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Más allá de los tanques: un experto te explica que el punto ciego del rearme europeo es la moral
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Entrevista con Alexis Carré

Más allá de los tanques: un experto te explica que el punto ciego del rearme europeo es la moral

"Las armas europeas no pueden convertirse en una amenaza mientras las sociedades democráticas del continente no demuestren capacidad y determinación para hacer uso de ellas", argumenta el politólogo

Foto: Desfile militar en Bucarest por el día nacional de Rumanía. (EFE/Robert Ghement)
Desfile militar en Bucarest por el día nacional de Rumanía. (EFE/Robert Ghement)
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Que la invasión rusa de Ucrania ha supuesto un choque mayúsculo para la arquitectura de defensa europea no es, a estas alturas, ningún secreto. Además de las adhesiones en proceso de Suecia y Finlandia a la OTAN, la práctica totalidad de los países de la UE han manifestado su compromiso de aumentar su presupuesto en Defensa. Alemania es el país que ha experimentado una mayor transformación, declarando un zeitenwende ("punto de inflexión en la historia" o "cambio de era") y anunciando un proceso de rearme a una escala no vista desde la antesala de la Segunda Guerra Mundial. La lección parece clara. Ante una potencia vecina que no duda en utilizar la fuerza de forma unilateral para perseguir sus intereses geopolíticos, a los países europeos no les queda otra que asegurarse de que su capacidad militar está a la altura del desafío.

Y, sin embargo, es posible que la falta de armamento no sea el principal problema de los europeos. Después de todo, la OTAN, que incluye a la mayoría de los países del continente, ya tiene a su disposición medios militares vastamente superiores a los de Rusia y eso no impidió que Vladímir Putin ejecutara la anexión de Crimea en 2014 y la invasión a gran escala de Ucrania este año. Esto, a pesar de que la expansión de la Alianza Atlántica hacia el este ha sido, precisamente, la razón principal que el Kremlin ha esgrimido para justificar la guerra. ¿Cómo puede Rusia manifestar que la OTAN es una amenaza y, al mismo tiempo, no mostrar la más mínima preocupación por cómo reaccionará a la hora de invadir un país?

Foto: El presidente Vladímir Putin, en una imagen reciente. (EFE)

La respuesta sencilla es que Putin siempre ha sabido que, a pesar de su fuerza militar, las sociedades europeas son incapaces de aceptar la posibilidad de un conflicto abierto. "La superioridad en términos materiales no significa casi nada políticamente sin las cualidades morales que hacen que las comunidades políticas estén listas para movilizar su armamento a través de acciones concretas", argumentaba, en una columna publicada este mes en Foreign Policy, el politólogo y experto en filosofía política Alexis Carré, investigador postdoctoral asociado del Programa James Madison en la Universidad de Princeton. "Entre esas cualidades morales se encuentra una comprensión común de los principios —el sentido del bien común— por los cuales una comunidad está dispuesta a hacer sacrificios", agrega.

La base de este argumento puede encontrarse en la obra del filósofo y sociólogo francés Raymond Aron, quien, tras observar el fracaso de los múltiples intentos de apaciguar a Adolf Hitler en la antesala de la Segunda Guerra Mundial —los cuales fueron aprovechados por el dictador para obtener beneficios geopolíticos sin pagar ningún precio— identificó la excesiva aversión al conflicto como un producto patológico de la política democrática moderna. "Cada vez que las democracias se han enfrentado a regímenes autoritarios, siempre han pensado que los líderes rivales eran lo suficientemente razonables como para preferir un buen compromiso a una mala guerra", exponía Aron en 1952. Carré, quien obtuvo en 2021 el premio Raymond Aron por su extensa investigación sobre el filósofo, considera que sus palabras resuenan ahora con más fuerza que nunca. "Las armas que Europa tiene a su disposición no pueden convertirse en una amenaza para nadie mientras las sociedades democráticas del continente no demuestren capacidad y determinación para hacer uso de ellas", sentencia el politólogo francés.

En entrevista con El Confidencial, Alexis Carré defiende que ningún rearme será efectivo mientras no vaya acompañado de una conversación honesta con la ciudadanía. Porque, a diferencia de los estados autoritarios, en las democracias no se trata solo de disponer de los medios militares y de la lealtad de las Fuerzas Armadas, "sino de que los ciudadanos reconozcan las circunstancias y los intereses que hacen necesario y legítimo su uso", afirma.

PREGUNTA. Usted afirma que los europeos han hecho de la guerra un objeto impensable. Sin embargo, en las últimas décadas, múltiples países europeos han estado involucrados en intervenciones militares, como en Afganistán, Irak o el Sahel.

RESPUESTA. Es necesario distinguir entre la guerra y aquello que podría denominarse como expediciones en el extranjero, que pueden ser realizadas por un ejército profesional de una manera aislada de la sociedad. La guerra de Irak fue ciertamente objeto de discusiones políticas, pero no implicó un compromiso por parte de la sociedades europeas similar al que la invasión de Crimea en Ucrania implicó para los ucranianos. No quiero decir que no se hayan producido intervenciones militares, esas son innegables. Lo que quiero decir es que me parece que ninguna sociedad europea está preparada para afrontar de forma colectiva la posibilidad de una muerte violenta. Y eso es algo completamente diferente.

P. En un escenario de guerra, ¿cuentan entonces los regímenes autoritarios con una ventaja comparativa sobre las democracias?

R. No, no lo creo. Depende precisamente del estatus moral de tales regímenes. Hay Gobiernos autoritarios que apenas logran mantenerse en el poder y que, por supuesto, no pueden tener una política exterior ambiciosa. Y, por el contrario, hay democracias muy sanas que están dispuestas a defenderse como tales. Estas democracias no cuentan con una desventaja en situaciones de conflicto. Yo diría que, incluso, es todo lo contrario. Uno de los errores de los nazis y los simpatizantes del Tercer Reich fue el infravalorar las sociedades liberales y creer que caerían como un castillo de naipes. La experiencia posterior demostró que tales sociedades no colapsaron ante la guerra, sino que, por el contrario, la perspectiva del conflicto les hizo darse cuenta de algo sobre sí mismos y les ayudó a encontrar los motivos de resistencia.

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P. ¿No contradice esto la idea de que en Europa no estamos listos para una guerra? El caso de Ucrania también parece demostrar que, una vez el conflicto llega a las puertas de un país, su población inevitablemente encuentra la fuerza y la voluntad de resistir.

R. Mi argumento no es que los europeos nunca estarán preparados para vivir una guerra, sino que el estado político y moral de Europa actualmente impide afrontar la realidad del conflicto. Porque una vez que uno deja de entender la política más allá del vocabulario del interés propio y de los derechos humanos, no hay forma en la que uno pueda entender la necesidad de la guerra. Porque, con este enfoque, no hay derecho o interés que justifique, a nivel individual, el dar la vida por la supervivencia de la comunidad política a la que uno pertenece.

Es difícil estar preparado para un conflicto sin el entendimiento de que una parte esencial de los bienes que uno está preservando como miembro políticamente activo de la comunidad es, precisamente, la existencia de esa comunidad. Que la participación en la nación es un bien esencial y, por lo tanto, algo por lo que vale la pena luchar.

P. ¿Qué peso tiene el factor moral en una guerra? El Gobierno de Rusia puede haber demostrado una considerable voluntad para invadir Ucrania, pero a largo plazo uno pensaría que la realidad material sobre el terreno será la que acabe determinando el vencedor de la guerra.

R. La importancia del factor material es indudable. No estoy argumentando que sea necesario hacer exclusivamente un rearme moral y dejemos de gastar en armamento en el proceso. Lo que sí considero es que, si vamos a hacer una mayor inversión en material militar, no tiene sentido hacerlo si al mismo tiempo no cultivamos los hábitos mentales y las disposiciones morales que hacen que estas armas sean útiles. No hacerlo sería como tirar el dinero por la ventana. Muchos estados europeos, como Francia, Polonia, o Reino Unido, se han tomado este tema en serio y han aumentado considerablemente su gasto militar. Pero creo que es necesario otro paso, que debe ser el de abordar con mucha seriedad el estado de la opinión pública, porque esa es la base de la resiliencia de nuestras naciones, la que nos permite transformar las capacidades en acción. Si algo nos enseña la historia de los últimos 50 años es que los países con mayor capacidad militar del mundo han fracasado estrepitosamente en sus intervenciones porque, entre otras cosas, no tuvieron en cuenta la voluntad de resistencia de ciertos segmentos de las sociedades que atacaban.

Un muy buen ejemplo de esto es la comparación entre Afganistán y Ucrania. Hay un contraste evidente entre como el Estado y el ejército afganos colapsaron en el momento en el que el apoyo occidental cesó y como, por el contrario, la población, el Estado y el ejército ucranianos han resistido contra todo pronóstico. Por supuesto, esas son dos situaciones muy diferentes, pero creo que hay algunos paralelos que se pueden extraer de ambos. Y creo que, si uno mira las diferencias, una gran parte de ellas radica en el estado moral de estas poblaciones.

Foto: Funeral en Lviv de tres soldados ucranianos fallecidos en combate. (EFE/Mykola Tys)

P. Usted argumenta que el rearme de Europa no es suficiente si únicamente dedicamos más recursos materiales al ejército, porque también es necesario un diálogo honesto con la opinión pública al respecto. Sin embargo, ¿qué político va a querer decir a sus votantes que es necesario prepararse para la guerra?

R. Ese es un buen punto. La apatía política tiende a alejar a la opinión pública de estos asuntos. Son temas muy alarmantes y siempre existe la tentación de apartarlos todo lo posible de nuestra vista para no tener que preocuparse por ellos hasta que se vuelven inevitables. Pero creo que ahí es donde los medios de comunicación deberían tener un papel importante. Por supuesto, a los políticos les cuesta mucho sacar esos temas a relucir porque tienen un coste electoral, lo que los convierte en contraproducentes. Si trato de convencer a la gente para que hable sobre esto y a cambio perdemos las elecciones, las únicas personas que ganarán las elecciones son las personas que se niegan a hablar sobre estos temas.

Pero ahí es donde los periodistas deben confrontar a los políticos. Y creo que las campañas políticas en Europa deberían tener como uno de sus focos el nuevo equilibrio internacional y el ascenso de China. Siempre deberíamos tener en cuenta los riesgos que implica China cuando hablamos de políticas industriales, comerciales, etcétera, porque estos afectan a todas las áreas de nuestra sociedad y están profundamente ligados a conflictos geopolíticos. Un buen ejemplo son, por ejemplo, los microchips. Si uno solo razona sobre los microchips en términos económicos y descuida la seguridad, tomará decisiones que pueden ser muy perjudiciales a largo plazo. Eso es lo que vamos a experimentar cada vez que tengamos conflictos con actores que se han convertido, a causa de la globalización, en socios económicos.

P. ¿Cree realmente que el público europeo no comprende el peso que supone la rivalidad sistémica con China?

R. Creo que es un tema poco discutido. Creo que la mayoría de los políticos ni siquiera intentan presentar esta posibilidad en términos que sean entendidos y comprensibles para el público en general. ¿Cuál es la situación de nuestro país en el mundo? ¿Cuál es la situación de ese mundo cada vez más inestable, que ve crecer un número cada vez mayor de potencias que llevan a cabo implícita o explícitamente políticas hostiles contra nosotros? En las campañas políticas en toda Europa, estas no son las cosas que escuchamos. La gente ha comenzado a hablar sobre temas como las vulnerabilidades de la cadena de suministro, pero creo que tenemos que ir mucho más allá.

Dentro de la Unión Europea, es innegable que, en gran medida, un cambio en el discurso se está viendo dificultado por la identificación de Alemania de su propio interés con la dependencia económica de China y la dependencia energética de Rusia. Dado que estos dos factores han llevado a Berlín a la cima de las economías europeas, revertir este rumbo va a resultar muy difícil para el país.

Foto: El presidente de Estados Unidos, Joe Biden. (EFE/Jim Lo Scalzo)

P. Para la mayoría de los ciudadanos, resulta difícil considerar como una amenaza para su seguridad el que se produzcan eventos tan lejanos geográficamente como una posible invasión china de Taiwán.

R. Idealmente, a todos nos gustaría que las personas estuvieran en paz en sus propios países, que todos tuvieran su propio sistema y que no hubiera necesidad de interacciones violentas. Lo que creo que la gente no entiende es que la misma existencia de las democracias liberales es un testimonio de que se puede vivir sin estructuras autoritarias, y que esto supone una amenaza existencial para los estados totalitarios o autoritarios. Da el ejemplo a su población de que una alternativa es posible.

La guerra no supone una inevitabilidad. Tal vez nunca estaremos en guerra con China, pero nunca dejará de haber esa amenaza, porque nuestros dos modelos están en constante tensión moral y política entre sí. Los ciudadanos de a pie deben ser conscientes de eso, porque de lo contrario, como tú dices, ¿por qué arriesgarse por Taiwán? No parece tener sentido. Pero la realidad es que si Taiwán está amenazado, es toda la esfera democrática occidental la que está amenazada.

Que la invasión rusa de Ucrania ha supuesto un choque mayúsculo para la arquitectura de defensa europea no es, a estas alturas, ningún secreto. Además de las adhesiones en proceso de Suecia y Finlandia a la OTAN, la práctica totalidad de los países de la UE han manifestado su compromiso de aumentar su presupuesto en Defensa. Alemania es el país que ha experimentado una mayor transformación, declarando un zeitenwende ("punto de inflexión en la historia" o "cambio de era") y anunciando un proceso de rearme a una escala no vista desde la antesala de la Segunda Guerra Mundial. La lección parece clara. Ante una potencia vecina que no duda en utilizar la fuerza de forma unilateral para perseguir sus intereses geopolíticos, a los países europeos no les queda otra que asegurarse de que su capacidad militar está a la altura del desafío.

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