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Colau censura una estatua del Quijote en el lugar donde termina la novela
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"Quédense los castellanos con su Quijote"

Colau censura una estatua del Quijote en el lugar donde termina la novela

La coalición de Gobierno formada por Barcelona en Comú y el PSC votaron en contra, así como ERC, principal partido de la oposición

Foto: Estatua de Don Quijote con una mascarilla frente a la Casa Natal de Miguel de Cervantes en Alcalá de Henares. (EFE/Fernando Villar)
Estatua de Don Quijote con una mascarilla frente a la Casa Natal de Miguel de Cervantes en Alcalá de Henares. (EFE/Fernando Villar)

El pasado mes de noviembre se suscitó un intenso debate en el pleno municipal de Barcelona a partir de una iniciativa de Ciudadanos consistente en regalar a la capital catalana una estatua de don Quijote de la Mancha y su escudero Sancho Panza para instalarla en la Barceloneta, lugar de varios de los episodios más remarcables de la estancia del hidalgo durante la segunda parte de una de las novelas fundamentales para entender el camino hacia la modernidad.

La coalición de Gobierno formada por Barcelona en Comú y el PSC votaron en contra, así como ERC, principal partido de la oposición y, sin embargo, clave para aprobar los presupuestos del Consistorio. Junts se abstuvo y solo votaron a favor los regidores de la formación naranja, el PP y Barcelona pel Canvi, desde hace unos meses sin Manuel Valls, su principal y fallido reclamo electoral.

Foto: Nuestro escritor más internacional, Miguel de Cervantes Saavedra.

Jordi Martí, sexto teniente de alcalde y responsable del área de Cultura tras el adiós de Joan Subirats, argumentó que lo mejor para homenajear a don Quijote era leer el libro. Este razonamiento es idéntico al esgrimido por Laura Borràs en el Parlament en junio de 2018, cuando los diputados de C’s mostraron ejemplares de la obra maestra de Miguel de Cervantes como símbolo de protesta ante la anulación de un acto en el aula magna de la Universidad de Barcelona organizado por Sociedad Civil Catalana. La charla de Jean Canavaggio, el mayor especialista mundial sobre la materia, fue boicoteada por la presencia de un centenar de CDR y otros sindicatos soberanistas, quienes penetraron en el recinto académico e impidieron la celebración del acto.

Los síntomas de un no tan absurdo debate

Los representantes de Ciutadans no suelen destacar en los avatares de la política municipal barcelonesa, monopolizada en la confrontación entre partidos de izquierda e independentistas, siempre atentos desde la ambición de conquistar la capital para sus intereses y disponer del inmenso presupuesto condal, más aún tras ganar Ernest Maragall las elecciones de mayo de 2019 por el escaso margen de 4.000 votos sobre Ada Colau, estériles por la aritmética surgida de los resultados.

Foto: Manifestación contra la gestión de Ada Colau. (Joan Mateu Parra) Opinión

Los noes de 'comuns', socialistas y ERC al grupo escultórico se inserta en una vieja tradición entre aquellos que aceptan las dos culturas, con sus respectivas lenguas, como una sola y aquellos aferrados a rechazar todo aquello proveniente de España. Ya en 1905, cuando se conmemoraba el tercer centenario de la obra maestra, el escritor Josep María Folch y Torres dejó para la posteridad un “Quédense los castellanos con su Quijote y buen provecho les haga”. En 2007, siempre desde la misma batalla, escritores como Javier Cercas, Enrique Vila-Matas o el difunto Juan Marsé declinaron acudir a la feria de Fráncfort, donde Cataluña era la nación invitada, porque el Institut Ramón Llull no consideraba catalana la literatura en castellano.

En este caso concreto, el absurdo se amplía en grado sumo, pues, al fin y al cabo, don Quijote de la Mancha es el debut de un género personal e intransferible: la novela de Barcelona. La irrupción del caballero de la triste figura y Sancho Panza justo antes de la noche de San Juan es el prolegómeno para no más de 60 páginas repletas de una calidad excepcional, impulsadas según los entendidos por la afrenta del 'Quijote' apócrifo de Avellaneda, si bien otros, como la novelista Carme Riera, lo vinculan más con el gusto de Cervantes por hacer, literalmente, lo que le venía en gana y situar a su héroe en un marco alabado en un célebre fragmento como “Archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y belleza, única: y aunque en ella los sucesos que me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, sólo por haberla visto”.

Foto: Póster de la película china 'Don Quixote' Opinión

Existen varias rutas de don Quijote en Barcelona, todas ellas promovidas por guías y ciudadanos con poco apoyo oficial, como demuestra la ausencia de ninguna señal en los escenarios visitados por la ilustre pareja. Uno de ellos se ubica en el carrer del Call, epicentro del barrio judío durante la Edad Media. Se trata de la imprenta de Sebastián de Comellas. Quizás en esos muros, decorados con una magnífica fachada esgrafiada, acaeció ese genial episodio donde un personaje de ficción se sobresalta por hallarse ante un ejemplar del apócrifo de Avellaneda, metaliteratura antes de la misma, o si prefieren historia mundial de las letras en todo su esplendor.

Otros rincones de estos recorridos circularían por el Palau de Mar de la Barceloneta, la playa cercana donde acontece el duelo con el bachiller Sansón Carrasco, el angosto carrer de Perot lo Lladre o el carrer Ample, en esas fechas el más ancho de la urbe, tal como indica su denominación.

Si preguntáramos a los barceloneses, no nos sorprenderíamos ante su absoluta ignorancia en torno a estos sucesos ficcionales. No es una crítica cultural, sino más bien una muestra del desdén municipal para ilustrar a sus votantes con una pizca de pedagogía urbana, algo común en la mayoría de ciudades europeas.

Foto: Cervantes, ¿un marciano? Opinión

La ausencia de la misma, o la renuencia a aplicarla, alcanza su apogeo en el número 2 del paseo de Colón, donde puede admirarse, justo al lado de Correos, la casa donde, dicen, se alojó el escritor durante su estancia en Barcelona en junio de 1610. Este breve periplo, con la intención de parlamentar con el conde de Lemos, podría explicar cómo el realismo, a diferencia de la primera parte, empapa todo el tejido textual, mucho más afín al contexto histórico catalán de inicios del siglo XVII.

La perpetuación de la desmemoria

La casa de Cervantes, con un colmado pakistaní de vistoso letrero en sus bajos, tiene una placa datada en 1993 de una asociación cervantina. No sabemos si el Ayuntamiento posolímpico tampoco quiso honrar al escritor complutense, aunque sí conocemos los dimes y diretes de la vivienda, derribada por completo en 1945 y remodelada, con demasiadas licencias, por el arquitecto municipal Adolf Florensa, escasamente estudiado y fundamental por proseguir con una senda de invención del pasado, cuya primera piedra se erigió en los años 20 del novecientos, cuando los mandamases optaron por sacarse de la chistera un Barrio Gótico de mentira para atraer a más turistas, una auténtica obsesión que no cesa, vivísima este otoño con fallido proyecto de ampliación del aeropuerto de El Prat, en cuyas previsiones figuraba incrementar el tráfico anual de pasajeros en 20 millones.

Más allá de los complejos de Barcelona, durante décadas aspirante a ser juzgada como la París del sur, la anécdota de la casa de Cervantes, confirmada como tal en su momento por Martí de Riquer, nos conduce a una indudable constatación: la amnesia histórica tiene prioridad entre los gobernantes condales.

Una razón podría ser la adopción de un relato histórico basado en los triunfos de la burguesía catalana desde la segunda mitad del siglo XIX, como puede apreciarse en el nomenclátor del Eixample, donde el recuerdo a grandes glorias del principado y sus instituciones ocupa las arterias esenciales del trazado de lldefons Cerdà, mientras las calles alejadas del centro, de Bailén a Navas, de Independencia a Padilla, glosan los triunfos españoles.

Foto: Ayuntamiento de Barcelona retira el monumento en memoria de Antonio López, el primer marqués de Comillas. (EFE)

Más tarde llegaría el Modernismo, cumbre económica de la Renaixença con el paroxismo de la Sagrada Familia como gallina de los huevos de oro al recaudar, solo en billetes de ingreso, más de 30 millones anuales hasta el estallido de la pandemia.

El Franquismo también puso su granito de arena desde su ambición de transformar la capital catalana en una autopista urbana, mientras el arribo de la democracia propulsó la desmemoria hasta límites insospechados de la mano del omnipotente Oriol Bohigas, quien sembró los márgenes de grandes y positivos espacios verdes sin conmemorar ni por asomo lo destruido al privilegiar, según este credo de 'tabula rasa', el presente por encima de todas las cosas, algo más acentuado tras las Olimpiadas, como ejemplificarían reformas recientes como la de la Rambla del Raval, una avenida desnaturalizada por no preservar siquiera ni un centímetro de lo pretérito, solo retenido en novelas imposibles de encontrar, como 'La marge', de Pyere de Mandiargues, o en poquísimas fotografías disponibles en la red. Quien quiera encontrarlas deberá jugar a los detectives, pues desde 1993 el mayor banco de imágenes directas sobre Barcelona en el motor de búsqueda son alineaciones de un equipo de fútbol.

La velocidad es el olvido

De este modo, tanto los ciudadanos como los turistas, más proclives a invadir la Rambla, caminan por un entramado repleto de desinformación, una carretera desprovista de referencias para facilitar el intenso ritmo de Barcelona, convertida en una pasarela sin atributos con centenares de nombres heredados del franquismo.

La única medida de memoria de estas últimas legislaturas se efectúa durante la primavera, cuando, para celebrar el aniversario de la República, se inauguran paneles en enclaves relacionados con el movimiento obrerista y republicano para subsanar, con acierto, esta carencia bien amada tanto por la Generalitat convergente como por los consistorios socialistas, poco amigos del anarquismo, hegemónico en la Cataluña proletaria de 1868 a 1936.

Foto: Estatua de Colón en Barcelona.

Cuando, en mayo de 2015, Ada Colau revolucionó el tablero electoral, prometió eliminar los nombres franquistas y monárquicos del nomenclátor. Este augurio quedó en eso, salvo por la eliminación de Juan Carlos I en el cruce de la Diagonal con passeig de Gràcia, otro de esos lugares condensadores de historia, pues antes de la nada ensalzó a Francesc Pi i Margall, breve presidente durante la Primera República, y más tarde a la victoria de los sublevados en la Guerra Civil.

En 1939, los vencedores se apresuraron a modificar el nomenclátor. Muchas de sus reformas se han mantenido desde la ignorancia, sin importar en lo más mínimo las denuncias de asociaciones de vecinos e historiadores. Sin ir más lejos, en el barrio del Guinardó aún subsisten varios pasajes en honor a golpistas, como el de García Cambra o el del Teniente Costa, estos conservados con la excusa de haber nacido a partir de las leyes de Casas Baratas de la Dictadura de Primo de Rivera.

Se renuncia a una estatua de don Quijote y Sancho Panza mientras se acepta sin rechistar el abundante testamento franquista del callejero

La avinguda de Roma fue hasta 1940 la de la Generalitat, alterándose ante el viaje del conde Ciano a Barcelona. La lista es infinita y no levanta ningún tipo de pasión en la órbita municipal. Quien escribe sospecha la causa, producto del desconocimiento absoluto del hecho y su nula rentabilidad, además de la opción de caer en una peligrosa espiral, quizá la única respuesta a su nula actividad en estas lides, sobre todo si se atiende a la cantidad de princesas, infantas y reinas presentes en la zona alta, donde una medida de este tipo no sería muy bien acogida.

Aquí, los responsables del Ayuntamiento parecen olvidar la pluralidad de Barcelona y cómo en barrios menos céntricos las placas aún rezuman ese aroma dictatorial, una contradicción flagrante en el 'modus operandi'. Se renuncia a una estatua de don Quijote y Sancho Panza mientras se acepta sin rechistar el abundante testamento franquista del callejero. La escultura encajaría tanto como para brindar un parque estatuario a las puertas de la Barceloneta, donde, entre otras, pueden admirarse con o sin crítica obras de Roy Lichtenstein y Javier Mariscal. Para ello, más que un regalo, convendría un concurso internacional, demasiado esfuerzo cuando el buque va a la deriva en lo concerniente a la comunicación de lo realizado y los ocupantes de los sillones de mando prefieren la política de Twitter a meditar sobre cómo quedarse quietos solo favorece la nada en el lento asesinato del prestigio y la diversidad barcelonesa, sacrosanto motor de su progreso.

El pasado mes de noviembre se suscitó un intenso debate en el pleno municipal de Barcelona a partir de una iniciativa de Ciudadanos consistente en regalar a la capital catalana una estatua de don Quijote de la Mancha y su escudero Sancho Panza para instalarla en la Barceloneta, lugar de varios de los episodios más remarcables de la estancia del hidalgo durante la segunda parte de una de las novelas fundamentales para entender el camino hacia la modernidad.

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