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¿Sabe Israel cuándo retirarse de la guerra de Gaza? Varias opciones sobre la mesa y ningún plan real
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¿Sabe Israel cuándo retirarse de la guerra de Gaza? Varias opciones sobre la mesa y ningún plan real

Para proclamar la victoria hay que definir un objetivo, alcanzarlo, dictar términos de rendición al vencido y establecer mecanismos para que se cumplan

Foto: Un soldado israelí trabaja encima de un tanque en la frontera con el centro de Gaza. (Reuters/Amir Cohen)
Un soldado israelí trabaja encima de un tanque en la frontera con el centro de Gaza. (Reuters/Amir Cohen)

División 99 al norte. División 36 al centro, cortando suministros del enemigo. División 98 al sur, al laberinto de Jan Yunis. Para un portavoz militar, es fácil contar los avances de Israel en Gaza, un tanque perdido, dos heroicos soldados caídos. Una guerra clásica, aunque lenta. Luchar contra guerrilleros atrincherados en un campo minado siempre es difícil, y el centenar de soldados isralíes muertos en Gaza solo en diciembre lo atestigua. Pero avanzar no es el problema esencial. La gran cuestión es cuándo retirarse.

Veinte días tardaron los tanques israelíes en cruzar la valla y entrar en Gaza, tras el asalto de Hamás el 7 de octubre con su millar de civiles muertos. Veinte días en los que los estrategas militares se harían tres preguntas. Uno, cómo entrar. Eso está resuelto. Dos, qué hacer con los rehenes. Eso también se resolvió: hacer como si no existieran, dejar que mueran bajo cualquier bombardeo, y si por casualidad alguno no se muriese, dispararlo. Esto último suena cínico, pero es lo que ha ocurrido. Tres, cómo salir. Victoriosos, claro, pero para proclamar la victoria hay que definir un objetivo, alcanzarlo, dictar términos de rendición al vencido y establecer mecanismos para que se cumplan. Y nadie había aclarado en dos meses largos de guerra cuál debe ser el futuro de Gaza, el día después de la victoria. Hasta la semana pasada.

"Hamás debe ser destruida, Gaza debe ser desmilitarizada y la sociedad palestina debe ser desradicalizada", así resumió Benjamín Netanyahu el día de Navidad en el Wall Street Journal las "tres condiciones" para firmar la paz. "Las capacidades militares de Hamás deben ser destruidas y su régimen político en Gaza debe terminar", abundó. Pero aparte la pregunta de cómo se verifica si una organización implantada en la sociedad está "destruida", se plantea la cuestión de qué hacer después. Ya lo advirtió el analista israelí Adi Schwartz en un encuentro con periodistas en octubre en Jerusalén, semanas antes de la operación terrestre: "Acabar con Hamás en la Franja no quiere decir que no vuelva a formarse uno o dos años más tarde". Algo inevitable, en su opinión, pero asumible si Israel ejercía un estricto control sobre la frontera egipcia para evitar la llegada de armas. Como si hasta ahora no hubiera intentado eso mismo.

Coincidía Yossi Kuperwasser, exjefe de una unidad de espionaje en las Fuerzas Armadas israelíes y antiguo director general del Ministerio de Asuntos Estratégicos: "No se puede fiar uno de los palestinos, de ninguno. Si nos retiramos, formarían una nueva organización similar". Por lo tanto, la solución era obvia: "Israel se debe quedar en Gaza".

Foto: Soldados israelíes, en el norte de la Franja de Gaza. (Reuters/Ronen Zvulun)

Esta es una de las tres opciones en la mesa que evocan en el diario Haaretz tanto el general en la reserva Eival Gilady como el analista Michael Milshtein de la Universidad de Tel Aviv... solo para rechazarla de plano. No tiene defensores en Israel "salvo un puñado de figuras mesiánicas", asegura el primero. Metería a Israel en una versión a escala del terrible atolladero en el que se encontró Estados Unidos en Irak, tras derrocar a Sadam Hussein e intentando administrar el país, argumenta el segundo.

Además, está la tercera condición que debe cumplirse antes de firmar la paz: la de desradicalizar la sociedad palestina. Sí, antes, según Netanyahu. Se preguntará el lector si la mejor manera de "desradicalizar" una sociedad y hacer que sus colegios enseñen "adorar la vida en lugar de la muerte", como pide el primer ministro, es infligirle el mayor daño y destrucción posible hasta que su vida sea un infierno. Pero sobre todo hay que preguntarse quién se encargará de liderar este proceso, previo a que Israel ponga fin a la guerra. ¿La Autoridad Palestina?

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, asiste a una conferencia humanitaria internacional en favor de la población civil de Gaza. (EFE/Ludovic Marin)

No: esta "financia y glorifica el terrorismo en Judea y Samaria" (es decir en Cisjordania) y "educa a los niños palestinos para que intenten destruir Israel", se queja Netanyahu en su manifiesto navideño, descartando de plano que pueda asumir el control de Gaza. Kuperwasser está de acuerdo: "No podemos entregar el territorio a la Autoridad Palestina, porque ellos tienen la misma ideología enfocada a destruir Israel".

¿Forma parte Netanyahu de ese "puñado de figuras mesiánicas" que, en opinión de Gilady abogan por que Israel se quede en Gaza? No lo sabemos, porque su texto solo insiste en que Israel "debe mantener a medio plazo una responsabilidad suprema de seguridad en Gaza". Vale, y ¿quién pagará al conductor de la excavadora que recoge los escombros? ¿quién al fontanero que repone las tuberías? ¿quién se encargará de diseñar el currículum escolar, ese que enseña a adorar la vida mientras te bombardean? ¿Lo hará Israel a la vez que siga disparando?

La única opción factible es una tercera vía, propone Gilady: Una fuerza internacional que se haga cargo, con colaboración de Egipto y Jordania, hasta que la Autoridad Palestina pueda asumir alguna función civil. Y lo mismo propone Milshtein: una administración compuesta por "fuerzas locales, tribus, clanes y ONGs", con "una intensa colaboración de Egipto, Estados Unidos y quizás Arabia Saudí y Emiratos". Lo de llevar al poder tribus y clanes es un modelo copiado de Afganistán e implantado por Washington en Irak como antídoto a la temida democracia, con tanto éxito que el país ha quedado destruido para generaciones; es lo que tiene el tribalismo. En todo caso, el modelo está claro: Israel destruye y luego pasa la patata caliente al resto del mundo. Alguien querrá ocuparse ¿no?

Foto: Soldados israelíes desplegados en Gaza sostienen una bandera con el mensaje "Volviendo a casa". (IDF/Twitter)
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Se permiten las dudas. Porque esta fuerza internacional o bien tiene que imponer, ella misma, un régimen lo suficientemente militarista para impedir todo intento de lanzar algún nuevo cohete casero... o estará expuesta a los bombardeos israelíes de represalia, junto al resto de la población. En el primer caso, esa fuerza se convertirá en el blanco preferido del islamismo militante en toda la región, y es algo que no le conviene a ningún país árabe. En el segundo, veremos funerales de soldados egipcios muertos por bombas israelíes. Esto es inasumible.

Así las cosas, no sorprende la solución que propone Ronit Marzan, analista con 32 años de experiencia en los servicios de espionaje israelíes: Israel debe tomar la Franja y expulsar a los palestinos. A todos. Que no quede ni uno. No, no para luego colonizarla como se intentó antes y como reclama hoy la extrema derecha israelí. Sino para dejarla vacía. Marzan es lo que en Israel se llama "izquierda": en el pasado, la ultraderecha la ha tildado hasta de "defensora de Hamás". Pero este es su planteamiento: "Israel debe convencer a la gente en Gaza que si quieren tener una vida agradable, tienen que abandonar la Franja. Todos los países deberían aceptar contingentes de refugiados. E Israel debería construir una enorme base militar en Gaza para defenderse. No podemos permitirnos otra cosa".

Lo que sí sorprende es que Marzan, académica de la Universidad de Haifa, celebrada como experta en sociedades árabes, crea realmente que expulsar a dos millones de personas de la Franja sea una propuesta realista. Eso da la medida del conocimiento que hasta la élite intelectual de Israel tiene del mundo que lo rodea: ninguno.

Foto: Tanques israelíes dentro de la Franja de Gaza. (Reuters/IDF)

Una similar propuesta la hizo, antes de empezar la operación terrestre, Giora Eiland, general retirado y exjefe del Consejo Nacional de Seguridad. No habría que invadir la Franja, propuso en entrevista telefónica. "Yo recomiendo imponer un asedio muy, muy estricto a Gaza, durante semanas o meses. Impidiendo que llegue comida, agua, energía; así la única manera de sobrevivir para la población sería cruzar la frontera hacia Egipto. Los que prefieran quedarse probablemente no sobrevivirían". Como lo oyen. Eiland estaba seguro de que Egipto tendría que facilitar este éxodo, aunque sea presionado por los demás países árabes, ante las imágenes de hambre y muerte, y construiría campos de refugiados.

Se equivocó. Egipto se mantuvo en sus trece: no dejaría salir a nadie de Gaza, si Israel no le permitía llevar ayuda humanitaria a la Franja, así lo dejó claro desde los primeros bombardeos. El pulso diplomático duró días, y de cierta manera sigue aún, y sigue costando vidas, pero impide que Israel lleve a la práctica los que Eiland y Marzan creen la solución definitiva, una Gaza sin palestinos, y lo que el ministro Avi Dichter, no el más radical de la camarilla de Netanyahu, ha propuesto abiertamente, al asegurar que Israel estaba llevando a cabo una nueva Nakba, término que describe la expulsión forzosa de gran parte de la población palestina de los territorios que las milicias sionistas conquistaron en la guerra de 1948, antes de declarar el Estado de Israel. El objetivo, solo parcialmente conseguido entonces, era tener una tierra libre de no judíos.

Pero Egipto no quiere a dos millones de gazatíes en su territorio. Por una parte va contra el consenso alcanzado por los Estados árabes desde la primera Nakba: no permitir que Israel borre la existencia del pueblo palestino. Por eso, ningún país árabe, salvo Jordania, ha dado la nacionalidad a los palestinos exiliados en 1948; hacerlo haría desaparecer un síntoma del conflicto, el de los refugiados, pero no el conflicto. Y cabe prever que si Egipto permitiera el vaciado de la Franja de Gaza, el próximo paso para los ultrarradicales sionistas que gobiernan Israel sería repetir la misma operación con Cisjordania.

Foto: Escenas de destrucción en Gaza tras un ataque israelí (EFE/Anadolu TV)

Por otra parte, acoger a millones de palestinos es un riesgo. Aún se recuerda el intento de los fedayín palestinos de derrocar la monarquía de Jordania en 1970, y sobre todo se recuerda que fueron esos mismos milicianos quienes, expulsados de Jordania, convirtieron Líbano en su base para continuar la guerra contra Israel, hasta provocar la invasión israelí de 1982... y una guerra civil que ha destrozado el país de los cedros hasta hoy. Y eso fue antes del advenimiento del islam político. Con la causa palestina de hoy pasada por la centrifugadora de yihadismo internacional, que envía a mercenarios entrenados desde Afganistán o Chechenia, reasentar en campamentos en el Sinaí a dos millones de gazatíes, entre ellos decenas de miles de combatientes irredentos, es una bomba de relojería. Con la mecha muy corta: Israel responsabilizaría a El Cairo de cualquier cohete y seguiría bombardeando, esta vez del lado egipcio de la frontera. No, gracias. Si Israel quiere alojar a dos millones de gazatíes en un desierto, tiene suficiente en su propio territorio, todo el Negev, dijo el presidente egipcio, Abdelfatah Sissi, ya en octubre.

Esta es la realidad. Y frente a ella, las múltiples propuestas para el día después que aparecen en discursos, análisis y columnas en la prensa israelí son apenas un agitar de banderas de cara a la galería, según los intereses de cada uno: quedar bien con el público norteamericano, atraerse los votos de la ultraderecha, presentarse como alternativa centrista... Esto va desde la sugerencia del ministro de Patrimonio, Amichai Eliyahu, de lanzar una bomba atómica sobre Gaza —ante el escándalo se desdijo, pero su padre, el rabino Shmuel Eliyahu, lo repitió explícitamente días más tarde— hasta la columna del ex primer ministro Ehud Olmert en el Haaretz, la semana pasada, en la que el viejo político propone salvar a los rehenes poniendo fin a los combates de inmediato. Es decir, dejando a Hamás en el poder en Gaza, y listo. A los familiares de los civiles secuestrados les gustará leerlo. Netanyahu ya ha decidido que su futuro político no pasa por salvar los rehenes.

Cogidos en un remolino, en el que el único eje parece ser el futuro político de Netanyahu, muchos israelíes miran hacia Washington: ¿impondrá Joe Biden por fin alguna solución? Es una actitud habitual entre lo que en Israel se llama izquierda: esperar que Estados Unidos salve el Estado judío de sí mismo. Pero nunca ha ocurrido. Bajo el título altisonante de El arma secreto de Biden frente a Netanyahu, el diario Haaretz reveló en noviembre la táctica del presidente estadounidense ante quien es su gran adversario incluso en su propio terreno electoral: decir sí a todo y perdonarle toda afrenta contra la diplomacia estadounidense, sin nunca imponerle nada, en la vaga esperanza de convertirse en su sostén imprescindible. "Bibi, no estoy de acuerdo en nada contigo pero te quiero", dijo Biden —según relató él mismo en 2014— al hombre que ya entonces tenía papeletas para ser el más odiado de Israel, y hoy lo es mucho más. Este amor no ha cambiado.

Foto: Los gazatíes escapan de la ciudad de Gaza después del ultimátum de Israel. (EFE/Mohammed Saber)

Hay una cosa que tienen en común los análisis de Ronit Marzan y Giora Eiland, de Kuperwasser, Gilady, Milshtein, Eliyahu y Olmert: solo se preguntan qué hacer con esta franja maldita de 400 kilómetros cuadrados a orillas del Mediterráneo, como si allí hubiera surgido el problema y como si el problema de Israel desapareciera si Gaza se pudiese borrar, por arte de magia o por una bomba atómica, de la faz de la tierra. Nadie evoca la pregunta de cómo hacer la paz con Palestina.

Para hacer la paz con Palestina, Israel necesitaría aclararse qué tipo de país quiere ser, con qué fronteras, y con qué ciudadanía. Y esto es algo de lo que no solo huye Netanyahu, sino de lo que han huido todos sus predecesores, porque implica un cuestionamiento nacional, el de la "identidad judía" de la nación, que ningún político está dispuesto a asumir porque rompería definitivamente una sociedad ya a punto de estallar por sus contradicciones internas entre fundamentalismo religioso y sueño laico sionista.

Es el verdadero motivo por el que Netanyahu se niega en redondo considerar la opción de pasar la administración de Gaza, tras la futura victoria militar sobre Hamás, a la Autoridad Palestina. No porque los funcionarios del sistema encabezado por Mahmud Abás sean más proclives a " financiar y glorificar el terrorismo" que los que puedan enviarse desde El Cairo o Amán. Sino porque significaría reunir de nuevo Gaza y Cisjordania bajo el mando de la Autoridad Palestina, comprometida desde hace décadas a firmar la paz en cuanto se le ofrezca una mínima posibilidad de establecer un Estado palestino viable y razonable en las fronteras de 1967. Y eso es lo que Netanyahu ha querido evitar desde siempre, yugulando económicamente la Autoridad Palestina, reteniendo el dinero que le corresponde, y abriendo la frontera a los maletines de dólares enviados desde Qatar directamente para Hamás, con el expreso fin —dicho así por el propio Netanyahu en 2019— de evitar la creación de un Estado palestino. Porque solo la existencia de Hamás garantiza la guerra permanente, imprescindible para aplazar toda decisión sobre el futuro de Israel. Y por eso, las tres condiciones evocadas por Netanyahu en su texto navideño del Wall Street Journal son deliberadamente formuladas para no poder cumplirse.

"La guerra aún durará muchos meses. Necesitamos tiempo para conseguir la victoria absoluta", dijo Netanyahu en un discurso público el penúltimo día del año. Esta es su estrategia: ganar tiempo. Mientras siga la guerra, todo va bien. El día después, en su visión, no debe llegar jamás.

División 99 al norte. División 36 al centro, cortando suministros del enemigo. División 98 al sur, al laberinto de Jan Yunis. Para un portavoz militar, es fácil contar los avances de Israel en Gaza, un tanque perdido, dos heroicos soldados caídos. Una guerra clásica, aunque lenta. Luchar contra guerrilleros atrincherados en un campo minado siempre es difícil, y el centenar de soldados isralíes muertos en Gaza solo en diciembre lo atestigua. Pero avanzar no es el problema esencial. La gran cuestión es cuándo retirarse.

Conflicto árabe-israelí Gaza
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