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Pedro de Alvarado, el conquistador conocido como 'el dios del sol'
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'tonatiuh'

Pedro de Alvarado, el conquistador conocido como 'el dios del sol'

Considerado el invasor de gran parte de América Central, era valiente y un gran líder, aunque también cruel, sanguinario y de temperamento difícil

Foto: Fuente: Pedro Alvarado.
Fuente: Pedro Alvarado.

Pocas o ninguna vez se cumple con la ambición que no sea con daño de tercero

-Miguel de Cervantes

Absolem es en la controvertida y mágica obra de L. Carroll, 'Alicia en el país de las maravillas' el representante del más alto conocimiento. Al final, deviene su transformación, en mariposa. Es un todo en la naturaleza el propio ciclo vida –muerte– ¿resurrección? y en definitiva, simboliza la transformación.

Hernán Cortés, por muy cuestionado que haya sido en aquellas tierras trasatlánticas, solo aprovechó una guerra civil para ganar él su guerra y en ese quid pro quo, darles la oportunidad de revancha a los atribulados pueblos que configuraban la periferia del horror Mexica o Azteca si se prefiere. Cortés, en su innata sabiduría, ya fuera un malvado o un Dios elevado, era un diplomático con cintura y un estratega genial que como Absolem, superó las barreras más atroces en un medio de una hostilidad brutal donde los corazones de las víctimas eran extirpados en caliente y a mano cruda. Los Totonacas y Txitximecas por ejemplo, pagaban con los más granado de sus jóvenes vírgenes un tributo oneroso, y con sus hijos, el alimento para los más crueles sacrificios que imaginarse puedan.

Hernán Cortés, en su innata sabiduría, ya fuera un malvado o un Dios elevado, era un diplomático con cintura y un estratega genial

Pero Cortés, proveniente de una aldea extremeña que más bien parecía una miniatura en comparación con la omnipotente Technotitlan, sabía lo que hacía hasta que un fatídico día dejó en manos de su segundo, Pedro de Alvarado, el cuidado de la ciudad lacustre más bella y organizada de aquel siglo, que en sus albores iba a dar tanta grandeza a España.

Un imperio y sus mentiras

Sea o no quizás, el Dios de Baruch Espinoza, el que nos salve del ateísmo más radical, pues entre tanto horror y crueldad como la que tuvieron que enfrentar los españoles en su lucha contra el imperio Azteca, los dogmatismos morales, ideologías y religiones, se quedaban ocultos o subsumidos en ese regusto de sopicaldo en el que la historia disimula lo inaprensible, lo intolerable, y lo inaceptable de ese monstruo que vive en el ser humano y que aletargado, despierta para fagocitar en un extraño patrón ya sea aleatorio, casual o cíclico, predeterminado o accidental a su creación como en aquel terrible cuadro de Goya, en el que Saturno devora a sus hijos. Que no nos vengan con milongas los predicadores de un infierno post mortem; el infierno está aquí en este planeta u orfanato de trayectoria helicoidal o manicomio a cielo abierto en un espacio desolador.

placeholder Hernán Cortés.
Hernán Cortés.

La historia tiene esas cosas ocultas en el trampantojo de la verdad correcta y asumible –para mejor digestión– redactada por los ganadores y rubricada por el silencio de los que no se quieren ver envueltos en aquellos inconfesables secretos de armario, o en la miseria moral de los que se confiesan con fervoroso ardor religioso en la misa dominical, banalizando mientras los pecados de los días laborables.

México estaba muy adelantado en muchos aspectos pero se encontró en el campo de batalla a gentes muy entrenadas en el arte de la guerra

Cada imperio tiene sus mentiras y estas, a base de ser repetidas como un mantra están tan bien engrasadas con el paso del tiempo, que más bien parecen rodamientos suizos por su impecable confección. La grandeza que tuvo la conquista española en su casual encuentro con un continente perdido –pues el propósito inicial era ir a Catay y Cipango (India y Japón)– desató una guerra muy pero que muy cabrona contra un imperio de costumbres macabras así como de una arquitectura increíble, un agro avanzadísimo y una astronomía de altísimo nivel. México y los mexicas estaban muy adelantados en muchos aspectos pero, tuvieron un trágico accidente, y este fue, que se encontraron en el campo de batalla a gentes muy decididas, altamente entrenadas en el triste arte de la guerra, en una comunión prácticamente fraternal ante la inmensidad de ejércitos adversarios que literalmente se perdían en el horizonte.

Las tácticas favorecían y se decantaban a favor de los españoles por la superioridad técnica incontestable de muchos de sus hombres formadores en sus tercios con el Gran Capitán, hombres de primera línea. Perros de presa por docenas, caballeros que imponían por su simbiosis entre equino y humano, arcabuceros que venían del infierno, y una tropa que sabía que no había retirada posible, dirigida a su vez por competentes capitanes, eran las credenciales de aquellas pequeñas unidades que se imponían ante masas humanas que desbordaban las funciones de una calculadora.

La 'Noche Triste'

Pedro de Alvarado, obviamente, fue un decidido capitán que para Cortés a la postre, sería algo más que su mano derecha y hombre de confianza. Causante de la famosa 'Noche Triste' un 30 de junio de 1520, se llevó por delante en una interpretación sesgada o indigna de un militar de oficio o por bochornosos intereses de avidez galopante o quizás por un malentendido mal manejado (argumentó que aquella aristocracia se había reunido para conspirar) en un asesinato masivo de la nobleza azteca en Tenochtitlán (actual Ciudad de México), cuyas repercusiones provocarían la ira de los Mexicas alzados en armas causando una grave derrota al ejército de Hernán Cortés, ausente en ese momento de la ciudad.

Alvarado era conocido por los aztecas como Tonatiuh (dios del sol, en náhuatl) debido al peculiar cabello rubio ondulado y su portentosa estatura

Pero todo pasa y Cortés, supo perdonar a un rehabilitado Alvarado tras la durísima batalla de Otumba. Alvarado, era conocido por los aztecas como Tonatiuh (dios del sol, en náhuatl) debido al peculiar cabello rubio ondulado y su portentosa estatura. Tras la pacificación de aquel desaguisado, sería enviado a conquistar las tierra al sur –las que hoy configuran Guatemala–, antiguamente pagos mayas. Con la ayuda del pueblo kaqchikel, derrotaría a los k'iche' y a los tzutijiles en una guerra selvática donde miles de ojos camuflados en un entorno mágico y misterioso te controlaban a cada metro, paso a paso, y en el que una lluvia de cerbatanas arrojando 'curáre' era lo más normal de la agenda cotidiana.

Hasta el ínclito Fray Bartolomé de las Casas lo calificó como un sanguinario militar de personalidad violenta y temible, en palabras del vate: "Un infeliz malaventurado tirano”. Según nos lo describe Bernal Díaz del Castillo, hacia 1510, era un hombre de porte noble y altivo pero hijo de padres con recursos limitados. En esas fechas, se plantó en casa de su tío –a la sazón regidor del ayuntamiento– con sus cuatro hermanos hambrientos de aventura y codicia.

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Pedro de Alvarado, era un soldado con ambiciones claras y sin delgadas líneas rojas; en 1511 se enrolaría en la expedición que Diego de Velázquez organizó para conquistar Cuba, ahí, demostró su valía indiscutible y liderazgo así como un temperamento de difícil digestión; en 1513 ya era capitán. En Cuba obtendría sus primeros réditos dejando en manos de dos de sus hermanos una encomienda de indios que le había sido otorgada por el gobernador y que le proporcionó pingües beneficios.

Su momento de gloria llegaría antes que después con una navegación incierta hacia el oeste llena de incógnitas. Un 25 de enero de 1518 partió de la isla con la expedición al mando de Juan de Grijalva, recorriendo gran parte del golfo de México. Al frente de una nave, se distinguió por sus arriesgados y temerarios enfrentamientos con los indígenas por los riesgos inusuales que tomaba, perfil que siempre le acompañaría en su azarosa vida. El gran fruto de aquella osada expedición derivaría en el descubrimiento del formidable imperio azteca; un futuro esplendoroso se abría ante aquella hueste de ávidos conquistadores de un oeste más épico que el que nos han mostrado los western norteamericanos, épica sin sobresaltos y de andar por casa. En un molde de fortuna, con el oro obtenido de requisas, trueques y obtenciones que es mejor no adjetivar, confeccionaría su primer lingote de oro.

En Cuba obtendría sus primeros réditos dejando en manos de dos de sus hermanos una encomienda de indios que le había sido otorgada por el gobernador

Las noticias animaron al gobernador Diego de Velázquez a organizar una expedición para dirigirse a aquel continente retador y en consecuencia, enviaría once naves con setecientos hombres entre los que había quince caballos con sus jinetes. Un 18 de noviembre de 1518 zarpó la flota a las órdenes de Cortés. Alvarado era uno de los socios y hombre de confianza del extremeño de Medellín. Se abría una ventana de oportunidades e incalculables proporciones en la historia de la humanidad.

En arribando a tierra, lo primero que hizo Cortés fue fundar la Villa Rica de la Veracruz que por su importancia la asentaría como principal puerto para recibir la logística en sus futuras conquistas.

El audaz conquistador inmediatamente se dio cuenta de la magnitud de la riqueza del imperio mexica, organizó meticulosamente la conquista y ninguneo sin más preámbulos a Diego de Velázquez. Combinar pactos iba a ser una constante en su quehacer bélico, y de ahí, sus acuerdos con los reinos indígenas, adversarios seculares de los aztecas. Los tlaxcaltecas, enemigos acérrimos de los mexicas dieron un paso al frente, por ser las víctimas crónicas de los crueles sacrificios humanos que estos ofrecían a sus dioses. Alvarado, pupilo adelantado, aprendió esta táctica de Cortés, aunque a veces desbarraba en el método.

No es oro todo lo que reluce

Tras superar innumerables obstáculos y dejar algunas guarniciones en la costa, la expedición de Cortés formada por cuatro centenares de españoles y miles de indios tlaxcaltecas con hambre de venganza atrasada, logró penetrar un 8 de noviembre de 1518 en el centro mismo del corazón del imperio azteca; Tenochtitlán dejó atónitos a los conquistadores. Cortés, rápidamente se percató de que a los aztecas no les caía bien. El 14 del mismo mes, apresó a Moctezuma en su palacio y ahí lo retuvo de forma indisimulada.

Pero un fatídico día mayo de 1520, Hernán Cortés tuvo que abandonar la ciudad pues le habían llegado noticias de que el gobernador Velázquez –que se la tenía jurada–, había enviado una potente expedición a Veracruz con objeto de castigar su desobediencia.

La Matanza de Tlatelolco

Alvarado quedó con ochenta españoles y algunos centenares de auxiliares tlaxcaltecas en la capital para hacerse cargo de la custodia del joven emperador, y como una cosa lleva a la otra, el 16 de mayo se consumó la tragedia que acompañaría para los restos el nombre de Alvarado. Ese día celebraban los aztecas la gran fiesta del Toxcatl en honor del terrorífico dios Uitchilipochtli a quien sacrificaban anualmente varios miles de víctimas humanas. De forma sorpresiva, Alvarado ordenó a sus hombres irrumpir en la escena y matar a todos los nobles asistentes. Esta carnicería –porque no tiene otro nombre–, ha quedado registrada como la “Matanza de Tlatelolco”.

Hay al menos tres narraciones que coinciden con los hechos pero no con las causas. Del examen de lo ocurrido se deduce que fueron varios los motivos que indujeron a Alvarado a tomar tan radical decisión. El primer motivo fue el creciente temor de Alvarado, que al estar rodeado de una ingente masa de poderosos enemigos, presentían ser muertos o sacrificados; otra razón, pudo derivar del deseo de los tlaxcaltecas de vengarse de sus odiados enemigos centenarios, los aztecas. Asimismo, el peligro adicional, a los ojos de Alvarado, de que la fiesta pudiera dar origen a un ataque de los aztecas habida cuenta de que el emperador estaba bajo “arresto domiciliario”. Alvarado no era un sujeto de medias tintas y acorde con su carácter buscó una solución ajustada a sus criterios.

Aquella matanza originó una gran sublevación entre los aztecas. Durante cerca de un mes estuvieron cercados sin opciones de romper el sitio y en medio de una situación de alto voltaje.

A Alvarado le cayó una granizada importante y fue reprendido por su inadecuado comportamiento. Cortés intentó apaciguar los ánimos

Enterado de los acontecimientos acaecidos en Tlatelolco, y con las huestes enviadas por el gobernador de Cuba a su disposición tras alambicadas negociaciones en Veracruz, Cortés acudió presto a Tenochtitlán a donde llegó el 24 de junio de 1520 a uña de caballo. A Alvarado le cayó una granizada importante y fue reprendido por su inadecuado comportamiento, habida cuenta de que la intención del de Medellín era la conquista pacífica del imperio Azteca para no desangrar a su tropa.

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Moctezuma

Cortés, en su línea diplomática y de estratega, a través de Moctezuma intentaría apaciguar los ánimos, pero a la postre el emperador azteca murió de una certera pedrada lanzada por un súbdito acalorado que lo acusaba de vendido, melifluo y cobarde. Viendo Cortés el percal y que el cerco se estrechaba de forma alarmante, un 30 de junio decidió jugársela a vida o muerte. El resultado sería un desastre en toda regla. La famosa 'Noche Triste' engulló en una debacle colosal a más de 700 españoles. Alvarado para redimirse y sumar, se distinguió por su proverbial valor y en medio de aquel infierno creo su propia carnicería llevándose por delante a centenares de guerreros mexicas en acciones absolutamente suicidas.

Con el tiempo, Cortés reorganizaría sus fuerzas y al cabo de unos meses cercó de nuevo la capital lacustre, y en el tiempo del 13 de agosto de 1521, entraría triunfante en la ciudad provocando una masacre sin precedentes. El imperio azteca caía como un castillo de naipes.

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Alvarado ejecutaría con diligencia empresas de envergadura en aquella muralla verde sinfin dirigiendo varias expediciones. Áreas de grandes dimensiones como la zona costera de Tehuantepec (similar en dimensiones a Castilla) le hicieron inmensamente rico. Parecía bañado en oro mientras su fama iba in crescendo. En México, hay un mal recuerdo de él, por otra parte obvio, aunque en puridad, los españoles de aquel entonces lo único que hicieron fue tropezarse con una auténtica guerra civil entre los Aztecas y el resto; mayas tardíos, totonacas, txitximecas, etc. Pero su solvencia, la de Alvarado, era incuestionable pues en definitiva de lo que se trataba para nuestras armas, era de liderazgo y eficacia; Alvarado aunaba esa simbiosis con una alquimia singular.

En México hay un mal recuerdo de él, aunque los españoles de aquel entonces lo único que hicieron fue tropezarse con una guerra civil

Alvarado por órdenes de Cortés, se dirige con sus huestes a la costa sur de México, y en los primeros meses de 1524, somete a los supuestamente invencibles quichés, se lleva por delante al afamado líder indígena Tecún-Uman, jefe natural de aquel viejo pueblo imbricado en la espesas selvas centroamericanas y configurado por cerca de un millón de habitantes dispersos en el enclave bajo su control, y más tarde se alía con los cakchiqueles, enemigos declarados de los antedichos.

Pero la cosa no acaba ahí; más tarde penetra en el actual oriente de Guatemala, y el 6 de junio irrumpe en lo que hoy configura El Salvador y acaba, tras durísimos enfrentamientos con los pipiles, muy hábiles con el arco. Tal y como cita Alvarado: “A mí me dieron un flechazo que me pasaron la pierna, de la cual herida quedé lisiado, que me quedó una pierna más corta que la otra cuatro dedos. Así las cosas, este sujeto de dos metros de altura y de una apostura impactante, era rubio, algo infrecuente entre los conquistadores de la época; se hizo en un "abrir y cerrar de ojos" con cerca de dos millones de kilómetros cuadrados.

Alvarado, conquistador valeroso donde los haya, tenía zonas de poderosa umbría. La guerra es la peor desgracia del acontecer humano, pero debería de tener márgenes insalvables y convenciones con los perdedores que tendrían que ser respetadas como en una negociación de mínimos a la luz de los acontecimientos, Alvarado era un sujeto extraordinariamente sangriento. Sobre sus espaldas cargaba acusaciones y juicios a mansalva por su trato indigno y en ocasiones, inhumano para con los indígenas. Y no solo eso, su avidez le llevaba a generar odios entre la tropa y resentimientos por su ambición desmedida. Vamos, un elemento de la naturaleza.

Foto: Trincheras de EEUU en la guerra de Filipinas. (iStock)

En 1527 vuelve a España a defender su honor alegando que sus averías a los nativos eran los efectos colaterales de la guerra. Su amistad con Francisco de los Cobos, a la sazón secretario del emperador, le libera de los cargos que arrastraba, que no eran pocos. Y no solo eso, además de salirse con la suya, obtiene el título de Adelantado, se casa con la espectacular Francisca de las Cuevas sobrina del duque de Alburquerque que de sobrada que iba, llevaba un par de bigardos como dos armarios para poder zapatear Madrid tranquilamente, y para colmo de bienes, va y le toca otra vez la lotería; el emperador le nombra gobernador de la naciente Guatemala y así, de esa manera, se deshace de las ordenes de Cortés sin más preámbulos.

En una de sus prodigas aventuras, se fue al Perú a desbarrar tocando arena en las playas de Ecuador, pero Pizarro que sabía cómo se las gastaba el mendaz pieza, estaba alerta y su compinche Diego de Almagro lo frenó en seco cuando ya el deterioro y hastío de la tropa embarcada en Guatemala estaba a una temperatura a tener en cuenta. Por las mismas, se dio media vuelta y estuvo un tiempo en su gobernación en aparente tranquilidad, pero solo para disimular.

Como estaba un poco aburrido, le dio por conquistar las Hibueras (actual Honduras). Pero al regresar a Guatemala, se encuentra con un togado con instrucciones del rey emperador, un tal Alonso de Maldonado, que asume el gobierno y deja a Alvarado inmerso en profundas meditaciones metafísicas habida cuenta que un proceso judicial le mordía los talones. Ante el cariz que tomaba el tema, Alvarado en julio de 1536 vuelve a España y como el tema horizontal le generaba necesidades hormonales que desahogar, contrae matrimonio con Beatriz de la Cueva, hermana de su primera mujer. Permaneció en España hasta 1539 y de nuevo la fortuna le sonríe: logra la suspensión, que no la anulación, del juicio de residencia, recupera la Gobernación de Guatemala, contrae matrimonio con Beatriz de la Cueva, hermana de su esposa fallecida, y logra nada menos que acordar con el Emperador una monumental expedición con el propósito de hacerse con las codiciadas islas Molucas donde la elevada concentración de especias tan demandadas en la época daba para que cualquier osado se jugara sus propiedades.

Alvarado sumó cifras e ingresos espectaculares pero a la par dilapidaba sin freno en su pasión por alcanzar más notoriedad que Pizarro y Cortes. Se puso el listón muy alto y en uno de esos retos, intentando someter a una tribu díscola y de fama brava perdería la vida en una agonía atroz.

Los cronistas hablan de una muerte atroz acorde con el sufrimiento que causó a sus propios soldados y oficiales

El caso fue que uno de los capitanes en la zona, Oñate, le había apercibido que había una tribu muy fiera y además, caníbales con denominación de origen. Estos nativos sublevados, lo único que hacían era impedir que nadie pasara por sus lares so pena de padecer en primera persona el protagonismo de una atroz barbacoa. Alvarado, que no era muy de arredrarse se lanzó a conquistar aquel peñasco fortificado hasta que reparó que era literalmente imposible el asalto pues los nativos en cuestión habían suspendido provisionalmente los temas relativos a la pitanza pues la fuerza española y su arrojado y rubicundo jefe no tenían cara de buenos amigos.

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Era un 24 de junio de 1541 cuando ordenó la retirada. De vuelta a su campamento uno de los jinetes ve encabritarse su caballo probablemente por la presencia de una serpiente, de tal manera que cae aparatosamente arrollando a Alvarado dejándolo tocado de muerte. Tras una agonía soportada por el alcohol y las pócimas alucinógenas de un chamán muere un 4 de julio del año 1541. Tenía entonces 56 años. Los cronistas hablan de una muerte atroz acorde con el sufrimiento que causó a sus propios soldados y oficiales por no mencionar a los nativos que se cruzaron en su camino. Según quien, es excusado por las dificultades de un medio tan hostil al que tuvo que combatir con recursos extremos; según otros, una encarnación endemoniada. Era creyente, su Dios le juzgará si es que está facultado para ello.

Quizás el mejor juicio fue el manifestado por el cronista dominico Antonio de Remesal, clérigo bien informado, quien escribía: “Porque el Adelantado D. Pedro de Alvarado más quiso ser temido que amado de todos cuantos le estuvieron sujetos, así indios como españoles. Y por esta causa usó con los unos y los otros algunas demasías y desafueros con muy poca justicia y razón”.

Pedro de Alvarado, una verdad indigesta.

Datos extraídos del Archivo General de Indias.

Pocas o ninguna vez se cumple con la ambición que no sea con daño de tercero

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