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Mariúpol, la ciudad 'mimada' de Ucrania en primera línea de la amenaza rusa
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Promesas del este (I)

Mariúpol, la ciudad 'mimada' de Ucrania en primera línea de la amenaza rusa

Si mañana Rusia lanza la temida invasión a gran escala, la ciudad que tiene todas las papeletas de encajar el ariete ruso es Mariúpol. Sus ciudadanos lo saben, y muchos de ellos están preparando la defensa

Foto: Un soldado ucraniano vigila el puerto de Azov en Mariúpol.  (EFE)
Un soldado ucraniano vigila el puerto de Azov en Mariúpol. (EFE)

Las acuarelas de Boris Dovgariuk retratan la estepa ucraniana, con sus breves pantanos, amplios horizontes y ocasionales bosquecillos cargados de nieve. "Quiero captar el ánimo de la naturaleza", me cuenta, y un árbol seco y torcido, en una de sus pinturas, parece un sabio reflexionando. Algunas de las acuarelas, sin embargo, tienen una leve marca gris perdida en la lejanía. ¿Una chimenea, parece? ¿Un bloque de viviendas? En el mejor de los casos, un trazo, una muesca en el lienzo.

"Cuando empecé a pintar, me centraba en la industria. En las fábricas. Como todo el mundo", dice Dovgariuk, que acaba de inaugurar una exposición en el Centro Kuindzhi de Arte Contemporáneo de Mariúpol, en el este de Ucrania. "Pero, cuando colgaba los cuadros en mi apartamento, me daba cuenta de que ya veía todo eso en mi vida cotidiana y no quería tenerlo también en casa. No es escapismo, sino una manera de centrarme en lo que nos falta, en los elementos que aún no ha tocado la industria".

Foto: Plaza de la Independencia de Kiev, en 2015. (EFE/Sergey Dolzhenko)

Mariúpol, situada junto al Mar de Azov, en la región del Donbás controlada por Ucrania, es la quinta esencia de ciudad soviética obrera. Una localidad rusófona de más de 400.000 habitantes donde la vida transcurre de manera pragmática, abordo de tranvías y autobuses vetustos que van del punto A al punto B. Con hileras de bloques de apartamentos idénticos, de cemento expuesto y ventanas con el marco descascarillado, y una variedad de fábricas tan abandonadas que inspiran cierto romanticismo: un pasado glorioso te mira desde sus ventanas huecas.

Muchas de las vistas de Mariúpol no han cambiado desde los años 30, incluida la vista de sus dos grandes motores económicos: las plantas acereras Ilyich y Azov, de la corporación Metinvest. Estos dos estegosaurios herrumbrosos, tumbados sobre el norte y el sur de la ciudad, producen todo tipo de componentes de acero, desde piezas para barcos a tuberías y gasoductos, que luego se exportan, vía ferrocarril, a una cincuentena de países.

Estas estructuras inabarcables de las que salen llamaradas y penachos de humo, además de emplear a 35.000 personas, envuelven Mariúpol en una caperuza de formaldehído y partículas de metal. Una atmósfera densa que se manifiesta cada mañana, al salir de casa, en la forma de un sabor de ceniza y metal quemado que te coloniza la garganta, y que a veces hasta se puede ver. Los días de mucha actividad, una neblina tóxica y maloliente se instala en las calles del centro. Mariúpol, según un estudio de 2018, es la ciudad más contaminada de Ucrania.

"Hace unos años, nadie quería estar en Mariúpol. Los jóvenes se querían ir. Por la contaminación, porque teníamos una ciudad gris"

Aun así, no sería justo hacer un retrato en seco, inamovible, de Mariúpol. La ciudad parece haber mejorado en los últimos años. "Mariúpol ha cambiado mucho", dice Kiril Vishnyakov, representante del partido opositor Poder del Pueblo y asesor de uno de los concejales del Ayuntamiento. "Hace unos años, nadie quería estar en Mariúpol. Los jóvenes se querían ir. Por la contaminación, porque teníamos una ciudad gris, sin nada que hacer. Hoy está mucho mejor. Mucha gente joven quiere quedarse aquí".

Dice Vyashnikov que, tanto la administración del presidente anterior, Petro Poroshenko, como la del actual, Volodímir Zelensky, han hecho reformas descentralizadoras y han invertido dinero a Mariúpol. En parte, porque se trata de la ciudad más cercana a las zonas separatistas en guerra, y, por tanto, conviene mimarla: hacer de ella un ejemplo para quienes entren en territorio ucraniano. Algo parecido a cuando Occidente hacía del Berlín de la Guerra Fría un escaparate capitalista. "Mucha gente ha visto que, con Ucrania, tenemos nuevos edificios, nuevas escuelas, guarderías y hospitales", añade Kiril Vishnyakov. "Hay que mostrar a la gente que, en Donétsk, todo es un desastre. No en Mariúpol".

El alcalde de la ciudad, Vadym Boichenko, lanzó en 2017 una iniciativa para hacer las cuentas locales más transparentes y atraer inversión nacional y extranjera. El pasado septiembre, la ciudad acogió un foro de negocios que logró asegurar 10 millones de dólares entre distintos proyectos. Poco después, el Banco de Inversión Europeo y Naciones Unidas acordaron abrir en la ciudad dos escuelas para niños discapacitados. La ONU y Canadá han aportado camiones para llevar ayuda y servicios sociales a las zonas más inaccesibles y peligrosas de la región, sobre todo aquellas que están en la "línea de contacto": el frente de guerra contra los separatistas apoyados por Rusia. Incluso el McDonald’s, que cerró durante la violencia de 2014, tiene previsto reabrir.

Foto: Tropas rusas durante recientes movimientos militares en la región de Rostov. (Reuters/Sergey Pivovarov)

Este esfuerzo público por construir parques, modernizar la calefacción de las viviendas o abrir guarderías o cafés en las inmediaciones del Teatro Académico Nacional, en cuyo frontispicio se codean estatuas de agricultores y obreros del metal, obedece también a la necesidad de calmar los ánimos dentro de Mariúpol. Una parte significativa de sus habitantes, estadísticamente de mayor edad y ligados a sectores que solían ser prósperos en la era soviética, siguen percibiendo a Kyiv como una capital extranjera y albergan inclinaciones prorrusas.

"En 2014 había mucha gente en Mariúpol con mentalidad prorrusa", explica Petro Andryushchenko, uno de los principales asesores del alcalde. "Tiene mucho que ver con la propaganda rusa. Tuvimos muchos problemas al respecto. Ahora lo que intentamos hacer es cambiar nuestra ciudad. La población ve la diferencia que hay con Donétsk. Tenemos mayores salarios, mejores infraestructuras. Las encuestas indican que el sentimiento prorruso ahora no es tan alto como antes".

El Ayuntamiento asegura que, según sus encuestas, más de la mitad de los ciudadanos de Mariúpol dicen estar comprometidos con la defensa de Ucrania. Hace un lustro, esta postura solo la tenía aproximadamente un tercio de los habitantes.

El Ayuntamiento asegura que más de la mitad de los ciudadanos de Mariúpol dicen estar comprometidos con la defensa de Ucrania

Bajo esta capa oficial de optimismo, la ciudad no se escapa a los problemas inherentes a la vida pública ucraniana. El dueño de Metinvest, y de las dos plantas que embalan Mariúpol en un aire muchas veces irrespirable, es el Gran Jan: Rinat Ajmétov. Un oligarca que, pese a haber sido expulsado de su Donétsk natal, ha logrado conservar su puesto de hombre más rico de Ucrania.

Según Kyiv Post, cuando Ajmétov perdió el control de su feudo, reforzó su influencia política en Zaporizhia, Kryviy Rih y Mariúpol. "Metinvest invirtió más de 1.000 millones de grivnas [30 millones de euros] en las campañas políticas de estas ciudades durante las elecciones de 2015", declaró al Post el ecoactivista Valeriy Averiyanov, del grupo Quiero Respirar. "Como resultado, antiguos gestores de Metinvest se han convertido en parlamentarios con influencia en los consejos locales".

Kiril Vyashnikov se refiere a Ajmétov como el "jefe" del alcalde de Mariúpol y dice que la mujer de este, pese a su falta de experiencia, encontró un buen empleo en Metinvest al día siguiente de que su marido ganase las elecciones. La influencia política de Ajmétov hace que muchos de los habitantes se refieran a Mariúpol como "Ajmetóvsk", una forma local de decir "ciudad de Ajmétov".

Foto: Los reservistas ucranianos asisten a un ejercicio militar en un campo de entrenamiento cerca de Kiev, Ucrania. (EFE/EPA/Sergey Dolzhenko)

Leonid, que prefiere no dar su apellido porque ejerce de artillero en la guerra del Donbás, participó en las protestas contra Metinvest del año 2012. "El centro de la ciudad estaba muy afectado. Yo podía tolerar hasta cinco días de niebla tóxica. Pero llegábamos a 20, a 30, y cubría el centro de la ciudad. Como una niebla pero con color y olor. Uno salía del apartamento y lo olía", recuerda. En las protestas "exigíamos que pusieran filtros modernos en las acereras, así que entramos en conflicto con el oligarca. Protestamos poniéndonos unas máscaras de gas".

Cuando le pregunto por el medio ambiente, Petro Andryushchenko exhala un profundo suspiro. "La cuestión ecológica es una cuestión difícil", reconoce el asesor del alcalde. "Es una cuestión de tiempo, de dinero y de lo que tienen que hacer las autoridades. Por supuesto que tenemos algunos problemas con las acereras, pero es más una cuestión para el Gobierno nacional: ley, dinero, y otras cosas. Ahora Metinvest tiene un plan estratégico para los próximos 10 y 30 años, y espero que el medio ambiente mejore. En realidad, la situación es mucho peor en el territorio cercano a Donétsk. No sabemos lo que hacen [los separatistas]. Pero tienen problemas con las minas y con el agua".

"Yo podía tolerar hasta cinco días de niebla tóxica. Pero llegábamos a 20, a 30, y cubría el centro de la ciudad"

Además del aire, tan sucio que a veces parece que una mano de hollín te toca la cara nada más salir de una cafetería, los problemas de Mariúpol saltan a la vista. Muchas obras hay que hacer para cubrir los profundos socavones de las carreteras, depósitos de agua que empapan a los incautos al paso de los vehículos un día de lluvia. La estatua de Taras Shevchenko está sola, en un parque desangelado, delante de una avenida completamente agrietada por la que pasean los perros callejeros.

Pero quizás el desafío más acuciante no este. Si mañana Rusia lanza la temida invasión a gran escala, la ciudad que tiene todas las papeletas de encajar el ariete ruso, dada su cercanía a la frontera y a la guerra del Donbás, y su exposición al Mar de Azov, controlado por Moscú, es precisamente esta, Mariúpol. Sus ciudadanos lo saben, y muchos de ellos están preparando la defensa.

Las acuarelas de Boris Dovgariuk retratan la estepa ucraniana, con sus breves pantanos, amplios horizontes y ocasionales bosquecillos cargados de nieve. "Quiero captar el ánimo de la naturaleza", me cuenta, y un árbol seco y torcido, en una de sus pinturas, parece un sabio reflexionando. Algunas de las acuarelas, sin embargo, tienen una leve marca gris perdida en la lejanía. ¿Una chimenea, parece? ¿Un bloque de viviendas? En el mejor de los casos, un trazo, una muesca en el lienzo.

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