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La historia de Pedro de Zubiaur, un marino gigantesco y una leyenda
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Un héroe de su momento

La historia de Pedro de Zubiaur, un marino gigantesco y una leyenda

Valiente, osado y espía a las órdenes de la Corona en los tiempos del Felipe II, su intrépida vida ha hecho que su nombre quede forjado a fuego en la historia de España

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El opresor no sería tan fuerte sino tuviera cómplices entre los propios oprimidos

Simone de Beauvoir

Winston Churchill definió el éxito como la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el ánimo. A juzgar por sus enormes derrotas en las guerras contras los Boers, las derrotas infligidas por los imperios centrales en la I Guerra Mundial en la batalla de Galípoli, y la perdida de la Europa del este a causa de la defensa de Polonia; el hecho de que se perpetuara como primer ministro del Reino Unido dice mucho de su camaleónica adaptación.

Algo parecido le ocurrió a un vizcaíno de incuestionable pelaje marinero 'comme il faut', 'trending tópic' y héroe en alza en su momento, aclamado por un pueblo desatado que con fervor le aclamaba cada vez que pisaba tierra. Era más grande él que su leyenda y su leyenda era legendaria. Se llamaba Pedro de Zubiaur.

El hombre y la leyenda

Fuera de algunos especialistas que han glosado su figura, Pedro de Zubiaur es un personaje novelesco donde los haya. Ojo derecho de Felipe II y III, a este intrépido marino se le encomendó la delicada tarea de proteger las riquezas que España ingresaba desde todas las latitudes. Ora abastecía con suministros y refuerzos a los tercios españoles destinados en los frentes de guerra, ora combatía el corso extranjero con idénticos procedimientos sin reparo alguno. Rescató a cientos de cautivos españoles en poder de los ingleses incluso a costa de su propia fortuna, y llegó a actuar como agente secreto de la Corona protagonizando posiblemente el primer caso de espionaje industrial en la Historia de España.

En aquella España del Siglo XVI, fue uno de los marinos estrella junto con Bazán, Juan de Austria, sus congéneres Oquendo y Rekalde, ambos también vascos y conocedores del mar profundo desde que dejaron la teta para salir a pasear por sus acuáticos dominios. Felipe II un rey entregado a la seducción innata de este formidable elemento de la naturaleza, lo colmó de parabienes. Pero el tiempo (sobre todo el que habita en España) se ha encargado de borrar su nombre como el de tantos grandes sin títulos aristocráticos pero con gónadas acreedoras para ello.

Rescató a cientos de cautivos españoles en poder de los ingleses a costa de su propia fortuna y llegó a actuar como agente secreto de la Corona

El Conde de Polentinos en su publicación de la correspondencia de Pedro de Zubiaur con Felipe II, encontrada accidentalmente en un mugriento baúl en el que las telarañas parecían habitar en un cinco estrellas a juzgar por la calidad de la documentación que albergaba aquella madera (Esto ocurría en 1946), argumentaba que fueron “tantos y tan relevantes sus servicios, que pudieran ser asunto de una particular monografía”.

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Bolívar era en el siglo XVI una aldea de caseríos diseminados en esa verde alfombra con que ha dotado la creación al País Vasco. Esta circunscripción estaba a unas cinco leguas de Bilbao (una legua venía a ser una medida equivalente a unos 4.800 metros de distancia) y la familia Zubiaur estaba dedicada al comercio discrecional y por los pactos con Castilla, a canalizar las exportaciones de lana de la Mesta aunque en el siglo en cuestión estaban más volcados en los fletes que en temas más discrecionales.

Pedro de Zubiaur -convienen los entendidos- , en que por la complejidad de su apellido –fonéticamente hablando-, tiene una difícil pronunciación de este topónimo, ya que sus letras vocales forman un triptongo, lo que hace que se le mencione en la documentación de la época de diversas maneras, tales como: Pedro de Cibiaur, Çibiaur, Cubiaur, Çuuiaur, Zubiaur, Zubiaurre o Çubiaurre, cuyo significado viene de la definición topográfica del huerto o manzanal que estaba delante del puente que se orientaba a Bilbao. Tras esta “chapa” sobre la ortodoxia gramatical del apellido de nuestro héroe, solo cabe recalcar que él prefería ser llamado y firmar como Pedro de Çubiaur, pues la c con cedilla equivale a la z vasca de pronunciación silbante y también a la expresada en la zona vasca del sur de la Aquitania Francesa, parte de la cual en su momento configuró el Reino de Navarra con fuerte predominio del euskera.

Un portento

El que se casara a una edad avanzada para su tiempo era normal en muchos marinos. Era creencia general que los deberes y atenciones familiares estaban en abierta contradicción con las duras exigencias de una agitada vida militar, con abundantes y prolongados períodos de servicio en el mar, por lo que muchos preferían postergar tal decisión de casar hasta un momento en su vida en que consideraban se habían asentado en la profesión (Rodríguez González, 2018).

En lo físico, su estatura superaba ampliamente los 195 cm y se cree por datos indirectos y dada su fuerza física, que era muy dado al noble “arte” de levantar piedras (en todos los caseríos vascos de aquel tiempo había una de ellas, tradición que aun hoy perdura en bastantes), este Harrijasoketa (voz compuesta del euskera harri, piedra y jaso, levantar) cada vez que llegaba de hacerles alguna “faena” a los ingleses, se relajaba levantando en tres tiempos una piedra rectangular de 200 kilos (Perurena tiene el récord en 306 k a día de hoy en varias arreadas). Mas, es Mieltxo Saralegi, con 320 k de un arreón el que tiene el record mundial. Juzguen ustedes lo que da una dieta de txistorras, sidra y marmitako.

La época de Felipe II fue una etapa tremendamente turbulenta. Hay un cambio de dinastía en Francia, una guerra de la independencia holandesa...

La vida de nuestro personaje abarca desde los años 1540 al 1605, y en 1568 inicia su carrera militar en la Armada española, en los años coincidentes con el reinado de Felipe II, el llamado Rey Prudente, algo con lo que este juntaletras discrepa rotundamente. Tras tres décadas de conflicto armado permanente debido a la vulnerabilidad del vasto Imperio español, se inicia la pax hispánica (una paz armada ante sus oponentes históricos).

La época de Felipe II -según los historiadores Carnicer y Marcos-, fue una etapa tremendamente turbulenta en la historia Europea. Es la época de la reacción de la Contrarreforma versus la Reforma luterana; de las guerras religiosas a tutiplén, del cambio de dinastía en Francia en el que los Borbones suceden a los Valois; asimismo, la gravosa e inútil guerra de independencia de los holandeses contra el rey de España que nos costó un ojo de la cara por el empecinamineto del monarca español cuando tuvo opciones de parar aquella sangría humana y económica (leer la historia de los condes de Egmont y Horn); de la consolidación de los protestantes insulares y el despegue de Inglaterra como gran potencia bajo la batuta de Isabel I; y por si fuera poco, del tremendo impacto del poderío turco en el Mediterráneo. Y ya puestos a sumar, podemos añadir las escaramuzas de la conquista. En fin, que éramos el perejil de todas las salsas. A título meramente informativo, cabe recordar que ningún imperio a lo largo de la historia conocida tuvo tantos frentes como el español. Para mear y no echar gota.

Este período en que nuestra monarquía multinacional acrecienta su dependencia respecto al factor humano o levas provenientes de Castilla lleva su poder militar y expansión territorial a su cenit, pero una política exterior tan lastrada de gastos y cargas terminarán por agotarla. Cabe recordar aquí que a Gulliver se lo llevaron por delante los liliputienses. Un siglo de esfuerzo titánico con el consiguiente desgaste en conflictos continuos acaba con el trágico remate de la difusión en Castilla de la peste bubónica, que acaba diezmando su población, en aquel entonces base de su poderío como reino.

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Felipe II

Pero en este galimatías geopolítico y bélico también hubo noticias buenas. Durante el hermanamiento hispano portugués bajo la férula de Felipe II, la flota hispano lusa instalada en Lisboa recibió el nombre de Armada del Océano, uno de cuyos capitanes generales será Pedro de Zubiaur. La colaboración de ambos reinos en materia de seguridad permitiría cubrir de manera eficaz el mar del Norte y el Océano Atlántico con un conglomerado naval reforzado tras la integración de ambos países que para 1585 alcanzaba ya las 300.000 toneladas, en oposición a las 232.000 de Holanda, 80.000 de Francia y 67.000 de Inglaterra. Con las naos y galeones de la Corona de Portugal más las sucesivas incorporaciones de carabelas de más calado y pataches cantábricos se implementó a partir de 1580 la armada más formidable que habían visto los mares hasta ese momento. Con base en Lisboa, la logística militar en la fachada Atlántica permitió la conquista de las Azores por Álvaro de Bazán -una posición estratégica en el control del comercio oceánico- que garantizaría la llegada de las flotas de ambas Indias (la portuguesa y la española) durante la década de los ochenta al tiempo que defenderse eficazmente de la incipiente piratería y de la depredadora Inglaterra.

Se adjudica la invención del galeoncete, un pequeño galeón muy rápido de proa de cuchillo, extremadamente ágil, algo así como una especie de fragata muy maniobrera a este gran marino que fue Pedro de Zubiaur. No obstante, el historiador Fernández Duro asigna a Cristóbal Barros el papel de gran impulsor de la construcción naval en la España de este tiempo obviando este detalle de vital importancia, pues la nave en cuestión era sumamente polivalente.

Debió de sentir el deseo, como les sucedía a todos los segundones de casas nobles, de servir al rey y a su patria con las armas como marino

Como hemos visto, eran muchos los frentes de lucha, pues parecía que nos habíamos clonado a lo bestia y multiplicado en mundos paralelos El estratégico sector Atlántico desde Gibraltar hasta Pasajes y desde las islas Azores hasta el Canal de la Mancha, eran el escenario de este espadachín de los mares, llamado Pedro de Zubiaur. El control del Atlántico adquiere en esa época un valor extraordinario para el manejo de los recursos, aprovisionamientos, productos y aplicación de la doctrina militar del momento.

Nos explica el Conde de Polentinos, en el Epistolario del general Zubiaur, que "viviendo este señor en una época en que Bilbao y toda Vizcaya tenían la fiebre del comercio y la navegación", debió de sentir el deseo, como les sucedía a todos los segundones de casas nobles, (se hace necesario que la injusta ley de mayorazgo adjudicaba al primogénito la casi totalidad de los bienes en herencia) de servir al rey y a su patria con las armas como marino, y seguramente conseguiría de su padre no sólo el consentimiento para hacerlo, sino también el dinero suficiente para armar dos zabras con las que se ofreció al rey don Felipe II, inaugurando de este modo sus servicios marineros.

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Los marineros vizcaínos eran los primeros entre los españoles en cuanto a habilidad en la navegación costera y en la defensa de sus naves contra los enemigos -no olvidemos la inmensidad de las distancias, el riesgo de la furia de sus tempestades y el acecho pirático como problemas específicos de la navegación por el océano- lo que era una buena carta de presentación ante el Rey, en una época en que España dedicaba una atención creciente al frente atlántico. En ese año de 1568 tenía Pedro de Zubiaur 28 años. Entonces la Real Armada se apostaba en el puerto de El Ferrol y su Capitán General era Alonso de Bazán y Guzmán. Su sueldo con cargo a la Armada empezó por ser de 80 escudos al mes.

Una misión

A primeros de diciembre de ese año de 1568, la primera misión que le encargó el rey fue, como Jefe de Infantes y Marinos, que llevase al Duque de Alba (Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel), en los Países Bajos, 450.000 ducados -85.000 libras-, repartidos en 155 cofres con un peso de 13.800 kilos, con orden de arribar a Inglaterra si en el Canal de la Mancha sobreviniese mal tiempo o se viese en peligro de encontrar navíos franceses por estar en guerra con aquel país. A la expedición encargada de ello se sumaron cuatro embarcaciones de Lope de la Sierra. El dinero, en monedas de plata, fue cargado en las naves en los puertos de Santander y Castro Urdiales. Parte de esta cantidad pertenecía a mercaderes genoveses, otra a comerciantes españoles y parte a la Corona española, que enviaba el dinero para el pago de las soldadas de los tercios acantonados en Flandes. Se transportaba además un cargamento menor de perlas, oro en barras y dinero en varias acuñaciones, así como mercaderías diversas, entre ellas algunas balas de lana. La mayor parte de la tripulación estaba formada por “vizcaínos”, nombre que también se daba a los guipuzcoanos, que eran mayoría.

Se adjudica la invención del galeoncete, un pequeño galeón muy rápido de proa, a este gran marino nacido en Vizcaya

La primera misión encomendada a Zubiaur, fue el transporte de las pagas a los tercios a Flandes, lo demuestra el hecho de que tenía la experiencia necesaria por haber hecho con anterioridad aquellas derrotas, pues de otra manera, habría sido inconcebible entregar fondos, que con carácter tan urgente necesitaba el Duque de Alba a alguien con escasa preparación en las cosas del mar Además, se hace necesario recordar, que en eso momentos existía la posibilidad de ser interceptado por las naves francesas.

Era el mes de diciembre de 1568, y la primera misión que le encargó su rey fue la de llevar al Duque de Alba (a la sazón Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel) 450.000 ducados repartidos en 155 cofres con un peso de más de trece toneladas. Parte de esa cantidad pertenecía a mercaderes genoveses, a la Corona española, y a comerciantes españoles varios que mercadeaban con flamencos, ingleses y estados del norte pertenecientes a la Antigua Liga Hanseatica. La mayor parte de los tripulantes estaba formada por “vizcaínos”, nombre que por extensión se daba a los guipuzcoanos, que eran mayoría en la expedición.

Pedro de Zubiaur había comenzado su carrera como armador y era dueño de varias naos mercantes sin artillar con las que comerciaba con Inglaterra Sevilla y Flandes por lo que aquellas singladuras no le eran desconocidas. En 1580 ejercía aun como armador, tenía una nao de gran calado en Bilbao de 860 toneladas y otra procedente de las Indias apresada a los ingleses. Los vizcaínos, según el historiador francés Priotti, no eran solo audaces marinos, sino también hábiles comerciantes, incluso, al nivel de los habilidosos castellanos.

Foto: 'Los 13 de la isla del Gallo', de Juan B. Lepiani

Total, que Zubiaur por encargo del rey intenta llevar las pagas y vituallas a los tercios y los franceses les salen al paso a la altura de L´Orient, los españoles se escabullen y van a parar a Londres y a Southampton, pero es peor el remedio que la enfermedad. Los ingleses se incautan de todos los bienes del rey de España así como los de los particulares; Zubiaur es literalmente despojado y preso en un penal cutre donde los haya, el hospital –penal de Bridewell, en un recodo del rio Fleet, un afluente del Támesis-. Isabel II aprovecha aquella ingente masa de dinero que le llueve del cielo para financiar las acometidas del infumable Drake en Vigo, Cartagena de Indias y Santo Domingo, aun hoy héroe nacional inglés, un asesino en serie más bien tirando a genocida. La guerra ya no es un atisbo, sino un clamor. El Canal de la Mancha queda bloqueado por la extraña alianza de conveniencia francoangloflamenca, y España responde aúnando a los dispersos y pendencieros clanes irlandeses y consigue poner un poco de orden para que los ingleses claven tropas en su patio de atrás.

Mientras estas cosas sucedían, la posición social relevante de este tapado del espionaje filipino –Pedro de Zubiaur-, en Londres en funciones de comerciante, militar sin uniforme de un prestigio inconmensurable, disponía de una vasta autonomía para organizar redes de espías que funcionaban con la precisión de relojes suizos al tiempo que le avisaban de los preparativos navales de los “privateers” o corsarios ingleses como Francis Drake o Walter Raleigh.

Zubiaur, espía de la Corona

Las peripecias de Zubiaur como jefe del espionaje español en Inglaterra dan para una docena de volúmenes mereciendo un tratamiento novelesco por lo alambicado de sus hazañas entre los sagaces elementos del contraespionaje inglés. Pero este vizcaíno que ameritaba integridad y honradez a raudales, era de rabo, dos orejas y puerta grande. Por ello, y obviando el tiempo que residió en las cárceles inglesas y holandesas vamos a dar un salto de pértiga sobre aquellos hechos que convierten al espionaje actual en una cosa de parvulitos.

La guerra ya no es un atisbo, sino un clamor. El Canal de la Mancha queda bloqueado por la extraña alianza de conveniencia francoangloflamenca

Lo que siempre caracterizó a Pedro de Zubiaur, fue su osadía extrema. El corso era un modo extraordinariamente eficaz de hacer la guerra en los mares durante todo el tiempo que duró el contencioso anglo español, esto es, durante cerca de trescientos años ininterrumpidos. Al fin y a la postre, se trataba de arriar una bandera reconocida por otra de conveniencia; esto es, que Inglaterra jamás respetó un pacto. Podrían ser un conjunto de operaciones secundarias quizás, pero el conjunto era de enorme importancia por el impacto que causaba sobre un adversario desprevenido pues las fragatas, filibotes, urcas, etc. dedicadas a tal efecto crecían como setas en los océanos. La patente de corso era un modo barato de obtener pingues beneficios para el rey, pues ora se pagaba al armador, ora al capitán corsario poniendo el barco a disposición de su majestad. El corso era un entrenamiento de primera y en él se formaban buenos capitanes, marineros y artilleros, se mantenía un “espíritu de ofensiva” y a la par, una contraofensiva. A la postre, aunque España llegó a usar estas técnicas de corso tardíamente, los corsarios enemigos, azote de nuestras costas, nos llevaban años luz en este artero arte fuera de los mínimos aceptables en la “cultura” de lo bélico.

Autorizado para ello, Pedro de Zubiaur convirtió sus galeones y fragatas en unas herramientas muy productivas en su rol de corsario haciendo que el mes de agosto durara todo el año. Cerca de cuatro centenares de cántabros y vascos armados hasta los dientes y con hambre atrasada, bien engrasados con artillería ligera (bombardas con piedras caniconas o residuos de las ferrerías, esto es, metralla), y con armas de fuego “le dernier cri”, habían convertido el cantábrico en un lugar intransitable. Si llegaba septiembre con sus feas mareas, a puerto y a chatear.

Foto: Foto de archivo de una exposición en Barcelona sobre la relación entre la ciudad y la Guinea Española. (EFE)

La escuadra de Zubiaur, hacia 1590, llegó a constar de hasta seis filibotes de proa de cuchillo y velocidad punta con viento de empopada de hasta 20 nudos y una tripulación en conjunto de alrededor de 1.200 hombres en su momento álgido. Hacia el 6 de mayo de 1592, Walter Raleigh -muy leído él-, y almirantes como Hawkin, Clifford y Frobisher se hicieron a la mar desde Falmouth con sendas escuadras en busca de fortuna. A la altura de Finisterre, Pedro de Zubiaur le hecho el guante a seis fragatas de la escuadra de Raleigh y tras hacerse con este jugoso botín y las seis banderas, pensó que ya se lo había currado y que había que volver a Santoña y Pasajes a tomar “txiquitos”. Ni más ni menos, así era Zubiaur, leal al rey debajo de su txapela.

Un poco aburrido de tanta zarandaja marina, le dio un subidón cuando Alonso de Bazán le sugirió fortificar Blavet, un firme baluarte en la zona de Bretaña. Esta espectacular fortaleza estaba sitiada por los hugonotes franceses, unos protestantes muy ruidosos y allá que fue Zubiaur con su tropa de rudos cántabros y su bosque de txapelas. Las comunicaciones con Flandes quedaban reaseguradas con esa cuña en medio del corazón de Francia; además, podía servir como base para el plan de Felipe II de atacar Inglaterra. La posición de Blavet se fortificó siguiendo los planes del extraordinario ingeniero militar Cristóbal de Rojas que construiría dos solidos fuertes a resguardo del puerto con fosos abiertos e inundados para ahogar a cualquier humano con ínfulas de tunelar y colocar minas. Así, Blavet se transformó en un superpuerto extremadamente seguro y base de la Armada española y barcos de cabotaje además de refugio ante cualquier acoso enemigo o tempestad cantábrica, que suelen ser muy cabronas las condenadas.

Convirtió sus galeones y fragatas en unas herramientas muy productivas en su rol de corsario haciendo que el mes de agosto durara todo el año

Historiadores de la talla de Martínez de Ysasti, 1625; Fernández Duro 1897; Bereciartúa 1953 y Zurutuza 2006, dicen de este capitán vizcaíno literalmente que obraba milagros, que era terror de los enemigos, y “hombre de mar muy nombrado en su tiempo por las victorias y buenos sucesos” Los cronistas franceses atribuían estos triunfos de Zubiaur al valor y habilidad de aquellos legendarios españoles y a sus barcos por ser mejores veleros que los bajeles franceses e ingleses. La derrota no tiene padres, que decía Napoleón.

Pedro de Zubiaur sería nombrado Capitán General de la Armada Real del Mar Océano un 3 de junio de 1597 dedicándose a la protección de los convoyes provenientes de las Indias a los cuales acompañaba hasta Cádiz en una travesía plagada de piratas y corsarios que acechaban como buitres sus presas. Es probablemente uno de los grandes pioneros y adelantados en el modelo de protección de convoyes, ejemplo a tomar incluso, por los ingleses durante la II Guerra Mundial.

Pedro de Zubiaur podría pasar a la historia por los cientos de actos contados en que ya fuera en superioridad o inferioridad, dio auténticos recitales de estrategia y repasos a franceses, holandeses e ingleses. En el caso de la Armada española que partió de Lisboa para Irlanda el 18 de septiembre de 1601 con 33 navíos, al mando de Diego Brochero de Anaya, el reemplazo del Almirante de Castilla al frente de la Armada del Mar Océano, llevaba este como segundo a Pedro de Zubiaur, y la infantería con su maestre de campo Juan del Águila; ambos, capítulos aparte ya tocados –el segundo- en esta paginas sabatinas de El Confidencial.

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Para mayor abundamiento, decir que iban en socorro de los sitiados españoles en Kinsale (a 25 kilómetros de Cork) pues las acciones que Felipe II no se atrevió a emprender en la retaguardia inglesa, si las afrontó su hijo Felipe III. El 3 de enero de 1602, el ejército inglés inmensamente superior en número, se enfrentó a Juan del Águila en Kinsale, dejando al maestre del campo sitiado y la muralla muy maltrecha. Para empeorar las cosas, tenía además 900 heridos y enfermos y solo contaba con 1800 hombres útiles y recursos para tres meses. En una salida desesperada don Juan del Águila y su gente causaron severas bajas al enemigo en número de 400 hombres caídos y les arrebataron siete banderas. Juan del Águila finalmente y ante una situación dantesca, consiguió un acuerdo el 2 de enero de 1602 por el que rendir las plazas tomadas pudiendo repatriar a los supervivientes, entre ellos, multitud de irlandeses que llegaron a La Coruña en condiciones más que lamentables.

La monarquía española entregó una enorme cantidad de suministros militares y apoyó a la fuerza expedicionaria tanto como a los aliados irlandeses con una entrega y compromiso que en otras circunstancias, podrían haber sido utilizadas para llevar a cabo una exitosa campaña. La tremenda inversión efectuada en logistica en esta apuesta no puede desligarse del hecho de que durante el invierno de 1601 y 1602 a pesar de los enormes esfuerzos invertidos, los réditos fueron más que magros. Poco se logró en Kinsale y Castlehaven, a pesar de que los irlandeses no estaban preparados para el empleo de las novedosas armas y equipo que se les proporcionó; además, en segundo lugar, quizás un liderazgo más resuelto bien podría haber conducido a una probablemente victoria casi segura y muy incómoda en la trastienda de Inglaterra detrayendo muchos recursos de los que invertían en tocarnos nuestras partes pudendas. Tal vez, fue el fracaso colectivo por no diseñar un plan con visión de futuro para Irlanda lo que condujo a una batalla trabada y a la subsiguiente rendición de estas dos localidades con fortificaciones muy fáciles de defender y más, con los tercios en liza.

El Tratado de Londres

El caso es que en el Tratado de Londres del 28 de agosto de 1604 entre Felipe III y Jacobo I, hijo de María Estuardo y por ende, heredero de la corona de Inglaterra tras la muerte de Isabel I Tudor, que marcó el final de la guerra anglo-española (1585-1604), España se aseguraba la hegemonía mundial renunciando a restaurar el catolicismo en Inglaterra, mientras, que los anglos desistían de prestar ayuda alguna a los Países Bajos y se abría el Canal de la Mancha al trasiego marítimo español, prohibía a sus súbditos mercadear de España a Holanda y viceversa, y prometía suspender todas las actividades de sus piratas en el Atlántico, promesa que duro lo que el canto de un gallo. España como contraparte, concedía facilidades al comercio inglés en las Indias españolas. De hecho, en 1607 los ingleses fundaban su primera colonia en el Nuevo Mundo, Jamestown.

Fue nombrado Capitán General de la Armada Real del Mar Océano dedicándose a la protección de los convoyes provenientes de las Indias

Los mejores marinos de aquel siglo, con el tiempo, fueron devorados por la amnesia tópica de los historiadores que son los que vehiculan el alma de una nación sin entrar en patriotismos, pero si rindiendo homenaje a aquellos que alumbraron el futuro y la pervivencia de esa importante identidad telúrica y emocional tan necesaria para verse complementados en un tejido o placenta amable.

Al final, todo es nada. Tras una herida en combate desigual, cuando llevaba suministros a la guarnición de Dunquerke, una flota holandesa se cruzó en su rumbo o derrota. Tras un cañoneo infernal en superioridad numérica manifiesta, Pedro de Zubiaurre que iba muy tocado por una sepsis y probablemente por una neumonía de repetición se vio abocado a refugiarse en Dover donde al cabo, dejaría a su alma, explorar otros pagos más etéreos.

Desde aquella opaca bruma de una mañana inquietante en la que la torva muerte nos arrebató a unos de los mejores marinos que hayan hollado los mares; España está obligada a recordar este nombre, Pedro de Zubiaur.

El opresor no sería tan fuerte sino tuviera cómplices entre los propios oprimidos

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