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La otra guerra que Putin ya ha perdido: por qué la industria militar rusa está sentenciada
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El arsenal ruso, en entredicho

La otra guerra que Putin ya ha perdido: por qué la industria militar rusa está sentenciada

Rusia lleva años amasando millones gracias a la supuesta efectividad de su armamento. La guerra en Ucrania ha demostrado que, en realidad, sufre fallos estrepitosos, y eso va a afectar a uno de los grandes negocios de Putin

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin. (EFE/Yuri Kochetkov)
El presidente ruso, Vladímir Putin. (EFE/Yuri Kochetkov)

La guerra de Ucrania está lejos de terminarse. Por desgracia, todo apunta a que puede durar mucho tiempo, pero, incluso en este escenario de incierto final, ya se están sacando muchas conclusiones. Unas, quizá las más evidentes, son de índole militar. Otras son de índole humana, sin duda las más importantes. Otras son de carácter económico y, en este frente, hay algo con lo que tal vez Putin no contaba: el impacto tan negativo que está teniendo la guerra en el negocio ruso de la venta de armas.

París, junio de 1983. Ese mes se celebraba el Salón Aeronáutico de Le Bourget, entonces principal cita mundial de la aviación. La guerra de las Malvinas, que enfrentó a argentinos y británicos, había terminado justo un año antes. Parecía que aquella guerra, nunca declarada, ya estaba olvidada y los antiguos contendientes habían vuelto a un clima de normalidad. Empresas y productos de ambos países coincidían en el certamen francés.

Foto: Avión de combate JAS Gripen C de la Fuerza Aérea sueca. (Saab)

Casualidad o no, en uno de los pabellones y separados por un pasillo de apenas dos metros, la firma británica British Aerospace y la argentina FMA (Fábrica Militar de Aviones) exponían sus productos. Los primeros publicitaban sus misiles, como el famoso Sea Dart antiaéreo, y los segundos sus aviones, entonces el modelo de ataque ligero IA-58 Pucará. Los británicos dispusieron su estand decorado con enormes carteles con una fotografía de los Sea Dart y con unas llamativas y explícitas palabras en letras enormes: 'Combat proven' (probado en combate). Es, sin duda, un buen reclamo cuando quieres vender misiles, aunque justo enfrente estuvieran quienes los sufrieron.

placeholder Prototipos del Su-57 en vuelo. (Vadim Savitsky)
Prototipos del Su-57 en vuelo. (Vadim Savitsky)

Esta historia viene a cuento de que, a la hora de vender armas, la propaganda, las demostraciones, los vídeos y los carteles son importantes. Pero la prueba definitiva, lo que hace que un sistema de armas sea un éxito o un fracaso, es que se haya podido probar en condiciones reales y que su resultado haya sido el esperado. Las guerras, no olvidemos, también son un negocio y los fabricantes de armas, como los británicos entonces, están encantados de poder decir de sus productos eso de 'combat proven'.

La industria militar rusa

El negocio ruso de armas gira en torno a la empresa Rostec, un conglomerado industrial que agrupa a más de 700 empresas que trabajan o tienen relación con productos de defensa. Este gigante industrial se creó en 2007 auspiciado por Putin y aglutina a los principales fabricantes en sus diversas ramas: aviación, incluyendo fabricantes como Sukhoi, Mikoyán (fabricante de los MiG) o Tupolev; helicópteros, que engloba a Kamov y Mil, fabricantes, por ejemplo, de los Ka-52 y Mi-28; misiles; tecnología; innovación; etc.

Este gigante no solo engloba fabricantes, también controla otras empresas clave, como es Rosoboronexport, que hace de intermediario en todas las exportaciones de armas y, casualidad, creada también por Putin en 2000 y en la que ha puesto al frente a buenos amigos suyos, como Sergey Chemezov, antiguo miembro del KGB. Desde su fundación, esta filial habría firmado más de 26.000 contratos de venta de material a 122 países y, justo antes de la guerra, había ambiciosos planes para comercializar sus productos estrella, como la familia de blindados basados en el T-14 Armata, el nuevo avión de quinta generación Su-57, los helicópteros de ataque Ka-52 y Mi-28 y, más a futuro, el anunciado Sukhoi Checkmate.

placeholder Los efectos tras explotar la munición de un T-90. (Ukraininan Ground Forces)
Los efectos tras explotar la munición de un T-90. (Ukraininan Ground Forces)

Además, Rostec también controla la industria de materias primas estratégicas, como es VSMPO-AVISMA, una empresa que maneja el 30% del titanio del mundo. Las cifras no son nada desdeñables. Este gigante alcanzó en 2019 unos ingresos de 1,7 billones de rublos, unos 59.000 millones de dólares, con un beneficio neto de 6.300 millones y de los que un 70% corresponderían a producto militar.

¿Y, tras la guerra, qué?

La guerra de Ucrania ha pasado ya por varias fases. La primera resultó un fracaso para las tropas rusas. Ahora la guerra ha tomado otros derroteros. Los rusos han aprendido de sus errores, han cambiado las tácticas y han adaptado su estrategia a una nueva situación en la que el volumen y calidad de sus tropas ha caído muchos enteros.

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Aunque a los rusos las cosas les pudieran ir mejor ahora, lo cierto es que la calidad de su armamento y material ha dejado bastante que desear. Ha habido situaciones donde no solo ha fallado el componente humano, también el material ha funcionado muy por debajo de las expectativas que en Occidente se tenían sobre su calidad. Este hecho tiene dos consecuencias. Por un lado, en el seno de la OTAN se están haciendo algunos replanteamientos sobre lo que representa en realidad la amenaza rusa, siempre eliminando de la ecuación el componente nuclear. Por otro, indiscutiblemente, va a afectar a la industria militar rusa, una industria que incluso estaba adquiriendo prestigio tecnológico.

Es el segundo factor lo que debe preocupar y mucho a Putin, pues va a poner en grave riesgo esos jugosos beneficios de su negocio armamentístico. La cuestión de lo que piense o deje de pensar la OTAN es importante, pero el verdadero problema es lo que piensen los clientes habituales del armamento ruso y aquellos que se planteaban serlo.

placeholder Corbeta Dimitri Rogachyov, buque de la serie Project 22160. (Mil.ru)
Corbeta Dimitri Rogachyov, buque de la serie Project 22160. (Mil.ru)

Las armas se tienen para generar disuasión y esta se basa en la creencia del enemigo de que, si inicia acciones hostiles, el coste a asumir va a ser grande. Pero hay un problema. Un arma a la que se atribuye una alta eficacia genera disuasión, pero, si se sabe que no funciona, el castillo de naipes se desmorona. Este es el problema al que se enfrentan ahora los clientes de material ruso y lo que puede hundir el negocio de Putin.

Fallos estrepitosos

Incluso en guerra no es sencillo saber de verdad cómo ha funcionado un material, pero ha habido varios casos donde el resultado deja pocas dudas. Uno de ellos es el hundimiento del buque insignia ruso Moskva. La gran mayoría de fuentes, expertos y agencias oficiales, se decantan por el hundimiento tras un ataque con misiles. Lo grave de este suceso, más allá del golpe que supuso la pérdida del buque, es que los sistemas defensivos fallaron.

Es cierto que los misiles rozaolas son difíciles de detectar y el barco atacado se suele enterar cuando los tiene casi encima. Pero los buques de escolta están para evitar esa sorpresa y para contrarrestar las amenazas entrantes. Las fragatas no actuaron o no captaron nada. Esto es indicio de capacidades limitadas o con parte de sus funciones fuera de servicio. En cualquier caso, si el buque estaba modernizado y los sistemas no funcionaron o quedaron fuera de servicio, la capacidad real de los equipos rusos plantea serias dudas.

A esto contribuye una noticia publicada por la Agencia TASS en la que se afirma que la Armada rusa está muy descontenta con el resultado de sus corbetas Proyect 22160, unos escoltas de unas 1.700 toneladas que habían causado muy buena impresión. De la primera serie de seis buques, hay cuatro en activo y dos construyéndose, pero una segunda serie de otras seis unidades ha sido cancelada. Entre los defectos —que la propia agencia rusa indica— se señalan mala navegabilidad, escasa protección, plantas de energía muy vulnerables y defensas antiaéreas ineficaces. Argelia era un posible cliente muy interesado en estos buques. ¿Qué pensará a partir de ahora?

placeholder Su-35 durante una demostración en vuelo. (Rob Schleiffert)
Su-35 durante una demostración en vuelo. (Rob Schleiffert)

Otro ejemplo es la falta de una eficaz coordinación entre las diferentes armas, sobre todo con la aviación. Este fracaso en las redes de mando y control también plantea muchas dudas sobre estos equipos, lo mismo que sobre los 'pods' de designación de objetivos, algo clave para el empleo de unas armas guiadas de alta precisión que Rosoboronexport no deja de publicitar en sus catálogos.

Los blindados rusos han mostrado excesivos signos de debilidad, aunque era ya algo conocido. Tan solo los T-80BVM y los T-90 están dando muestras de eficacia, pero, incluso de estos modelos, sobre todo de los T-80, se están señalando serias deficiencias, como un bajo rendimiento de sus cámaras térmicas SOSNA-U (la misma que llevan los T-90 y T-72B3M), el hecho de no cargar en su interior más de 10 proyectiles debido a la vulnerabilidad del carrusel del cargador automático —que sabemos tiende a explotar y volar el carro al recibir un impacto— y un elevado consumo de combustible, aunque esto ya era de sobra conocido en un carro con turbina de gas poco eficaz, pese a ser una versión modernizada.

Todo esto puede afectar muy gravemente a las exportaciones, sobre todo a un área como la del sudeste asiático, hasta ahora fiel comprador de material ruso. Lo demuestra el hecho de que, en los últimos 20 años, las adquisiciones de material ruso han sido por valor de más de 11.000 millones de dólares, por delante de las que han hecho los mismísimos Estados Unidos. Hablamos de países como Vietnam, Myanmar, Malasia o Indonesia.

placeholder T-80U. (Vitaly Kuzmin)
T-80U. (Vitaly Kuzmin)

Vietnam, sin ir más lejos, se estaba planteando comprar aviones Su-35, pero la relativa facilidad con la que algunos ejemplares fueron abatidos por los ucranianos podría estar haciendo que se reconsiderase su adquisición. Si a esto se une que las graves pérdidas materiales de las fuerzas rusas van a tensionar las cadenas de fabricación y que esto, a su vez, generará retrasos en las entregas de pedidos, el desastre está servido. Muchos de estos países buscarán fuentes alternativas y quien no pueda adquirir en Occidente, por cuestiones económicas o políticas, mirará a otros mercados, como el chino.

Al final, las guerras son en buena medida una cuestión económica. Esta de Ucrania, con independencia de su resultado final, le va a salir muy cara a Rusia. En la factura final, el golpe a su industria va a jugar un papel decisivo.

La guerra de Ucrania está lejos de terminarse. Por desgracia, todo apunta a que puede durar mucho tiempo, pero, incluso en este escenario de incierto final, ya se están sacando muchas conclusiones. Unas, quizá las más evidentes, son de índole militar. Otras son de índole humana, sin duda las más importantes. Otras son de carácter económico y, en este frente, hay algo con lo que tal vez Putin no contaba: el impacto tan negativo que está teniendo la guerra en el negocio ruso de la venta de armas.

Vladimir Putin
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