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Adiós al Antiguo Régimen: así cayeron los Borbones entre el vicio y el crimen
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Adiós al Antiguo Régimen: así cayeron los Borbones entre el vicio y el crimen

En la España intelectual del siglo XXI Stefan Zweig sirve tanto para un roto como para un descosido. Su palabra es un mantra inviolable sin reparar

Foto: Eugéne Delacroix, 'La Libertad guiando al Pueblo'. Óleo sobre tela, 1830
Eugéne Delacroix, 'La Libertad guiando al Pueblo'. Óleo sobre tela, 1830

En la España del siglo XXI Stefan Zweig sirve tanto para un roto como para un descosido. Su palabra parece un mantra inviolable sin reparar en sus posibles errores de juicio. Su apasionante retrato de Joseph Fouché se cierra tras la caída napoleónica con la siguiente frase: "Terminó el periodo de las aventuras heroicas, empezaba la era de la burguesía". Afirmar eso de 1815 obvia la clave de ese año crucial. El Congreso de Viena hilvanó un malabarismo histórico para configurar un nuevo orden europeo basado en lo viejo desde el retorno al Absolutismo. Fouché quiso salvar el pellejo con maniobras para devolver el trono francés a los Borbones, y como agradecimiento por los servicios prestados debió abandonar su sempiterno cargo como jefe de policía ante la presión de los ultras reales hasta quedar, en primera instancia, relegado a la embajada de Sajonia para, a la postre, finiquitar sus días en la austríaca Trieste.

El otro gran camaleón francés fue Talleyrand. El diablo cojo supo mover los hilos hasta ser primer ministro de Luis XVIII hasta su destitución al rehusar en septiembre de 1815 las condiciones estipuladas por los Aliados en el segundo tratado de París. Sin embargo, jamás desapareció de la escena, aunque sus trucos de magia nunca serían tan determinantes. Chateaubriand los definió como el vicio apoyado en el crimen. Su adiós suponía despedazar lo anterior para instalar un presente basado en principios previos a 1789. La Francia de la Restauración es una lucha titánica entre el imposible retorno del pasado y el apego de este al cetro sin comprender cómo los vientos viraban hacia lo anticipado con demasiada premura, pese a la mirada retrospectiva, por Stefan Zweig.

placeholder 'Fouché' (Acantilado)
'Fouché' (Acantilado)

Si quisiéramos ser poéticos podríamos analizar los tres lustros entre 1815 y 1830 como la chispa del Romanticismo desde las premisas de un universo incierto. La nostalgia de la epopeya napoleónica, el año sin verano y los progresivos acelerones económicos, con el Reino Unido observado desde un nada discreto soslayo, planteaban unas dinámicas contrarias a las emanadas por las Tullerías, ocupadas por las reales posaderas de dos hermanos de Luís XVI. Luís XVIII ocupa un tramo central hasta 1824, reemplazado a su muerte por Carlos X. Ambos borbones destacaron por su alejamiento para con la realidad, empecinados en aumentar los privilegios de la aristocracia bajo la apariencia de un sistema, estipulado en la Carta de 1814, parlamentario con la corona en su cúspide.

El camino hacia el precipicio

Durante los años veinte el Antiguo Régimen redivivo pudo mantener la paz social desde la bonanza económica, demostraciones de fuerza como la intervención de los cien mil hijos de San Luís para terminar con el trienio liberal español y una sensación de bienestar económico usada desde el ascenso al trono de Carlos X para indemnizar a las víctimas de la Revolución Francesa, restaurar los privilegios de las congregaciones religiosas y aspirar a la elaboración de una ley de Mayorazgo para recuperar la concentración de las haciendas. El cuerpo legislativo consecuencia de 1789 y la era napoleónica no podía tumbarse con tanta facilidad pese a los vientos electorales manipulados durante el ministerio de Jean-Baptiste de Vilèlle, cuando los ultras monárquicos eran intocables y los liberales una porción minúscula en la cámara.

placeholder 'Episodio de la intervención francesa en España en 1823' (1828), por Hippolyte Lecomte (Palacio de Versalles).
'Episodio de la intervención francesa en España en 1823' (1828), por Hippolyte Lecomte (Palacio de Versalles).

Como prueba de buena voluntad, y exceso de confianza ante el contexto, se convocaron elecciones en 1827 y la oposición cosechó la mayoría de representantes. Ello empujó a Carlos X a designar a un premier a medio camino entre ambos bandos, Martignac, impotente para encauzar el creciente malestar fruto de la crisis económica, con enormes carestías en provincias, aumento del precio del pan y muchos sectores, entre ellos el viticultor, en cólera por el proteccionismo y la imposibilidad de sacar al extranjero su producción.

Las empresas más modernas languidecían ante ese atraso mezcla de apego a lo pretérito e incapacidad manifiesta para leer las coordenadas del mapa internacional. Para consolidar su decálogo el rey creyó articular una jugada magistral en verano de 1829, cuando las cámaras estaban de vacaciones. Destituyó a Martignac y postuló al príncipe de Polignac en la cartera de Exteriores, jefe de facto de un consistorio de los horrores para el bando liberal por la designación del conde de Bourdounnaye, hediondo en su odio hacia lo napoleónico, en Interior y al general de Bourmount en el ministerio de Defensa. Este último era célebre al haber traicionado al emperador pocos días antes de la debacle de Waterloo.

Las malas cosechas aumentaban la precariedad, los incipientes obreros del textil engrosaban las filas del paro y la prensa acusaba de corrupción

Polignac, hijo de la amiga más íntima de Maria Antonieta, no pretendía cancelar el leve equilibrio parlamentario de la Restauración. Su condena fue ser un juguete de los anhelos de Carlos X, para quien el poder legislativo carecía de valor alguno ante el omnímodo bastón de mando borbónico. El monárquico quería hacer y deshacer como si Francia fuera un tablero gobernable desde sus estancias. En el exterior las malas cosechas aumentaban la precariedad, los incipientes obreros del textil engrosaban las filas del paro y la prensa acusaba con el dedo esos mecanismos corrompidos. En enero de 1830 Adolphe Thiers, quien daría para una serie de artículos, fundó Le National, periódico en la más extrema oposición al tomar la revolución inglesa de 1688 como modelo para establecer en Francia una democracia, censitaria, donde el rey reinara sin gobernar. Las cartas, con los liberales a la guerra en su omitida bancada, estaban sobre la mesa y el destino del país dependería de cómo enfocara Carlos X el envite.

Las tres jornadas gloriosas

Desde una visión ortodoxa de la Historia de esos meses los acontecimientos pueden sintetizarse en la cerrazón real ante la cámara, la amenaza de gobernar mediante ordenanzas y una nefasta ceguera al triunfar en la invasión de Argelia. Polignac gobernaba con minoría entre los representantes y el monarca no atendía a razones ni desconfianzas populares por sus éxitos y haberse convencido de la naturaleza del mandato divino de su dinastía. De este modo el 25 de julio de 1830, después de otros comicios harto desfavorables para sus designios, decretó cuatro ordenanzas, tumba de su reinado: la primera suspendía la libertad de prensa y sometía a cualquier publicación periódica a la autorización gubernamental; la segunda disolvía la cámara elegida poco antes para negar el aumento de los liberales de 221 a 274 diputados; en la tercera apartaba del censo a sus estratos burgueses, y en la cuarta convocaba las urnas para septiembre.

placeholder Alegoría de las Tres Gloriosas: la bandera de la Francia de la Restauración (blanca, con el escudo), se ve paulatinamente cambiada hasta transformarse en la bandera tricolor, manchada con el rojo de la sangre y recortada contra el azul del cielo. Óleo de León Cogniet
Alegoría de las Tres Gloriosas: la bandera de la Francia de la Restauración (blanca, con el escudo), se ve paulatinamente cambiada hasta transformarse en la bandera tricolor, manchada con el rojo de la sangre y recortada contra el azul del cielo. Óleo de León Cogniet

Suprimir el parlamento por decreto no suele ser una buena idea. Francia es especialista en reescribir su Historia, y por eso recurrir a las fuentes es aún más imprescindible, sobre todo en nuestro siglo. 'La Libertad guiando al pueblo' es el símbolo de todo revolucionario de sofá desde el desconocimiento del ímpetu de Delacroix, quien al situar a esa bellísima mujer como guía no escatimó en composición y estructura entre el precedente de Gavroche, el joven emblema de 'Los miserables' de Víctor Hugo, y el burgués medio asustado con su arma al acecho. La única certeza es la resolución victoriosa de 'Las Tres Jornadas Gloriosas' y la adopción de la tricolor como emblema nacional tiñendo el blanco inmaculado de los Borbones.

Thiers, otro camaleón marca de la casa, medró durante el siglo hasta ser presidente de la Tercera República Francesa y represor de la Comuna

Otro lugar común posiblemente cierto es aquel según el cual los supervivientes tienen ventaja a la hora de reformular los acontecimientos. Las cuatro ordenanzas atentaron contra las libertades y un primer ataque se cebó contra las rotativas de Le National. Thiers, otro camaleón marca de la casa, medró durante el siglo hasta ser presidente de la Tercera República Francesa y represor de la Comuna de 1870-71; era la otra cara de su moneda. En 1830, al ver atacado su negocio, lanzó la famosa réplica en torno a la nula legitimidad del gobierno y la incitación a la desobediencia ciudadana.

Fue sólo el detonante para encauzar algo inevitable. El gobierno Polignac había maltratado al pueblo de París al prohibir comerciar en el exterior de las tiendas, vetar los billares en las tabernas, suprimir bailes públicos, quemar café en los negocios y hasta expulsar a Polichinela de las plazas. Ante el abuso contra la prensa la reacción del pueblo no se hizo de rogar.

La revolución burguesa

El París de 1830 aún era ese laberinto de callecitas estrechas, insalubre y recargado por una demencial densidad demográfica. Carlos X encargó su defensa a Auguste Marmont, otro traidor a la causa napoleónico, y eso fue la puntilla para recrudecer la ira, apuntalada por la defección de muchas tropas monárquicas y su escaso número ante el empuje de los sublevados. Entre el 27 y el 30 de julio el pueblo de la capital francesa expulsó al opresor del centro mientras reclamaba República y abolir la monarquía para siempre jamás.

placeholder Luis Felipe I de Orleans
Luis Felipe I de Orleans

En este tipo de episodios la burguesía suele conspirar en sus domicilios para intervenir con el pescado vendido y colgarse la medalla definitiva. En esos bastidores Talleyrand recuperó bríos y con otros hombres, entre ellos Thiers, dio pie a la continuidad monárquica mediante la figura del Duque de Orleans, Luis Felipe. Su abrazo en el Hotel de Ville parisino con Lafayette, héroe de la independencia americana y actor de relieve en la Revolución, selló el cambio de régimen desde la defensa de la Carta y un difuso, aún a remodelar, constitucionalismo. Carlos X renunció a prolongar su agonía en provincias y la tricolor fue el consuelo para los desheredados de la tierra. Zweig quiso cerrar con un magnífico broche su biografía de Fouché anticipándose al futuro en tres lustros.

París volvió a rebelarse en 1848 hasta refundarse durante el segundo Imperio para, en vano, favorecer una represión inmediata. En 1830 el Duque de Orleans inauguró su propia dinastía y dio rienda suelta a la modernidad burguesa. Su primer ministro Guizot, otro artífice del derrumbe borbónico, prosperó en los libros gracias a su proverbial "Enrichissez-vous", pero ese elogio del bienestar material no era para todos y el siglo intuía un fantasma entre hollín y chimeneas. 1830 fue una revolución incompleta por menoscabar a su auténtica impulsora.

En la España del siglo XXI Stefan Zweig sirve tanto para un roto como para un descosido. Su palabra parece un mantra inviolable sin reparar en sus posibles errores de juicio. Su apasionante retrato de Joseph Fouché se cierra tras la caída napoleónica con la siguiente frase: "Terminó el periodo de las aventuras heroicas, empezaba la era de la burguesía". Afirmar eso de 1815 obvia la clave de ese año crucial. El Congreso de Viena hilvanó un malabarismo histórico para configurar un nuevo orden europeo basado en lo viejo desde el retorno al Absolutismo. Fouché quiso salvar el pellejo con maniobras para devolver el trono francés a los Borbones, y como agradecimiento por los servicios prestados debió abandonar su sempiterno cargo como jefe de policía ante la presión de los ultras reales hasta quedar, en primera instancia, relegado a la embajada de Sajonia para, a la postre, finiquitar sus días en la austríaca Trieste.

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