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La música del azar y cómo el Real Madrid ha logrado convertir la victoria en un destino
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Ángel del Riego

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La música del azar y cómo el Real Madrid ha logrado convertir la victoria en un destino

El Real Madrid ha construido su historia sobre la extraordinaria capacidad para disfrutar en el caos de la Champions League. Ramos, Benzema y Ancelotti dominan la suerte del fútbol

Foto: Sergio Ramos abrazó el caos del Real Madrid. (EFE/José Sena)
Sergio Ramos abrazó el caos del Real Madrid. (EFE/José Sena)

El periodista Arcadi Espada, en la presentación de un libro de fútbol (y en el pódcast Yira Yira, junto a la periodista Yaiza Santos), decía lo siguiente: "Me gusta el fútbol, pero tengo muy poco interés por sus metáforas. Por ejemplo, podríamos hablar de Jorge Valdano, quien no teniendo profundidad en su fútbol tuvo que hacer profundo su comentario. Todo en él son ficciones bien escritas, a la argentina, y aún mejor dichas. Pero ficciones", empezó.

"Recuerdo aquel fragmento del paleontólogo Jay Gould donde se rebelaba contra esa voluntad metafórica del béisbol como representación de la vida. Gould decía que el béisbol es suficiente por sí mismo. Suficientemente atractivo, suficientemente complejo, y que las metáforas no añadían nada a ese paisaje. (...) Lo realmente complicado del fútbol, y lo que lo distingue de todos los deportes, es la importancia del azar. En los deportes individuales no hay azar. En los que juegan pocos hay menos sitio para el azar; por ejemplo en el baloncesto hay mucho menos que en el fútbol", añadía.

"En el fútbol interaccionan 22 hombres en meter una pelota por un lugar, la gloria y el fracaso dependen de milésimas. El azar, entonces —de lo que nunca se ocupa la prensa deportiva, porque tiene siempre que preocuparse por buscar culpables en sus relatos— es lo único indescifrable del fútbol, y por lo tanto sobra cualquier tipo de metáfora asociada", remataba.

Arcadi está en lo cierto, en el fútbol, el azar es muchas veces tan trascendente que una de las formas de la lotería contemporánea tomó la forma de adivinación de los resultados de los equipos en una jornada cualquiera: las quinielas. Según la RAE, el azar en su primera acepción es casualidad, caso fortuito; y en su segunda acepción, desgracia imprevista.

placeholder Ramos se cruzó en la historia del Atlético. (EFE/Daniele Mascolo)
Ramos se cruzó en la historia del Atlético. (EFE/Daniele Mascolo)

Ambas definiciones son utilizadas continuamente por la prensa deportiva para referirse a las victorias del Real Madrid. Sobre todo a las más tremebundas entre ellas. De hecho, para la tribu rojiblanca, un jugador como Sergio Ramos podría ser definido así: como una desgracia (im)prevista. Porque esa es la diferencia fundamental con la música del azar que mueve muchas veces los finales del partido: el Madrid es capaz de convertir el azar en un destino y fue Sergio Ramos, emergiendo de la confusión para sellar victorias improbables una y otra vez, el que mejor encarnó esa idea, el que mejor eliminó el azar de la ecuación de la victoria.

El Real Madrid entendió la Champions mejor que nadie

Cuanto más atrás se retrocede en la historia, se observa cómo el fútbol se hace más democrático. El ramillete de equipos que ganaban era muy amplio y era raro el cartel de favorito indiscutible que ahora tanto se estila. La razón de esto es que el juego no se había ordenado apenas, todo partido tendía al caos, a la entropía, y era el azar, lo imprevisto y su inteligente utilización por los jugadores sobre el campo, lo que acababa decantando el resultado

Foto: El central vuelve para rescatar al Sevilla del fondo de la clasificación. (Reuters/Marcelo del Pozo)

La táctica era rudimentaria, los jugadores estaban esparcidos por el césped como los miembros amputados de un desdichado por la sala de torturas. Había más atacantes que defensores y en general cada uno sabía cuál era su artesanía concreta. No más. Como ha pasado durante siglos en la liga inglesa, el aprovechamiento del rebote, de la segunda jugada y del barullo infernal en el área (¡a mí Sabino, que los arrollo!) eran las armas de los mejores equipos.

Esto comienza a cambiar en los años 30, cuando Europa toma un ligero contacto con el fútbol sudamericano, donde el primer actor de este drama, el balón, ya había sido amaestrado, y por tanto, la entropía en los partidos era menor. Todo se ordenaba en torno a la pelota. Todavía no habían surgido las grandes figuras, esos hombres míticos cuya presencia cambia la mirada que tenemos sobre el orden general de la realidad.

Di Stéfano lo cambió todo

El primero de ellos, y para muchos el más grande, llegó al Madrid en 1953 y enseñó a los europeos otra forma de jugar. Era Alfredo Di Stéfano, el hombre orquesta de cuyos pies brotaban párrafos musicales de una armonía desconocida hasta entonces.

Los genios convierten el azar en un destino. Esa es la diferencia con los simples mortales. Ese es el origen de su divinidad, de su mito. Ocurre en todos los deportes aunque, como contaba Arcadi, el fútbol es el más cercado por el azar. Pero recordemos esos últimos segundos de Michael Jordan contra Utah, en aquella serie final tremebunda de los Bulls contra el equipo de Stockton y Malone.

Foto: Alfredo Di Stéfano posa con las cinco Copas de Europa que conquistó. (R. Madrid)

Los últimos minutos fueron un baile en el marcador con la ansiedad rondando por los jugadores y provocando fallos continuos. Era la verdadera música del azar en su forma más bella. Nadie sabía qué podía pasar. Nadie, excepto Michael Jordan, que era lo inevitable y manoteó un último balón en la cara de Malone (uno de los tipos más fiables de la NBA), avanzó hacia la canasta contraria, sentó a su defensor y se elevó sobre todos nosotros.

No había azar, no había confusión, no había odio ni nostalgia. Era un hombre haciendo su trabajo. Y la pelota entró limpia en un tiro —the final shot—, quizás el más famoso de la historia del baloncesto, que todos sabíamos que Jordan iba a meter. Eso hizo Jordan, convirtió el azar en un destino. Eso hizo Di Stéfano, y lo hizo no solo con la pelota, a quien aprendió a domesticar. Lo hizo con todo un club, el Real Madrid, que a partir de su ejemplo y sus enseñanzas ya no se bajó nunca de la ola de la victoria. Y así hasta la época actual.

Cruyff y Guardiola aparecieron en el fútbol

La finura de Di Stéfano cundió en el Madrid y el equipo comenzó a tener la pelota más que el rival. Lo decía el argentino y lo repitieron después Cruyff y Guardiola: si nosotros la tenemos, ellos no la tienen y no nos pueden hacer daño. Es esa, quizás, la mejor forma de vencer al azar y hacer que caiga (casi) siempre de un lado. El trato exquisito con el balón en un equipo lleno de jugadores que juegan al mismo compás.

Muchos años después, el Barça de Guardiola llevó esa idea al extremo y convirtió el fútbol de sus rivales en una experiencia pavorosa: se dedicaban únicamente a aplaudir el rondo perpetuo de los pequeños artistas de La Masia comandados por Leo Messi, otro de esos genios que le quitó el azar al juego. Cuando Leo la cogía en la frontal del área, el gol era una certeza. Pero el Barcelona quiso llegar demasiado lejos en su obsesión por anular la entropía del juego.

Foto: Mourinho y Guardiola se saludan en un partido disputado en el Camp Nou. (EFE/Alberto Estévez)

No solo quería quedarse con la posesión del balón, también ansiaba dominar la narrativa de los contrarios y obligarlos a que no metieran el pie contra sus niños juguetones. Era una conjunción entre los niños y los árbitros. Todos juntos avanzando hacia una causa común, el fin del fútbol convertido en una especie de amor monstruoso, donde solo un equipo iba a reinar para siempre jamás.

Benzema heredó la magia de Ramos

Esa ensoñación la paró en seco Sergio Ramos en aquella final contra el Atlético. El sevillano quizás no sea un genio, pero consiguió someter los finales de partido matando soles a cabezazos. Años después, solo Benzema se le acercó —e incluso superó— en ese dominio secreto de los grandes momentos de la Champions. La Copa de Europa 2021-2022 fue un homenaje a todos los grandes genios de esa competición encarnados en la figura sigilosa de Karim Benzema. Esa Copa de Europa está hecha de un equipo que ama el caos pero nunca es devorado por él.

placeholder El francés alcanzó el cielo. (Reuters/Juan Medina)
El francés alcanzó el cielo. (Reuters/Juan Medina)

La definición de Caos es la siguiente: 1. Desorden o confusión absolutos. 2. Estado originario y confuso de la materia que se supone anterior a la ordenación del Universo. Esta segunda definición parece hecha para el equipo merengue de aquella temporada. Un equipo confuso con un carácter latente que solo se solidificaba como un magma terrible en los finales de las eliminatorias de la Champions League.

Jugaban un proto-fútbol, algo anterior a las leyes contemporáneas que lo han convertido en algo miserable y predecible. Y de ese desorden surgía siempre un jugador diferente que era siempre el mismo jugador. Era el empeine de Modric. Era el salto absurdo de Rodrygo. Era la carrera contra la razón de Vinícius. Era el cabezazo vencido de Karim. Era Courtois como guardián de la puerta. Era el coraje infinito de Carvajal.

Ancelotti comprende el caos del Real Madrid

En esa amistad profunda entre el Madrid y el caos, en esa aceptación de las leyes del Universo, está una esquina de su talento superior para domesticar la competición más dura. Aquella donde el azar se abre paso como la maldad y desbarata todo atisbo de buenas intenciones. Carlo Ancelotti es un entrenador ideal para la Copa de Europa porque no intenta doblegar las leyes de la naturaleza. Convive felizmente con el caos y la angustia del azar, como gran artesano que es.

Es consciente de la historia, y fue esa consciencia de lo que se venía, en los rivales, la que pudo construir esa Champions de las remontadas. Cuanto más avanzaba el Madrid en la competición, más difíciles eran en apariencia esos finales de partido, pero mejor sabían los jugadores contrarios lo que se avecinaba. Esa es una de las grandes hazañas del Madrid. El saber jugar con la historia.

placeholder Ancelotti entiende la idiosincrasia de la Champions League. (Reuters/Marcelo del Pozo)
Ancelotti entiende la idiosincrasia de la Champions League. (Reuters/Marcelo del Pozo)

Ese pasado que siempre está ahí, agazapado, como un gran escualo de las profundidades que se percibe por debajo de un mar calmoso, tenso, sin horizonte. Ese juego con la historia solo es posible con entrenadores como Carlo, como Zidane, como Del Bosque. Entrenadores que no erigen la táctica como un monumento contra el miedo. Que dan órdenes simples y se atienen a un plan general que puede cambiarse si lo requiere la ocasión.

Los genios marcan el fútbol

Mourinho se enredó en la angustia de una semifinal de Champions y el azar siempre se volvió en su contra. Tres veces seguidas. No fue mala suerte. Ese intento de ritualizarlo todo anula la conexión del Madrid con su pasado. Tampoco fue mala suerte las veces que Guardiola se tropezó en la Champions con su Manchester City. Durante mucho tiempo, todos los años era el año del City. Pero era un sistema sin amor ni odio. Los desbarataba el azar, y en la Champions tienes que estar blindado contra el azar.

Y eso es lo que hicieron con Haaland. Un jugador que no es un genio pero que parece que está fuera de las leyes del fútbol. Da miedo y sus remates son una certeza, y justo eso fue lo que descuadró al Madrid. Demasiado pendiente del noruego, pasó por el partido de vuelta sin ni siquiera saludar a la pelota.

placeholder Guardiola y Haaland celebran la victoria en Champions. (Reuters/Molly Darlington)
Guardiola y Haaland celebran la victoria en Champions. (Reuters/Molly Darlington)

El estilo es una forma de interpretar el mundo y de domesticar el caos. La táctica se erige contra el miedo.

El miedo es lo que no puede pasar y al final pasa (Higuaín). ¿O el miedo es lo que sabes que va a pasar? (Messi)

El caso es que sin miedo el hombre se cree invencible y Ramos sabía eso. Lo supo durante mucho tiempo y se fue convirtiendo en gigante hasta que cayó de su pedestal.

Cosas de las estatuas, que al final son derruidas.

Un club único

Hay que admitir al enemigo, no como un hermano y ni siquiera como un rival, sino como justo eso: un enemigo que tiene el mismo derecho que nosotros a ganar. Esto contiene una trampa, y es que cuando los grandes equipos se montan en el tobogán gigante de las victorias sucesivas, no le dejan espacio a la rivalidad y dan la impresión de que la victoria les pertenece por herencia divina, como si fueran los guardianes del fuego eterno.

placeholder Vinícius Júnior, durante un partido. (Reuters/Juan Medina)
Vinícius Júnior, durante un partido. (Reuters/Juan Medina)

Y están los asustados, para los que el miedo es su oxígeno y que saben que el azar siempre se les volverá en contra. Aquel Higuaín contra el Lyon, a portería vacía, al poste, como si fuera un atlético cualquiera. Un jugador que se confundió de club, de profesión y de peinado. Esos jugadores tienen una facilidad pasmosa para hacer siempre lo mismo. Sobreviven en su nicho. La rutina, las tradiciones y la ley. Adoran la táctica. Nos devuelven una naturaleza domesticada, que es la nuestra. Y por eso los odiamos.

Pero en la jungla hay una verdad. Una verdad despojada de su manto del tiempo. El jugador grande en el Madrid debe hacer frente a ese caos con su propia fuerza innata, no sirven los principios ni la táctica. Está solo ante el silencio. Es un hombre. Tiene una voz, y una voz que no puede ser acallada. Utiliza un amuleto —el balón— para adentrarse en la selva. Y entonces es cuando empieza todo. En el límite del azar. Ese territorio que es tan blanco y tan real, así como las mañanas son siempre la apoteosis del Sol.

El periodista Arcadi Espada, en la presentación de un libro de fútbol (y en el pódcast Yira Yira, junto a la periodista Yaiza Santos), decía lo siguiente: "Me gusta el fútbol, pero tengo muy poco interés por sus metáforas. Por ejemplo, podríamos hablar de Jorge Valdano, quien no teniendo profundidad en su fútbol tuvo que hacer profundo su comentario. Todo en él son ficciones bien escritas, a la argentina, y aún mejor dichas. Pero ficciones", empezó.

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