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El quinto jinete del apocalipsis: cien años de la gripe española
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El quinto jinete del apocalipsis: cien años de la gripe española

En 'El jinete pálido', la británica Laura Spinney nos descubre la historia de una pandemia tan salvaje que aun hoy nadie se pone de acuerdo en el balance de muertos, entre 50 y 100 millones

Foto: Enfermos atendidos en mas en plena epidemia de la llamada gripe española
Enfermos atendidos en mas en plena epidemia de la llamada gripe española

La secuencia es colosal. En febrero de 1918 Gustav Klimt falleció de hemiplejía. Poco después T.S. Eliot y su esposa Vivienne enfermaron de gripe, lo que quizá, dada la extraña condición del virus, agravó el delirio de esta última. En octubre del mismo año Egon Schiele, resucitado por el neopuritanismo imperante, exhaló su último suspiró con tan solo 28 años. Una semana más tarde Guillaume Apollinaire abandonaba el reino de los vivos con Blaise Cendrars, Pablo Picasso y Jean Cocteau cobijándolo en su lecho mortuorio.

En la calle la multitud gritaba "À bas Guillaume!" porque en el Imperio Alemán su emperador acababa de renunciar al trono y el aire deseaba que las campanas anunciaran el cese de hostilidades, el anuncio de esa pesadilla llamada Gran Guerra. Por ese mismo motivo Edmond Rostand abandonó su finca de Arnaga en el país vasco francés para celebrar en París la victoria aliada. Ignoraba que la fiesta se troncaría en muerte porque el quinto jinete del Apocalipsis, no mencionado por Blasco Ibáñez en su éxito novela de 1916, se cebaba con más facilidad en los centros urbanos, en pleno auge expansivo durante la primera mitad del siglo XX.

placeholder 'El jinete pálido' (Crítica)
'El jinete pálido' (Crítica)

La gripe española es la pandemia más decisiva y menos mencionada de nuestra Historia reciente. Cambió la faz del planeta y dejó un poso inconsolable siempre envuelto de misterio, quizá por su invisibilidad, la misma que propicia el título del ensayo de Laura Spinney. En 'El jinete pálido' (Crítica), la escritora británica Laura Spinney intenta abarcar el asunto desde una clara conciencia de imposibilidad, pues resulta quimérico dar carpetazo al problema y perfilar sin aristas su gravedad, tan salvaje que aun hoy en día nadie se pone de acuerdo en el balance definitivo de pérdidas, cifrada entre cincuenta y cien millones de muertos.

Si somos optimistas los óbitos triplican los de la Primera Guerra Mundial, donde la enfermedad pudo ser decisiva según algunos historiadores, pero ni en eso hay consenso, porque si bien el general Luddendorf, a posteriori aliado hitleriano de primera hora, la juzgaba clave para el desarrollo de los acontecimientos y en ese sentido Stefan Zweig nos desvela que al ingresar por obligación en un vagón austríaco vio rostros enjutos, precariedad material y un ambiente que respiraba traspaso, pero aquí ya podríamos entrar en otro tipo de elucubraciones porque en ese tren, además del mal, viajaba el declive de un orden centroeuropeo que obsesionó a todos aquellos que lo vivieron en su máximo esplendor, entre otros Joseph Roth, máximo cronista nostálgico del mismo.

Nosferatu

Si no nos movemos del Viejo Continente es probable que muchos recuerden una escena de 'Nosferatu', de Friedich Wilhelm Murnau. Desde una ventana vemos un eterno fluir cadavérico en forma de funeral masivo, un bucle visual aterrador. En la película la muerte llega por la mar, esa que Jorge Manrique decía que es el morir, y a quien escribe no le parece casual la proximidad de fechas entre el filme y la pandemia.

Reza el tópico que la gripe española dio sus primeros pasos estadísticos en Kansas, cuando el cocinero de un campamento ingresó en la enfermería el 4 de marzo. Tenía fiebre y fuertes dolores de cabeza. De ese punto los barcos que transportaban a los soldados estadounidenses al frente francés la expandieron por el mundo. Se contraía por vía aérea y, además de una notable hinchazón pulmonar, cubría la piel de manchas caoba, provocaba hemorragias nasales, cansancio, diarrea, vómitos y en algunos pacientes una visión donde el color se desvanecía para engendrar un universo vacilante, tenue y alicaído, casi un blanco y negro para confirmar el acceso a otra realidad desvanecida, un horizonte premonitorio de lo que vendría.

La gripe española dio en realidad sus primeros pasos en Kansas, cuando el cocinero de un campamento ingresó en la enfermería

La epidemia tuvo tres fases que no terminaron hasta la primera mitad de los años veinte. La primera de ellas transcurrió durante la primavera de 1918 y la bautizó. España fue, a su manera, neutral durante la Gran Guerra y la prensa no debía censurar informaciones médicas porque nada debía temer por sus soldados en el frente. De este modo nuestro país fue el primero en divulgar la extensión del infierno, lo que a la gripe se le añadiera nuestra nacionalidad, en parte por lo dicho, en parte por la leyenda negra que siempre nos acompañó, visible durante esos meses críticos en Zamora, donde la labor del obispo entre misas, concentraciones para implorar salvación y otras prácticas clericales terminó con el 3% de la población de esta localidad castellana.

En otros lugares se barajaron otras medidas. En Nueva York, Babel de babeles, se temió un brote racista contra la población italiana, la más afectada, que no llegó a buen puerto por esa extraña cordura humana que se da de vez en cuando y porque las autoridades, entre las que figuraban personas con experiencia médica, escalonaron horarios de cines, centros comerciales y otros sitios para evitar aglomeraciones, nulas en los entierros, reservados a los cónyuges de los finados.

placeholder Recorte de prensa de la época sobre la epidemia de gripe española
Recorte de prensa de la época sobre la epidemia de gripe española

En otros lugares la plaga devino inevitable y la única profilaxis fue encerrarse en casa. En la India Británica alcanzó a quince millones de personas y en Australia, indemne en las primeras oleadas por el establecimiento de cordones sanitarios y cuarentenas, esta peste moderna se cobró cien mil víctimas.

Uno de los grandes méritos de Spinney es estructurar los datos con un orden impecable, pero si su libro destaca es por el alud de historias mínimas que humanizan el fenómeno, envuelto por aquel entonces en el más completo irraciocinio porque muchos lo integraron en un imaginario que aún bebía de otras épocas repletas de calamidades atribuidas a castigos de la divinidad. Impacta leer sobre Brasil, sus avenidas desiertas y un pánico desde el mutismo que selló una estela global.

A partir de entonces los Estados procuraron desarrollar sistemas sanitarios para proteger a la ciudadanía, más fuerte tras la hecatombe. Se produjo un baby boom planetario y dos Humanidades, mezcla de euforia y nostalgia, convivieron hasta que la Segunda Guerra Mundial desató otra masacre a gran escala con otras componendas.

La secuencia es colosal. En febrero de 1918 Gustav Klimt falleció de hemiplejía. Poco después T.S. Eliot y su esposa Vivienne enfermaron de gripe, lo que quizá, dada la extraña condición del virus, agravó el delirio de esta última. En octubre del mismo año Egon Schiele, resucitado por el neopuritanismo imperante, exhaló su último suspiró con tan solo 28 años. Una semana más tarde Guillaume Apollinaire abandonaba el reino de los vivos con Blaise Cendrars, Pablo Picasso y Jean Cocteau cobijándolo en su lecho mortuorio.

Gripe Primera Guerra Mundial
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