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Tras las gafas de un piloto de drones en el frente de Bajmut: "Tengo miedo de volver a mi vida de oficina"
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Tras las gafas de un piloto de drones en el frente de Bajmut: "Tengo miedo de volver a mi vida de oficina"

La vida en el frente es, para algunos, adictiva. Y pierda o gane la guerra, con tantos hombres militarizados, la Ucrania posconflicto va a sufrir

Foto: Alexander, probando los drones en una zona a unos 20 km del frente de Bajmut. (Fermín Torrano)
Alexander, probando los drones en una zona a unos 20 km del frente de Bajmut. (Fermín Torrano)

Alexander acaba de regresar de Bajmut. En su lista de bajas de la última semana, cinco tanques y un transporte blindado ruso. Con sus propias manos: las que dirigen los mandos de los drones kamikaze cargados con 1,5 kilos de explosivos y de fabricación amateur. Mientras en un campo de una zona indeterminada del Donbás comprueba la calidad del próximo cargamento de drones que llevará mañana al frente, siempre sonríe. “Soy un soldado alegre”, dice. Incluso cuando habla sobre la guerra, la adrenalina de la vida y la Ucrania que dejará la paz.

“La guerra es un 80% esperar, esperar en una trinchera, o en una posición, y un 20% de acción”. Sentado en la hierba, con los ojos cubiertos por la máscara de las gafas del dron y sonriendo, parece que estuviera participando en un juego de niños; nada que ver con la trinchera, “sucia, caliente, fría, peligrosa, aburrida, peligrosa otra vez”, donde se sienta en turnos de tres días.

placeholder Alexander enseña uno de los drones. (F. Torrano)
Alexander enseña uno de los drones. (F. Torrano)

Tras un poco de toqueteo de cables y ruido de estática, el dron se eleva en el aire y hace unas cuantas piruetas contra el viento. Este sí vale para Bajmut, ahora toca probar el siguiente. Antes de que su unidad, el Adam Group, los utilice en el frente como drones suicida, Alexander los prueba todos y, admite, el porcentaje de los que fallan es bastante alto. “Cuando vuelas un Mavic [dron de producción occidental, más pensado para grabaciones] ves muy bien, pero tienes restricciones del sistema para hacer determinadas cosas. Con estos te sientes como un águila”, explica.

Desplegado en los aledaños de Bajmut, donde los ucranianos están haciendo pequeñas ganancias en su intento de recuperar la ciudad, ahora tomada por los rusos, cuando enciende y eleva el dron tiene apenas 6-7 minutos para localizar el objetivo señalado, y solo dos para darle antes de que se acabe la batería. Los nervios, por las nubes antes de empezar el descenso. Le tiemblan los dedos. En los últimos 10 segundos, las defensas electrónicas de la mayoría de los objetivos rusos generan una ceguera de estática, por lo que el piloto tiene que calcular la trayectoria del objetivo, el viento y demás variables. “No es fácil destruir totalmente un armamento por valor de miles de dólares con algo que cuesta 400, pero les da más tiempo a nuestros chicos”, sostiene.

placeholder Uno de los drones kamikazes, en un campo a 20 kilómetros de la línea de frente. (F. Torrano)
Uno de los drones kamikazes, en un campo a 20 kilómetros de la línea de frente. (F. Torrano)

Un juego en el que también participan los rusos. “¿Qué, un dron?”, pregunta Oleksandr Shyshov, médico en un punto de estabilización militar de los muchos que hay desperdigados en la segunda línea del frente, al soldado semiinconsciente que Alexander traía apenas un día antes apoyado en su hombro. Su compañero, oculto en una trinchera, fue avistado por un dron enemigo, que habría lanzado explosivos contra él. “Y era su primer día”, bromea, siempre con una amplia sonrisa de soldado alegre.

Todos los soldados creen en algo.

¿En dios?

En la suerte.

Si Ucrania tomó la delantera en la carrera por la modificación de tecnología barata para aplicarla en el terreno militar, con la guerra ya en su segundo año Rusia no se ha quedado atrás. En los últimos meses, Moscú ha multiplicado el uso de drones suicidas de bajo coste, como los Lancet, aparatos de cuatro alas capaces de destruir incluso blindados de alto calibre.

En vídeos publicados en canales prorrusos, se ha podido ver los Lancet en acción, especialmente desde el inicio de la contraofensiva ucraniana, llegando a contar entre sus éxitos la destrucción de los codiciados materiales occidentales, como un tanque Leopard 2 y un obús autopropulsado de origen francés Caesar. El Ministerio de Defensa de Rusia ha estado alentando el aumento en la producción de Lancet como una forma barata de crear una contranarrativa al éxito ucraniano con los drones, justo cuando más presiones están recibiendo para acelerar en su contraofensiva, afirma Samuel Bendett, investigador del Center for a New American Security, a la agencia Reuters.

Mucho más baratos son los drones que Alexander tiene entre manos (unos 35.000 euros versus 400), pero la carga de explosivo que pueden llevar es similar, en torno a los 1,5 kilos. La mayoría de los que recibe su unidad, el Grupo Adam, los entregan voluntarios comprados con sus ahorros. “La gente da dinero que podría usar para comer, por eso sufro con cada dron que perdemos”, lamenta. Y son unos cuantos. No es tan fácil detener un tanque ruso.

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Foto: F. Torrano.

Pero la guerra es, en cierta manera, un paréntesis en la sociedad ucraniana, brutalmente dividida antes de la invasión y pese al Maidán. “Nos podemos unir cuando tenemos un enemigo externo, pero cuando no, luchamos los unos contra los otros. Somos cosacos. Mírame a mí, sonriendo, y soy un soldado, y cumplo”, sostiene. En su vida anterior, Alexander era sociólogo, y con esa mirada observa su país, y también a sí mismo.

¿Qué harás cuando acabe la guerra?

—¿A corto plazo? Salir de fiesta, fiesta y fiesta.

Luego, se pone serio. “Estoy asustado de volver a mi vida de oficina” cuando acabe la guerra, admite. Ahora, y pese al sufrimiento y la muerte detrás de cada silbido de la munición, “cuando eres soldado, sientes que eres necesario. Que estás haciendo algo bueno [con el país]”. “Aquí todo es adrenalina, todo es nuevo”. El propio Alexander señala los drones que está probando y que mañana intentará lanzar contra los tanques rusos. Antes de que comenzara la guerra, no tenía nada de experiencia en pilotar drones, ahora, cuando no está en el frente, practica, prueba y enseña a los siguientes. “Estoy agotado, pero sé que estoy teniendo efecto. Si me hubiera quedado en Kiev, ¿qué estaría haciendo?, ¿comer para cagar? Eres humano cuando puedes tomar decisiones”.

Para los soldados, la guerra es un paréntesis mientras el resto de la sociedad sigue adelante. Un lugar donde, por necesidad y pese al cansancio, se forjan nuevas relaciones, nuevas vidas. “Y después de todo eso, cuando un soldado vaya por la calle, sin su uniforme… Es solo una persona”. El Ejército ha multiplicado por cuatro su tamaño, reclutando voluntarios y llamados a filas por miles entre sus hombres y mujeres. “Demasiada gente” para el futuro del país.

"Hola, Alicia, pensé en contarte una pequeña historia, sobre la suerte y el coste de la vida", me escribe Alexander. "¿Te interesa?"

"¿Te acuerdas de que te dije que aquí podíamos morir en cualquier momento? Ayer [el lunes por la noche] tenía que estar en un hotel de Pokrovsk a las 8:00 PM. Tuve problemas con el coche y llegaba tarde. Odio llegar tarde. Eran las 9:00 PM y todavía estaba de camino. Recibo una llamada: '¿Estás en Pokrovsk?'. 'No'. 'Pues ya no hace falta que te des prisa, los rusos lo han atacado con misiles".

Alexander se refiere al doble ataque con misiles Iskander rusos contra un edificio residencial, una pizzería y un hotel en Pokrovsk. Al cierre de este artículo, al menos siete personas han muerto y los heridos son centenares. Entre las víctimas, agentes de policía y trabajadores de los servicios de emergencia que habían acudido al lugar de la primera explosión antes de que se produjera la segunda, 40 minutos después. Double tap.

"Así que hoy estoy vivo. Hoy es un día nuevo, un día de suerte. Un día en el que puedo vivir y sentir, y todavía tener opciones para hacer algo bueno".

Alexander acaba de regresar de Bajmut. En su lista de bajas de la última semana, cinco tanques y un transporte blindado ruso. Con sus propias manos: las que dirigen los mandos de los drones kamikaze cargados con 1,5 kilos de explosivos y de fabricación amateur. Mientras en un campo de una zona indeterminada del Donbás comprueba la calidad del próximo cargamento de drones que llevará mañana al frente, siempre sonríe. “Soy un soldado alegre”, dice. Incluso cuando habla sobre la guerra, la adrenalina de la vida y la Ucrania que dejará la paz.

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