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"Quiero saber la verdad sobre lo que motiva a los hombres a cometer violaciones"
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entrevista con carole hooven

"Quiero saber la verdad sobre lo que motiva a los hombres a cometer violaciones"

En 'Testosterona', la bióloga de Harvard habla de chimpancés, gorriones, ratones y ciervos para hacerse todas las preguntas incómodas sobre las diferencias entre hombres y mujeres

Foto: Carole Hooven. (Cedida)
Carole Hooven. (Cedida)

Carole Hooven es profesora y codirectora de estudios universitarios en el Departamento de Biología Evolutiva Humana de la Universidad de Harvard. Su libro'Testosterona' (Arpa) acaba de ser traducido al español. Es un viaje por el orígen biológico de la masculinidad y ha suscitado cierta polémica en Estados Unidos al plantear debates que muchos consideran prohibidos. Dice que la hormona explica casi todas las diferencias entre sexos en el reino animal. Y sostiene que el ser humano no es una excepción, aunque seamos capaces de controlar y modular los instintos gracias a la educación y al barniz cultural.

PREGUNTA. Tu libro empieza narrando una escena escalofriante con un grupo de chimpancés. Podemos empezar con eso.

RESPUESTA. Ocurrió hace años, cuando yo llevaba ya meses en Uganda. Había observado que los chimpancés machos se comportaban de manera muy diferente a los chimpancés hembras. Demostraban mucha más violencia y mucha más actividad física. Ese día abandoné al grupo principal de chimpancés que estaba siguiendo y me fui detrás del macho dominante. Él viajaba con una de mis hembras favoritas, y con sus dos hijos. Uno era un bebé. Había sido un día pacífico y hermoso. Cuando estás en la jungla, en medio de la nada, escuchas sobre todos insectos y pájaros. Y también los chimpancés, que hacen pequeños gruñidos. Todo muy pacífico, muy tranquilo. Los más pequeños retozaban en la hierba y estaban sentados en un tronco. De repente, el macho se puso de pie y comenzó a vocalizar una serie de aullidos y gritos muy fuertes. Luego comenzó a golpear a su hembra, a patearla. Ella se encorvó para proteger a su bebé de los golpes. Una escena así se hace larga cuando dura más de medio minuto. Esta vez fueron más de nueve. Utilizó un arma para lastimarla, un palo. Era algo que no se había documentado nunca antes. Acabó saliendo en la revista 'Time'.

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P. ¿Nunca se había documentado el uso de un palo para golpear a una hembra de chimpancé?

R. No. Evidentemente, era algo importante para mí, para mi carrera. Pero al mismo tiempo fue perturbador. Emocionante, pero realmente inquietante. Era muy parecido a lo que vemos a menudo con los humanos. Aún me emociono al contarlo. Si has leído el libro, sabrás que tengo un problema con el llanto. La madre trataba de proteger a sus hijos mientras el macho descargaba su violencia. Realmente era imposible saber qué estaba pasando. ¿Por qué había comenzado a golpearla sin motivo? Todas las agresiones de chimpancés machos que había visto hasta ese momento eran menos intensas, y más en el contexto del acto sexual, cuando ella está en una fase muy fértil y él siente la urgencia. Normalmente es una bofetada, un grito, una patada. Nada más. Pero nunca había visto nada como esto.

P. ¿Tienes una hipótesis sobre lo que desencadenó el ataque?

R. Los chimpancés a veces usan la agresión física para conseguir lo que quieren, pero esto era mucho más intenso y prolongado. No tenía ni idea de por qué estaba pasando. En el libro explico que los machos que son particularmente violentos con las hembras tienen más probabilidades de engendrar hijos con ellas. No agreden sin ninguna razón, no es aleatorio. No lo hacen porque las odien. Aparentemente, la evolución, la selección sexual, ha premiado este tipo de comportamiento en los chimpancés. El resultado es un mejor rendimiento reproductivo para el macho. De alguna manera, funciona para mantener a la hembra a su disposición siempre que quiera. Para mantenerla sexualmente disponible. El macho quiere asegurarse de que ella no se apareará con muchos otros machos o que no le negará el sexo cuando él lo desee.

Foto: Un chimpancé, con juguetes. (EFE/Rhona Wise)

P. ¿Es un comportamiento premeditado?

R. El macho la alejó del resto del grupo por una razón, como una suerte de secuestro, para apartarla del resto de machos y demostrar su condición dominante en la relación de una manera que resultase ventajosa para reproducirse. Por supuesto, es inquietante porque puedes pensar que, de alguna manera, esta hipótesis se podría extrapolar a los humanos y explicar patrones de comportamiento muy extendidos en la violencia interpersonal.

P. Y lo que explica es que, al hacer esta extrapolación, corremos el riesgo de normalizarlo, de justificar las agresiones como algo propio de la naturaleza animal.

R. Exacto. Podríamos resistirnos a aceptar este tipo de explicaciones porque parece eso, que estamos normalizando lo que ocurre con los humanos. Porque habría gente que podría llegar a la conclusión de que, está bien, es algo natural, algo normal entre los machos. Pero hay dos cosas que decir al respecto. La primera es que quizá no es en absoluto así, quiero decir que quizás el comportamiento de los chimpancés en este caso no tiene nada que ver con lo que les ocurre a los humanos. El segundo error es dar por hecho que no se puede modificar algo que tiene raíces genéticas. Este es otro gran malentendido que hace que opongamos resistencia a las explicaciones biológicas sobre el comportamiento humano. Al revés, sabemos que cualquier cosa que tenga raíces genéticas se puede cambiar cuando se trata de comportamientos complejos. Lo sabemos porque las diferentes culturas tienen diferentes leyes y normas sociales estrictas en torno a las agresiones masculinas. Hay culturas que tienen tasas mucho más bajas que otras respecto a la violencia masculina y respecto a la violencia en general.

P. En el libro, intentas separar los descubrimientos científicos de la manera en que se utilizan a menudo para sacar conclusiones equivocadas.

R. Lo peor que podemos hacer es cerrar los ojos a las verdades científicas para evitar que se usen como justificación de comportamientos problemáticos. Al revés, creo que necesitamos tener toda la evidencia que podamos para resolver nuestros problemas. Pero necesitamos hacer un mejor trabajo a la hora de educar a las personas sobre el determinismo genético, que es falso. E insistir en que, cuando se trata de comportamientos humanos complejos, tenemos control sobre lo que hacemos. Al mismo tiempo, necesitamos entender cómo funcionan esos comportamientos y bajo qué circunstancias ambientales o culturales se producen.

Foto: Frans de Waal (Tusquets)

P. En el libro, explicas que la testosterona está presente tanto en hombres como en mujeres, pero en concentraciones muy diferentes.

R. Es un punto controvertido, porque quienes niegan las diferencias sexuales en el comportamiento sostienen que las concentraciones son parecidas. Y eso no es así.

P. La pregunta sería precisamente esa. Viene a ser la pregunta central del libro. ¿Hasta que punto la concentración de testosterona ayuda a explicar estas diferencias?

R. La respuesta es que la testosterona es extremadamente importante en términos de diferencias fisiológicas. Y eso podría explicar las diferencias de comportamiento. De hecho, es el factor más importante. No hay nada más importante para explicar las diferencias sexuales en el cuerpo y el comportamiento que las diferencias en la cantidad de testosterona. Su concentración pone a machos y hembras en caminos diferentes a partir de las primeras semanas tras la concepción, los lleva hacia tipos de comportamiento distintos. Después, desde que nacen, esas diferencias interactúan con la cultura. La testosterona no explica todas las diferencias, ni explica, es cierto, que alguien se comporte como se comporta simplemente por sus genitales. Sin embargo, la testosterona tiene acciones muy profundas tanto en el cuerpo como en el cerebro masculino ya antes del nacimiento. Incluso los bebés son diferentes en algunas formas predecibles. En promedio, porque esto siempre son promedios, los bebés macho son más activos. Y ya solo esto, por ejemplo, puede cambiar la manera en que son tratados cuando nacen.

P. Se nace con condicionantes que interactúan después con el ambiente y la cultura.

R. Se produce una profunda e inextricable interacción continua entre el individuo y su entorno. Y no se puede separar una cosa de la otra, la biológica y la genética. Aunque la testosterona no tuviese un impacto en el cerebro, aunque solo la tuviese en el cuerpo, haciendo a los hombres más grandes y fuertes desde la pubertad, esto por sí solo ya tendría un impacto profundo en el comportamiento. Serían socialmente diferentes. Pero es que los niños y las niñas, incluso antes de esos cambios físicos de la pubertad, se comportan ya de manera muy, muy diferente en todo el mundo. Hablamos, hay que insistir, de promedios. Obviamente, hay niñas más agresivas que muchos niños. Yo, por ejemplo, era una niña muy masculina. Jugué al béisbol, trepaba a los árboles y quería golpear a mis tres hermanos mayores. Pero hablamos siempre de patrones de comportamiento.

Foto: Manifestación en Barcelona en protesta por el encarcelamiento de Pablo Hasél. (EFE) Opinión

P. Explicar estas diferencias, que muchas veces resultan evidentes, puede ser un tema polémico.

R. Generalmente, las niñas pequeñas no se reúnen para enfrentarse por diversión. Y esto es así en cualquier parte del mundo. No lo hacen todos los niños, ni todas las niñas, pero lo que yo sostengo es que ese patrón tiene que ser investigado y explicado. Existe el mismo patrón en animales no humanos, y es algo que parece estar condicionado de alguna manera por los niveles de testosterona. Existe una preferencia por las actividades físicas más arriesgadas entre los machos y un nivel de actividad más alto en general. Existe el deseo de competir físicamente con otros chicos por el estatus.

P. Otra cosa es que una cultura concreta refuerce, o intensifique, estas diferencias. ¿No?

R. En la evolución humana, los hombres más grandes y más fuertes eran capaces, en promedio, de sobrevivir y reproducirse de manera más efectiva. Por eso es que digo que la testosterona es el aspecto más importante de nuestra biología. Nos coloca en trayectorias que luego interactúan con la cultura. Y hay culturas que amplifican estas diferencias sexuales. Hay culturas que empujan a las mujeres a ser superfemeninas y obligan a las niñas pequeñas a quedarse en casa y a ayudar a sus madres. Mientras, los chicos deben salir a luchar, tienen que estar trabajando en una mina de carbón, o ser camioneros, o lo que sea. Otras culturas, sin embargo, marcan mucho menos esas diferencias. Con todo, no hay cultura en la que no veamos patrones similares, siendo las mujeres más cariñosas y los hombres más agresivos en general.

P. ¿Y es la testosterona la gran responsable?

R. Algunas personas piensan que lo importante son los cromosomas, el hecho de tener un cromosoma Y en lugar de dos X. Todos nuestros otros genes son iguales con esa única excepción, de manera que no somos muy diferentes en este sentido. No tenemos genes diferentes. A veces esto se explica como si hubiese un gen para tener barba. Y no es así. Yo podría dejarme crecer la barba si tuviera mucha testosterona. De hecho, es algo que se hace.

Foto: Humphrey Bogart. (Warner Brothers/Courtesy of Getty Images)

P. ¿La testosterona produce todas esas diferencias?

R. En la agresividad, como en el deseo sexual, produce grandes diferencias. Por ejemplo, si una mujer bloquea el estrógeno y toma testosterona, se vuelve sexualmente mucho más ansiosa. Ese tratamiento que hacen algunos trans puede producir un apetito sexual que el sujeto que se lo administra ni siquiera sabía que podía desarrollarse con tal intensidad. Hay mujeres que, cuando lo hacen, dicen sentirse abrumadas al experimentar lo que podría ser el típico apetito sexual masculino. Dicen: "Oh, Dios mío, ahora lo entiendo todo. Ahora comprendo cómo es la vida con el deseo sexual de un hombre". No digo que las mujeres no tengan deseo sexual. Ciertamente lo tienen. Pero no es como el deseo sexual masculino.

P. Una de las partes más interesantes del libro es cuando lo explicas hablando de ciervos y gorriones.

R. Me alegro de que me preguntes eso, porque no creo que la gente aprecie lo valioso que puede ser estudiar animales no humanos para profundizar en nuestro propio comportamiento. Los hombres frecuentemente ayudan a cuidar de sus crías, algo que no es muy común en otros animales. Casi nunca sucede entre mamíferos. Menos del 5% lo hace. Normalmente, aportan el esperma y el resto lo hacen las hembras. El caso de los ciervos rojos es espectacular. Los machos son básicamente pacíficos fuera de la temporada de reproducción. Y son pacíficos porque las hembras no pueden quedar embarazadas, no son fértiles. Así que no hay razón para que los machos desperdicien energía valiosa tratando de matarse unos a otros y manteniendo sus armas en la cabeza, esos enormes cuernos, que están diseñados para matar, mutilar o cegar a los otros machos, con los que generalmente viven pacíficamente fuera de la temporada de reproducción.

P. ¿Se deshacen de ellos fuera de la época de celo?

R. Cuando las hembras no son fértiles, ellos no necesitan masa muscular extra, ni cuernos, ni esa enorme melena alrededor del cuello para verse más grandes e intimidantes. No necesitan estar rugiendo constantemente. Todas esas cosas solo aparecen cuando las hembras son fértiles. ¿Y cómo se regula ese cambio? Con la testosterona. Todas las cosas que he descrito se desarrollan con altos niveles de testosterona, incluida la agresividad y el deseo de tener relaciones sexuales. Cuando la testosterona baja, las astas se caen. Y otra cosa muy importante: la testosterona impulsa la producción de esperma. Sin testosterona, no hay esperma.

placeholder Carole Hooven. (Cedida)
Carole Hooven. (Cedida)

P. ¿Su reproducción depende de la testosterona?

R. Es el factor más importante. Si vas a producir esperma, tienes que estar diseñado para usarlo. Y no puedes usarlo si no ganas las peleas. Así que los animales machos están particularmente diseñados para hacer casi cualquier cosa con tal de usar el esperma que producen. Dependiendo de la especie, tienen que golpear, matar, competir físicamente o intimidar a otros machos. Están muy motivados para tener sexo y también están muy motivados para ser grandes, fuertes, duros y extremadamente violentos si es necesario. Lo hacen a pesar de que todas esas cosas son perjudiciales para su supervivencia. Gastan más energía y se ponen en riesgo. A menudo se concentran en competir y tener relaciones sexuales, y no en conseguir comida. Pelearse con otros machos es peligroso. Puedes lesionarte gravemente. Puedes morir. Puedes romperte una pata.

P. Actúan en contra de sus propios intereses.

R. Si solo estás tratando de obtener calorías y mantenerte a salvo, ¿por qué querrías estar rugiendo todo el día y dejándote crecer esas enormes y ridículas cornamentas que no contribuyen a la supervivencia? Por eso, fuera de la temporada de reproducción, la testosterona de estos ciervos cae en picado. Los animales machos, incluidos los humanos, quieren, entre comillas, mantener sus niveles de testosterona lo más bajo que sea posible. Porque la testosterona es cara y arriesgada. En parte, esta es la razón por la que los hombres mueren antes que las mujeres. Asumen muchos más riesgos y, en mi opinión, esto es porque tienen niveles de testosterona más altos.

P. ¿Y los humanos?

R. Los hombres no tienen esa capacidad que tienen los ciervos rojos. Los hombres no podéis saber cuándo las mujeres estamos ovulando, porque las mujeres no entramos en época de celo. Tendencialmente, siempre va a haber alrededor una mujer que podría quedar embarazada alrededor de un hombre, dependiendo del tipo de grupo social en el que viva. Por lo tanto, tiene sentido que los humanos tengan siempre la testosterona relativamente alta y produzcan esperma durante toda su vida, básicamente después de la madurez sexual, desde la adolescencia. Tienen que mantener la masa muscular, una voz profunda y un tamaño corporal más grande.

Foto: Lluís Quintana-Murci. (Getty/Eric Fougere)

P. ¿Qué podemos aprender de los gorriones?

R. Los gorriones también tienen épocas de cría como el ciervo colorado. Cuando todas las hembras entran en la fertilidad, es cuando los machos aumentan su testosterona. Esto sucede en primavera y los machos tienen que establecer territorios para la crianza. En este periodo, la testosterona masculina llega a ser muy alta. Producen esperma, cantan, aumenta su coloración y compiten por el territorio. Es lo que las hembras necesitan para reproducirse. La comida está dentro del territorio y tiene que estar protegido. Luego, una vez que lo aseguran, las hembras disponen de una pareja que les ayuda a construir su nido. Cuando llegan los polluelos, hay que conseguir comida. En esto es similar a lo que sucede en los humanos. En gorriones y en humanos, los machos contribuyen al cuidado de las crías.

P. ¿Contribuyen a los cuidados aportando comida o algo más?

R. Es una tarea agotadora. Se pasan el día de un lado a otro consiguiendo insectos y gusanos. Es equiparable a los seres humanos cuidando a un bebé: supone una gran cantidad de trabajo. Nunca lo harías en un millón de años si no tuvieras las hormonas que te impulsan a sobrellevar las cargas de la paternidad. Los humanos lo hacen. Los pájaros lo hacen. Los pájaros suprimen su testosterona para dedicarse a ello.

P. Entre los hombres, ¿también baja la testosterona durante la crianza?

R. En los hombres que interactúan con sus hijos pequeños, también bajan los niveles. Y no comenzarán a subir de nuevo hasta que los niños crezcan un poco y tengan una participación menos intensa en la crianza. En culturas donde los hombres no conviven con sus esposas, donde no interactúan con los niños, la testosterona no se suprime, no desciende. Es también una forma de motivar a los hombres a permanecer con su pareja y aumentar su éxito reproductivo, invirtiendo sus esfuerzos en una sola pareja y en un niño. Esto además nos demuestra que no siempre es mejor tener testosterona alta y estar en el mercado del apareamiento para tener éxito reproductivo. Si tienes una esposa y la tienes durante toda su vida reproductiva, y eres un buen padre y una buena pareja, te puede ir muy bien, posiblemente mejor que si estás, digamos, en el mercado libre. Así que hay buenas razones evolutivas para tener testosterona baja después de tener niños. Y aquí, obviamente, también se produce una enorme variedad de patrones de comportamiento según el entorno cultural, que una vez más interactúa con lo biológico.

Foto: Los niveles de testosterona son diferentes a lo largo del día en los hombres y en las mujeres (iStock)

P. En el libro hablas de experimentos en los que los machos de gorrión tienen la testosterona artificialmente alta en la fase de crianza.

R. Así es. Cuando ocurre, descuidan a sus hijos y se lanzan a competir con otros machos todo el tiempo. Es un desastre, porque las crías a menudo mueren. Ellos suelen acabar heridos o muertos. Hay un detalle muy interesante y es que, incluso cuando tienen la testosterona disminuida porque están criando, si otro macho entra en el territorio, o perciben riesgo, la testosterona sube de nuevo muy deprisa, en cuestión de minutos. Parece ser una forma de generar una respuesta adaptativa a la amenaza, para luchar o para huir. A veces, una amenaza provoca una disminución de la testosterona que permite escapar cuando el macho al que se enfrenta es mucho más fuerte. Hay formas diferentes de responder, pero la respuesta parece estar condicionada por cambios en la testosterona.

P. En el libro cuentas una anécdota que no está claro que sea un hecho histórico o un chiste. Dice así:

En los años veinte, el presidente de Estados Unidos Calvin Coolidge y su esposa fueron a una granja experimental del Gobierno e hicieron una visita guiada por separado. Cuando la señora Coolidge estaba en el ala avícola, vio que el gallo se apareaba constántemente, así que preguntó al peón ganadero cuántas veces al día lo hacía.

"Docenas de veces", le respondió.

"Hágaselo saber al señor Coolidge", contestó ella.

Cuando le pasaron el mensaje a su esposa, el presidente contestó:

"¿Cada vez lo hace con la misma gallina?".

"No, cada vez con una distinta", respondió el peón ganadero.

A lo que el presidente replicó:

"Hágaselo saber a la señora Coolidge".

Foto: Foto: iStock

R. Es un chiste con el que todo el mundo se ríe porque refleja una realidad. Pero hay que ir con cuidado, porque no hay suficientes evidencias en humanos para afirmar que funcione exactamente así. Es decir, hay patrones de conducta, pero no hay evidencias. Sí se han hecho pruebas con roedores. El macho, llegado a un punto, se cansa de tener relaciones sexuales con la misma hembra, hasta que no puede tener erecciones, ni eyacular. El efecto Coolidge es la reanudación de ese interés sexual, y de la capacidad para consumarlo. Sucede cuando sacas a la hembra con la que se ha estado apareando y pones a otra nueva. Solo tiene que olerla y su dopamina se dispara. Su interés sexual se renueva. Lo que sabemos es que la testosterona facilita ese aumento de dopamina cuando aparece una nueva hembra con la que no se ha producido el apareamiento. Tiene una lógica. La hembra con la que acaba de aparearse, después de varias relaciones, ya debería haber sido fertilizada. Él no gana nada si continúa reuniéndose con ella porque, además, como es un roeador, no la va a ayudar a cuidar a las crías. En los humanos es diferente. Es adaptativo que los hombres quieran continuar teniendo sexo con sus parejas porque ellos, como los gorriones, también ayudan a sus hijos a sobrevivir.

P. ¿No hay experimentos parecidos con humanos?

R. Hay estudios que analizan la excitación sexual masculina mientras miran pornografía y observan cómo difiere de la femenina. Los machos están más excitados sexualmente, algo que se puede comprobar midiendo la circunferencia de su pene y la fuerza de su erección, cuando aparecen nuevas mujeres en la pantalla. Para las mujeres, sin embargo, no se produce el mismo efecto. No es la introducción constante de nuevos hombres lo que realmente funcionaría para una mujer. En ellas, la diferencia está más relacionada con la historia y con llegar a conocer a los personajes y la relación entre ellos.

P. La ciencia lleva muchas décadas intentando explicar nuestro comportamiento a través de estos experimentos. Y ha habido teorías que han alcanzado proporciones peligrosas y que después han quedado descartadas. ¿Hay que ir con cuidado?

R. Es un área en la que es muy difícil investigar porque hay muchos conceptos erróneos sobre la implicación de los hechos que se investigan. Muchas de estas teorías han sido muy negativas para las mujeres, y han servido para reforzar patrones negativos. Por eso, hay una cautela extrema. Pero no solo hay cautela, sino también negación acerca de la realidad de las diferencias entre sexos y de la influencia de la biología. Creo que esto último no ha sido útil para el progreso científico. Pero es comprensible. No es una pregunta fácil de responder, pero yo creo que necesitamos investigar mucho más sobre el tema. Cuanto mejor entendamos cómo funcionan las cosas, mejor podremos adaptarnos. Ser hombre no significa comportarse de una u otra manera. Y ser mujer no significa comportarse de una manera típicamente femenina. Eso es algo que todos tenemos que entender.

Foto: sexo-nemo-animales-pinguinos

P. Volvamos a la imagen del inicio, a la de un chimpancé macho golpeando a un chimpancé hembra. En el libro, explicas que tus emociones interfieren en algunas de tus investigaciones, por ejemplo en este caso. O a la hora de explicar la violación, que te trae recuerdos traumáticos.

R. Tengo una experiencia personal al respecto, como escribí en el libro. Me provoca emociones muy fuertes. El tema de la violación es extremadamente importante para mí, pero también política y socialmente. ¿Puedo dejar mis emociones a un lado a la hora de considerar las hipótesis sobre los orígenes de la violación? ¿Puede contribuir mi investigación a normalizar estos comportamientos? No creo que se pueda separar el pensamiento de las emociones, sobre todo en algo que siento en mis huesos. Pero al mismo tiempo quiero saber la verdad por encima de todo. Porque realmente creo que descubrir cómo funcionan las cosas, usar la evidencia científica, nos acerca a resolver los problemas. Dicho esto, creo que hay muy pocas preguntas que no deberían hacerse, muy pocas cosas que no deberían investigarse. Pero quizá sí que hay algunas que debamos dejar fuera.

P. ¿Deberíamos dejar fuera algunas preguntas sobre la violación?

R. Yo tengo claro que quiero saber la verdad sobre lo que motiva a los hombres a violar. Sea cual sea la respuesta, yo quiero saberla. Cuanto más sé, más poder tengo como individuo para mantenerme a salvo, más puedo hacer como educador y más puedo influir en las políticas públicas o en la psicología masculina. Cuanto más información tenga, mejor. Tenemos que ser, es cierto, extremadamente cuidadosos a la hora de divulgar. Pero si la violación es una estrategia evolucionada para aumentar la capacidad reproductiva masculina, es irresponsable no discutir cuáles son las implicaciones de esto para el comportamiento masculino. No significa que sea correcto. No significa que sea bueno. No significa que los hombres no puedan controlarlo.

P. La industria cultural estadounidense está replanteando los roles femeninos y se está produciendo una creciente polémica al respecto. Mujeres que salen de sus papeles tradicionales y que ahora son heroínas capaces de matar, de correr, de luchar… Interpretan roles que antes solo interpretaban los hombres. ¿Qué opinas?

R. Es interesante y realmente no había pensado en ello. Es un esfuerzo por demostrar que las mujeres son tan duras y fuertes como los hombres y que son capaces de ser heroicas, o dominantes, poderosas, grandes, coléricas... Creo que eso es básicamente cierto, pero no estoy segura de que queramos demostrar que somos tan capaces de todas estas cosas como los hombres. ¿Queremos ser tan capaces de matar como los hombres? ¿Queremos ser tan promiscuas? Está claro que las mujeres podemos hacer todas esas cosas, que podemos matar y que podemos tener una atracción sexual desatada. Además, en general, la idea de que hay un orden natural de las cosas no es del todo correcta, porque todo depende del entorno y la cultura.

P. Siempre habrá promedios, como comentabas antes.

R. Hay ejemplos en todo el mundo, y a lo largo de la historia, de mujeres extremadamente violentas, dictadoras, capaces de actos de agresión atroces. Sabemos que somos capaces de todo eso. Quizá simplemente somos menos capaces. Estamos menos motivadas que los hombres para hacerlo. Me gustaría demostrar que las mujeres somos poderosas aun reconociendo que existen diferencias. Hay que abordar como sociedad esas limitaciones y apoyar a las mujeres, pero entendiendo que, por ejemplo, hay cosas que son naturales para ellas y no para ellos, como tener bebés y amamantarlos. Los hombres no están diseñados para gestar el nacimiento o para lactar. En definitiva, creo que deberíamos reforzar la capacidad heroica de las mujeres, pero entendiendo sus diferencias. Y lo mismo con la capacidad de los hombres para ser padres y compañeros devotos. Espero que sigamos haciéndolo, aunque quizá nos hemos movido demasiado en una dirección y el péndulo tiene que retroceder más hacia la realidad ahora.

Carole Hooven es profesora y codirectora de estudios universitarios en el Departamento de Biología Evolutiva Humana de la Universidad de Harvard. Su libro'Testosterona' (Arpa) acaba de ser traducido al español. Es un viaje por el orígen biológico de la masculinidad y ha suscitado cierta polémica en Estados Unidos al plantear debates que muchos consideran prohibidos. Dice que la hormona explica casi todas las diferencias entre sexos en el reino animal. Y sostiene que el ser humano no es una excepción, aunque seamos capaces de controlar y modular los instintos gracias a la educación y al barniz cultural.

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