio recuperó su antiguo trabajo en Castellana 51 "pistola en mano". Durante la Guerra Civil, formó parte de brigadas parapoliciales y del Servicio de Información Militar (SIM) republicano.

Mariano y Antonio fueron dos de los 23.000 porteros madrileños a los que les estalló la guerra. Su historia, y la de muchos otros porteros y porteras, se cuenta en El enemigo a las puertas.

La entrevista

Hablamos con el historiador Daniel Oviedo, de la Universidad Pública de Navarra.

PREGUNTA. ¿Por qué enfocar la Guerra Civil desde los porteros?

RESPUESTA. La figura de la portera y el portero tiene un magnetismo indudable por su condición fronteriza. Los porteros están en la frontera, tanto físicamente —en las puertas de los domicilios, a caballo entre lo público y lo privado— como por su carácter dual: son empleados subalternos y vulnerables, pero también tienen poder sobre el vecindario como representantes del propietario y, aunque sea involuntariamente, acumulan información sobre los vecinos.

Los porteros eran figuras codiciadas por la policía, por los milicianos y por el régimen franquista, pero también estaban bajo sospecha según los intereses de los bandos. Eran empleados privados empujados a ejercer labores parapoliciales, aunque las porteras fueran muchas veces mujeres mayores o viudas.

P. Dice que, antes de la guerra, la policía ya rascaba información a los porteros. ¿Cuándo se convirtieron en herramienta política?

Se preguntaba con más frecuencia a los porteros sobre las simpatías políticas de los inquilinos, que conocían por conversaciones con ellos

R. En la guerra y en la posguerra hubo una subida de intensidad con dos ingredientes fundamentales.

Se preguntaba con más frecuencia a los porteros sobre las simpatías políticas de los inquilinos, que conocían por conversaciones con ellos, porque un vecino había sido interventor electoral, por chismorreos en los rellanos o simplemente por el periódico al que está suscrito tal vecino.

A su vez, en la posguerra hubo depuraciones específicas de porteros en Madrid. Con el ejército franquista entrando en la ciudad, un edicto ordenó comparecer a los porteros y a los dos vecinos más antiguos (no afiliados a los partidos del Frente Popular) de todos los vecindarios de Madrid. Vecinos y porteros debían rellenar dos cuestionarios sobre incidentes en los edificios durante la guerra: robos, incautaciones, asesinatos, detenciones, etc.

A los porteros se les pidió señalar a posibles responsables e informar sobre el servicio doméstico.

A los inquilinos, a su vez, se les preguntó por los porteros: si estaban politizados, si habían participado en delaciones, etc.

Foto: Milicianos se burlan de la Iglesia durante la Guerra Civil.

En la posguerra se volvió, en definitiva, al monopolio de la violencia por parte del Estado. Mientras que, en la guerra, ganaron protagonismo los vecindarios parapoliciales. Los micropoderes. Milicianos, comités de barrios o ateneos hacían a veces las labores de policías o jueces que interrogaban a porteros.

P. ¿Quién se llevó la peor parte entre los porteros?

R. En la posguerra, el Ayuntamiento de Madrid creó un galardón especial para los porteros que habían protegido a los vecinos con ejemplaridad, dentro, claro, de lo que el régimen entendía por ejemplaridad.

"Hubo círculos viciosos entre vecinos y círculos virtuosos"

Un portero fue asesinado durante la guerra y beatificado después. Pertenecía a la Sociedad de Porteros de la UGT antes de la guerra, pero se cambió a una sociedad de porteros católicos. Fue acusado de fascista y de tener listados de porteros rojos listos para entregar al ejército sublevado. Fue asesinado, no se sabe bien por quién.

También hubo mucho portero condenado a muerte en la posguerra. Fue una de las profesiones más perseguidas por el régimen, con un proceso depurativo específico, porque el franquismo no quería tener al enemigo en la puerta, e intentó cubrir las porterías con elementos fiables, como mutilados de guerra.

Según Eduardo Guzmán, en los patios de las cárceles se hablaba de la Triple P de profesiones perseguidas con más saña: porteros, periodistas y policías. De las 80 mujeres fusiladas en la posguerra madrileña, 7 eran porteras, un porcentaje exageradamente alto.

P. ¿Qué nos dice su ensayo sobre la guerra civil a pie de calle?

R. Algunos porteros estaban politizados, como los agrupados en la Sociedad de Porteros de la UGT. Ahora bien, lo que señalo en el libro es que no todos los porteros de guerra y posguerra fueron chivatos o delatores, hubo actuaciones de todo tipo en el colectivo, incluso contradictorias dentro del mismo individuo. Los porteros chivaron, pero también protegieron y fueron víctimas.

Uno busca las delaciones y el cainismo, pero lo habitual fueron los grises. Ni todos los porteros fueron chivatos, ni todos tuvieron un comportamiento ejemplar.

Los porteros estaban sometidos a mucha presión. Eran interrogados por vecinos y fuerzas del orden. Ese fue el paisaje de la violencia en guerra y posguerra. Dentro de este contexto de coacción, algunos porteros denunciaron voluntariamente; otros, se negaron, y algunos vendieron a unos vecinos y protegieron a otros. Es lo más lógico si lo piensas fríamente, por el factor humano, porque hay afinidades políticas, pero también relaciones personales y hasta vecindarios que decidieron aislarse de la guerra y la posguerra y protegerse los unos a los otros. Hubo círculos viciosos entre vecinos, pero también círculos virtuosos.

Y tú más

Las cosas, en efecto, a veces son complicadas.

En Don Pedro 4, en pleno centro histórico de Madrid, la portera (la treinteañera Adela) y un vecino se tiraron los trastos a la cabeza, obligando al vecindario a posicionarse.

El edificio fue objeto de varios desalojos y saqueos durante la Guerra Civil. Llegado el nuevo régimen, un vecino, mecánico de la Guardia Civil, acusó a la portera de instar a los vecinos a arrojar "botellas de gasolina a la entrada de las fuerzas nacionales", y de montar una "fiesta hasta altas horas de la mañana" para celebrar la muerte del general Mola.

La portera Adela fue detenida, pero lanzó un misil contra su vecino: le acusó de mentir por "odio personal" y para quedarse con su piso. También le acusó de, ojo al dato, haber trabajado "para los rojos" durante la guerra.

Foto: Plaza de Toros de Badajoz durante la Guerra Civil

Ante el choque de versiones, las autoridades se vieron obligadas a interrogar a todo el vecindario, activando el sálvese quien pueda. La sucesión de declaraciones contradictorias fue tal que la resolución del caso se dio por imposible.

"Los implicados esgrimieron que las acusaciones que les imputaban eran fruto de conflictos personales… En algunas declaraciones se subrayó el conflicto que [la portera] mantenía con el denunciante por un cuarto y se puso en entredicho la actuación del mismo durante la guerra… Una de las vecinas, detenidas durante la guerra, añadió que la hermana de la portera era más roja todavía. Las diligencias, poco a poco, se fueron poblando de opiniones encontradas, interpretaciones divergentes y conflictos añejos. Entre estas declaraciones cruzadas, el proceso acabó siendo sobreseído", zanja el libro.

Así se escribe la (pequeña) Historia.

Mariano y Antonio eran los porteros del 51 y el 51 duplicado del Paseo de la Castellana antes de la guerra. Trabajaban allí desde la inauguración de los edificios en los años veinte. El cuarentón Mariano era de Pinto (periferia sur madrileña) y el treinteañero Antonio de Orense (antes de llegar a Madrid, había pasado una larga temporada en Cuba).

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