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La capital condal se pudre junto al mar

Barcelona, en tierra de nadie

El Confidencial les propone un viaje en taxi a través de las contradicciones de una ciudad cuya decadencia, discutida por algunos, aunque avalada por las cifras, podría ser el indicio de la ruina que se aproxima o de un renacimiento

Foto: Un persona yace en el suelo durante un botellón en la Ciudad Condal. (Joan Mateu Parra)
Un persona yace en el suelo durante un botellón en la Ciudad Condal. (Joan Mateu Parra)

La crisis del covid ha puesto a Barcelona entre dos mundos sin que la ciudad termine de aterrizar en ninguno. A un lado, el del turismo masivo y la especulación, y al otro el del desarrollo ecológica y socialmente sostenible. Sin embargo la ciudad ya estaba, también antes de la pandemia, políticamente en tierra de nadie: entre el Estado y la independencia, con una tradición catalanista y burguesa moderada y fuerte, un movimiento trabajador renuente a la nueva patria y reconvertido al españolismo militante y, en los últimos años, para rematar, un ayuntamiento bisagra al que detestan por igual unos y otros. ¿Cuál es entonces el futuro de Barcelona? El Confidencial les propone un viaje en taxi a través de las contradicciones de una ciudad cuya decadencia, discutida por algunos, aunque avalada por cifras, podría ser el indicio de la ruina que se aproxima o de un renacimiento.

placeholder Vista de Las Ramblas. (Joan Mateu Parra)
Vista de Las Ramblas. (Joan Mateu Parra)

Barcelona se pudre junto al mar

Las Ramblas, antaño populares y jocosas, más tarde masificadas e infumables, añoradas con nostalgia y detestadas con resentimiento por los barceloneses de toda la vida, arrebatadas, son unas avenidas flanqueadas por árboles que van a morir al mar. Justo antes, con la Barceloneta a la izquierda y el puerto, ciudadela de contenedores que ansía nuevos cruceros, se levanta la estatua de Colón.

Allí se manifestaron contra la Hispanidad unos pocos centenares de personas el último 12 de Octubre. Había indigenistas, bolivarianos y también catalanes contrarios a la idea de España. Colón simboliza no solo la Hispanidad, sino también la conquista, así que evoca para algunos independentistas la opresión del Estado. La protesta, separada por un cordón de Mossos d’Esquadra de algunos individuos que se acercaron portando rojigualdas, expresa a las claras el lugar que ocupa Barcelona en España: entre épocas y entre fuegos identitarios. De modo que en la estatua empieza este viaje en taxi que emprendemos buscando las señales de esa decadencia de la que tanto se habla.

placeholder Foto: Joan Mateu Parra.
Foto: Joan Mateu Parra.

Las Ramblas podrían parecer una. Han cambiado con la pandemia. Durante meses, con el turismo cerrado o bajo mínimos, los barceloneses creyeron que las recuperaban para ellos, pero poco a poco vuelven por sus fueros. De nuevo prolifera en sus aceras el olor a gofre, los mimos y estatuas humanas, las putas y su especie autóctona más molesta: los carteristas. Recuperado su hábitat natural y su negocio, que es la extracción de beneficio a hurtadillas de los bolsillos descuidados de los turistas, estos zorros vuelven a las andadas como un termómetro de la recuperación económica.

El éxodo de vecinos ha sido uno de los problemas estrella de la campaña electoral que el ayuntamiento no ha logrado revertir

Subiendo por las Ramblas a la derecha está el dédalo del Gótico, que evitamos con el taxi porque no es un barrio preparado para los coches, sino para andar en caballo, con capa y espada. Es un barrio que Ada Colau se propuso recuperar para los "vecinos y vecinas", lo mismo que dijo que haría con las Ramblas, corroído, como aquellas, por la especulación y el olor a pis de borracho. Repleto de locales vacíos tras la pandemia, es un barrio que sacrificó el comercio y las ferreterías al dios del turismo, y donde resultaba mucho más fácil encontrar yogur helado que pan. El éxodo de vecinos ha sido uno de los problemas estrella de la campaña electoral que el ayuntamiento no ha logrado revertir.

El filósofo Félix Ovejero no confía en la recuperación de estos barrios. Nos dice con sorna que hoy Barcelona es "un crucero de lujo en manos de unos adolescentes de botellón que no tienen otra formación que las consignas asamblearias; vamos, que el último capitán del Titanic es el capitán Haddock en coma etílico". Y habla también de "un encanallamiento de la vida civil entre unos, que admiten que su proyecto nunca prosperará y se ha convertido en un modo de decorar ideológicamente su negocio de supervivencia, y otros, que tienen —que tenemos— que asistir a una degradación de las instituciones a la siciliana: las leyes y las sentencias judiciales no importan y los condenados judiciales encuentran cobijo en el presupuesto y desaparecen las sanciones morales y políticas propias de la sociedades democráticas". En el Gòtic está El Fossar de las Moreres, mausoleo catalán que fue testigo, en la última Diada, de insólitos enfrentamientos a palos entre distintos grupos de independentistas.

Pero a Barcelona no la atosiga solo la tensión política, y la del independentismo no es la única identitaria. Está la multicultural, que tiene su nido en la margen izquierda de las Ramblas. Por allí, repleto de bares y tiendas, de tugurios y basuras, hay otro mundo: el Raval. Es el foco del aumento de la criminalidad en Barcelona, con un pico en escenas violentas en el último año. El Raval es un barrio decadente desde su origen. Detestado siempre por el poder municipal y autonómico, fue el barrio chino, portuario e inmoral, y el mismísimo presidente de la Generalitat Lluís Companys confesó al arquitecto Josep M. Sert: "Puede creerme, si pudiera lo derribaría a cañonazos". Es ingobernable.

placeholder Foto: Joan Mateu Parra.
Foto: Joan Mateu Parra.

Hoy es el escenario de un número asombroso de narcopisos. Tras la macrorredada de 2018, donde los Mossos cerraron muchos y detuvieron a más de 50 personas, la actividad delictiva ha regresado al barrio y los yonkis vuelven a pulular por las escaleras de los edificios señalados. Esta actividad, unida a la presencia de grupos de jóvenes argelinos sin papeles dedicados al robo con violencia, explica el dato del informe del Ministerio del Interior sobre criminalidad, que señala frecuentes atracos y reyertas callejeras, en particular por las noches.

El Raval es uno de los pocos barrios inmigrantes situados en el centro histórico de una gran ciudad europea, con permiso de Marsella y Molenbeek

Esto pone sobre el tapete el peligroso asunto de la inmigración, la xenofobia y el crimen. El Raval es uno de los pocos barrios inmigrantes situados en el centro histórico de una gran ciudad europea, con permiso de Marsella y el Molenbeek de Bruselas. Pese a que el Raval ha recibido la atención de las distintas administraciones municipales, lo ha hecho siempre de forma errática. Allí se abrió la Filmoteca y otros equipamientos culturales, allí se reformó la Rambla, en la que pusieron un gato de Botero y un hotel de lujo. Proyectos rodeados de nuevas empresas inmobiliarias de alto 'standing', como el que retrata el documental de José Luis Guerín, "En construcción", que no han impedido que otras zonas del barrio se depauperen y sean el escenario de borracheras, peleas y colocones. Que un barrio como este esté sembrado de pequeñas salas de rezo islámico, a veces investigadas con discreción por la policía, solo complica más las cosas.

Este desequilibrio expone todos los peligros, y también las riquezas, del hoy decadente proyecto multicultural. Pero mientras el ayuntamiento promociona los valores positivos del modelo de convivencia con carteles en los que aparecen dibujadas mujeres con velo sonrientes, y fomenta actividades de conocimiento intercultural, lo cierto es que las asociaciones de vecinos del Raval no hacen más que quejarse, en los últimos años, de la rápida corrosión del barrio relacionada con los musulmanes. El sindicato mayoritario de la Guardia Urbana ha dicho que hacen falta 1.500 agentes más para cubrir mínimamente la seguridad, mientras el ayuntamiento, obsesionado con desactivar la bomba de xenofobia que tiene entre manos, emprende medidas de integración cuyo éxito o fracaso marcarán no solo el futuro de la zona, sino del proyecto de convivencia.

Del 'procés' como decadencia municipal

Subimos desde ahí a las baterías antiaéreas de Can Baró, mal llamadas búnkeres del Carmel, donde el Pijoaparte nunca ascendió para conquistar la ciudad, porque en su época bastante tenía con robar motos y soñar con lechos de confeti burgueses. Le digo al taxista de esperarme, sorprendido por esa súbita aparición de una Barcelona omnipresente en las fotos turísticas e invisible para el resto de sus habitantes, contentos con ir de casa al trabajo sin entender cómo la pluralidad de los barrios implica una posibilidad de autonomía hacia una urbe federal acorde con su área metropolitana. Algo en consonancia con determinadas tendencias globales, donde los centros capitalinos van a contracorriente al discrepar de ideas hegemónicas en el resto del territorio.

Como ejemplo, bastarán algunos casos bien sabidos por el grueso de los lectores. Londres, a diferencia del resto del Reino Unido, emitió un rotundo no al Brexit, así como en París Emmanuel Macron aplastó en las últimas presidenciales a Marine Le Pen, cosechando un 89% de los votos. Por lo demás, la capital francesa constituye una referencia del Viejo Mundo en lo concerniente a cuestiones ecológicas y de sostenibilidad, imitadas en el resto de Francia y también, de modo más torpón, por Ada Colau en Barcelona.

placeholder Un manifestante independentista quema una bandera de España. (Joan Mateu Parra)
Un manifestante independentista quema una bandera de España. (Joan Mateu Parra)

La serie de estas antípodas podría proseguir en Berlín, donde en concomitancia con las recientes legislativas se celebró un referéndum para saber la opinión ciudadana sobre si expropiar a los grandes propietarios, y otros centros de mayor impacto demográfico europeos. Las áreas metropolitanas navegan a otro ritmo del universo rural.

En Cataluña esto se vio de manera más notoria desde el giro del 'procés', justo después de la confesión de Jordi Pujol en julio de 2014, hacia una mayor presencia de líderes provenientes de la provincia. El adiós de Artur Mas, reemplazado en la presidencia por Carles Puigdemont, alcalde de Girona, se vio acompañado por un alud de nombres ajenos a Barcelona, tales como Oriol Junqueras, Josep Rull, Jordi Turull, Marta Rovira o Quim Torra, quien en algunas de sus intervenciones abogó por considerar a Girona como verdadera capital del Principado por el rechazo de Barcelona a integrar la mayoría independentista. Algunos comentarios apreciaron en este volteo una resurrección de la división entre un Carlismo carpetovetónico y la apertura de la ciudad, cercana a la frontera y siempre grata de recibir influencias desde el puerto.

A nivel cultural, resulta indudable el lastre del 'procés' sobre Barcelona, algo asimismo transmitido en la tensión de ser el escenario ideal para las grandes performances del Movimiento, de la habitual Diada, siempre más ausente de pluralidad, en una clara contraposición de cosmopolitismo versus nacionalismo, a los enfrentamientos de octubre de 2019 en plaça de Urquinaona. Sin embargo, en este sentido, no todo el mundo ve una decadencia completa, sino relativa a la politización. Es el caso del escritor Jordi Carrión, que acaba de publicar 'Membrana' (Galaxia Gutenberg). Se asoma al taxi y nos dice: "Barcelona no está en decadencia. Las supermanzanas, un modelo para ciudades de todo el mundo, muestran un gran empuje en el urbanismo".

Todo responde a unas tensiones para plantearse un debate sobre cómo la Ciudad Condal debe mirarse con relación al resto de Cataluña

"Y la apertura de muchísimas librerías, la reforma de La Pedrera, la actividad incesante e internacional del CCCB, el nuevo Festival 42 de literaturas fantásticas, el mirador que Mediapro Exhibitions inaugurará el año que viene en la Torre Glòries, con una gran instalación de Tomás Saraceno, o la nueva Biblioteca Pública Gabriel García Márquez dejan clara la energía cultural. El problema es la polarización política". Sin embargo, desde 1987 no se renueva el catálogo patrimonial, algo idóneo para favorecer la especulación inmobiliaria y fomentar una homogeneidad dañina, perfecta para la tabula rasa de una ciudad donde es proverbial la ignorancia para con el pasado anterior a 1992 por ausencia de pedagogía urbana.

placeholder Disturbios durante una protesta por la detención del rapero Pablo Hasel. (Joan Mateu Parra)
Disturbios durante una protesta por la detención del rapero Pablo Hasel. (Joan Mateu Parra)

Todo esto responde a unas tensiones válidas para plantearse un debate sobre cómo la Ciudad Condal debe mirarse con relación al resto de Cataluña. En una esquina de este incomparable mirador, dejado durante la pandemia, quedamos con Guillem Martínez. El periodista y autor de 'Los Domingos' (Anagrama) se ha caracterizado durante todos estos años por crispar los ánimos independentistas con unos comentarios tildados de irónicos, y sin duda lo son, si bien su mayor virtud es el análisis puntilloso de la actualidad del 'procés'.

Foto: Manifestantes despliegan una señera en una concentración en 2017. (EFE)

Preguntado sobre si el envite soberanista debería ser replicado por una reformulación de la idea barcelonesa, argumenta que "el 'procés' ha sido un festival de mitos pujolistas, relativamente nuevos. En este sentido también ha sido una lucha por la uniformización territorial, esa cosa tan española. Una batalla por Barcelona, ante el terror de que existan dos Cataluñas, la metropolitana, esa Babilonia ingobernable y pecadora, y la otra. Siempre han existido esas dos Cataluñas. Incluso cuando Aragón. No es dramático que existan. Es lo usual. El 'procés' ha sido un aviso a Barcelona, esa amenaza al casticismo.

placeholder Foto: Joan Mateu Parra.
Foto: Joan Mateu Parra.

Esa metrópolis que, como todas, va a su bola. Barcelona es una seria amenaza a una idea monoteísta y gagá —no hay otras en la plaza— de Catalunya o de España. Y Barcelona Se ha defendido solita, con tranquilidad, sin caer en ninguna de esas dos estupideces propuestas. En el futuro no estaría mal una BCN con mecanismos para defenderse de ese retroceso continuo que son los mitos españoles y catalanes. Una BCN con las mismas herramientas que Madrid. Un parlamento, la capacidad de planificar, como área metropolitana, su área, y crear cierta felicidad en ella. Sin banderitas, esa cosa de la que carece BCN incluso cuando se invierte, como ha sido el caso, tanto tiempo y dinero para ello".

Los casos del Prat y el Hermitage

Guillem tiene prisa y desciende unas escaleras pétreas hacia Delicias del Carmel, donde surge otra metáfora de Barcelona, la de las mejores patatas bravas. Las de este bar tienen un secreto en su salsa, jamás probada por su enemigo acérrimo en la elaboración de esta tapa: el Tomás de Sarrià. Los habitantes de este barrio rico nunca irán a la montaña pelada para catar esos tubérculos, así como Teresa Serrat nunca se hubiera juntado en serio con Manolo Reyes, el amado Pijoaparte, porque no obliga la nobleza, sino la clase.

El taxista está un poco harto de tanto vaivén. De la cima descendemos hasta la nueva bocana del puerto donde se ha planteado ubicar la filial del Hermitage de San Petersburgo, motivo de disensión entre grandes poderes económicos y el ayuntamiento capitaneado por Barcelona en Comú.

placeholder Vista de la localización donde se planea construir el Museo Hermitage. (Getty)
Vista de la localización donde se planea construir el Museo Hermitage. (Getty)

El consistorio no sucumbe a los cantos de sirena de una inversión de más de cincuenta millones de Euros, creadora de la pingue cifra de trescientos setenta y siete empleos. La zona donde se instalaría el museo debería urbanizarse, dotándola de transporte público y la amenaza de ver caer, aún más, en manos especuladoras el antiguo barrio de pescadores de la Barceloneta, nido de protestas desde lo inmobiliario, la negativa a instalar ascensores en los bloques de pisos, hasta lo turístico por el auge de un 'low cost' de borrachera y sexo al aire libre.

Estas cuestiones están en la ecuación así como, mucho menos comentada, la claudicación que supondría para Barcelona aceptar no ser generadora de discurso cultural propio si se acoge al gigante ruso.

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Justo en la punta, mirando al mar, la arquitecta Cristina Goberna Pesudo atiende mi pregunta sobre si está a favor de propiciar la llegada del Hermitage. Su respuesta es rotunda: "La ciudad globalizada neoliberal pre-pandemia se construía a partir de grandes obras de arquitectos estrella que forjaban una marca basada en el mercado y en el turismo. El edificio de Toyo Ito proyectado para albergar el museo del Hermitage en Barcelona parece sacado de un modelo de ciudad en desaparición, y no de una que sufre la peor recesión económica desde la Guerra Civil. Por otra parte, su emplazamiento, al lado del Hotel W, solo confirma los datos que el propio fondo de inversiones suizo-luxemburgués que lo apoya presagia: El 80 por ciento de su cerca del millón de visitantes por año, serán extranjeros".

"En otras palabras, parafraseando al arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa refiriéndose al proyecto fallido del museo Guggenheim en Helsinki, 'It is a ruthless bussiness presented as a cultural project', que no solo le costará una fortuna anual a Barcelona y aumentará considerablemente el turismo, también convertirá la ya altamente dañada Barceloneta en un club de guiris, vacío de comercio de proximidad y población local".

Foto: Proyecto del puerto de Barcelona de Pla de la Ribera (1964)

El incremento del turismo conduce a la discusión, más vigente si cabe tras la pandemia, sobre el modelo de ciudad. Narcís Serra, de acuerdo con Juan Antonio Samaranch, impulsó el adiós a lo gris franquista, con brotes de color ninguneados como la contracultura simbolizada por Ocaña, mediante una operación donde se emprendió una refundación de Barcelona, completada con los Juegos Olímpicos y el rentabilizar el evento, como siempre hizo la capital catalana desde la Exposición Universal de 1888.

La alcaldía de Pasqual Maragall mezcló la inversión pública y privada, adoptó proyectos originarios del mandato de José María de Porcioles y confirió a la urbe condal su emblemático rostro de postal, escaparate para la globalidad vendido a los habitantes como un giro copernicano. Nada sería igual desde un lavado de imagen y la propulsión salvaje de hoteles y visitantes, tantos como para hablar antes de la crisis sanitaria de un parque temático o del binomio Messi/Gaudí como motores económicos, mientras los vecinos de toda la vida eran expulsados de sus barrios por la gentrificación, inaugurada con estrépito, y la consabida publicidad de éxito, en el Borne, antaño sede de Mercabarna y pensiones de la peor calaña, ahora sancta sanctórum del nacionalismo y centro de ocio nocturno con precios inasequibles.

No acudió ningún líder. Sin embargo, el Ayuntamiento de Barcelona en Comú es reacio al proyecto

La ampliación del aeropuerto del Prat, por ahora suspendida, se enfocó más en la preservación del espacio natural de la laguna de La Ricarda, tan rica en biodiversidad. Su desaparición, para ampliar la tercera pista aeroportuaria, mostró un cambio de tendencia por la movilización de distintos municipios, entidades y ciudadanos, culminada con una manifestación el pasado domingo 19 de septiembre.

placeholder Manifestación a favor de la ampliación del Prat. (Joan Mateu Parra)
Manifestación a favor de la ampliación del Prat. (Joan Mateu Parra)

No acudió ningún líder. Sin embargo, el Ayuntamiento de Barcelona en Comú es reacio al proyecto. En su haber figura un proyecto de convertir una de cada tres calles del Eixample en zonas verdes, complementándolas con los interiores de manzana, reto más ambicioso si cabe que las súper illas de los barrios, benéficas sin duda, y asimismo nido de gentrificación, reconociéndose desde el municipio no saber cómo resolver este pequeño detalle.

Las proclamas ecológicas, previsible caballo de batalla del próximo decenio, omiten otra clave, y esta no es otra que el aumento en veinte millones de pasajeros si algún día los planes, financiados con mil setecientos millones desde el Gobierno central, devienen realidad. Algunos, los favorables, quitan peso a este asunto por el valor de un Prat a la Frankfurt por la conexión de vuelos, pero si se desmenuza desde el mero número se comprueba una perpetuación del modelo Barcelona, llevándolo al extremo con el apoyo socialista, sin ambages.

Foto: Extracto de la conversación.
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Aquí se resume todo el dolor y la gloria. La pugna es entre BCN, la marca encumbrada de fachada internacional en declive, tan suculenta como para insistir en su continuación desde posturas conservadoras, y Barcelona, la ciudad para los ciudadanos, más independiente, federal desde la diversidad de sus barrios y generosa al ofrecer un buen gobierno para los suyos, porque a todo esto no está nada claro si tras la pandemia existe tanta demanda turística como para exprimir hasta el paroxismo su limón, mientras sus habitantes, en cierto sentido supervivientes, querrán preservar su cotidianidad, sin importarles mucho el beneficio de pocos y los grandes órdagos de cara a la galería. La diatriba entre crecer sin mesura, ignorándose la viabilidad del hecho, y decrecer para aumentar la sostenibilidad vital marcará los próximos años.

placeholder Fin del recorrido en taxi. (Joan Mateu Parra)
Fin del recorrido en taxi. (Joan Mateu Parra)

En este sentido, la periodista y diputada Anna Grau nos dice: "De todas las decadencias en marcha, esta es sin duda la más lacerante y la más cruel: la decadencia de ilusiones y de expectativas. ¿Se le puede dar la vuelta? Mayormente es que se debe, es que no nos queda otra. Barcelona tiene que ser el kilómetro cero de la resurrección de toda Cataluña, y casi que de España, si nos dejan". Y empieza entre los redactores la discusión típica en Barcelona sobre cómo se sufraga el pago de la carrera de taxi.

La crisis del covid ha puesto a Barcelona entre dos mundos sin que la ciudad termine de aterrizar en ninguno. A un lado, el del turismo masivo y la especulación, y al otro el del desarrollo ecológica y socialmente sostenible. Sin embargo la ciudad ya estaba, también antes de la pandemia, políticamente en tierra de nadie: entre el Estado y la independencia, con una tradición catalanista y burguesa moderada y fuerte, un movimiento trabajador renuente a la nueva patria y reconvertido al españolismo militante y, en los últimos años, para rematar, un ayuntamiento bisagra al que detestan por igual unos y otros. ¿Cuál es entonces el futuro de Barcelona? El Confidencial les propone un viaje en taxi a través de las contradicciones de una ciudad cuya decadencia, discutida por algunos, aunque avalada por cifras, podría ser el indicio de la ruina que se aproxima o de un renacimiento.

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