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Jesucristo en Avdiivka: ¿puede uno ser ateo bajo nueve meses de bombas de Rusia?
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Jesucristo en Avdiivka: ¿puede uno ser ateo bajo nueve meses de bombas de Rusia?

"Cuando llega la guerra, la gente llama al Ejército y a Dios". En Avdiivka ya conocen al Ejército. Ahora, mientras malviven en sótanos bajo el constante fuego de artillería, solo queda Dios

Foto: Anatoliy ‘Tolik’, militar, conduce en Avdiivka, el frente de Donetsk. (Alicia Alamillos)
Anatoliy ‘Tolik’, militar, conduce en Avdiivka, el frente de Donetsk. (Alicia Alamillos)

En Avdiivka, Jesucristo viene con un generador.

“Cuando llega la guerra, la gente llama al Ejército y a Dios”, dice Iván Dubei, militar del regimiento 1129º de misiles antiaéreos. En Avdiivka, a menos de 13 kilómetros de Donetsk (capital de la autoproclamada república prorrusa), y en primera línea de frente del este desde el inicio de la invasión a gran escala este 24 de febrero, ya conocen al Ejército. En lo que se ha convertido en una ciudad fantasma, donde los pocos habitantes que quedan malviven en sótanos bajo el constante y machacón fuego de artillería —con las tropas rusas a menos de 700 metros de la última línea de casas—, ahora solo queda conocer a Dios.

Un viejo cine abandonado que hoy hace las veces de iglesia es uno de los pocos centros de comunidad. El capellán, que viene una o dos veces por semana desde Pokrovsk (a 60 km), va a traer una película coreana sobre la vida de Jesucristo, pan, zumo y galletas, además del generador y la promesa de unos minutos de calidez. “Así, por un momento, podremos olvidar y casi sentir por un instante que estamos en una fiesta”, dice Anatoliy, de 63 años, con los ojos húmedos. Suena un silbido y una detonación; será la constante a lo largo de todo el día. Ya casi nadie se inmuta. “No estamos solos cuando Dios está con nosotros”.

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La manzana del antiguo cine ha recibido el impacto de al menos cinco misiles, el último hace menos de dos días, pero ellos —hombres y mujeres, ningún niño— siguen viniendo. Unas sombras en silencio en una habitación a oscuras, envueltas en todos los abrigos posibles para aguantar las temperaturas bajo cero del inicio del invierno. “No caen aquí más que en otras partes”, asegura el anciano, uno de los últimos civiles que todavía quedan en Avdiivka tras un éxodo masivo, incitado no solo por los misiles rusos, sino por las propias autoridades de Ucrania.

placeholder Una casa en Avdiivka, afectada por las explosiones. (A. A.)
Una casa en Avdiivka, afectada por las explosiones. (A. A.)

Tiene razón. Más del 60% de los edificios son ya “irrecuperables”, según el gobernador militar de la zona, Vitaly Barabash. La ciudad ha pasado de 30.000 habitantes a unos 2.000 y lleva nueve meses sin electricidad. Con las tropas del Kremlin avanzando a pocos cientos de metros, ya solo queda una única carretera para acceder a la urbe, al alcance de la artillería rusa. Mykola, soldado de infantería ucraniano, pasa cuatro días en las trincheras de Avdiivka y uno en Pokrovsk (más alejado del frente), “para poder dormir”. Cuenta que la situación está “así, así”, un eufemismo para uno de los puntos más crueles del frente. “La situación es realmente dura, Avdiivka y Bajmut son los dos lugares más calientes en el mapa de batalla”, asegura Barabash. Pero mientras que en Bajmut lo más duro del asedio comenzó en julio, Avdiivka lleva así desde casi el principio de la invasión. “Avdiivka lleva bajo fuerte fuego de artillería más tiempo que cualquier otra ciudad ucraniana”, lamenta el gobernador.

placeholder Una cruz en una esquina del cine abandonado. (A. A.)
Una cruz en una esquina del cine abandonado. (A. A.)

“Cuando oyes las bombas a 10 kilómetros, casi que puedes superarlo, pero cuando la ciudad recibe fuego directo, empiezas a pensar más [en Dios]”, dice Anatoliy Lazarenko, en la semioscuridad del sótano donde vive con otras 20 personas desde el 24 de marzo.

Dios en un sótano

En una ciudad en la que caminar por determinados barrios puede valerte el disparo de un francotirador o morir víctima del último mortero; donde ni las paredes agujereadas ni los cristales rotos protegen ya del frío, la gente vive bajo tierra. El sótano de Lazarenko es uno de los más grandes de las varias decenas que se reparten por la ciudad, identificables por el humo de una rudimentaria caldera alimentada por leña que cortan de los árboles que antes adornaban las calles de la ciudad.

Como trabajador del cementerio local, Lazarenko conocía la muerte y conocía la iglesia, pero su relación con ellas era muy distinta. En Ucrania, la población es mayoritariamente cristiana, pero concentrada en las regiones occidentales del país y con una religiosidad cada vez más difuminada conforme se avanza hacia el Donbás. “Antes yo nunca iba a la iglesia, la gente era más neutral, ahora rezamos con ellos, estamos muy contentos de que no nos hayan olvidado”, afirma.

placeholder Anatoliy Lanzarenko, en el sótano donde vive desde el 24 de marzo con otras 20 personas. (A. A.)
Anatoliy Lanzarenko, en el sótano donde vive desde el 24 de marzo con otras 20 personas. (A. A.)

De su relación con las iglesias pasó a su relación con Dios. “Antes, nunca había pensado en esto [en Dios, en la religión]. Ahora pienso mucho. No fue un proceso inmediato, sino de día a día, la vida te trae aquí”. Ahora encuentra esperanza y fuerzas para “sobrevivir” en esos momentos de rezos conjuntos en el sótano. La crueldad de la guerra fuerza preguntas más duras, pero también plegarias más vehementes. Dios contra el olvido.

El sacrificio

Pero la esperanza de los que se quedan es también el sacrificio de otros. Lazarenko, como la mayoría de los vecinos todavía en la ciudad, asegura que se queda en Avdiivka porque no tiene donde ir, que prefiere su casa (su sótano) a una litera en un centro de refugiados en Dnipro, sin ingresos ni perspectivas. “No deberían estar aquí”, masculla lacónico Anatoliy Tolik, soldado con base a pocos kilómetros de la ciudad y que forma parte de la tercera línea de defensa (antiaérea) ucraniana en la zona. Por lo militar —es más fácil defender una ciudad sin habitantes—, pero también por el precio que pagan Ruslan, Yulia o Vitali.

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Ruslan es el administrador de urbanismo de Avdiivka, y el último cargo gubernamental civil que queda en la ciudad. En los primeros compases de la invasión, se encargaba de ayudar a reparar las viviendas dañadas por la artillería o arreglar la red eléctrica, como Sísifo, una y otra vez. Desde hace meses, la intensidad del fuego lo hace imposible. Ahora, gestiona un punto de resistencia en la ciudad con varios generadores y la única antena de telefonía, adonde acuden los vecinos para cargar los teléfonos y decir en escuetos mensajes a sus familiares que siguen todavía vivos.

placeholder La escalera donde los vecinos de Avdiivka recargan sus teléfonos. (A. A.)
La escalera donde los vecinos de Avdiivka recargan sus teléfonos. (A. A.)

Yulia es enfermera jefa y Vitali el único cirujano que quedan en el último hospital de Avdiivka. Bombardeado varias veces, ahora solo aguantan funcionando a duras penas. En febrero, el hospital contaba con casi dos centenares de trabajadores. Ahora solo quedan 13, y viven juntos en el edificio.

placeholder Una de las salas afectadas por la artillería, en el hospital de Avdiivka. (A. A.)
Una de las salas afectadas por la artillería, en el hospital de Avdiivka. (A. A.)

Puestos diferentes, misma motivación. Los tres afirman que se quedan porque no pueden abandonar a los 2.000 vecinos que se quedan en Avdiivka. “Son mis ciudadanos, tengo que ayudarlos. A veces pienso en dejarlo todo e irme de aquí… pero no puedo abandonar a esta gente”, dice Ruslan, quien ha mandado a sus hijos a Kiev. “Si todos nos fuéramos del hospital, ¿quién trataría a los enfermos?”, dice Yulia. “No puedo imaginármelo de otra manera o tomar otra decisión”, dice Vitali; su familia está en Dnipro. Hay un poco de culpa, un poco de miedo, mucho de voluntad. “Si no hubiera gente en Avdiivka, abandonaríamos la ciudad”, concluye el doctor.

Con los rusos avanzando en tres direcciones alrededor del cerco de Avdiivka y la única carretera de salida a menos de tres kilómetros de las zonas ocupadas, el miedo es también una realidad, especialmente para Ruslan, por su puesto en la Administración ucraniana. En una ciudad que, en 2014, llegó a ser brevemente ocupada por los prorrusos y que ha vivido nueve años en el frente, “hay gente que está esperando a la ocupación rusa. No es un altísimo porcentaje, pero esas personas existen”, admite el gobernador Barabash. Él mismo sufrió un intento de atentado y un pequeño milagro, cuando su coche logró esquivar los seis morteros lanzados contra él desde las líneas rusas, avisado de sus movimientos por algún vecino.

Con la atención del mundo puesta sucesivamente en Mariúpol, en Jersón, en Bajmut; en Avdiivka se sienten más olvidados, excepto a los ojos de Dios… y de los rusos y su puntería.

***

El texto favorito de Anatoliy en la Biblia es el Salmo 23: "El Señor es mi pastor; nada me falta. Aunque pase por el más oscuro de los valles, no temeré peligro alguno, porque tú, Señor, estás conmigo".

En Avdiivka, Jesucristo viene con un generador.

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