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Decadencia y esplendor del Real Madrid en una semana apocalíptica como cualquier otra
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Decadencia y esplendor del Real Madrid en una semana apocalíptica como cualquier otra

El conjunto blanco tuvo tiempo para perpetrar un derbi apático contra el Atlético que desató un infierno. Poco después, Bellingham y Camavinga brillaron en Girona y recuperó el liderato

Foto: El centrocampista inglés, este fin de semana. (EFE/David Borrat)
El centrocampista inglés, este fin de semana. (EFE/David Borrat)

Estamos en octubre. El tiempo pesado de los inicios ya terminó. El telón se ha ido descorriendo y ya sabemos lo que es este Madrid; cómo es su tránsito en su día a día, cuáles son sus carencias y qué es lo que se va a proyectar sobre el horizonte metálico del Bernabéu. En una semana se ha renovado un ciclo entero madridista. Maravillas del fútbol que pone —como en los westernsa un grupo humano en peligro y lo enfrenta con sus demonios ante la mirada pasmada del espectador. Real Madrid y Atlético se enfrentaban de nuevo. No había cruces de declaraciones ni deudas que saldar. Un derbi asintomático en tiempos donde la violencia está prohibida.

El Madrid salió parado y apático, como si estuviera cansado de existir, incapaz de enamorarse de lo trivial y lo mezquino, esa trampa que llaman liga española. Los rojiblancos tenían bien estudiado al equipo de Ancelotti, sabían de la debilidad de sus bandas (Lucas Vázquez y Fran García, el eterno bachiller y el becario) y de la lejanía de los interiores en este diamante asimétrico que se ha inventado el italiano. Bastaba una pared y una carrera de un jugador atlético para reducir a parodia la defensa merengue.

Foto: Así luce el nuevo Santiago Bernabéu. (Reuters/Isabel Infantes)

Hubo un centro al área pequeña y Morata que remataba a placer ante la mirada bovina del portero y los centrales. Esto se repitió tres veces y fueron tres goles. Al otro lado, apenas nada. Fútbol espeso como una niebla venida de otro mundo. Nula consistencia en la creación y falta de creatividad, de talento en el último cuarto. No son la misma cosa; creatividad era lo de Marcelo, esa facultad imposible de sistematizar —aunque Vinícius lo intenta— que desarbola defensas y que descubre mares donde reinaban los desiertos.

Rodrygo, desaparecido sin Vinícius

Consistencia en la creación era lo de Xabi, cabeza levantada, mariscal de campo, algo que es casi un concepto con el que se nace y se está agotando; no es poner el balón en un desmarque, eso es técnica. Es presentir la jugada cuando no existe y hay que bascular al contrario o excavar túneles secretos. Es dar con el compás, eso que Modric o Kroos lo tienen de una forma natural y parece faltarles a Camavinga, Tchouaméni y Valverde.

El caso es que se perdió y la impresión fue aciaga. Un equipo joven que parecía decadente. Un equipo sólido, pero lleno de agujeros, como si fuera una aleación hipermoderna que de lejos parece compacta y al acercarse es blanda y porosa. Como la misma piel del Bernabéu. Casi siempre es igual en las derrotas del Madrid, son pequeños apocalipsis que aprovecha la fauna local para tener alimento suficiente para pasar el invierno.

placeholder Rodrygo no ha tenido un buen inicio de temporada. (Reuters/Albert Gea)
Rodrygo no ha tenido un buen inicio de temporada. (Reuters/Albert Gea)

En ausencia de Vinícius, Rodrygo debería ser el que hace surgir la ocasión, el que crea, donde no hay, la amenaza en tiempos de paz. Pero no ha comparecido. Rodrygo es un jugador sin sitio. Un fantasma. Por eso es letal en las segundas partes de los partidos gigantes. Donde no hay oxígeno, aparece su sombra y es gol. En el día a día es como confiar la educación de los hijos a la imagen que nos devuelve el espejo. Jugador minuto 70. Ya es un macho adulto y como tal hay que exigirle. Esta semana ha sido para él un pequeño fracaso.

Kepa y los centrales blancos

Alaba y el desastre: se coloca mal, salta mal, se mueve sin ansia. No es un profesional de su posición y eso le pasa factura de forma cruel cuando no está cubierto por Mendy y Militao. Le sobra clase, sus movimientos son felinos y saca el balón como si destilara seda; pero eso sirve de casi nada en un campo como el del Atlético, que tiene los surcos de la cara del cholo grabados en el césped.

placeholder Kepa, durante el derbi. (Reuters/Isabel Infantes)
Kepa, durante el derbi. (Reuters/Isabel Infantes)

Alaba hace una pareja extraña con Rüdiger. Por alguna razón, no riman. El alemán es rápido y ocupa tanto espacio como una plataforma petrolífera, pero pierde de vista el balón con facilidad y su defensa de los centros laterales es cómica. Contra el Girona, como contra el Atlético, cualquier balón cruzado que sobrevolara el área madridista era una invitación al caos. Entre otras razones, porque en la portería se encuentra Kepa, que se ha leído las obras completas de Iker Casillas y tiene el mismo miedo atávico a despegarse de la raya del gol.

Joselu, la felicidad de un profesional

El partido contra Las Palmas fue un clásico del Bernabéu. Encuentro de una sola dirección, con el portero rival convertido en un tótem y el delantero centro madridista fallando una oportunidad tras otra. Joselu es un delantero centro de clase trabajadora. Módulo FP de posicionamiento entre centrales con una especialidad en bajar balones del cielo. Uno de esos en el Madrid tiene que ser o un mago o un fascista exquisito. Él no está en ninguna de las dos categorías.

Rodeado de jugadores novísimos y extraños, Joselu es la normalidad del centro y el remate. No es un Cristiano ni un Benzema, ni siquiera como concepto. Es algo olvidado que viene del pasado para recordarnos esa frase inmortal: fútbol es fútbol. Y un tipo que sabe moverse y remata hasta una sentencia del constitucional, es una joya. Joselu remata de forma obvia pero siempre está.

placeholder El gallego vivió las dos caras de la misma moneda. (EFE/Kiko Huesca)
El gallego vivió las dos caras de la misma moneda. (EFE/Kiko Huesca)

Y tiene un punto de desgarro que lo hace superior a lo que aparenta. Es como esos guardias civiles de Castilla que eran destinados al País Vasco. Un héroe cotidiano. Alguien que en silencio cumple con lo que se le exige. Es el bien común sin adjetivo alguno. Marcó un golazo con la testa. Lo celebró golpeando con rabia el suelo de su estadio. Porque es su estadio. Ya no es un intruso. Tiene la cabeza de un notario gallego. Y los pies también.

Bellingham en la punta del diamante

Contra el Girona, el Real Madrid comenzó como en todos los partidos de la era Ancelotti. No se sabe si perezoso o arrogante, algo pasivo o quizás indefinido, el equipo blanco se parecía a aquel que jugó y perdió contra el City hace unos meses. El Girona, subestación del equipo de Guardiola, tiene la misma obsesión por tener la pelota, pero jugadores algo diferentes. Hubo un remate de aviso y de repente, el Madrid se hizo largo y montuoso de una forma inesperada. Se dice que el Real juega en rombo, pero no es fácil definir eso.

Dos interiores de ida y vuelta y... ¿un enganche con la delantera? Quizás, pero eso no es este Madrid. Y menos con Camavinga de supuesto lateral, una heterodoxia que le da al equipo poderes mutantes y sobrenaturales que aún no estamos en disposición de comprender. En este partido entendimos la media del equipo, fue después de todos estos meses el momento donde las piezas encajaron y pareció haber un plan general. Kroos haciendo de él mismo y no hace falta explicar lo que eso significa.

Foto: El catalán besa el trofeo. (Reuters/Murad Sezer)

Camavinga, Vinícius y Bellingham moviéndose en un triángulo asimétrico donde todos pueden herir desde la pelota o desde el espacio. En el otro lado, Carvajal, Tchouaméni y Valverde, rápidos, flexibles y ligeros, incapaces de perder el tiempo y sin ninguna piedad para comerse los metros y a los rivales. El Madrid que se repliega antes que el Girona haya pensado la jugada y el Madrid que sale a una velocidad irresistible. No es un rayo lumínico, es como una montaña a la que no se le puede poner freno. Aunque Kroos estuviera detrás, en la idea, la imagen era la de Tchouaméni, esta vez sí, imperial. Porque a ratos parece eso: un imperio que está expandiendo sus límites.

La esperada vuelta de Vinícius

A Bellingham le llegó una pelota donde Luka y en honor suyo —como luego reconoció— le puso un pase con el exterior a Joselu ideal en temperatura y velocidad. Fue gol. El inglés es una cabeza de playa en sí mismo, la toca poco, pero es un tiburón. Pie exquisito con una zancada escondida que se vuelve voluptuosa al asomarse al área. Camavinga necesitaría una cámara únicamente para él. Es un espectáculo encajonado en la banda, desde donde lucha por salir y lucha para ganar el partido. El Madrid ataca bien cuando coge ritmo. Ahí se muestra indescifrable y demoledor. No pasa siempre. De repente se para y piensa demasiado como si Modric aún estuviera con nosotros. Pero Modric mira desde la banda, muy lejos, casi desde el país de su infancia.

Foto: El galo fue un muro. (EFE/Enric Fontcuberta)

Otro que falta es Karim. Ese señor que llevaba de la mano a Vinícius para que conociera las zonas interiores, algo que el brasileño necesita para crecer como jugador. Ahora el francés no está y Vinícius ha vuelto a su truco infinito al que ya se le notan las risas enlatadas. Antes de acabar el partido, Nacho se quitó de encima el sambenito de buen chico y partió por la mitad a un jugador del Girona sin más razón que la plasticidad de la violencia.

En la radio, el exárbitro Iturralde se indignó mucho. "Es una entrada criminal, eso no se puede permitir en un campo de fútbol. Es la más fuerte de los últimos cinco años". Todos asistieron compungidos. Iturralde es un vasco antimadridista que tiene la bandera pirata dibujada en su corazón. Un elemento subversivo en el establishment —o así gusta él de ser visto—, pero que, por lo que sea, está en todos los engranajes del poder.

En la liga manda el Madrid y el segundo es el Barcelona. Luego están el Girona, el Athletic Club, el Atlético de Madrid y la Real Sociedad. Dos catalanes, dos vascos y dos madrileños. El mapa del poder del país. El resto, apenas comen las migajas y les deben saber a gloria, porque tampoco protestan mucho. Pero solamente uno de esos equipos, es el equipo de todos. Le llaman nacionalmadridismo. Pero quizás sea la única oportunidad de ser feliz sin pagar una cuota mensual.

Estamos en octubre. El tiempo pesado de los inicios ya terminó. El telón se ha ido descorriendo y ya sabemos lo que es este Madrid; cómo es su tránsito en su día a día, cuáles son sus carencias y qué es lo que se va a proyectar sobre el horizonte metálico del Bernabéu. En una semana se ha renovado un ciclo entero madridista. Maravillas del fútbol que pone —como en los westernsa un grupo humano en peligro y lo enfrenta con sus demonios ante la mirada pasmada del espectador. Real Madrid y Atlético se enfrentaban de nuevo. No había cruces de declaraciones ni deudas que saldar. Un derbi asintomático en tiempos donde la violencia está prohibida.

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