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Una bala, un cura y un prorruso: el dilema de la Ucrania liberada con los colaboracionistas
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La vuelta a la "rusificación"

Una bala, un cura y un prorruso: el dilema de la Ucrania liberada con los colaboracionistas

Oficialmente, el Gobierno de Kiev está lidiando con los colaboradores mediante detenciones y procesos judiciales. Desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero, se habría identificado ya al menos a 700 colaboradores

Foto: Una iglesia ortodoxa destruida en Ucrania. (Reuters/Yevhen Titov)
Una iglesia ortodoxa destruida en Ucrania. (Reuters/Yevhen Titov)

"Lo único en lo que estamos pensando es en la victoria", dice Volodímir. Se detiene un momento y vuelve a repetir la frase, esta vez cambiando el ruso "победа" (pobeda, victoria) por el ucraniano "перемога" (peremoha). Nacido y criado en una familia de ucranio-parlantes en la Ucrania soviética, recuerda que la rusificación forzada era la única opción de salir del pueblo. Llegó un momento en el que no sabía hablar ya ucraniano, incluso con sus padres. Pero ahora, tras la invasión rusa, vuelve a encontrar las palabras y se recuerda víctima de una "rusificación" a la que quiere dar la vuelta.

En el salón de la casa de Volodímir y Kateryna Kondratenko, vecinos de un pueblo a 50 kilómetros al este de la capital, se puede explicar un escenario al que se enfrenta ahora la Ucrania que ha pasado primero por la ocupación rusa y más tarde la liberación por las tropas de Kiev. Donde pese a la "ucrainización" general jamás soñada, gracias precisamente a Vladímir Putin, la suspicacia entre vecinos no se ha solventado, sino que, como en un espejo, está empezando a generar nuevas heridas enconadas.

Foto: Soldados ucranianos lanzan un dron en el frente de Bakhmut. (Reuters/Leah Mills)

Heridas que son nuevas, y al mismo tiempo, recuerdan a todo lo anterior. Alexander ahora se llama a sí mismo Oleksander, con la pronunciación ucraniana del mismo nombre, en las calles del recién recuperado Jersón. En Kiev, el doctor le dice a una anciana paciente que hablen entre ellos en ucraniano mejor que en ruso, pese a que la paciente apenas lo logra farfullar. Pero la más urgente es la gran pregunta: cuando las tropas de Moscú entraron en el pueblo… ¿tú colaboraste con los rusos?

Una bala

En Velyka Dymerka hay una casa que no ardió víctima de la artillería, ni la quemaron los rusos, sino los ucranianos. Tras la liberación de la ciudad, un conocido colaborador de la ocupación rusa acabó asesinado de un disparo. "Es el único caso, porque estaba participando activamente en conseguir que los ucranianos fueran ejecutados", sostiene Volodímir, que coincidió en la escuela con su padre. Este podría ser uno de los casos más extremos de la búsqueda de colaboradores en los pueblos de-ocupados y el dilema al que ahora se enfrenta Ucrania. Según la oficina de Derechos Humanos de la ONU, para mediados de año se habrían documentado al menos ocho casos de "despariciones de personas consideradas 'prorrusas' y detenciones [ilegales] presuntamente cometidas por autoridades de seguridad ucranianas".

Velyka Dymerka cayó bajo control ruso el 13 de marzo, y Volodímir llevaba semanas prácticamente encerrado en el sótano con su mujer, oyendo sobre sus cabezas y en el temblar de la tierra el intercambio de artillería rusa y ucraniana para conquistar y defender la ciudad. La ocupación duró hasta principios de abril, cuando las tropas del Kremlin se retiraron de la provincia de Kiev.

Foto: Kateryna, en su sótano para resguardarse de las bombas. (Alicia Alamillos)
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A su paso dejaron un rastro de destrucción, violaciones y asesinatos, como el de Valera, un conocido de Volodímir y Kateryna. Su cuerpo apareció en una de las cavas subterráneas tan típicas de las casas de pueblo ucranianas, junto al de otros dos vecinos. Todos con disparos en la cabeza, estilo ejecución.

"[El vecino asesinado por presunto colaboracionista] No solo les estaba diciendo a los rusos quiénes eran proucranianos, sino que también participó en las ejecuciones", asegura Volodímir. Una historia de informantes y colaboracionistas que se repite en muchos pueblos recuperados, como Shevchenkove (también en la provincia de Kiev), donde durante la ocupación a un conocido activista proucraniano le pegaron tres tiros en su puerta. "Alguien les dijo quién era y dónde", asegura convencido un vecino de la localidad. O especialmente en Jersón, donde la ocupación rusa se ha prolongado durante casi ocho meses. Las agencias del orden multiplican los controles en las salidas de la provincia (por carretera, tren o incluso vías fluviales) y se han organizado batidas para intentar encontrar a los colaboradores. En la estación de tren de Jersón, que ofrece trenes de evacuación gratuitos para ucranianos, un grupo de agentes de policía hace un interrogatorio especial -kalashnikov a mano- a todos aquellos que salen de la ciudad.

Oficialmente, el Gobierno de Kiev está lidiando con los colaboradores mediante detenciones y procesos judiciales. Desde el inicio de la invasión, el 24 de febrero, se habría identificado ya al menos a 700 colaboradores, según cifras ofrecidas a finales de noviembre por Artem Dekhtiarenk, portavoz de la agencia de inteligencia ucraniana, el SBU. Con la liberación de Jersón, esa cifra se queda corta. En apenas tres semanas, más de 130 personas han sido detenidas por "colaboracionismo" en la región, según el viceministro del Interior ucraniano, Yevhen Yenin.

Foto: Un edificio en Jersón, tras ser bombardeado. (A. A.)

Del total de "colaboradores" detenidos en Ucrania, algo más de 50 ya han sido juzgados y recibido su sentencia, como un último caso de un colaborador en Zaporiya, condenado a 15 años de cárcel por "montar una misión de reconocimiento para ayudar a una ofensiva rusa" en esa provincia. "La rendición de cuentas a los colaboradores es inevitable, ya pase mañana o pasado mañana", ha declarado el presidente del país, Volodímir Zelensky: "Lo más importante es que se pronunciará la Justicia, inevitablemente".

Los cargos se basan en un nuevo artículo del Código Penal ucraniano, el 111-1, introducido el marzo pasado, con la invasión rusa en su momento culmen. Según han señalado las autoridades ucranianas, dicho artículo solo recoge la "colaboración" en su forma "más pura" de colaboración con los rusos, y las penas no son bajas, pues están pensadas para funcionarios clave o personas que hayan participado en delitos de sangre durante la ocupación.

Un cura

No hay honores para el colaboracionista asesinado en Velyka Dymerka, pero sí para el último joven soldado muerto en el frente. Los vecinos del pueblo se juntaron para honrarlo (los que podían de rodillas, los que no con la cabeza gacha) en la carretera, siguiendo el recorrido del féretro. Un momento de unidad que, sin embargo, es también ejemplo de una nueva división.

"Tuvieron que llamar al cura del pueblo vecino", explica Volodímir. El párroco de Velyka Dymerka pertenece a la Iglesia Ortodoxa Ucraniana, que sigue oficialmente dentro de la órbita del patriarcado de Moscú, algo que tras la invasión rusa empieza a ser una mancha indeleble. "Nadie llamaría obviamente a un agente de Moscú a organizar un funeral para un soldado ucraniano", sostiene.

La Iglesia Ortodoxa ucraniana ha sido dependiente del patriarcado de Moscú desde el siglo 17. Pese a todo, desde el inicio de la invasión rusa, las iglesias locales se pronunciaron en contra de los mensajes, especialmente pro Putin y anti Ucrania, del patriarca en Rusia, Cirilo, una de las voces no políticas que más ha alimentado la narrativa a favor de la "operación militar especial" de Rusia. El problema es que, a diferencia de otra rama de Iglesia Ortodoxa ucraniana que pasó sus lealtades desde 2019 al patriarcado de Constantinopla, la Iglesia Ortodoxa ucraniana sigue siendo canónicamente afiliada a Moscú.

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin, y el patriarca Cirilo I de Moscú, en 2017. (EFE/Michael Klimentyev)

Y esta es una herida infectada que se está abriendo a la luz esta última semana, tras una intensa campaña del SBU contra esta Iglesia. Los servicios de inteligencia ucranianos han informado de numerosos arrestos e investigaciones contra más de 350 sitios religiosos en toda Ucrania, y han publicado fotografías de presunto material "prorruso" encontrado en las redadas. Este mismo miércoles, un cura de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana dependiente de Moscú en Lysychansk (localidad ahora en manos de los rusos, en el Donbás) ha sido condenado a 12 años de cárcel, por presuntamente haber informado a las tropas rusas sobre las posiciones del Ejército ucraniano.

En este contexto, Zelenski ha propuesto prohibir oficialmente esta rama de la Iglesia Ortodoxa ucraniana, acusándola de "debilitar a Ucrania desde dentro", así como aprobar una ley que prohíba a "organizaciones afiliadas con centros de influencia en Rusia operar en Ucrania".

"Se le ofreció que cambiara [de la afiliación al patriarcado de Moscú] y no lo hizo", critica Volodímir, sobre el párroco de Velyka Dymerka. "¿Por qué nadie hace nada al respecto, por qué no lo quitan?", se pregunta.

El vecino

No todo son balas ni cismas religiosos. Las nuevas heridas se trasladan también a las relaciones personales entre conocidos, cuando ser prorruso en la provincia de Kiev podía ser una opinión política y no una traición a la integridad territorial -o incluso la existencia misma- de tu patria. Es el caso de uno de los vecinos de Volodímir, originario de Mariúpol y prorruso desde antes del 24 de febrero. Sin embargo, aunque creyera que había que acercarse a Moscú o que Kiev estaría mejor bajo el paraguas de Rusia, no creía que la invasión fuera a llegar a suceder.

La traición de Putin a los que antes eran prorrusos en Ucrania es incluso más dolorosa que para los que no esperaban nada de Rusia. El 24 de febrero, cuando Moscú bombardeaba objetivos en prácticamente todo el país, Volodímir llamó a su amigo, ese que siempre había defendido a Rusia. "¿Y ahora qué?" "Esto no debería estar pasando", respondía, incrédulo. Hace poco fue el cumpleaños de Volodímir, y su vecino intentó felicitarle: no le dejó entrar en casa. Con cada nuevo vídeo, cada nueva prueba de las atrocidades cometidas por Rusia en Ucrania, Volodímir vuelve a preguntarle, con sorna: "¿Y ahora, qué?".

"Lo único en lo que estamos pensando es en la victoria", dice Volodímir. Se detiene un momento y vuelve a repetir la frase, esta vez cambiando el ruso "победа" (pobeda, victoria) por el ucraniano "перемога" (peremoha). Nacido y criado en una familia de ucranio-parlantes en la Ucrania soviética, recuerda que la rusificación forzada era la única opción de salir del pueblo. Llegó un momento en el que no sabía hablar ya ucraniano, incluso con sus padres. Pero ahora, tras la invasión rusa, vuelve a encontrar las palabras y se recuerda víctima de una "rusificación" a la que quiere dar la vuelta.

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