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"Entre el cielo y el infierno": tres voces ucranianas para entender 300 días de guerra
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"Entre el cielo y el infierno": tres voces ucranianas para entender 300 días de guerra

Dado que las Navidades y el cambio de año suelen incitar a la reflexión, hemos preguntado a tres ucranianos, de distintas edades y circunstancias, cómo ven el huracán que envuelve su país

Foto: Villancicos en el metro de Kiev. (EFE/Roman Pilipey)
Villancicos en el metro de Kiev. (EFE/Roman Pilipey)

"La guerra es Dios", dice uno de los personajes de Meridiano de sangre, la obra maestra del escritor norteamericano Cormac McCarthy. Quizás se refería al dios caprichoso y cruel del Antiguo Testamento. La guerra pone a girar una ruleta macabra en la que el azar se acelera y la vida y la muerte danzan a toda prisa, en un torbellino sobrecogedor y espeluznante. La guerra es la apuesta más fuerte del mundo, un terrible malabarismo de los destinos. Dado que las Navidades y el cambio de año suelen incitar a la reflexión, hemos preguntado a tres ucranianos, de distintas edades y circunstancias, cómo ven el huracán que envuelve su país.

Cada vez que un reportero le pregunta por cómo van las cosas en Ucrania, Oleksandr Pronkevich aclara que él no es ni politólogo, ni economista, ni experto militar. Pronkevich es un hombre de letras, y como tal, se apoya en lo que ama para entender y sobrellevar un poco mejor esta guerra. "Durante los primeros días de la invasión, yo citaba Numancia, de Miguel de Cervantes. Pero ahora me parece que El príncipe constante, de Calderón de la Barca, es la obra que mejor representa nuestra situación actual. Su protagonista, Fernando, es un símbolo de la resistencia. Y de nobleza", dice Pronkevich. "La guerra de exterminio y las torturas que se usan contra el pueblo ucraniano son como las que sufre el personaje de Calderón".

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La última vez que me encontré con Pronkevich, decano de la facultad de letras de la Universidad de Petro Mohyla en el Mar Negro y presidente de la Asociación de Hispanistas de Ucrania, convenimos que la guerra es como un libro de final incierto. Uno lee y lee, pero no sabe cuántas páginas quedan, así que solo puede respirar hondo y proceder línea a línea, palabra a palabra, con una actitud, como dice Pronkevich, estoica. Especialmente en unas fechas tan señaladas como estas.

"Para nosotros la Navidad es una fiesta muy íntima. Un momento para reunirnos. Paseamos por las calles, entramos en las iglesias, escuchamos las misas. Pero ahora lo hacemos de forma muy reservada, con las emociones bajo control. Porque es la guerra", dice Pronkevich. "Esto no significa que la gente esté triste, la gente celebra, pero siempre pensamos en los soldados que están muriendo en el frente, en el sufrimiento. Eso es lo más importante".

La suya es una historia de asimilación típica del sur de Ucrania. Él y su hermana nacieron en Murmánsk, al norte de Rusia. Con 18 años Pronkevich se mudó a Kiev. Hace décadas que se siente plenamente ucraniano. Sus padres acabaron sus días en Bielorrusia, de donde procede el apellido familiar, y su hermana vive en San Petersburgo. Le pregunto si habla con ella. Y si lo hace de la guerra.

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"Durante estos 10 meses de guerra he hablado con ella solamente una vez", dice Pronkevich desde su casa de Lviv, adonde llegó en marzo desplazado desde Mykolaiv. "Voy a hablar con ella en Año Viejo. Nos mandamos mensajes muy breves, sin mencionar temas de la guerra. Desde el principio decidimos no hacerlo. Algunas veces ella ha demostrado, con sus gestos, que no comprende nada. En un momento dado llegué a estar tan enfadado que pensé en bloquearla. Pero, al cabo de una semana, decidí que no valía la pena. En las últimas dos semanas ella me está escribiendo mensajes llenos de cariño. Lo que no pasó prácticamente nunca en la vida. Eso confirma que ella sabe que la situación se alarga y se ha vuelto muy seria".

Es la tercera vez que Oksana Stomina aparece en estas páginas. La primera fue durante una entrevista en Mariúpol el pasado febrero. Stomina, poetisa y persona de recursos, arregló un encuentro con varios de sus contactos en la Torre del Agua de la ciudad. Uno de los pocos edificios clásicos que sobrevivieron a la Revolución bolchevique, a Stalin y a la Segunda Guerra Mundial. En aquel ático umbroso la guerra solo era un rumor, una sospecha. Hablábamos de ella, pero sonaba irreal. Y eso que el frente del Donbás, desde 2014, solo estaba a unos 20 kilómetros de esta ciudad, que en 2015 padeció la mordida de los misiles rusos.

La segunda vez que Stomina apareció por aquí fue a finales de marzo. Acababa de escapar de Mariúpol con lo puesto. Había aparecido una plaza en el coche de su cuñado, que se disponía a evacuar a su familia de la ciudad cercada, y su marido la había obligado a ocuparla. Stomina llegó a Zaporiya entre disparos y bombas. Su marido se quedó atrás. Desapareció. Luego se supo que había sido capturado por los rusos. Y en sus manos sigue. Hace mucho que no tiene noticias de él. Cada vez que hay un intercambio de prisioneros, Stomina espera ver a su Dima en la lista.

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"Mi situación actual es difícil de explicar", dice Stomina desde Kiev. "No estoy en ninguna parte. Entre el Cielo y el Infierno. Esperando a un hombre que lleva meses en cautividad rusa, esperando por la victoria, que sin duda será nuestra, porque es lo justo, y por la liberación de Mariúpol. Mi hogar está allí".

La última imagen que Stomina conserva de su ciudad es la de un infierno. La palabra "infierno" es muy poco original. Pero resulta difícil encontrar alternativas. El Mariúpol asediado temblaba con explosiones cada pocos minutos. Los perros callejeros se comían los cadáveres en las calles. Los heridos graves eran llevados al sótano del hospital, donde se dejaban morir. No había espacio ni recursos para tratar sus casos. En la ciudad no había ni luz, ni agua, ni gas. El único medio de comunicación era el boca a boca. Nadie sabía nada ni de sus vecinos. Mientras, el maléfico dios de la guerra segaba centenares de vidas todos los días.

La poetisa ha pasado la mayoría de estos últimos meses viajando por Europa, diseminando la experiencia de Mariúpol, de Ucrania, como una predicadora itinerante. "Di muchas charlas en Alemania, Italia y la República Checa, tuve proyectos en Polonia y en Estonia", explica. "Es necesario hablarles a los europeos y a los norteamericanos sobre los acontecimientos en Ucrania. Por eso escribo artículos y estoy acabando un libro sobre la vida en el Mariúpol cercado. El libro ya está siendo traducido al alemán y al italiano; aún no he explorado la posibilidad de publicación en Estados Unidos, pero creo que es importante y necesario".

placeholder Destrucción en Mariupol. (Reuters/Pavel Klimov)
Destrucción en Mariupol. (Reuters/Pavel Klimov)

La enérgica Stomina asegura no estar deprimida, pero tampoco tiene fuerzas para animarse estas fiestas. "Me han invitado a celebrar el Año Nuevo mis amigos y los amigos de mi hija, pero aún no puedo activar el temperamento festivo", declara. Lo único que le pide a 2023 es la victoria y lo que cree que ello conllevaría. "Es todo lo que necesitamos para arreglar la vida y reconstruir nuestras casas. También necesitan la victoria quienes no son ucranianos. Este es un momento histórico importante, el comienzo de una nueva era. Tenemos que asegurarnos de que nuestros nietos heredan una sociedad legal y saludable, una democracia verdadera, un mundo sin amenazas nucleares, en constante peligro de ser destruido".

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El crudo invierno ucraniano se ha asentado y las noticias del frente llegan con menor frecuencia. El tempo de la guerra, como dicen los observadores militares, se ha ralentizado. Los rusos siguen arrojando bandadas de soldados y mercenarios sobre la destruida ciudad de Bájmut, en el Donbás, como si fuera la Primera Guerra Mundial. Mientras, los ucranianos, mejor equipados para el invierno gracias a las aportaciones de equipos y accesorios por parte de los aliados, aprovechan sus ventajas: un mejor conocimiento del terreno, unas líneas de suministro más cortas y, sobre todo, más soldados. Unos 700.000 en uniforme y unos dos millones en la reserva, lo que les permite, a diferencia de los gastados rusos, rotar las tropas con asiduidad.

Uno de los puntos calientes del frente es Bájmut; otro, el corredor que pasa entre las localidades de Svatove y Kreminna, en Lugansk, y un tercero, la posible continuación de la contraofensiva ucraniana hacia el sur: con Melitópol y Berdiánsk en el punto de mira. El último paso antes de la península de Crimea. La plataforma de estas operaciones sería la región, parcialmente ocupada, de Zaporiya.

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Es en la ciudad de Zaporiya, donde el río Dnipro fue domesticado en 1932 con una gran presa, donde Álex Arsényev tiene su negocio y su vida, a media hora en coche de las posiciones rusas. El enemigo no se ve, pero sí sus misiles grandes y torpes, que descienden sobre zonas residenciales en mitad de la noche.

"En octubre los rusos volvieron a golpear muy duro nuestra ciudad. Mucha gente se marchó. Era como en abril. Calles vacías, sin tráfico. Fue muy duro", dice Arsényev por videollamada. "Luego, a mediados de noviembre, la gente empezó a volver. Ahora creo que la situación es un poquito mejor que en octubre. Era aterrador porque bombardeaban diariamente edificios residenciales. Mientras dormíamos, sin que sonaran alarmas, escuchábamos el impacto de los misiles y todo el mundo se refugiaba en sus cuartos de baño. Unos misiles cayeron a 500 metros de nuestro restaurante".

El vídeo de los destrozos que sacó Arsényev, copropietario, junto a su hermano, de un moderno y céntrico restaurante y de un negocio de pizzas a domicilio, mostraba sus oficinas llenas de polvo, cristales rotos y muebles tumbados. "Joder", se escucha decir al empresario. "Joder, joder".

Foto: Un edificio en Jersón, tras ser bombardeado. (A. A.)

Como consecuencia de los ataques constantes sobre la ciudad, los hermanos Arsényev y otro amigo se mudaron a la casa vacía de los abuelos de la mujer de uno de ellos, en un pueblo de las afueras. La esposa y los hijos están lejos. Pero ellos siguen con el negocio, con pulso firme, preocupados de las pizzas, los salarios, los impuestos. Como soldados en el no menos importante frente de la normalidad.

"Ahora estamos pasándolo mal con los cortes de electricidad", dice Arsényev. "Algunos días podemos trabajar seis horas, otros nueve. Es difícil para el negocio. Y mucha gente se ha ido al extranjero o a otras regiones de Ucrania. Nos es muy difícil encontrar trabajadores, pero seguimos intentándolo. Seguimos siendo positivos".

Zaporiya es la misma ciudad que hace 20 años recibió a Vladímir Putin, literalmente, con flores. El presidente ruso era un modelo para muchos ucranianos. Un gestor joven, sobrio y prometedor. La avenida principal, que entonces se llamaba Avenida Lenin y hoy Avenida de la Catedral, estaba secundada por miles de estudiantes bien vestidos para complacer al presidente ruso: para saludar efusivamente a su comitiva. Las pequeñas protestas que se registraron ese día no eran en contra de Putin, sino del entonces presidente ucraniano, Leonid Kuchma. Ese era el estado de las cosas en 2002. Hoy la gran mayoría de los ucranianos quiere ver a Putin capturado o muerto.

Foto: Vladímir Putin durante una reunión con sus ministros. (EFE/Mikhail Klimentyev)
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"Cuando la situación empeora, la gente se enfada más con el enemigo. Quizás los rusos creen que los apagones y los ataques con misiles nos harán rendirnos, pero no. Nada cambia. Odiamos todo lo que tenga que ver con los rusos", dice Arsényev. Del 2023 prefiere no esperar nada. Lo que cuenta es el presente. Las pizzas, los salarios, los impuestos. "Yo pienso en mi negocio, mis obligaciones, mi deber. ¿Qué pasará el año que viene? No me importa. Tenemos que centrarnos en nuestro negocio para garantizar el salario de los trabajadores y pagar nuestros impuestos. Hace 300 días que empezó la guerra. Hemos sido capaces de solucionar muchas cosas. Incluso ahora, en Zaporiya, se están abriendo pequeños negocios. No hay elección".

"La guerra es Dios", dice uno de los personajes de Meridiano de sangre, la obra maestra del escritor norteamericano Cormac McCarthy. Quizás se refería al dios caprichoso y cruel del Antiguo Testamento. La guerra pone a girar una ruleta macabra en la que el azar se acelera y la vida y la muerte danzan a toda prisa, en un torbellino sobrecogedor y espeluznante. La guerra es la apuesta más fuerte del mundo, un terrible malabarismo de los destinos. Dado que las Navidades y el cambio de año suelen incitar a la reflexión, hemos preguntado a tres ucranianos, de distintas edades y circunstancias, cómo ven el huracán que envuelve su país.

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