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De la acería de Mariúpol al aeropuerto de Donetsk: la leyenda de los cíborgs ucranianos
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Leyendas de agónica resistencia

De la acería de Mariúpol al aeropuerto de Donetsk: la leyenda de los cíborgs ucranianos

En la niebla de la guerra, hecho y mito se confunden, producto del rumor y de las necesidades de la propaganda de guerra

Foto: La planta de acero Azovstal, donde se atrincheran los últimos defensores de Mariúpol. (Reuters/Alexander Ermochenko)
La planta de acero Azovstal, donde se atrincheran los últimos defensores de Mariúpol. (Reuters/Alexander Ermochenko)
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Hemos visto su paisaje lunar, allanado como si le hubiera pasado por encima una estampida de bisontes colosales. Hemos escuchado los testimonios de los supervivientes, huidos del hambre y de las fosas comunes llenadas por las bombas rusas, y ahora seguimos las noticias de los últimos defensores ucranianos: atrincherados en el complejo metalúrgico de Azovstal. Mariúpol es el filo más duro de la invasión de Ucrania. El epicentro del que emanan sus historias más inspiradoras y, en ocasiones, improbables. En la niebla de la guerra, hecho y mito se confunden, producto del rumor y de las necesidades propagandísticas de los bandos.

Hace varias semanas que oímos hablar de la inminente caída de esta ciudad estratégica. Sus defensores, que se comunican con el exterior gracias a un teléfono por satélite, dicen que solo pueden aguantar unos días más, quizá solo unas horas. Así desde hace ya un par de semanas. Mientras tanto, aún salen a reventar tanques rusos, hasta el punto de que Vladímir Putin ha ordenado a sus solados que no gasten más esfuerzo y munición en liquidar a los últimos de Azovstal. Mejor un simple bloqueo. Cada guerra tiene sus episodios de resistencia numantina. Esto los ucranianos lo saben bien. Su catálogo de gestas crece desde hace ocho años.

Foto: Fábrica de Azovstal. (Foto cedida por Viktor Mácha)

Los cíborgs de la guerra del Donbás

El 26 de mayo de 2014, horas después de que Petro Poroshenko ganase las elecciones de Ucrania, un estruendo sonó 10 kilómetros al norte de Donetsk. Las tropas ucranianas habían lanzado su ofensiva contra las milicias rusas y prorrusas. Y, como casi todas las ofensivas, la suya empezó por recuperar el aeropuerto. Aquel fue el comienzo oficioso de la guerra que hoy continúa, solo que a mayor escala.

En la cercana estación de tren, bajo el rugido de la artillería, los transeúntes se arrojaban al suelo, detrás de los coches o de las grandes macetas de una frutería cercana, que inexplicablemente seguía abierta. La guerra, que se había insinuado con algunas escaramuzas en las semanas anteriores, ya era un hecho. Como también era un hecho la presencia rusa en el Donbás.

De la cuarentena de cadáveres cosechados aquel día en las filas insurrectas, 34 eran de ciudadanos rusos. Sus cuerpos rígidos fueron depositados en ataúdes de color rosa fucsia y apilados debajo de un árbol, frente a la morgue de Donetsk. Pocos días después, el hedor se notaba en las inmediaciones. Estábamos a finales de mayo. Los prorrusos acabaron mandando los cuerpos, en un convoy fúnebre, a Rostov del Don.

Foto: Funeral colectivo por 25 soldados ucranianos muertos en el frente este de la guerra contra Rusia. (EFE/Manuel Bruque)

Solo fue el principio. Ante la presión de los ucranianos en otros puntos del Donbás, siendo capaces de recuperar de manos separatistas Slovyansk, Kramatorsk e incluso Mariúpol, los rusos y prorrusos redoblaron esfuerzos. Y gran parte de estos esfuerzos se concentraron en el aeropuerto de Donetsk.

Además de ser un activo estratégico, el aeropuerto Serguéi Prokofiev de Donetsk tenía un fuerte carácter simbólico. Había sido modernizado poco antes, en 2012, justo a tiempo para gestionar la llegada masiva de turistas y aficionados al fútbol. Ucrania acogía (junto a Polonia) la Copa de Europa, y el mejor estadio de todo el país se encontraba precisamente en Donetsk. Una inmensa y majestuosa corona de cristal para gloria de la región y de su dueño, el oligarca Rinat Ajmétov. El aeropuerto internacional Serguéi Prokofiev era el otro monolito del orgullo local.

placeholder Imágenes desde un dron sobre el aeropuerto Serguéi Prokofiev en Donetsk en enero de 2015. (Reuters/Army.SOS)
Imágenes desde un dron sobre el aeropuerto Serguéi Prokofiev en Donetsk en enero de 2015. (Reuters/Army.SOS)

Las tropas ucranianas se fortificaron en el aeródromo. Se trataba de la última posición nacional en Donetsk y acabó siendo el escenario de la batalla más épica de la guerra del Donbás. Después de algunos meses de negociaciones entre Ucrania y Rusia, supervisadas por Alemania y Francia, en septiembre de 2014 se reanudaron los combates en el aeropuerto. Los ucranianos tenían una posición ventajosa desde la que golpeaban a los rebeldes, que, sin embargo, lograron hacerse con algunas de las torres de control y con la vieja terminal del complejo.

Cada vez más, Ucrania y parte del mundo recibían con entusiasmo cualquiera de las noticias imprecisas que llegaban del Serguéi Prokofiev. Los ucranianos, en minoría y contra todo pronóstico, resistían semana tras semana, mes tras mes. En medio de los disparos de los tanques, de la lluvia de misiles y del fuego de artillería.

Cuando llegó el invierno, nadie sabía cómo era posible que los ucranianos continuaran

Cuando llegó el invierno, nadie sabía cómo era posible que los ucranianos continuaran resistiendo, ya no por los cohetes que los buscaban día y noche, sino por las temperaturas gélidas de la estepa en enero. Estos hacían hogueras con los materiales que tenían a mano, despegados de las estructuras de un aeropuerto destrozado y hundido, reminiscente de las imágenes de Stalingrado.

"La batalla fue muy feroz cada uno de los 244 días", dijo el francotirador Alexander Pochynok, una de las pocas personas que puede contar, de primera mano, lo ocurrido, a la revista 'Coffee or Die Magazine'. "Hacia el final de la defensa, odiábamos más que nada los tanques y el frío". Las temperaturas habrían llegado a los 25 grados bajo cero. Respecto a los tanques, el peligro que entrañan es que disparan desde cerca: así que no dejan, como la lejana artillería, margen de reacción.

Estas condiciones, sumadas a la desigualdad numérica, motivaron que los combatientes ucranianos recibieran el apodo de cíborgs, en honor a los personajes de la ciencia ficción, mitad humanos y mitad robots, capaces de hacer cosas inalcanzables para el resto de los mortales. De hecho, fueron los propios prorrusos, en una de sus conversaciones por radio interceptadas, quienes los honraron con esta etiqueta: "Hay una especie de cíborgs ahí dentro". Los ucranianos adoptaron gustosos el apodo y lo convirtieron en un pilar de su propaganda de guerra.

El ultimátum final

El 12 de enero de 2015, los soldados de la autoproclamada República Popular de Donetsk (DNR) dieron un ultimátum a los ucranianos que quedaban atrincherados en la nueva terminal: retiraos antes de las 17:00 o seréis destruidos. Los ucranianos se negaron. Los 'denerovtsi' entraron con toda su potencia de fuego y la lucha continuó aún varios días. Los ucranianos acabaron resistiendo en una sala de la terminal, que en estos momentos solo era una ruina flaca y humeante. El 20 de enero, los prorrusos dinamitaron la segunda planta, sobre las cabezas de los resistentes. Hubo muertos, heridos y prisioneros de guerra. El resto de ucranianos se retiraron.

Las bases del mito ya se habían establecido. Desde entonces, Ucrania celebra cada 26 de enero el Día de Conmemoración de los Cíborgs, en referencia al centenar de ucranianos muertos durante la batalla, que también dejó 440 heridos.

Probablemente, algunos detalles de la historia de los cíborgs, como los de la historia que se está formando en torno a los últimos de Mariúpol, tenga partes ficticias o exageradas. Y algunos resistirán el paso del tiempo. Relatos típicos de la Segunda Guerra Mundial, como el de aquel joven manitas, Mijaíl Kaláshnikov, que diseñó el mejor rifle del mundo mientras convalecía herido, son en gran parte mentira (Kaláshnikov participó en el diseño, pero el mérito reposa mayoritariamente en el enorme, caro y complejo proyecto estatal de ingenieros que trabajaron durante años en dar con dicho rifle; Kaláshnikov fue más bien el héroe oficial de la propaganda).

De momento, si Mariúpol aún no es rusa, es gracias a esos combatientes que resisten en un complejo metalúrgico soviético de cinco kilómetros cuadrados, en compañía, aparentemente, de unos 2.000 civiles. Esta ciudad portuaria se sitúa en medio del famoso corredor de tierra que Moscú quiere abrir entre Rusia y Crimea. Su conquista puede liberar las manos de 14 batallones tácticos, y dar a Putin un éxito del que presumir el 9 de mayo. Si la resistencia ucraniana se lo permite.

Hemos visto su paisaje lunar, allanado como si le hubiera pasado por encima una estampida de bisontes colosales. Hemos escuchado los testimonios de los supervivientes, huidos del hambre y de las fosas comunes llenadas por las bombas rusas, y ahora seguimos las noticias de los últimos defensores ucranianos: atrincherados en el complejo metalúrgico de Azovstal. Mariúpol es el filo más duro de la invasión de Ucrania. El epicentro del que emanan sus historias más inspiradoras y, en ocasiones, improbables. En la niebla de la guerra, hecho y mito se confunden, producto del rumor y de las necesidades propagandísticas de los bandos.

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