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La carta rusa del frente norte: ¿prepara Vladímir Putin una nueva ofensiva sobre Kiev?
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La carta rusa del frente norte: ¿prepara Vladímir Putin una nueva ofensiva sobre Kiev?

En la última semana, un número cada vez mayor de voces en el Ejecutivo y Fuerzas Armadas ucranianas ha asegurado que Putin estaría preparando una nueva ofensiva para el próximo año

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin, visita a su homólogo Alexander Lukashenko en Bielorrusia. (Reuters/Sputnik)
El presidente ruso, Vladímir Putin, visita a su homólogo Alexander Lukashenko en Bielorrusia. (Reuters/Sputnik)

Este lunes, Minsk se convertía en el epicentro del esfuerzo diplomático ruso. En una rápida sucesión de pesos pesados, el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, el ministro de Defensa, Serguéi Shoigu y —por primera vez desde 2019— el mismísimo presidente, Vladímir Putin, aterrizaron en la capital bielorrusa. La razón de este abanico de visitas por parte de la cúpula de poder del Kremlin resultó, para muchos, evidente: aumentar la presión sobre Aleksandr Lukashenko para que, de una vez por todas, se involucre directamente en la invasión de Ucrania.

En la última semana, un número cada vez mayor de voces en el Ejecutivo y Fuerzas Armadas ucranianas han asegurado que Putin estaría preparando una nueva ofensiva para el próximo año, no necesariamente circunscrita al actual teatro de operaciones en el este o el sur, sino desde el norte e incluso contra la ciudad de Kiev. Pero ¿hasta qué punto puede Rusia permitirse abrir un nuevo frente, y cuáles podrían ser las razones estratégicas?

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Un gran número de declaraciones simultáneas por parte funcionarios de alto nivel apuntan a un claro mensaje desde las filas del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. El Gobierno ucraniano insiste en que la nueva ofensiva de Moscú podría tener lugar tan pronto como en enero, pero más probablemente en primavera, alimentada por los entre 150.000 y 200.000 nuevos reclutas fruto de la movilización parcial de octubre. Por ello, advierte que tanto Ucrania como Occidente deben preparar recursos suficientes para la lucha en el nuevo año, con las opciones de una tregua navideña o incluso negociaciones fuera de la mesa.

En una rara entrevista con el diario The Economist, el jefe de las FFAA de Ucrania, el general Valery Zaluzhny, aseguraba que Rusia está “preparando unos 200.000 soldados de refuerzo” y otros recursos militares “en algún lugar de los Urales”. “Puede que [la ofensiva] no empiece desde el Donbás, sino hacia Kiev, desde Bielorrusia”, añadía, “en el peor de los casos a finales de enero, en el mejor, en marzo”. Casi al mismo tiempo, el ministro de Defensa, Oleksii Reznikov, indicaba al diario británico The Guardian que cada vez más indicios apuntaban a que esa nueva ofensiva podría tener lugar en febrero. “La segunda parte de la movilización general parcial, 150.000 (soldados) aproximadamente… Necesitan un mínimo de tres meses para ser entrenados. Eso significa que están intentando comenzar una nueva ofensiva, probablemente en febrero, como el año pasado. Ese es su plan”, aseveró Reznikov. A estas declaraciones se unen las del ministro de Exteriores, Dmytro Kuleba, también apuntando a “los esfuerzos de movilización rusa” y “los recientes movimientos de armamento pesado” como señales de esa nueva “ofensiva a gran escala” entre enero y febrero.

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Tras la retirada de Jersón y el repliegue a la orilla oriental de la desembocadura del Dniéper, Rusia ha concentrado gran parte de sus esfuerzos militares en las llanuras del Donbás, su principal objetivo estratégico. Y, sin embargo, la defensa ucraniana, pese a las bajas constantes y el reguero de heridos que llegan cada pocos minutos a los hospitales de campaña desperdigados por los pueblos más cercanos al frente de Donetsk, está limitando a apenas unos metros diarios los avances rusos. Esto, sin que por el momento se hayan producido grandes conquistas, como la de la esperada Bakhmut. Paralelamente, las tropas del Kremlin castigan la infraestructura energética ucraniana con oleadas de misiles y enjambres de drones, con la esperanza de que un pueblo congelado retire parte de su apoyo al esfuerzo militar de Kiev.

“Estos dos esfuerzos militares no están consiguiendo coaccionar a Ucrania para sentarse en la mesa de negociación u ofrecer concesiones, además de que Ucrania ha mantenido la iniciativa en el campo de batalla”, apunta uno de los últimos análisis del Institute for the Study of War (ISW). “Por tanto, Putin podría preparar las condiciones para un tercer esfuerzo militar en caso de que estos dos no consigan sus objetivos”, y organizar “una nueva operación ofensiva” en los primeros meses de 2023, continúa el informe.

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Abrir un nuevo escenario tendría cierto sentido estratégico para Rusia, especialmente cuando el Ejército ruso está en un momento de estancamiento. En un hipotético ataque desde Bielorrusia en el noroeste del país, la ofensiva rusa necesitaría avanzar lo suficiente como para cortar la autopista norte entre las ciudades de Lutsk o Rivne hacia la capital, ejecutando un importante golpe contra la cadena de suministros ucraniana. Otro objetivo sería el de colocar al Ejército ucraniano a la defensiva, obligándolo a redirigir parte de los recursos ahora desplegados en el este y en el sur, impidiendo así una nueva contraofensiva al estilo de las de Járkov (noreste) o Jersón (sur). Sin embargo, la mayoría de los expertos militares apuntan a que, pese a la movilización militar parcial, Rusia carece de los recursos necesarios para lanzarse en una nueva ofensiva lo suficientemente contundente, tanto en términos de munición como en preparación militar de sus tropas.

¿Qué hace Putin en Minsk?

La pregunta, especialmente a raíz de la visita de Putin y el resto de altos cargos del Kremlin a Minsk, es si el ejército bielorruso se verá involucrado por primera vez en una ofensiva. Hay motivos para el escepticismo. Desde el inicio de la invasión a gran escala de Ucrania, los rumores y especulaciones sobre la posibilidad de que Bielorrusia se una directamente a la guerra se han repetido constantemente. A finales de noviembre, en el plazo de una sola semana, los servicios de inteligencia y autoridades gubernamentales de Ucrania alertaron que Rusia planeaba una operación de falsa bandera contra una planta nuclear bielorrusa, que el Kremlin estaba considerando seriamente la posibilidad de una invasión conjunta y que Moscú y Minsk estaban llevando a cabo una operación psicológica conjunta contra Kiev. Poco después, medios ucranianos llegaron a reportar que Putin había ordenado el asesinato de Lukashenko.

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El denominado como “el último dictador de Europa” ha permitido que el Kremlin utilice el país como plataforma para enviar decenas de miles de soldados y cientos de aviones de combate rusos a Ucrania. En esencia, el régimen bielorruso ha cedido a su vecino y patrocinador toda la soberanía militar sobre su territorio. Sin embargo, hasta la fecha, ningún soldado de Bielorrusia ha pisado suelo ucraniano.

Las barreras para ello son múltiples. El ejército de Minsk es pequeño y cuenta con un equipamiento militar anticuado; la frontera con Ucrania está más protegida que nunca, con decenas de kilómetros de carreteras y campos minados, y los sistemas de misiles Himars con que cuenta Ucrania podrían causar estragos en suelo bielorruso. Ante todo, la ciudadanía del país está abrumadoramente en contra de la participación en la invasión de Ucrania. Más del 90% de la población del país, según un informe de Chatham House, rechaza la idea de unirse a Rusia en la guerra. Si los soldados del país reciben la orden de cruzar las fronteras, la ola de descontento y de protestas que afrontaría Lukashenko podría ser incluso peor que la que siguió a las elecciones presidenciales de 2020.

Lukashenko no es ajeno a la imagen que transmite la visita de Putin de este lunes. Por ello, todos los actores involucrados se han apresurado en esconder cualquier apariencia de presión por parte de Moscú. “Me gustaría enfatizar este hecho una vez más: nadie, excepto nosotros, gobierna Bielorrusia”, aseveró el mandatario en un comunicado publicado por el servicio de prensa presidencial de Minsk. El Gobierno ruso también rechazó la sugerencia de que Putin quiere empujar a su par bielorruso hacia un papel más activo en la guerra. El portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, afirmó ayer horas antes del encuentro que tales informes eran "infundados" y "estúpidos".

De hecho, durante la breve y gris reunión entre Putin y Lukashenko, la guerra brilló por su ausencia. Ninguno de los periodistas que pudieron formular preguntas al concluir el encuentro mencionó el conflicto. Los líderes, en su lugar, eligieron hablar sobre asuntos relativamente banales como la cooperación económica o, incluso, la emoción de la final de la Copa Mundial en Qatar. Sin embargo, en un momento dado, el mandatario ruso dijo que apoyaba la propuesta de Minsk de entrenar a tripulaciones de los aviones de combate bielorrusos que ya han sido modificados para usar ojivas especiales, una referencia al posible uso de armas nucleares.

Lo que no faltaron fueron las alabanzas por parte de Lukashenko. El presidente bielorruso llegó a referirse a su par ruso como un "hermano mayor", elogiando al país vecino como un amigo que les había tendido la mano. No es para menos. Como recordaba en octubre Pavel Slunkin, investigador del European Council on Foreign Relations (ECFR), Rusia ha perdonado a Bielorrusia deudas por valor de 1.000 millones de dólares desde el inicio de la guerra y le ha otorgado un nuevo préstamo de 1.500 millones de dólares. Además, debido a las sanciones occidentales sobre los productos bielorrusos, el 60% de las exportaciones del país ahora termina en el mercado ruso. Eso, sin contar con todo el apoyo político y en materia de fuerzas de seguridad que el régimen de Lukashenko ha recibido, lo que ha resultado clave para mantenerse en el poder. La pregunta es, ¿cuándo planea Putin cobrarse esa deuda?

Este lunes, Minsk se convertía en el epicentro del esfuerzo diplomático ruso. En una rápida sucesión de pesos pesados, el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, el ministro de Defensa, Serguéi Shoigu y —por primera vez desde 2019— el mismísimo presidente, Vladímir Putin, aterrizaron en la capital bielorrusa. La razón de este abanico de visitas por parte de la cúpula de poder del Kremlin resultó, para muchos, evidente: aumentar la presión sobre Aleksandr Lukashenko para que, de una vez por todas, se involucre directamente en la invasión de Ucrania.

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