Es noticia
Simeone, el enemigo más temible del Real Madrid hasta que llega la Champions League
  1. Deportes
  2. Fútbol
Ángel del Riego

Por

Simeone, el enemigo más temible del Real Madrid hasta que llega la Champions League

El entrenador del Atlético de Madrid ha llevado el club rojiblanco a otra dimensión, pero sigue sin poder vengarse de las dos puñaladas profundas de Lisboa y Milán

Foto: El técnico argentino, durante el partido de Copa en el Metropolitano. (Reuters/Susana Vera)
El técnico argentino, durante el partido de Copa en el Metropolitano. (Reuters/Susana Vera)

Final de la Supercopa 2020. Últimos minutos de la prórroga. Madrid y Atlético de Madrid están empatados. Se otean los penaltis. De repente, hay una pared fulgurante en el mediocampo atlético y de ella, surge Morata, velocísimo, con 40 metros por delante hasta Courtois. Allá va detrás de él Fede Valverde, un purasangre uruguayo que cuando corre parece que empuja la bola del mundo hacia atrás.

Morata siente el aliento de su perseguidor, pero no se hace pequeño; resiste en su carrera violentísima. Justo antes de entrar en el área, Valverde se tira al suelo y arrasa con el jugador atlético. Se lleva por delante el balón, el tobillo, los tendones y el espíritu de Morata, que se retuerce con una mueca de dolor. Ha sido un hachazo despiadado y exquisito, precedido por el crescendo del público que lo veía venir.

Algo muy madridista: esa crueldad en la violencia, que excitará días después mensajes morales en los resúmenes del deporte. Valverde se pone de pie y sin esperar al árbitro, se aleja con la cabeza erguida hacia la boca de vestuarios. Allí le espera el Cholo Simeone sin mover un músculo, se miran sin odio ni nostalgia y cuando pasan, se saludan con un leve toque de manos.

Foto: Momento en el que Fede Valverde zancadillea a Morata en la final de la Supercopa de Arabia. (EFE)

Es algo así como la apoteosis de la virilidad. Un hombre que ha cumplido su deber y su deber le ha hecho violar la ley. Es expulsado y lo acepta. Y su enemigo, que sabe que acaba de perder la batalla pero reconoce en su rival una némesis, alguien exactamente igual que él. Somos metal que remonta la corriente, somos del río de la plata.

Simeone y Valverde, dos deportistas que morirían por ganar y que conocen el envés de esa obsesión. El Cholo, 12 años convirtiendo al Atlético en un jardín de púas. Doce años con el peor de los enemigos a las puertas: el Real Madrid.

Simeone era un futbolista enorme

El Cholo había tenido tres temporadas fulgurantes como jugador en el equipo colchonero: 1994-97. Era un futbolista magnífico. Un mediocampista que abarcaba todo el terreno de juego con una muy buena técnica enterrada en un corazón lleno de esquirlas. Conducción tremebunda y llegada al área como si asaltara una comisaría. Solo vivía para su tribu y desde el principio encarnó un espíritu en el Vicente Calderón: el del tipo al borde de la ley, cruel con los rivales y emocionante con los propios, que solo respira a través de la victoria y le da igual llegar a ella por caminos prohibidos.

Tras muchos años de travesía por el desierto, los hinchas atléticos acogieron la vuelta de Simeone como entrenador como una concesión a la infancia. El fútbol funciona siempre clavándose en la memoria como aquellos veranos de la juventud. La costa, la playa y el brillo de una piel. Es la llave para un cuarto sellado donde entrar y ser feliz.

placeholder Simeone encarna los valores del Atlético de Madrid. (Reuters/Susana Vera)
Simeone encarna los valores del Atlético de Madrid. (Reuters/Susana Vera)

El único lugar donde los recuerdos vuelven a caballo y son reales. Al Cholo solo se le exigió ser él mismo. Desde el principio, con su traje de enterrador y su mirada de serie B, fue un talismán para los rojiblancos. Una razón de ser. Y ese encantamiento sigue hoy igual que como el primer día. En la alegría y en la tristeza, en la luz y en la oscuridad, tras una tanda de penaltis desastrosa o un cabezazo mortífero de Ramos, el Cholo se entrega a sus huestes y esa comunión espiritual convierte el resultado en algo banal.

Cambió la historia del Atlético de Madrid

Pero no lo es. Y el Cholo ganó desde el principio. Año 2012. La liga estaba imposible, en esos 100 puntos inasumibles para alguien que no tuviera a Messi o a Cristiano. Fue una final de la UEFA contra el Athletic Club, con tres goles como tres soles de Falcao, la que le puso en el horizonte de los ganadores. Poco después llegó su primera victoria contra el Madrid.

Fue en la Copa del Rey, el último año de Mourinho, en un partido extraño por el ambiente de fin de siglo que dominaba aquel Madrid y que hizo que esa derrota fuera encajada por los blancos sin aspavientos de más. De esa manera, tampoco los atléticos pudieron disfrutar de su victoria.

Ese es quizás el caballo muerto al que el Atleti del Cholo está unido. No hay alegría en sus victorias si no son contra el Madrid y sobre todo si el Madrid no las siente como una cuchillada en el bajo vientre. Se deben los blancos retorcer de dolor y envilecerse en luchas intestinas para que el disfrute de los rojiblancos sea absoluto. Pero los merengues solo pierden en partidos de liga intrascendentes y en alguna de las copas de las que está salpimentada la competición.

La Champions es del Real Madrid

Porque la gran dama, la Champions League, es territorio blanco. Y ese terror sigue inmaculado, como si Simeone fuera un demonio menor al que no le estuviera permitido adentrarse en los territorios del fin del mundo. Aquellos donde el océano se despeña sobre el abismo y todo acaba dándose la vuelta. En la 2013-2014, llegó Ancelotti al vestuario madridista.

Simeone tenía una plantilla magnífica, quizás la mejor de la historia reciente del Atleti, con un delantero, Diego Costa, que convertía las ideas de su entrenador en un catálogo de artes marciales con el 1-0 como resultado definitivo. La liga se la llevó el Atleti, pero el Madrid de Ancelotti fue revelándose como el equipo más poderoso de la Champions. Esa liga, ganada al Barcelona en el último partido, es el título más meritorio del Cholo.

placeholder Simeone, campeón de Liga. (Reuters/Marcelo del Pozo)
Simeone, campeón de Liga. (Reuters/Marcelo del Pozo)

Pero no fue degustado por las huestes rojiblancas con mucho deleite por dos razones: una, los colchoneros habían hecho una gran Champions y les esperaba el Madrid en la final, así que cualquier otra victoria parecía pequeña. Y la otra, LaLiga fue ganada al Barcelona lo cual provocó un gran alivio entre los madridistas. Y como se ha contado, la algarabía del Atlético solo es definitiva cuando se hunde en la desgracia del madridista. Esa es su gracia y su condena. Y nada se puede hacer al respecto.

Las diferencias con el madridismo

El equipo de Mourinho nunca fue despiadado. Esa palabra que suena tan bien en la grada oscura del Bernabéu. El resplandor extraño de la camiseta del Madrid, con esa pureza irritante, causa especial sofoco en las huestes atléticas. Gente orgullosa de su barrio, donde la belleza es una puesta del sol rojo mesetario hundiéndose bajo el talud de la M-30. Nunca entendieron el blanco.

Contemplan al Real como si fuera un señorito a caballo, que escupe sobre las esquinas donde ellos se sientan a mascar la ausencia de un futuro. Detestan la supuesta clase del Madrid donde ellos ven dinero y violencia soterrada. Hablan de secretos pactos en los despachos. Tirarían abajo la estatua ecuestre de Cristiano, de Bellingham o de Zidane, pero se quedan paralizados contemplando el resplandor que deja todo lo real en los televisores.

Foto: Brahim Díaz celebra un gol. (Reuters/Isabel Infantes)

De ese odio tan uniforme, que se derrama desde el centro hasta el último rincón del Estado Español, se había alimentado el Madrid durante decenios. Hasta que hubo un corte en el relato. Los últimos años del primer Florentino, tan decadentes, se solaparon con los de Calderón, tan sumisos, y con las victorias de la Selección Española, tan castrantes. Es sabido que Mou, vistió a golpes el orgullo en el equipo, pero su fútbol fue duro, exuberante y de una locura esquizofrénica. Nunca despiadado. Los golpes eran exhibicionistas. Había fanfarria, gran guiñol, y toneladas de belleza futurista.

Ancelotti dio con la clave

Fue Carlo, el que consiguió volver a la senda antigua. Se conectó con la pureza pervertida del Madrid de tantas veces. Una luz que se extiende por el campo, y una sombra que golpea las costillas del enemigo con suavidad, sin aspavientos, sacando placer del sufrimiento ajeno. Convirtiendo al Atlético en un animal manso que acepta el sacrificio protestando lo justo. Para cubrir el expediente. Esto, es una verdad, pero el Atleti del Cholo se ha revelado contra ella.

Ahí está la final de Lisboa, tantas veces contada, donde solo esa catarsis hecha futbolista que es Ramos, consiguió llevar el partido a la prórroga. Ningún otro equipo de Europa puso contra las cuerdas al Madrid. Pero Simeone orquesta el odio como nadie, sería desde luego un magnífico ministro de Interior. Convierte a ratos a las figuras del Madrid, en maniquíes tras un escaparate, y deja sobre la mesilla de noche un relato de lucha de clases que el Madrid acepta provocadoramente.

placeholder El gol de Sergio Ramos en Lisboa cambió la historia del Madrid. (Real Madrid)
El gol de Sergio Ramos en Lisboa cambió la historia del Madrid. (Real Madrid)

Belleza, aristocracia y tiranía contra lucha de guerrillas y el desprecio por lo ineficaz. En la final de Lisboa fueron Ramos y Di María, dos jugadores que parecen escapados de un correccional, los que pusieron al Madrid en la senda de su destino. Pero es Benzema la palabra concreta que nombra lo que los atléticos temen. Esa imagen de Karim, en la temporada 2016-2017, en semifinales de Champions, bailando entre los atléticos era la de un ciervo enseñando a pensar a los lobos.

Benzema hacía lo que era imposible. Gozaba entre líneas en un equipo —el del Cholo— en el que no hay oxígeno ahí. Parecía un niño consentido inmune a las patadas y a todos los vicios rojiblancos: solo fútbol, como si se alimentara de un país imaginario.

La obra maestra de Simeone

Entre los jugadores preferidos por el Cholo, está Raúl García. Delantero navarro tan puro que cuando llegaba a casa tras una prórroga, el padre le ponía a envasar espárragos de Tudela. Raúl García, con ese nombre bastardo, y su juego roto, inexistente, como de hombre que empuja a los pasajeros en el metro. Era una metáfora del cholismo. Convertía todo el campo en un balón dividido y según un matemático húngaro, si se suman todos los balones divididos que ha producido el Atleti en los últimos 10 años, da uno.

Al otro lado, Ancelotti en su segunda temporada (2015) propuso una media con Kroos, James, Isco y Modric. Algo que sonaba como la primavera árabe. Fugaz amor luminoso, cercado por el odio de los fundamentalistas y el colmillo. En enero de 2015, cuando ese equipo de Ancelotti hecho de recuerdos y espuma se iba deshilvanando, el Atleti le marcó a fuego con un 4-0 de un realismo terrorífico. Quizás sea esa la obra maestra del Cholo. Un partido que sacó al Madrid de la Liga y, a largo plazo, de la Champions.

El tribal Atleti de Simeone comenzó una escalada de violencia que convirtió todo el campo en una escaramuza permanente. Cada jugador atlético parecía una estrella de la muerte, con pies y brazos girando en remolino, despidiendo esos destellos de odio que el Cholo sabe ajustar en su medida exacta. En el fútbol, no hay herramienta más igualitaria que la patada.

Es una herramienta de clase, que ha sido orillada por la necesidad de vender el juego al por mayor en las televisiones. Es la socialización del sufrimiento, la conversión de un equipo en mara. Era el Atleti del Cholo partiendo el Madrid en dos: en los sótanos, la guardia civil incapaz de resistir el asalto a la comisaría, y en las terrazas, los galanes charlando distendidos sobre el estado de las cosas.

El Atlético volvió a la carga

Con Zidane ya no se volvieron a repetir esas imágenes dantescas. El Atleti volvió a perder una final de Champions, esta vez llevando al Madrid más allá del límite: hasta los penaltis. Y en los penaltis, un exmadridista, Juanfran, con cara de futbolista antiguo del Atleti que pasa su tiempo jugando al dominó, acudió pesaroso a su cita con el destino. Falló y volvería a fallar en cada universo en el que se reencarnase. Pero al Cholo le entrenó la CIA en un campamento de Alcobendas y nunca se da por vencido.

En aquellos tiempos se sumó Fernando Torres a las huestes atléticas. Un jugador que ya no parecía futbolista, era un símbolo, un actor pasado de fecha recuperado por Almodóvar y que sabe aprovechar esa segunda oportunidad. Alguien que ha sobrevivido a un ataque zombi y se convirtió en indestructible, como un Simca 1200. Completando la troupe cholista, estaba el Mono Burgos, hombre inmenso nacido en un callejón oscuro y que ahora está como embajador de la paz en Crimea.

El Atleti le acabó ganando una Supercopa de España al Madrid en 2018. A su manera. Negándole los espacios y llevando al fútbol a un espacio paleolítico; una civilización sin aceras ni alcantarillas donde los niños con camiseta rojiblancas andan peinando las calles por los últimos caramelos de la cabalgata de reyes. La desertificación avanza. La delegación del gobierno ha decidido cerrar el espacio aéreo en toda la comunidad, en especial sobre el área madridista.

placeholder La pareja rojiblanca se rompió. (EFE/Rodrigo Jiménez)
La pareja rojiblanca se rompió. (EFE/Rodrigo Jiménez)

En aquella Supercopa, como en todos los Madrid-Atleti en los que pierden los blancos, hay un momento donde los merengues se conjuran y comienzan su escalada —por la cara más dura— hacia la victoria. Y ahí es donde Simeone se construye como mito. Adivina el peligro y hace saltar los plomos. Comienza su representación atravesado por una descarga eléctrica: le toca la cara al cuarto árbitro, clama al cielo por su suerte, jura venganza, excita a las fieras y se comienza a jugar en su patio de recreo.

En el campo, es como si un grupo de quinquis pincharan el balón con una navaja. La cadena de pases madridista queda rota. Solo balones sobrevolando la zona de peligro y rebotes sin fin. Eso mismo pasó hace unos días en los octavos de Copa del Rey. Volvió a ser el sitio donde el equipo del Cholo ha elevado a otra dimensión la falta táctica, que ya ni siquiera lo parece. Cada parte del cuerpo del jugador colchonero entra en contacto con el oponente como si fueran entrenados en un arte marcial instruido en la clandestinidad.

Stielike como Camarón o Lope de Aguirre ya no serían aceptables para las masas de las democracias occidentales, pero al Cholo se le permite esa abrasiva virilidad. Es algo así como el último hombre permitido. En realidad, desde la óptica madridista, tampoco es para tanto. La Supercopa que ganó el Cholo cuando Zidane, vale en el mercado negro lo que un microondas y un juego de café.

Aquella Copa del Rey de 2013 fue el aldabonazo de un tiempo irreal. La Liga de 2021 no escuece demasiado, porque los blancos ya solo respiran por la Champions, competición en la que se ven libres de las corruptelas de la corte hispánica. Y el Cholo es un como un despertador para el Madrid. Un medidor de grandeza. Un termómetro que da la temperatura exacta del equipo y así, lo prepara para las grandes batallas de abril.

Final de la Supercopa 2020. Últimos minutos de la prórroga. Madrid y Atlético de Madrid están empatados. Se otean los penaltis. De repente, hay una pared fulgurante en el mediocampo atlético y de ella, surge Morata, velocísimo, con 40 metros por delante hasta Courtois. Allá va detrás de él Fede Valverde, un purasangre uruguayo que cuando corre parece que empuja la bola del mundo hacia atrás.

Atlético de Madrid Real Madrid Diego Simeone
El redactor recomienda