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Historia de dos ciudades del frente de Ucrania y lo que te dice de una guerra que no se va a acabar este año
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Algunas ciudades pueden ser reconquistadas

Historia de dos ciudades del frente de Ucrania y lo que te dice de una guerra que no se va a acabar este año

El castigo de la normalidad a pocos kilómetros de un frente del que tampoco puedes escapar (con el mundo, además, observando y juzgando cada risa) o el miedo al regreso de la ocupación rusa

Foto: El tablón de "Más buscados" en Kupiansk. Además de criminales o colaboracionistas locales, entre las caras están Vladímir Putin y Maria Alekseyevna Lvova-Belova, Comisionada rusa para los Derechos del Niño. (Alicia Alamillos)
El tablón de "Más buscados" en Kupiansk. Además de criminales o colaboracionistas locales, entre las caras están Vladímir Putin y Maria Alekseyevna Lvova-Belova, Comisionada rusa para los Derechos del Niño. (Alicia Alamillos)

El último post del canal de Telegram del Ayuntamiento de Kramatorsk es sobre la reapertura de la oficina del registro, y la primera boda oficiada desde hace meses. “¡Puedes volver a casarte en Kramatorsk!”. En el canal no se pueden publicar mensajes, solo comentar los del ayuntamiento. Ahora son las 0:30 de la noche. Se oye una explosión, tiemblan los cristales. Pasan unos minutos y se oyen otras dos. En la ciudad muchos tienen los ojos abiertos, pero poca información. El primer comentario en el post de la boda: “¿Funciona la defensa antiaérea?”, pregunta una mujer. “Sal tú a comprobarlo”.

En Kramatorsk, ciudad del este ucraniano a 20 kilómetros del frente, se celebran bodas otra vez y los trenes llegan llenos. Puede parecer irónico: hace un año, cientos de personas salían huyendo en autobuses de evacuación, la ciudad se quedaba en los huesos del miedo y apenas un par de restaurantes seguían operando. Los supermercados tenían los estantes pelados y no había gasolina. Entonces, el frente estaba a casi 60 kilómetros de distancia hacia el este y Bajmut todavía resistía. Hoy, con los rusos cada vez más cerca y el frente a tiro de artillería, los niños pequeños montando en patinete personifican mejor que nada que vuelve a haber vida. En los mercadillos ya no escasean los suministros y florece una nueva línea de negocio, los atavíos militares. No dan cifras exactas, pero en la oficina del registro confirman la tendencia. “Ha vuelto como un 80% de la población”.

El espejo contrario es la ciudad fantasma de Kupiansk, en el noreste ucraniano (a 40 kilómetros de la frontera con Rusia) y apenas a ocho del frente. Kupiansk es el símbolo de un éxito, el de la contraofensiva del otoño pasado, que recuperó para Kiev más de 8.500 kilómetros cuadrados e hizo retroceder a las tropas rusas, que llevaban ocupando la ciudad desde el 27 de febrero. Pero es también el símbolo de un nuevo miedo. En el único frente donde las tropas rusas están a la ofensiva, algunos temen que Kupiansk se convierta en la primera ciudad del imaginario de la guerra que vuelva a caer en manos de los rusos después de su liberación.

La historia de estas dos ciudades es también la de la nueva realidad de la invasión, donde los ucranianos han tenido que dar un salto mental que parecía lejos aquel 24 de febrero: la guerra no se va a acabar este año. Quizá tampoco el siguiente. El castigo de la normalidad a pocos kilómetros de un frente del que tampoco puedes escapar (con el mundo, además, observando y juzgando cada risa) o el miedo al regreso de la ocupación rusa. Un miedo que, con una frontera común de más de 2.295 kilómetros, va a ser permanente incluso después de la guerra. Salvo garantías en las que pocos creen.

A veces, la pregunta se repite, pese a que no hay respuesta que satisfaga al que la hace. Durante 2022, entre las ruinas de Avdiivka o la sitiada Lysychansk, incluso cuando apenas quedaban en pie unas cases en Bajmut, era: “¿Por qué os quedáis?”. Ahora es: “¿Por qué volver?”.

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“Se acaba el dinero, o no sabes qué hacer con tu vida. Eso [ser desplazado interno] puedes vivirlo unos meses. No tanto tiempo. Yo pasé dos meses en Kiev, pero ¿qué voy a hacer allí? Volví”, dice Artom, quien lleva un puesto de atavíos militares [ropa de camuflaje, mochilas tácticas, parches del Ejército] en el mercado callejero de Kramatorsk. Compra la mercancía online y Nova Poshta, el Correos ucraniano que llega hasta casi la mismísima línea del frente, se lo entrega. Con la ciudad llena de soldados (aunque ya desde 2015 había sido muy reforzada), saca unos beneficios de unos 500 dólares al mes. Aunque hay mucha competencia.

Ahora, las tiendas de parches militares se levantan junto a las de coronas de flores para los funerales. En la de Artom no, pero en otras hay colocada una bandera rusa a modo de felpudo en el que sacudir las botas.

placeholder A un lado, un puesto de parches militares. AL otro, coronas para los funerales, en el mercado de Kramatorsk. (Alicia Alamillos)
A un lado, un puesto de parches militares. AL otro, coronas para los funerales, en el mercado de Kramatorsk. (Alicia Alamillos)

La guerra total acelera ya hacia su segundo aniversario y ni Kiev, que sigue confiando en romper las líneas rusas en el frente del sur mientras pide a sus aliados un poco de paciencia para aguantar el próximo invierno, ni Moscú, con algunas voces en el estamento militar que apuntan ya a aguantar y congelar el conflicto con los frentes dibujados tal y como están, se encuentran en posición de acabarla en los próximos meses. Y las opciones se van acabando.

“El Gobierno ha preparado 100.000 grivnas [unos 2.400 euros] para aquellos que por ejemplo hayan sido detenidos o torturados cuando su zona fue ocupada”, dice Oleksandr Osipov, de la Oficina del Defensor del Pueblo ucraniano encargado de los intercambios de prisioneros civiles, en entrevista con El Confidencial. Pero ¿y si no te han torturado, y lo único que pasa es que tu casa está a tiro de obús? La mayoría de las ayudas ofrecidas por Kiev están entre los 200 y 500 euros. ¿Suficiente para empezar una nueva vida, comprar una casa para ti y tu familia? “Lo máximo que te pueden ofrecer es una cama en un albergue en Dnipro. Aquí, al menos por ahora, tengo mi tienda”, dice cínico Andrii, en Kramatorsk.

Ese es el problema: mientras las autoridades militares piden a la gente que evacúen las ciudades —en una entrevista con El Confidencial, el gobernador militar de Donetsk, Pavlo Kyrylenko, defendió que, sin la presencia de civiles, el Ejército “tiene más opciones para batallar, más margen para utilizar las armas”—, el propio Estado es incapaz de proveer de suficientes fondos para que los más de seis millones de desplazados internos se mantengan alejados de la zona de operaciones militares más caliente. No por eso la guerra no existe en Kramatorsk, aunque los niños se compren un helado: el último ataque ruso esta misma semana, contra una zona de talleres, se cobró las vidas de dos personas.

placeholder Un comercio destruido en Kupiansk. El coche, afectado por la explosión, estaba cargado de víveres. (Alicia Alamillos)
Un comercio destruido en Kupiansk. El coche, afectado por la explosión, estaba cargado de víveres. (Alicia Alamillos)

Una explosión suena muy cerca. No sabemos si es de salida, de las bocas de la artillería ucraniana, o de la rusa. “No creo que vaya a volver a casa. Lo más probable es que Kupiansk sea borrado de la faz de la tierra, literalmente, en el próximo mes”, dice Tatiana, cáustica.

Con Ucrania presionando en el frente del sur y en los alrededores de Bajmut, este eje del noreste es la única zona donde los rusos están haciendo algún avance. En los últimos días, se han reportado enfrentamientos en varias aldeas al este de Kupiansk, a unos ocho kilómetros de la ciudad. El Ministerio de Defensa ruso declaró el jueves que sus tropas han reforzado sus posiciones en los alrededores gracias al apoyo de aviones de ataque y nueva artillería, sin dar más detalles.

placeholder Un puente en Kupiansk, destruido. (Alicia Alamillos)
Un puente en Kupiansk, destruido. (Alicia Alamillos)

Pero Tatiana no quería irse. De hecho, superó los seis meses de ocupación rusa y no se ha ido hasta ahora, cuando el Gobierno ucraniano ha ordenado la evacuación forzosa de los niños. Ella tiene siete. “Con lo de los niños, la presión era tal que casi que nos obliga a irnos”, lamenta.

Cuando ya se ha intentado casi todo y todavía queda gente, esta parece la última estrategia que utiliza Ucrania, esperando que esta vez sí tenga éxito. A principios de este mes, Kiev ordenó la evacuación obligatoria de las cerca de 11.000 personas que quedaban entonces en Kupiansk y sus aledaños, de los que algo más de medio centenar son niños, según cifras ofrecidas por Andrii Besedin, gobernador de la ciudad, a Radio Free Europe. “¡No pongas en peligro tu seguridad y la de tus seres queridos!”, instó la Administración regional en su mensaje oficial con la orden.

Foto: Sergeii, el conductor del autobús de evacuación de Donetsk, que pide no salir en las fotos. (A. A.)

Es más fácil ver un coche de policía o militar que civiles en las calles. En la comisaría, un tablón de anuncios está lleno de panfletos con rostros de “Se busca”. Por supuesto, los del presidente ruso Vladímir Putin y Maria Alekseyevna Lvova-Belova, comisionada rusa para los Derechos del Niño, sobre los que pesa una orden de arresto de la Corte Penal Internacional como responsables de posibles crímenes de guerra por la deportación ilegal de niños ucranianos. Pero también otros rostros de colaboracionistas que colaboraron con la ocupación rusa, que llegó a convertir la ciudad en la sede de facto de la Administración ilegal rusa.

Buscado por cambiarse al bando enemigo en un conflicto armado”, “proporcionó a las FFAA rusas alimentos y equipos públicos”, “transporte ilegal de pasajeros [deportación] desde los territorios ocupados a Rusia”, “ordenó la conversión de los hospitales ucranianos en hospitales militares para los ocupantes”, “organizar una procesión en favor del bautismo de la ciudad al Patriarcado de Moscú, grabarla y utilizarla como recursos para los medios del Kremlin” son algunos de los cargos de estos “traidores a la patria”, una lista cada vez más larga que se puede encontrar en internet. Un juez, una diputada, un funcionario de alto rango, el alcalde, el cura... Con el avance ucraniano y la liberación de la ciudad, muchos han huido a Rusia, pero Kiev no quiere olvidar a aquellos que colaboraron con la ocupación.

En uno de los edificios casi abandonados de la ciudad fantasma, Inna está esperando a que la evacúen; a ella, su marido y sus tres hijos. Las ambulancias sirven tanto para llevar heridos —el constante fuego de artillería se cobra las vidas de entre cinco y diez personas por semana solo en la zona de Kupiansk— como para las familias con niños. Hace dos semanas, Rusia atacó o uno de los puentes de la ciudad, utilizado durante las evacuaciones hacia Járkov. La ciudad se va vaciando, dejando a las malas hierbas crecer sin control entre el asfalto quebrado, y a los soldados atrás.

El último post del canal de Telegram del Ayuntamiento de Kramatorsk es sobre la reapertura de la oficina del registro, y la primera boda oficiada desde hace meses. “¡Puedes volver a casarte en Kramatorsk!”. En el canal no se pueden publicar mensajes, solo comentar los del ayuntamiento. Ahora son las 0:30 de la noche. Se oye una explosión, tiemblan los cristales. Pasan unos minutos y se oyen otras dos. En la ciudad muchos tienen los ojos abiertos, pero poca información. El primer comentario en el post de la boda: “¿Funciona la defensa antiaérea?”, pregunta una mujer. “Sal tú a comprobarlo”.

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