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Estos servicios públicos antes eran gasto privado: el cambio de la economía tras el covid
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Cuatro años de transformación

Estos servicios públicos antes eran gasto privado: el cambio de la economía tras el covid

El consumo privado y la inversión siguen por debajo de los niveles de 2019. El consumo público y las exportaciones de servicios han sostenido la economía española

Foto: Manifestación por las residencias públicas de mayores en Logroño. (Europa Press/Alberto Ruiz)
Manifestación por las residencias públicas de mayores en Logroño. (Europa Press/Alberto Ruiz)
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En el último trimestre de 2023 la economía española superó en casi un 3% el nivel de producción que alcanzó antes de la pandemia, un crecimiento acumulado casi idéntico al de la eurozona. En estos años se han sucedido dos crisis, la del covid y la energética, y también un boom del empleo pocas veces visto, hasta superar los 21 millones de ocupados. Este crecimiento no ha sido homogéneo, sino que ha ido por barrios, sectores y estratos sociales.

Cuatro años después del inicio de la pandemia, el consumo de las familias seguía siendo inferior al de 2019 en términos deflactados (un descenso del 0,1%). Es cierto que el gasto que hacen los hogares es casi un 15% superior al de hace cuatro años, pero es consecuencia de la inflación. La realidad es que los bienes y servicios que adquieren todavía son inferiores. Y los datos son peores si se tiene en cuenta el consumo per cápita, ya que la población ha aumentado un 2,3%.

El consumo privado estuvo muy cerca de los máximos previos a la pandemia en el verano de 2022. Sin embargo, la crisis inflacionista obligó a los hogares a reducir nuevamente su consumo para poder soportar la subida de los precios. Esta segunda recaída del consumo tras el inicio de la guerra en Ucrania ha provocado que las familias todavía estén lejos de recuperar el nivel de vida que tenían hace cuatro años.

En cambio, los servicios públicos han experimentado una gran mejora desde el inicio de la pandemia estos años. Las distintas administraciones han realizado una apuesta decidida por mejorar los servicios a la ciudadanía. Lo han hecho gracias al gran crecimiento de la recaudación que ha experimentado España, impulsada por la inflación, la creación de empleo, las subidas de impuestos y el afloramiento de economía sumergida. Las administraciones públicas han aprovechado este aumento de los ingresos tributarios para potenciar los servicios públicos, en especial la Sanidad y la Educación públicas, que habían sufrido importantes recortes durante la crisis financiera. Se ha producido también una redistribución de la renta, ya que las subidas de impuestos se han concentrado en las clases más acomodadas, mientras que la mejora de los servicios públicos llega especialmente a las clases populares.

El resultado es que el consumo público ha aumentado algo más de un 12% en estos cuatro años y ha aportado cerca del 80% del crecimiento experimentado por España. En definitiva, se ha producido una transferencia de rentas desde el sector privado al público por el aumento de la recaudación que ha ayudado a la redistribución de la renta en detrimento del consumo de las familias.

La inversión tampoco ha vivido sus mejores tiempos. La pandemia y los conflictos geopolíticos han generado un clima de inseguridad negativo para la inversión. Pero las encuestas de confianza a las empresas ponen de manifiesto que el principal factor de incertidumbre es el de la política económica y fiscal del Gobierno. La encuesta trimestral que elabora el Banco de España (EBAE) muestra que la incertidumbre sobre la política económica se ha convertido en el principal factor señalado por las empresas como condicionante de su actividad.

El resultado es que el nivel de inversión a finales de 2023 seguía siendo casi un 5% inferior al del año 2019, lo que está restando casi un punto completo al PIB. La mitad de este impacto negativo procede de la inversión en construcción, que no consigue recuperar a pesar de la subida del precio de la vivienda. Los problemas de stock y de mano de obra están contribuyendo a la lenta recuperación del sector. La otra mitad es consecuencia de la caída de la inversión en maquinaria y bienes de equipo, esto es, inversión en capacidad productiva.

Estos pobres datos de la inversión son el principal punto débil de la economía española. Es probable que los datos estén afectados por la crisis que atraviesa la industria en todo el continente europeo. La industria acumula más capital que el sector servicios, lo que explicaría que esté siendo posible crecer sin inversión productiva. Sin embargo, este escenario no es sostenible en el medio plazo: si se mantienen estos bajos niveles de inversión terminarán por afectar al crecimiento potencial del país.

Especialización en los servicios

Además del tirón del consumo público, el soporte del crecimiento de España ha estado en las exportaciones de servicios, tanto turísticos como no turísticos. Esta especialización del país explica el diferencial de crecimiento con la eurozona en el último año. Las exportaciones de servicios turísticos han aumentado un 19% y las de servicios no turísticos, más de un 25%. Por el contrario, las exportaciones de bienes apenas han aumentado un 2%.

La especialización de la economía española en los servicios ha sido un salvavidas en esta crisis europea. Por el contrario, los países del norte y el este del continente, especializados en las manufacturas, están atravesando grandes problemas de crecimiento desde el inicio de la invasión de Ucrania.

Una de las particularidades del auge de los servicios en España es que ya no sólo están centrados en actividades de bajo valor añadido, como la hostelería, el comercio o el transporte. Desde mediados de la década pasada han crecido en España los servicios de alta cualificación, como actividades informáticas, profesionales, científicas o técnicas. Estos sectores han aportado casi la mitad del crecimiento del PIB acumulado desde 2019, lo que supone una de las grandes esperanzas de transformación de la economía española.

Por el contrario, los sectores tradicionales: industria, construcción y agricultura, todavía no han recuperado el nivel de producción que tenían antes de la pandemia en precios reales. Esto es, están teniendo una participación negativa en el crecimiento económico. El peor dato es el de la construcción, que ha detraído casi 0,6 puntos al PIB. Esta no sólo es una mala noticia en términos de crecimiento económico, también de precio de la vivienda, ya que la escasez de oferta en muchas regiones de España acelera la subida.

El pobre desempeño del consumo privado también ha ralentizado la recuperación de las importaciones. Las compras de bienes en el exterior han crecido un 7%, pero las compras de servicios han caído un 1,5%, arrastradas por un descenso de las importaciones turísticas del 14,5%. Los hogares han reducido sus viajes al extranjero ante la escalada de los precios y la caída de la renta disponible. En su lugar, han optado por el turismo nacional, más próximo y algo más barato. Ese ahorro ha jugado un papel clave para disparar el superávit de la balanza turística hasta máximos históricos.

En términos laborales, la economía española ha vivido un patrón similar al del resto de países desarrollados. El empleo ha crecido a un ritmo superior al de la economía, una situación poco frecuente que ha ayudado a la recuperación de la demanda interna, pero que ha provocado una caída de la productividad. El crecimiento del empleo se explica por tres factores fundamentales: el efecto atesoramiento de las empresas, que por temor a quedarse sin mano de obra han optado por hacer contrataciones que no necesitaban; el aumento del absentismo por bajas laborales y la reducción de las jornadas laborales.

Los economistas todavía no entienden las causas que han provocado un crecimiento del empleo muy superior al del PIB, pero coinciden en que este fenómeno no puede prolongarse en el tiempo. Sobre todo si la revalorización de los salarios se consolida por encima de la inflación. En otras palabras: si las empresas no pueden trasladar los costes laborales a sus clientes, se replantearán el ritmo de las contrataciones.

Lo que está claro es que el número de horas trabajadas sí que ha seguido una tendencia similar al PIB. De hecho, se ha producido cierta ganancia de productividad en estos cuatro años. Se produce, además, una paradoja: el crecimiento del número de trabajadores por encima de las horas trabajadas no se debe a que haya aumentado el empleo temporal o a tiempo parcial. Lo que está ocurriendo es que han aumentado los días de baja, de vacaciones y se ha reducido la jornada laboral a tiempo completo.

Sólo el tiempo dirá si el tiempo de trabajo se ha reducido de forma permanente o si las empresas cuentan con un colchón de trabajo para poder aumentar su producción sin realizar nuevas contrataciones. En el primer caso, significará que la mejora del empleo es permanente y, por extensión, también el descenso de la productividad. Pero si estamos en el segundo, España debería experimentar un aumento de la productividad a cambio de una ralentización económica. ¿Qué escenario es preferible?

En el último trimestre de 2023 la economía española superó en casi un 3% el nivel de producción que alcanzó antes de la pandemia, un crecimiento acumulado casi idéntico al de la eurozona. En estos años se han sucedido dos crisis, la del covid y la energética, y también un boom del empleo pocas veces visto, hasta superar los 21 millones de ocupados. Este crecimiento no ha sido homogéneo, sino que ha ido por barrios, sectores y estratos sociales.

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