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¿Y por qué no eliminamos medio Eixample? La absurda retirada de la estatua de Comillas
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¿Y por qué no eliminamos medio Eixample? La absurda retirada de la estatua de Comillas

No está claro que Antonio López fuera un esclavista; algunos historiadores afirman que ningún documento lo demuestra, otros dicen lo contrario... pero no es esa la cuestión

Foto: Ayuntamiento de Barcelona retira el monumento en memoria de Antonio López, el primer marqués de Comillas. (EFE)
Ayuntamiento de Barcelona retira el monumento en memoria de Antonio López, el primer marqués de Comillas. (EFE)

Cualquier ciudad es una acumulación de estratos históricos que terminan por configurar un diálogo urbano del presente con el pasado. El primer daguerrotipo que conservamos de Barcelona está datado en septiembre de 1848. Muestra la Casa Vidal Quadras, una familia de indianos que ocho años más tarde recibieron en sus aposentos a su amigo Antonio López López, futuro de Marqués de Comillas, a quien tras su muerte, acaecida en 1883, le erigieron una estatua a escasos metros de distancia, construida con bronce procedente de algunos barcos de la Compañía Trasatlántica española, de la que fue fundador

Foto: Enfermos atendidos en mas en plena epidemia de la llamada gripe española

La remoción de la escultura el pasado domingo 4 de marzo con una fiesta en que participó el grupo teatral Els Comediants culmina un camino iniciado en 2010, cuando los dos principales sindicatos del país pidieron la retirada del monumento, petición que más tarde fue secundada por asociaciones vecinales y ciudadanas. El siguiente paso en la campaña de amnesia pública será cambiar el nombre de la plaza que la albergaba por el de Idrissa Diallo, primer interno fallecido en el centro de internamiento de inmigrantes de la Zona Franca, enclave donde recalará el recuerdo de Comillas, en un almacén en que también reposa la estatua ecuestre decapitada de Francisco Franco, que tanta polémica causó al ser expuesta con motivo de una exposición al lado del Centro Cultural el Born, lugar que muchos independentistas reivindican como quilómetro cero de la derrota de 1714.

Vida y muerte polémicas

Antonio López López nació en la localidad cántabra de Comillas el 12 de abril de 1817. Dice su leyenda que la pobreza le obligó a emigrar a Cuba, casándose con Luisa Bru. La fortuna de su mujer le permitió comprar una gran plantación de café. En 1849 fundó en la Antilla junto a Patricio de Satrústegui la Compañía de Vapores Correos A. López, que en 1857, una vez instalado en Barcelona, transformó en la Trasatlántica Española mediante una ampliación de capital y la participación de varios socios, entre los que se contaban sus hermano Claudio.

placeholder Oleo de Antonio López y López, marqués de Comillas
Oleo de Antonio López y López, marqués de Comillas

López regresó a España en el momento justo. La elección de Barcelona no fue en absoluto casual. En 1861 consiguió la concesión de los contratos de pasaje y correo entre España y las colonias que quedaban en el Nuevo Mundo. El viento corría a su favor. En 1854 una epidemia de cólera fue la excusa para que la capital catalana derribara al fin sus odiadas murallas, lo que abrió un horizonte de posibilidades infinito, tanto que la construcción del Eixample en el llano de la ciudad puede considerarse una refundación de la misma.

Su posición era tan superior en 1881, dos años antes de morir, que fundó la Compañía de Tabacos y edificó su sede junto a su domicilio

Para aprovechar la situación en 1863 creó el Banco de Crédito Mercantil, entidad que financió la construcción de la nueva Barcelona y participó en negocios ferroviarios. En 1875, para mostrar su absoluto poder, se trasladó al Palau Moja de la Rambla, por aquel entonces la avenida señorial por excelencia de la principal urbe económica española. Ese mismo año fue un pilar fundamental para financiar la restauración borbónica en la figura de Alfonso XII, quien le agradeció los servicios prestados nombrándole Marqués de Comillas en 1878. Su posición era tan superior que, en 1881, dos años antes de morir, fundó la Compañía de Tabacos y edificó su sede a escasos metros de su domicilio.

Ya hemos visto como tras su fallecimiento se elevó una estatua con un pedestal lleno de loas a su labor, un telegrama del monarca y unos versos, añadidos a posteriori, de Jacint Verdaguer, quien le dedicó su poema épico L’Atlàntida y trabajó como sacerdote en la Compañía Trasatlántica, además de ser limosnero de su patrón.

¿Fue un esclavista?

La reputación de Comillas nunca fue positiva entre el pueblo barcelonés. Lo llamaban el Negro Domingo por sus supuestas actividades de tráfico esclavista en los navíos de su propiedad, lo que pareció confirmar un libelo que su cuñado publicó un año después de su muerte, justo cuando se erigía el monumento, diseñado por el arquitecto Oriol Mestres y esculpido por Venanci Vallmitjana. Ya entonces la Campana de Gràcia, un popular semanario satírico, pedía que se fundiera el bronce para transformarlo en monedas para los pobres.

Sus conciudadanos se atrevieron a bailar en la puerta de su casa con un esqueleto durante los últimos días de la Semana Trágica

El deseo de la revista no llegó hasta la Guerra Civil. Antes el hijo del Marqués había sellado un pacto matrimonial estelar con la hija del Conde Güell, el otro gran potentado del momento. Financió la Vía Laietana y siguió despertando odio entre sus conciudadanos, quienes se atrevieron a bailar en la puerta de su casa con un esqueleto durante los últimos días de la Semana Trágica, pagando el pato su antítesis, Francesc Ferrer i Guàrdia, a quien le fue concedida no hace muchos años una avenida que, antes, llevaba el nombre de Comillas.

En los primeros meses de lucha la CNT fundió la escultura para acumular balas para el combate, como cuenta con maestría Juan Marsé en su novela 'Un día volveré'. Tras la guerra Frederic Marés la restauró y el bronce devino piedra. Este escultor, partícipe de un monumental expolio de piezas románicas en Castilla León, hizo lo mismo con las estatuas de Güell y el General Prim, derribadas por los anarquistas durante la primera fase de nuestro conflicto fraticida.

No está claro si Comillas fue un esclavista. Algunos historiadores afirman que ningún documento lo demuestra, mientras otros dicen lo contrario con rotundidad. No creo que está sea la cuestión importante en todo este asunto repleto de simbolismo fácil de una izquierda que no parece leer bien el mapa tejido por el paso del tiempo.

Absurdo ajuste de cuentas

El monumento a Comillas, del que estas semanas aún podrán observar su pedestal, responde a un momento histórico concreto. Su eliminación parece responder más bien a un absurdo ajuste de cuentas, pues si lo borramos de Barcelona deberíamos hacer lo mismo con medio Eixample, donde proliferan infinitos símbolos que aluden al pasado indiano que propició su construcción en ese universo de nuevos ricos decimonónicos. El espacio urbano es política y la cuadrícula barcelonesa lo corrobora en cada metro de su trazado, desde el nombre de sus calles centrales, con alusiones al esplendoroso pasado medieval de la Corona de Aragón, hasta en puertas y fachadas, reto semiótico para cualquier curioso interesado en el lenguaje de la clase dominante.

La eliminación parece responder más bien a un absurdo ajuste de cuentas, pues deberíamos hacer lo mismo con medio Eixample

A finales del siglo XIX toda Europa vivió una fiebre escultórica. Era el modo de evangelizar a la población con la presencia de los grandes fautores del progreso. Por eso la rambla de Catalunya, quizá la avenida más señorial de Barcelona, empezaba con la estatua a Güell, situada en el centro por la ausencia de tráfico motorizado. Al fondo estaba la dedicada a Anselm Clavé, fundamental para la Renaixença por su labor musical.

Para ubicar la del patricio tuvo que desviarse el curso de una riera. Si los argumentos abolicionistas que sostiene el Consistorio de Ada Colau se cumplieran a rajatabla deberían quitarla, y lo mismo puede decirse de otro grupo escultórico ubicado en la avenida Diagonal con la calle Bruc. En ese punto recala desde 1917 la fuente del negrito o la palangana, obra de Eduard Alentorn. La pieza representa a su hija en el acto de lavar el rostro a su hermano adoptivo, un negro que deseaba emblanquecer, casi como si fuera un precursor de Michael Jackson. La obra es encantadora y la gran mayoría de habitantes ignora su significado, y esa, en realidad es la gran tragedia de toda esta cuestión.

El pasado fin de semana unos diputados del Parlamento Europeo visitaron el Valle de los Caídos y quedaron escandalizados por la existencia del mausoleo del dictador en un país democrático. En el caso de Franco hay una Ley de Memoria Histórica y otros ejemplos europeos que demuestran cómo tiene sentido extirpar los símbolos de una época para olvidar.

Pedagogía contra demagogia

El problema es que Barcelona, víctima en muchos sentidos de un modelo turístico que privilegia al visitante y desdeña al ciudadano, no se ha preocupado a diferencia de otras ciudades del continente por realizar pedagogía con su riquísimo legado urbanístico. Hasta hace bien poco las placas públicas no tenían uniformidad cromática. Si en París, Londres, Berlín o Roma hay paneles explicativos de la Historia aquí brillan por su ausencia, y en el caso de Comillas hubiera tenido mucho sentido apostar por un sentido pedagógico y no demagógico. Este Ayuntamiento juega la carta del absoluto, un error casi grosero porque resulta más sencillo respetar la pluralidad de lo pretérito y explicarlo a los que vivimos hoy en día para que podamos entender errores y aciertos de nuestro pasado culturizándonos mientras paseamos. Con su actual política no superaremos el díptico Messi-Gaudí ni resolveremos problemas mucho más acuciantes.

Los valores democráticos no se consolidan extirpando, sino más bien con la asunción de las mismas desde el conocimiento

Nunca nada fue de color de rosa. En otros tiempos la burguesía catalanizó el callejero, hasta el punto que una ciudad esencial para el movimiento obrero como Barcelona casi no tiene indicaciones de ese período tan importante para comprender su dualidad, su eterna división en dos bandos enfrentados que contribuyeron en igual medida a forjar la identidad de la rosa de fuego. Los valores democráticos no se consolidan al extirpar partes del cuerpo, sino más bien con la asunción de las mismas desde el elogio a la pluralidad y el conocimiento. La amnesia tiene un deje sospechoso, partidista y en este caso muy acorde con la época, caprichosa en velocidades efímeras para conseguir éxitos pírricos esfumados en un suspiro. La otra constante demostrada con este apego al presente es la omisión de otras supuestas vergüenzas urbanas. El Palacio Nacional, sede del MNAC, y el Poble Español siguen en pie pese a ser símbolos de una Exposición internacional de 1929 que Miguel Primo de Rivera quiso españolista. En la via Laietana un busto de Cambó mira al horizonte, sin que a nadie le importa que financiara con un millón de pesetas el golpe de Estado de 1936 y fuera un artífice de la terrorífica ley de fugas. En su despacho de la misma avenida se reunieron los anarquistas en julio de 1936 para decidir qué hacer, si cargarse a todos sus enemigos o activar un gobierno compartido con la Generalitat Republicana. Optaron por lo segundo porque no eran mayoría. Las lecciones del pasado están en la piedra y requieren textos para ser comprendidas, sobre todo porque el presente, pese a los caprichos a izquierda y derecha, tiene muchas, demasiadas tonalidades.

Cualquier ciudad es una acumulación de estratos históricos que terminan por configurar un diálogo urbano del presente con el pasado. El primer daguerrotipo que conservamos de Barcelona está datado en septiembre de 1848. Muestra la Casa Vidal Quadras, una familia de indianos que ocho años más tarde recibieron en sus aposentos a su amigo Antonio López López, futuro de Marqués de Comillas, a quien tras su muerte, acaecida en 1883, le erigieron una estatua a escasos metros de distancia, construida con bronce procedente de algunos barcos de la Compañía Trasatlántica española, de la que fue fundador

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