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"Muchos países se han lanzado ya a la guerra global por atraer inmigrantes y talento"
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entrevista con andrew seele

"Muchos países se han lanzado ya a la guerra global por atraer inmigrantes y talento"

Es uno de los mayores expertos en temas migratorios. Su visión del fenómeno, enfocando el debate en la economía sin perder de vista el impacto cultural, se cobra terreno en muchos gobiernos occidentales

Foto: Andrew Selee. (Jason Koerner/Getty)
Andrew Selee. (Jason Koerner/Getty)

Andrew Selee es el presidente del Migration Policy Institute (MPI), una de las instituciones más influyentes de Estados Unidos en materia de políticas migratorias. Profesor de la Universidad de Georgetown (Washington D.C.) y autor de varios libros sobre el tema, trabajó durante 17 años en el Woodrow Wilson Center, 'think tank' de referencia para varias administraciones estadounidenses y promotor de iniciativas que acaban a menudo en el Capitolio y la Casa Blanca.

PREGUNTA. La pandemia frenó en seco los flujos migratorios. ¿Cómo ha evolucionado la situación ahora que las cosas se van normalizando poco a poco?

RESPUESTA. Hemos vivido dos años con una movilidad muy reducida, con muchas restricciones sobre quién podía viajar, cuándo y dónde. Hubo limitaciones en el sistema de asilo y en las fronteras físicas, que permanecieron cerradas durante largos períodos. Ahora, la mayor parte de estas cosas están volviendo a la normalidad, pero hay otras que quedaron grabadas a fuego y van a ser difíciles de recuperar. Por ejemplo, varios países todavía no han reactivado sus sistemas de asilo en la frontera. Estados Unidos está en ese punto y todavía hay restricciones vigentes, aunque van reduciéndose, para viajar por aire y tierra. Sigue siendo más difícil cruzar fronteras ahora que antes del covid, pero vamos volviendo a algo parecido a lo que teníamos antes del coronavirus.

"Es muy complicado que logren que el sistema de visados vuelva funcionar bien"

P. ¿Y esa normalización se está notando claramente en el número de migrantes que viajan?

R. Sí y no. Una de las cosas que el covid ha provocado en casi todas partes del mundo es el colapso de los visados porque los consulados estuvieron cerrados y no se procesaron. Esto es todavía un factor de disuasión para gente que llega con un visado de turista, pero especialmente para los que quieren inmigrar o están esperando visados para estudiar, trabajar o reunirse con su familia en el exterior. Es un problema muy importante para algunos países porque recorta drásticamente el número de personas capaces de migrar y cubrir las necesidades del mercado laboral en economías clave como Estados Unidos y Europa.

P. ¿Ha cambiado mucho la política migratoria de EEUU desde la salida de Trump y la llegada de Biden?

R. Ha habido un cambio en la manera en la que el Gobierno de EEUU habla sobre inmigración. La Administración Trump estaba muy enfocada en ralentizar la inmigración, tanto la legal como la no autorizada. La Administración Biden ahora tiene un tono más positivo, más en línea con otros gobiernos recientes de ambos partidos. Pero la realidad es que es muy complicado que logren que el sistema de visados vuelva funcionar bien. Trump lo ralentizó todo agregando cada vez más requisitos, y eso es parte del problema. Luego el covid agravó la situación. Así que EEUU tiene ahora un gran problema por ese colapso en el sistema de visados, que está evitando que llegue gente a cubrir puestos de trabajo necesarios. Las autoridades han buscado atajos legales para acelerarlo, sobre todo con ciertos grupos, pero no han sido capaces de cambiar la legislación. Hay demasiada división en el país para lograrlo y hay muchas líneas de trabajo paralizadas.

P. ¿Pero ha habido cambios sustanciales más allá de la manera de hablar del tema?

R. En términos de la frontera, creo que hemos visto dar continuidad a muchas de las medidas que ya había bajo la Administración Trump, pero se están aplicando de manera diferente. Por ejemplo, el Título 42, que permite a las autoridades deportar gente a México sin mucho papeleo, sigue vigente, pero el Gobierno ha sido más clemente a la hora de permitir a esa gente entrar y permanecer en Estados Unidos. No un hay cambio de la ley, pero sí ha cambiado cómo se aplica. Lo mismo respecto a los visados. Ha habido un intento de ser más flexibles y expeditos en los procesos.

Foto: Llegada de menores migrantes a Ceuta. (EFE)

P. La pandemia demostró que los migrantes eran clave para varios sectores de la economía en Europa, Australia y Estados Unidos. Sin embargo, pese a que hay grandes problemas para lograr satisfacer millones de puestos de trabajo, la percepción social sigue siendo la misma. En general, cunde la sensación de que hay demasiados migrantes.

R. Es una paradoja fascinante. La mayoría de las economías desarrolladas necesitan ahora mismo más fuerza de trabajo y necesitan inmigrantes para satisfacer sus necesidades. Esto lo puedes ver en EEUU con anuncios de contratación en casi todos los distritos comerciales del país. También sucede en Europa. Creo que cada vez se entiende mejor que la inmigración es parte de la política económica de un país. Pero afloran otros problemas. Uno de ellos es la percepción de que la mayoría de los migrantes llega al país por medios ilegales, aunque es justo lo contrario en casi todos los países. El hecho de que los que no vienen por los canales regulares sean tan visibles, y tan mediáticos, influye en esta percepción.

P. ¿Qué otros problemas explican esta paradoja de la que hablas?

R. Pues que la inmigración trae cambios consigo. Eso es innegable. En muchos casos los efectos son positivos, por ejemplo añaden dinamismo económico. Pero la inmigración acaba teniendo también un impacto cultural. Y aunque esto pueda ser bueno a largo plazo, la gente lo experimenta de formas muy diferentes. Muchos lo ven como una pérdida irreversible de su identidad, de su forma de vida, de lo que tenían antes. La conclusión es que tenemos que asegurarnos de traer la gente que necesita la economía de un país y por medios legales, porque si no van a venir por otras vías, vayan o no a ser contratados. Y también tenemos que asegurarnos de que el ritmo es aceptable para los nacionales, para evitar que haya una reacción en contra. Mal manejado, alimenta las voces más xenófobas de nuestras sociedades.

Foto: El presidente de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Marcial Guillén)

P. La mayoría de los países, de China a EEUU, de Europa a Japón, tienen ahora un enfoque restrictivo. Sin embargo, Australia, que fue durante años el país ejemplo de las políticas draconianas, está subiendo el tope de migrantes legales que van a aceptar. El propio Gobierno asegura que están pasando del enfoque ‘Fortaleza Australia' a lo que ellos han definido como "una guerra global por el talento". ¿Es una excepción o son una vez más la vanguardia de un fenómeno que se va a extender?

R. Creo que vamos a ver cada vez más medidas como esta. Muchos países se están dando cuenta de que el debate necesita volver la atención a cómo traer gente, más que cómo mantener a la gente fuera. Lo estamos viendo en Australia, pero también Alemania, países que históricamente ha sido muy duros sobre los requisitos necesarios. Ambos países están trabajando en una flexibilización del proceso para migrar y trabajar legalmente de forma mucho más fácil. Canadá, por ejemplo, sufrió mucho durante la pandemia para lograr su objetivo de atraer 400.000 inmigrantes anuales. Y están subiendo el tope. Hay un movimiento real en este aspecto. Incluso en EEUU las leyes son ahora más flexibles. O en España, que ha dado pasos para hacer la migración laboral más sencilla, así como la transición para los que ya están en el país y se integran de manera legal en la fuerza laboral. Creo que podremos ver esto en el futuro en otros muchos países. Todavía veremos un gran rechazo contra la migración irregular como narrativa dominante. Pero ya muchos países se han lanzado a esta ‘guerra global’ por el talento y están pensando en cómo atraer más personas a sus países.

P. El invierno demográfico se acerca y las estimaciones de la ONU están quedando rebasadas por nuevos estudios que nos dicen que ya estamos casi ahí. Esto lógicamente tendrá impacto en los flujos migratorios. Hay países que han emitido muchos migrantes en los últimos años, pero ahora se están quedando por debajo de la tasa de reposición natalicia. Como Brasil, México o Tailandia. ¿Dejarán de ser emisores y se hará más dura la pelea por atraer mano de obra y talento?

R. Efectivamente, tenemos que buscar talento en varios niveles, porque las economías necesitan trabajadores especializados, pero también en agricultura, servicios, manufactura... Esto se ve en sociedades que nunca fueron abiertas a la inmigración, como Corea del Sur o Japón, por ejemplo. De repente se encuentran con una urgente necesidad de trabajadores migrantes y tienen que replantearse todo. También lo estamos viendo en América Latina, donde hay menos debate sobre migración por la crisis venezolana. Pero si no fuera por la llegada de desplazados de países como Cuba o Venezuela, habría otros como Chile, Colombia, México o Brasil donde estarían hablando sobre cómo atraer inmigrantes para sus mercados laborales. Porque sus sociedades también están envejeciendo. Se están convirtiendo en países de renta media y media-alta, aunque con altas tasas de pobreza todavía.

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P. En algunos ya está ocurriendo, ¿no?

En México puedes ver ya grandes números de centroamericanos, haitianos —y cada vez más europeos y asiáticos en niveles más especializados— asumiendo trabajos que en otro momento podrían haber sido para mexicanos, simplemente porque el mercado laboral se está expandiendo y la población envejeciendo. Así que sí, es fenómeno global. Y obviamente, en Europa y Norteamérica el asunto del envejecimiento de la población es crucial para el futuro de los mercados de trabajo. Hay dos temas centrales: uno es la necesidad estructural de inmigración en muchos de estos países desarrollados y cada vez más en economías emergentes. Y, a la vez, hay una coyuntura puntual, porque después del covid muchas economías se expandieron muy rápido. Estamos en un momento en el que todo esto se acelera y se magnifica, pero es un problema estructural que nos acompañará durante mucho, mucho tiempo.

P. Estamos hablando de que en unas cuantas décadas muchos países que eran emisores de migrantes se convertirán en receptores. Incluso países que eran percibidos como bombas demográficas se acercan a la tasa de reemplazo natalicio. El cóctel es delicado.

R. Todavía tenemos dos o tres décadas hasta que eso se convierta en la norma. Todavía hay suficiente gente y hay suficiente desigualdad, particularmente en África y ciertos países del Sudeste Asiático y Latinoamérica, para mantener los flujos. Buena parte de la migración en las próximas dos décadas probablemente será africana, de países que todavía no han iniciado sus ciclos migratorios extrarregionales y por el momento se han limitado a su vecindario. Pero efectivamente ya hay un límite sobre cuánta gente va a estar emitiendo países como Turquía, Marruecos y México, por ejemplo. Seguirá llegando gente, y habrá momentos álgidos. Pero ya pasó el grueso migratorio. Los países que salgan del flujo emisor serán reemplazados por otros países que todavía no estaban en este circuito migratorio global.

P. ¿Pero qué sucederá cuando esto también acabe?

R. Probablemente parte de la respuesta tiene que venir de la tecnología, la innovación y la automatización, porque llegaremos a un punto en el que esos trabajos duros que solo los migrantes querían hacer van a ser difícilmente cubiertos. Todavía queda mucho para eso y todavía viviremos un período de gran migración, con nuevos patrones y rutas. Y especialmente porque los países se están recuperando muy desigualmente de la pandemia, que dañó especialmente a las clases medias.

Foto: Nancy Pelosi. (EFE/Franck Robinchon)

P. También vemos países, como Cuba o Ucrania, expulsando grandes cantidades de migrantes por motivos coyunturales, por crisis humanitarias, guerras, desastres nacionales...

R. Sí, hay estados frágiles y vivimos en un mundo en conflicto. Países como Venezuela o Cuba son países de migración no solo por la pobreza, sino por el conflicto político y social. O Ucrania, que no es un país rico, pero tampoco un país pobre, y vemos una gran salida de gente por la invasión rusa. Este tipo de eventos también genera movilidad inesperada y son difíciles de predecir. La crisis que causó el colapso de Siria o, más recientemente, la toma de Afganistán por los talibanes... La guerra, los conflictos internos, etcétera, probablemente seguirán alimentando el flujo de migrantes en el futuro.

P. Paradójicamente, los países con un cierto nivel vida colapsan y emiten muchos más migrantes que los países más pobres.

R. ¡Muchos más! Como Ucrania, Venezuela o la propia Siria, que en el contexto de Oriente Medio era un país con cierta estabilidad y una clase media profesional no mayoritaria, pero en auge. Cuando la gente emigra es porque tienen una posibilidad de prosperar o porque su estilo de vida colapsa completamente. Mucha gente perdió trabajos durante la recesión de covid, pero no son los estratos más pobres, que han sido más resilientes y que si estuvieran pensando en migrar ya lo habrían hecho, sino las clases medias precarias que de repente pierden su puesto en la economía formal. Estos son los que migran en avión y llegan con buen equipaje y quizás algunos activos. Venden su coche, su casa... y se marchan. Los que no tienen casa, ni coche, lo tienen más difícil para salir. Muchos de los que salen buscan un futuro que se parezca al que les quitó la crisis o la guerra que se desató en su país.

P. Países como Canadá han conseguido cambiar la percepción desde el control migratorio hacia la gestión migratoria. ¿Qué podemos aprender de ellos para hacer esta transformación?

R. Canadá y Nueva Zelanda son probablemente los países que mejor han comprendido que la inmigración es parte de su futuro económico. Siempre han hablado del tema como un asunto de interés nacional y han construido vías legales muy robustas para que la gente pueda ir a trabajar. Al mismo tiempo, han sido muy duros con los que llegan a través de canales irregulares. La geografía les ha ayudado. Nueva Zelanda son islas y Canadá está rodeada por agua y Estados Unidos. Pero también con los refugiados han sido modélicos. Canadá es líder mundial en reasentamiento de refugiados ahora mismo, siendo conscientes de que esto es parte de su compromiso humanitario y sus valores culturales como canadienses. Y al mismo tiempo esto beneficia su interés nacional, ya que los refugiados suelen integrarse muy bien en los mercados de trabajo y suplen las necesidades laborales de la economía. Así que tienen estas dos corrientes que convergen: interés nacional económico y valores nacionales, creando así un ciclo virtuoso. Esto siempre puede romperse, pero parece que al menos los canadienses todavía quieren más y no menos migrantes, que eso es vital para su competitividad en la economía global y para tener su fuerza de trabajo renovada.

Foto: Justin Trudeau, en una visita a la Royal Canadian Legion. (Reuters) Opinión

P. Un problema clásico es poder diferenciar la migración económica de los refugiados que huyen porque su vida está en peligro ¿Cómo deshacer esta confusión cuando precisamente en tantos casos confluyen la circunstancia económica y política?

R. Es difícil, muy difícil. No tenemos respuesta para esto. El mejor primer paso es asegurarnos de que las leyes de la oferta y la demanda funcionen de manera efectiva, lo que significa que el país tiene suficientes vías legales para que vengan personas que se adapten a las necesidades de la fuerza laboral, porque de lo contrario es probable que atraiga a personas a través de otras formas irregulares. Luego, se necesitan sistemas sólidos para que el asilo realmente haga algunas distinciones entre quien merece la protección de refugiado y quién no. Lo que sucede en gran parte del mundo desarrollado en este momento es que los sistemas de asilo se convierten en el punto de acceso predeterminado para la migración laboral, porque los canales legales no existen.

P. ¿No hay ninguna alternativa?

R. Se necesita una ruta sólida de migración laboral junto con un sistema de asilo efectivo. Con estas condiciones, creo que también es legítimo deportar a las personas que no optan por la vía legal. España ha hecho algo interesante, especialmente con América Latina. Tiene vías laborales bastante sólidas que además dan acceso a la Unión Europea dentro del régimen de movilidad laboral de Schengen. Pero todavía ves a muchos latinoamericanos que ingresan y solicitan asilo, o que simplemente desaparecen en la economía informal. Pero con el tiempo, en España pueden legalizar su situación si tienen trabajo o arraigo en la comunidad. Así que España constantemente saca a las personas del estado irregular y las convierte en residentes legales, lo cual es muy inteligente. Es bastante efectivo porque hay menos debate sobre la migración irregular ya que, en última instancia, la mayoría de esas personas terminan siendo residentes legales. Así no terminas con grandes sectores de la población sin documentos, como en EEUU que hay 11 millones de personas en la irregularidad, el 3% de nuestra población y el 5% de nuestra fuerza laboral. Lo que me gusta más del sistema español es que tienes flexibilidad. El sistema de EEUU es increíblemente rígido. No es perfecto, pero es útil.

P. Pero con este modelo todo el esfuerzo recae sobre los propios migrantes. Y esto tiene dos efectos negativos. Por un lado es menos eficiente para el país de acogida. Por otro, frustra a las personas que tienen que pasar por ese calvario y muchas acaban cayendo en la marginalidad y el rencor.

R. Estoy de acuerdo. Creo que la situación ideal es tener esa flexibilidad de entrada y ser capaz de ir adaptándote. Por ejemplo, si hay una crisis de refugiados y tu economía y tu mercado laboral necesitan mano de obra, puedes ajustar rápidamente tu sistema a esa realidad. Esa es la mejor opción. Pero la segunda mejor opción es tener la suficiente flexibilidad para ajustar los flujos migratorios una vez que han llegado. Una vez que están en el país, sacarlos de las sombras. Canadá es uno de los pocos países que hace lo primero, pero tenemos que recordar que Canadá es esencialmente una isla con una larga frontera con Estados Unidos. Es mucho más fácil tener una política estratégica y bien planteada cuando no tienes oleadas inesperadas llegando del Sahel, de Marruecos o de Ucrania.

"Uno de los mayores desafíos de la migración son los cambios culturales que provoca"

P. Hablemos del caso ucraniano.

R. La Unión Europea ha respondido de manera especialmente inteligente, evitando que pasen todos a través del programa de refugiados y dándoles un año de protección temporal completa, ampliable a tres. Algunos países están dando incluso más que eso, ofreciendo beneficios especiales. Esencialmente, se pueden mover como si fueran ciudadanos miembros de otro país del área Schengen. Y después ya encontraremos una solución permanente. De no haber sido así, tendríamos que haber procesado millones de solicitudes, categorías, burocracia… Colombia hizo algo parecido con la llegada de medio millón de venezolanos en cinco años. Al final, las autoridades colombianas vieron que no podían procesar tantas solicitudes de personas que llegaban por diferentes motivos, algunas con hijos, otras con familia, etcétera. Así que les dieron diez años de protección temporal para que pudiesen tener una nueva vida. No solo es una decisión más humana, sino que evita el colapso del sistema.

P. Hay países que están teniendo enormes problemas para asimilar a las personas que se incorporan a su sociedad y su mercado laboral. No podemos negar tampoco que esto sucede. Hay ciudades francesas, sin ir más lejos, donde hay problemas reales de delincuencia, marginación, violencia, que trascienden la percepción subjetiva sobre lo rápido que cambia su sociedad. Hay algún consenso académico sobre cómo evitar que esto suceda o es inevitable.

R: Está claro que uno de los mayores desafíos de la migración son los cambios culturales que provoca. Los recién llegados se ven forzados a ajustar su forma de vida y las personas que los reciben también tienen que ajustarse a los cambios. Está en el propio interés de cualquier país conseguir que esto ocurra de manera exitosa, que la gente que llega pueda triunfar y quiera quedarse, y quiera que sus hijos crezcan en el país que han elegido para vivir. Y a menudo no le dedicamos mucho tiempo a pensar de manera activa cómo estos niños pueden tener éxito en la escuela, como pueden aprender un idioma que no dominan o puedan desembarcar en un mercado laboral al que llegan con menos credenciales y habilidades que los que ya estaban aquí. Cuanto más podamos invertir en ello, más fácil será conseguir resultados positivos.

P. ¿Eso es todo?

R. También es muy importante crear narrativas inclusivas. A menudo enmarcamos nuestra cultura, nuestro sentido de nación, alrededor de ideas que consideramos inmutables pero no van a serlo. Esto va a ocurrir antes o después en prácticamente cualquier país del mundo porque va a seguir habiendo movilidad. Algunos países van a tener más inmigración que otros, pero no va a haber países a los que la gente no emigre o a los que la gente no regrese tras haber emigrado, volviendo con ideas y maneras de actuar distintas a las que tenían cuando se fueron. Todos cambiamos en ese proceso. ¿Cómo creamos un sentimiento de nación que sea inclusivo con las diferencias sin perder la esencia de lo que eres como país? Ese es el desafío. Para países como Canadá, Estados Unidos o Australia, con todas las dificultades que tenemos, esto resulta más natural porque siempre han sido sociedades formadas por migrantes. Pero en el resto del mundo, para la mayoría de países, esto no funciona así.

"Hay personas que llegan a nuestras sociedades con una mochila racial o étnica que afecta a cómo se percibe su identidad"

P. El mayor experimento de esto que dices, de naciones que no se han creado como naciones de inmigrantes pero reciben grandes cantidades, es Europa.

R. Todos tenemos divisiones étnicas y raciales en nuestros propios países que tienen un reflejo en la manera en la que percibimos y recibimos a los migrantes. Quiero decir que la experiencia de la migración a España seguramente es muy diferente para alguien de Oriente Medio que para alguien de un país de habla hispana. Y también es muy diferente la experiencia de alguien que llega con dinero y de alguien que llega sin dinero. La de alguien que viene de una clase social alta y la de alguien que viene de una clase social inferior. Tenemos que ser conscientes de que esto es muy importante y encontrar mecanismos para compensar estas desventajas y evitar que estas personas reciban un trato diferente. Creo que es uno de los desafíos de un país como Francia. Es importante que reconozcamos que, aunque en un país todas las personas estén sujetas a las mismas obligaciones y derechos, hay personas que llegan a nuestras sociedades con una mochila racial o étnica que afecta a cómo se percibe su identidad y cómo se les integra en el mercado laboral. La respuesta no siempre puede ser ignorarlo y decir que, bueno, que todo el mundo es igual ante la ley. Hay que tener una conversación sincera sobre el tema y tenerla en cuenta en la política, en el debate público, etcétera. Es algo que no va a ocurrir de manera natural y de ello depende el futuro de nuestra sociedad, particularmente cuando la gente que viene no siente que sea bienvenida. Es un gran desafío, eso es evidente.

P. La migración se está utilizando cada vez más como un arma. Lo hemos visto en España con Marruecos, lo hemos visto con Turquía.

R. Es un asunto peligroso y delicado. Algunos gobiernos, sobre todo autoritarios, han aprendido que pueden utilizar la migración como un arma para negociar. Y no hay una respuesta sencilla para esto. Hay países que están siendo chantajeados y que tienen que decidir si permiten que se imponga esta narrativa de la invasión migratoria, que es terrible. La manera más inteligente de afrontarlo es no ceder al chantaje migratorio y no permitir que se imponga esta narrativa, evitar que provoque una crisis interna y con tu opinión pública. Es lo que está tratando por ejemplo de hacer Estados Unidos con Nicaragua y con su decisión de eliminar visados para los cubanos, provocando así una avalancha de caribeños que entran a través de Nicaragua. Los legisladores tienen que evitar caer en la trampa de los países chantajistas.

Andrew Selee es el presidente del Migration Policy Institute (MPI), una de las instituciones más influyentes de Estados Unidos en materia de políticas migratorias. Profesor de la Universidad de Georgetown (Washington D.C.) y autor de varios libros sobre el tema, trabajó durante 17 años en el Woodrow Wilson Center, 'think tank' de referencia para varias administraciones estadounidenses y promotor de iniciativas que acaban a menudo en el Capitolio y la Casa Blanca.

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