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¿Una retirada ordenada? Lo que nos cuentan las 48 horas de la espantada rusa en Jersón
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Volando puentes

¿Una retirada ordenada? Lo que nos cuentan las 48 horas de la espantada rusa en Jersón

Ucrania recupera así la única capital de provincia capturada por los rusos desde el inicio de la invasión a gran escala, y lo ha hecho a una velocidad que ni los propios ucranianos o la inteligencia de Estados Unidos esperaban

Foto: Soldados ucranianos en el frente de Jersón. (EFE/Stanislav Kozliuk)
Soldados ucranianos en el frente de Jersón. (EFE/Stanislav Kozliuk)
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La bandera azul y amarilla ya ondea en Jersón. Las tropas ucranianas han entrado en la ciudad entre vítores y lágrimas menos de 48 horas después de que Moscú anunciara su retirada de la orilla occidental del río Dniéper. Las escenas de civiles arengando, celebrando y llorando se sucedían en las calles de la ciudad al paso de los primeros soldados ucranianos. Kiev recupera así la única capital de provincia capturada por los rusos desde el inicio de la invasión a gran escala, y lo ha hecho a una velocidad que ni los propios ucranianos o la inteligencia de Estados Unidos esperaban.

"La transferencia de unidades rusas [...] ha sido completada. No se ha dejado atrás ninguna unidad, equipamiento militar o armamento en la orilla occidental", concluía el mismo viernes a través de un comunicado Ígor Konashénkov, portavoz del Ministerio de Defensa ruso.

El Kremlin sostiene que la misión de retirar a la mitad de las tropas a la orilla oriental del río Dniéper, que divide en dos Ucrania, se ha realizado de manera coordinada y fácil. Sin embargo, las primeras imágenes que llegan desde el antiguo frente y el seguimiento de OSINT (inteligencia de fuente abierta), que incluyen el seguimiento de materiales (desde blindados a incluso armamento) dejados atrás por los rusos, así como la pírrica voladura de los últimos puentes entre ambas orillas del río hablan más de una espantada de última hora y que, militarmente y al menos a corto medio plazo, no calculan que vayan a volver.

Foto: Artillería ucraniana en el frente de Jersón. (Reuters/Viacheslav Ratynskyi)

Según el jefe del Estado Mayor de EEUU, Mark Milley, hace apenas dos días Rusia contaba todavía con entre 20.000 y 30.000 soldados desplegados en Jersón. Kiev alzaba la cifra hasta los 40.000, según el ministro de Defensa Oleksii Reznikov en una reciente entrevista con Reuters. Ambos calculaban que la evacuación de Jersón podría durar "al menos una semana", y advertían que el avance ucraniano podría verse retrasado por posibles minas plantadas por los rusos en los últimos meses en la zona.

La velocidad con la que finalmente se ha llevado a cabo la evacuación nos dibuja el escenario que rodeó la decisión final, tomada en el último momento tras dos semanas en las que Rusia, al mismo tiempo, preparaba la defensa de la ciudad (minando la zona, construyendo trincheras, levantando estructuras defensivas de hormigón, bloqueando el internet y teléfono en la ciudad) y la retirada (comenzando el traslado de tropas a la otra orilla). Un tira y afloja insostenible entre la visión más política en la que perder Jersón es una derrota humillante, sostenida por la esfera de Vladímir Putin, y la visión militar en la que la defensa de Jersón era insostenible y bien vale cambiarla por la barrera natural de un río, sostenida por el general Serguéi Surovikin, comandante en jefe de la 'operación militar especial'. El anuncio oficial ha tenido dos rostros, el de Surovikin y el del ministro de Defensa. Todas las comunicaciones relacionadas con la políticamente humillante pérdida de Jersón pasan por el Ministerio de Defensa, lejos de la presidencia de Vladímir Putin.

La decisión -anómala- de anunciar la retirada en una coreografía televisiva pública intenta también apuntalar la idea de que ha sido Rusia la que ha tomado la decisión en estrictos términos estratégicos, sin otorgar mérito a la presión de unas tropas ucranianas cada vez más cerca. Así, se intentaba evitar también escenarios fácilmente aprovechables por la propaganda ucraniana como los de sendas retiradas anteriores (en la provincia de Kiev a principios de abril y en Járkov en septiembre), en las que las tropas rusas dejaban atrás armamento, equipamiento y otros materiales en una huida caótica sin apenas proteger su retaguardia.

Pero incluso con la cierta preparación con la que han contado, el pulso entre lo político y lo militar se prolongó tanto que, con los ucranianos ya luchando a apenas 10 kilómetros de la ciudad cuando se anunció oficialmente la retirada este miércoles, el repliegue ha tenido que hacerse a velocidad de vértigo, para evitar los bombardeos ucranianos y, como la marea de Kiev y Járkov, dejando restos atrás.

El caos de la "retirada ejemplar"

En apenas 24 horas, analistas de OSINT que hacen un seguimiento de las pérdidas de materiales rusos han ido acumulando numerosos ejemplos. "Las fuerzas de APU poseen ahora un IFV BMP-1AM Basurmanin (un vehículo de combate de infantería) capturado en el área de Jersón", informa uno de los analistas OSINT. Otro analista apuntaba que el Ejército ucraniano había capturado dos tanques T-62MV en el frente, así como el sistema de misiles tierra-aire táctico de corto alcance 9K33. Y así una larga lista.

En canales de Telegram rusos, muchos ligados a comentaristas militares rusos, se ha descrito la situación como hasta de "pánico" por el miedo de los soldados a ser atacados por las fuerzas ucranianas antes de cruzar al otro lado del Dniéper.

Foto: Imágenes satélite de la presa Nova Kakhovka. (Reuters)
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En los últimos compases de "la retirada ejemplar" -según distintos vídeos y testimonios, algunos soldados rusos heridos fueron abandonados para agilizar la salida, algunas unidades recibieron órdenes de "escapar como pudieran" y por lo menos un soldado ruso habría muerto ahogado cruzando el río a la desesperada-, Rusia volaba el puente de Antonovsky, que unía ambas orillas y por el que el grueso de los últimos soldados rusos habían sido evacuados, según demuestran imágenes de satélite publicadas por la empresa Maxar. El puente, a 70 kilómetros de Jersón, conecta la ciudad con la orilla del río Dniéper controlada por Rusia y era la principal ruta logística para el transporte de equipamiento militar de las fuerzas rusas.

Con la destrucción del puente, Rusia confía en la dificultad de Ucrania para avanzar más hacia el este, ya que Kiev no tiene apenas opciones militares para un asalto a través del río. Pero la vía es de doble sentido, y tampoco Rusia podrá retroceder de nuevo hacia los terrenos perdidos en Jersón. Un escenario que todavía no ha calado en la narrativa pública del Kremlin. La bandera ucraniana ondea en Jersón, pero Moscú continúa viendo la región como parte de Rusia -tras los referéndums ilegales del pasado agosto en las provincias ocupadas-, según defendió el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov.

Entre el caos, el vídeo de un soldado ruso conocido como 13º y al que se le ha podido seguir la pista durante su despliegue en Jersón hasta este mismo viernes. Entre lágrimas apenas contenidas y una retahíla de insultos, pintaba así las perspectivas rusas: "Para aquellos que dicen 'Volveremos a Jersón', si seguimos luchando así, y así es exactamente lo que está pasando, perderemos hasta Crimea". Rusia, de momento, se empieza a atrincherar en la orilla oriental del río, previsiblemente más a salvo de un avance ucraniano y desde donde la ciudad de Jersón recién liberada queda bajo el rango de su artillería. La presa de Nova Kakhovka, vital para el abastecimiento de agua dulce a la península de Crimea y cuya voladura inundaría gran parte de la provincia, también queda en la misma orilla.

La bandera azul y amarilla ya ondea en Jersón. Las tropas ucranianas han entrado en la ciudad entre vítores y lágrimas menos de 48 horas después de que Moscú anunciara su retirada de la orilla occidental del río Dniéper. Las escenas de civiles arengando, celebrando y llorando se sucedían en las calles de la ciudad al paso de los primeros soldados ucranianos. Kiev recupera así la única capital de provincia capturada por los rusos desde el inicio de la invasión a gran escala, y lo ha hecho a una velocidad que ni los propios ucranianos o la inteligencia de Estados Unidos esperaban.

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