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El día que el anarquismo asomó en Cataluña
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SANGRE EN LAS CALLES

El día que el anarquismo asomó en Cataluña

A final del siglo XIX Barcelona se convirtió en la meca de esta doctrina y, por ende, en un lugar más que peligroso en el que se vivieron muchas situaciones violentas

Foto: Atentado contra el general Martínez Campos. Foto: Wikipedia
Atentado contra el general Martínez Campos. Foto: Wikipedia

El individuo ha luchado siempre por no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo.

Friedrich Nietzsche.

La plaza estaba llena de sangre entre los adoquines, como si de un mosaico atroz se tratara. En un momento en medio del bullicio de la Plaza Real, estalló el horror en toda su criminal magnitud. Algunos civiles y policías pululaban por los alrededores comentando sus cuitas con los chivatos de turno; otros, militares y marinos, intercambiaban tabaco y experiencias. Había mucha sangre. Las paredes impregnadas del viscoso líquido que alienta la vida sangraban, deslizando el fluido de las vísceras que decoraban aquella fantasmagoría, en la que lentamente el suelo, su destino último, se había convertido en una improvisada y deslizante pista de patinaje. Las vestimentas estaban impregnadas de la sustancia de la vida y de la muerte. Nadie esperaba un atentado tan espeluznante.

Barcelona despertaba al fenómeno anarquista como respuesta al matonismo de la patronal y a las durísimas condiciones laborales subyacentes. Dos polaridades opuestas enfrentadas a muerte desangraron aquella hermosa ciudad, en uno de esos momentos de la historia en los que el sol se pone al oeste y una luna roja trae malos augurios.

En aquel entonces, en las postrimerías del siglo XIX, un muchacho pensaba que en un día lejano del futuro su concepto de justicia intrínseca e idealista, como valor personal inalienable, podría operar en beneficio de la comunidad de pobres que asolaba aquel vasto escenario inicial de una España de aparceros y alpargatas de cáñamo raídas. Una España en transición hacia su tardía industrialización, convulsa y senil por el desgaste de la ya larga guerra de Cuba contra los Mambises y la fatiga de una historia brillante que la había dejado exhausta.

Foto: El acorazado Maine entrando en La Habana.

Un éxodo muy fuerte de anarquistas huidos de la represión de la Comuna de Paris y el imán ideológico que representaba la gran urbe catalana para muchos libertarios habían convertido a esta hermosa ciudad mediterránea en una olla a presión.

La contestación de la turbamulta (ideologizada básicamente contra la burguesía) con su némesis natural, “los malos” (por decirlo de alguna manera), estaba básicamente localizada en las dos esquinas fronterizas de la zona pirenaica. País Vasco y Cataluña, por meras y privilegiadas conjunciones geopolíticas tiraban del resto del país por su ventajosa localización estratégica y cercanía hacia los mercados del resto de Europa.

Barcelona despertaba al fenómeno anarquista como respuesta de este al matonismo de la patronal y a las durísimas condiciones laborales

Aquel muchacho que había crecido rodeado de formas de explotación normalizadas en aquel momento, hombre imbuido de una mística casi mesiánica, jamás sospecharía como se llegaría a efectuar su infantil aspiración si no fuera por el empeño y tozudez en la que había embarcado sus ideas.

El agitador Francesco Momo

Autodidacta ecléctico, era un sujeto culto y elegante; atusado y bien parecido; con los zapatos de betún sobrado y bien abrillantados; parecía un galeno, profesor de universidad o un atildado burgués de fortuna sobrevenida. Este extraño sujeto estaba a la espera de hacerse notorio en medio de una multitud donde había mucha laca, gomina y oro refulgente mezclado, todo ello aderezado con clavo y naftalina para ahuyentar a las malvadas polillas, invitadas entrometidas sin presentación ni pedigrí.

Este parsimonioso elemento, aguardaba periódico en mano su momento estelar para vengarse de lo que él entendía un agravio contra la clase trabajadora, que según su parecer no abarcaba a la totalidad de los que de alguna forma son el constructo de la riqueza. Esto es, los que invierten para crearla y multiplicar sus beneficios y por ende crear consumo para, por extensión, generar a su vez más riqueza a través de esta lícita ambición de ser más por el hecho de tener más, y porque no, también como elementos dinamizadores de la sociedad. No hay peor ciego que el que no quiere ver. En esta creencia, no entraban en la ecuación los que podían poner el dinero e invertirlo en ideas productivas, ya que según estos ideólogos de la perfección política, eran opresores y punto. Por consiguiente, Barcelona se convirtió en un lugar muy pero que muy inseguro en esa cadena sinfín de acción–reacción. La cuadratura del círculo es más fácil conseguirla en la geometría que en la política.

Foto: Foto: montaje El Confidencial.
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El caso es que un odio potentemente armado de antinomias o argumentos controvertidos entre dos aguas, falsos y verdaderos a su vez, lo tenían detenido en una esquina de una frecuentada calle de la Barcelona de principios de siglo, fabril y bulliciosa; culta a través de su gran masa de intelectuales y con su particular 'seny' (hoy condenado irremisiblemente por la pérdida de las formas), con unos arrabales deprimentes, donde la población de aluvión se vestía de agujetas que más parecían escamas de dolor. Los 'charnegos', como así llamaban a la inmigración interior los de la aristocracia local, fugitivos del hambre y condenados al olvido por el estado, gentes huérfanas de suerte provenientes de lugares remotos del sur seco de la península donde solo había desolación y desesperanza, vivían en condiciones lamentables por no decir inhumanas.

En ese caldo de cultivo, una doctrina de iluminados de fuertes convicciones –y quizás hasta tal vez visionarios– seducían a los marginados con promesas e ideas que parecían seductoras milhojas de ‘delicatesen’. Por lo tanto, para aquella turba de descalzos con aspiraciones, nada había que perder.

Una doctrina de iluminados de fuertes convicciones –y tal vez visionarios– seducían a los marginados con promesas e ideas que parecían atractivas

En aquel momento, se sumaba el hambre con las ganas de comer. Pero a aquella masa de desheredados bien dirigidos por una orquesta de anarquistas doctos e incombustibles, les sonaba bien la música de sus dirigentes (embriones precursores de la posterior CNT) y suspiraban con un cambio revolucionario e inapelable en el que la aniquilación de aquella cómoda y orgullosa oligarquía bien vestida acabara mordiendo el polvo de la desgracia. Obviamente, este propósito se acercaba a una situación de alucinación por la distancia que había entre el propósito y los recursos en lid aunque bien es cierto que la distopía caminaba a pasos agigantados en aquella España finisecular.

Aquellos mendigos de un trabajo casi esclavista con horarios insoportables y seis días semanales de duración, reducían sus jibarizadas mentes a una animalidad obscena y primaria, pero real. Aquella situación solo podía desembocar por su propia naturaleza al rencor y este se retroalimentaba en las tabernas del marginal barrio barcelonés del Raval y en las periferias de forma inflamada e incendiaria.

Hoy comenzamos a saber, que desgraciadamente, apropiarse sin reflexionar de doctrinas que capciosamente te convertían en herramientas de otros al imitar ciegamente formalidades que, repetidas como loros y tragadas hasta la empuñadura, no dejan espacio para mantener la propia capacidad de ser tú mismo. Y por ende, tampoco dejan de ser una falacia que empalmaba los pequeños ‘yoes’ de aquellos desdichados con una grandeza imaginaria e inalcanzable por furtiva y fantasiosa, solo posible en la utopía. Por consiguiente, lo que parecía una suma, no era más que una maquiavélica resta.

Tanteando aquellas desnudas superficies de altos ideales que como Ícaro acababan en frustraciones de un calibre inasumible, aquella mayoría de ignorantes y en muchas ocasiones analfabetos deliberadamente condenados por el sistema a esa noche oscura en la que la sabiduría es la llama de un pequeño candil perdido en la inmensidad –y esta es la clave del asunto–, se dejaban llevar por esos cantos de sirena que parecían una coral de los Niños Cantores de Viena, algo muy sugerente para almas sensibles, pero muy inocente para asumir otras verdades superiores cuyos patrones imperativos se remontan a la noche de los tiempos. Ese desarraigo de sí mismos, de la realidad aplastante y objetiva por muy loable que fuera el propósito que impulsara sus altos ideales de elevar a la humanidad a un rango mejor, a la postre se iban a traducir en regueros de sangre donde patinaban sus aspiraciones en medio de marchas fúnebres propias y ajenas. Un precio muy alto que se podría conseguir de manera evolucionaDA y con medios más sutiles. Pero había prisa por tocar ese cielo tan esquivo.

En un intento de atentado contra el general Martínez Campos, dos artefactos ocasionaron heridas a una docena de personas

Había ocurrido, que al agitador anarquista Francesco Momo, muerto mientras manipulaba una bomba marca Orsini que le había estallado durante su confección en marzo de 1893, se le habían imputado la fabricación de otras dos bombas lanzadas por Pallàs y Salvador en la Gran Vía el 24 de septiembre y posteriormente en el Liceo el 7 de noviembre de dicho año.

placeholder General Martínez Campos Foto: Wikipedia
General Martínez Campos Foto: Wikipedia

Durante el desfile militar del domingo 24 de septiembre de 1893, con motivo de la fiesta de la Mercè de Barcelona, este anarquista de perfil bajo se armó con dos bombas que tenía escondidas en un pequeño zulo de una masía y, a continuación, se dirigió hacia el cruce de la Gran Vía con la calle Muntaner con intención de atentar contra el odiado general Arsenio Martínez Campos. Allí, lanzaría los dos artefactos que ocasionarían heridas de escasa entidad al uniformado y una docena de personas. Jaume Tous, un guardia civil padre de familia, natural de Palma de Mallorca, fallecería en el acto.

Con el cierre de siglo, Barcelona se convertiría en la meca del anarquismo y por ende en un lugar más que peligroso, pues en sus entrañas se dirimían enfrentamientos alimentados por doctrinas emergentes de nuevo cuño y llenas de promesas como casi siempre, pero a la postre, vacías de resultados.

La política no lo frenó

Pero estas reacciones que bien podrían haber sido prevenidas con un mínimo de profilaxis política, nunca se llevaron a cabo, porque aquí, en este país de grillos, la clase política siempre va a remolque poniendo tiritas.

Los políticos han sido para España y los españoles como las plagas de Egipto. Cuando la mediocridad es el patrón de funcionamiento y cualquier mindundi puede gobernar un país de la entidad, una de dos: o la indiferencia del pueblo ante la necesaria cultura política es nula (o no se incluye en la debida cultura y educación, que también) y raya la estulticia; o es que es verdad que en el reino de los ciegos el tuerto es el rey. O cambiamos de chip y entonamos el 'mea culpa' por nuestra ignorancia política y encerramos nuestros egos en un cofre bajo siete llaves o, por el contrario, tendremos los días contados como nación. Debemos de hincar codos y hacer las tareas para intentar redescubrir nuestra verdadera historia si queremos un futuro sólido y bien estructurado y ello. Conocer la verdadera historia de nuestra nación es algo de obligado cumplimiento, porque si seguimos adheridos a los clichés de buenos y malos, rojos y azules y todo ese rollo, vamos como los cangrejos y sin freno.

En 'El idiota', Dostoievski hacia una alusión inquietante que debería ser de reflexión obligada: “Un hombre común, pero inteligente, aunque se crea dotado de genio u originalidad (a veces lo cree durante toda su vida), no deja de albergar en su corazón el gusano de la duda, que le roe hasta desesperarle. Aunque se resigne, ya estará por siempre intoxicado por el sentimiento de la vanidad reprimida". En España, ese patrón es la locomotora que nos pierde, una locomotora sin rumbo, una línea sin destino, una tragedia permanente, una invisible desgracia colectiva. Somos los reyes de la razón exclusiva y excluyente, los 'otros' nunca tieneN razón.

Foto: Ramón Mercader, tras haber asesinado a Trotsky, en una foto de archivo. (Cordon Press)

Así estaban las cosas en aquella agitada Barcelona de finales de siglo. Y entonces, aquel embajador terrenal del Dios invisible también haría sangre en un futuro a corto plazo atizando a los suyos para la venganza, pero eso es otra historia. El insigne Buda decía que el conflicto no es entre el bien y el mal, sino entre el conocimiento y la ignorancia.

Luego vendrían los procesos de Montjuic, y al igual que los inocentes muertos en el atentado de El Liceo, otros anarquistas que nada tuvieron que ver con los atentados de aquel entonces morirían fusilados sin más preámbulos. Había que demostrar eficacia donde solo había incompetencia.

El individuo ha luchado siempre por no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo.

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