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Un día de patrulla con la policía en el penúltimo bastión ucraniano en Lugansk
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A 10 kilómetros de Severodonetsk

Un día de patrulla con la policía en el penúltimo bastión ucraniano en Lugansk

Este es el retrato de una ciudad fantasma frente a frente a las tropas rusas, y de los civiles que todavía eligen quedarse

Foto: Locales totalmente destruidos en Lysychansk, Ucrania. (EFE/EPA/Oleksandr Ratushniak)
Locales totalmente destruidos en Lysychansk, Ucrania. (EFE/EPA/Oleksandr Ratushniak)

En Lysychansk, el sonido del incesante intercambio de artillería entre ucranianos y rusos y los fuertes estallidos cuando un misil impacta en algún lugar de la ciudad han sustituido al trino de los pájaros o los bocinazos de los coches. Los rusos han volado los tres puentes que unían las ciudades gemelas de Lysychansk y Severodonetsk, y ahora apenas el río y 10 kilómetros separan ambos frentes, los más cruentos y agónicos de la ofensiva del Kremlin en Ucrania. Con las tropas rusas ya en el centro de Severodonetsk y un puñado de defensores ucranianos apostados en la planta Azot, es Lysychansk la última gran ciudad controlada por Ucrania en la provincia de Lugansk.

Este es el retrato de una ciudad fantasma, de cables cortados, edificios destruidos, cráteres de explosiones y las cicatrices oscuras de los incendios, y de los civiles que todavía eligen quedarse, de la mano de una patrulla de policía en el último frente antes de que los rusos se hagan con el 100% de la provincia.

Foto: Artillería ucraniana. (EFE)
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La patrulla sale del parque de bomberos de la ciudad. Allí, un grupo de vecinos hace cola para llenar garrafas con agua de tinte grisáceo de un camión cisterna. Lysychansk lleva dos meses sin agua, luz, electricidad o suministro de combustible, un aislamiento total que pone la puntilla a la castigada ciudad. Los nódulos de electricidad fueron de las primeras víctimas de la campaña de la artillería rusa, y la carretera que une Lysychansk con Bakhmut y Kramatorsk (en Donetsk), que ahora recibe el sobrenombre de 'carretera de la muerte', se ha convertido en una suerte de campo de tiro al blanco, limitando el acceso de suministros. Si Rusia logra cercar y aislar Lysychansk, es cuestión de días que caiga Severodonetsk.

Montamos en dos coches, ellos delante, yo y otro policía detrás. Yura es de la ciudad de Lugansk, tomada por los separatistas prorrusos en 2014. Anton también es doblemente desplazado, primero de Lugansk y luego de Severodonetsk, ahora de Lysychansk. En el Donbás, muchos tienen historias similares.

El coche patrulla está cargado hasta los topes, y las armas se confunden con las bolsas de pañales o comida. La primera misión de la policía en una ciudad a 10 kilómetros del frente es repartir pan.

placeholder Foto: Alicia Alamillos.
Foto: Alicia Alamillos.

A pocos metros del parque de bomberos se ha reabierto brevemente un mercadillo que ya ha sido bombardeado antes: los restos del fuego de artillería están a apenas pocos metros de la zona donde ahora unos pocos vecinos han colocado sus mercancías. Con todas las tiendas cerradas, el mercadillo es casi una mezcla de lo que tienen en casa y lo que han conseguido de suministros. Svetlana vende zapatos, pero sobre todo tabaco que trae de Bakhmut, a 55 kilómetros, por 60 grivnas (1,97 euros). Vova, un viejo desdentado, enseña con una sonrisa el alcohol que ha conseguido; alguien le ha vendido ilegalmente licor casero en una botella de plástico de algún tipo de refresco. Hay tensión en el ambiente: el mercado, una concentración de gente fácilmente avistable, está a pocos metros de una zona que será bombardeada ese mismo día poco después.

placeholder Imagen del mercado, destruido por una de sus partes. (Alicia Alamillos)
Imagen del mercado, destruido por una de sus partes. (Alicia Alamillos)

Pero en las zonas más alejadas del centro de Lysychansk la gente no puede o no quiere moverse, y la policía hace ronda. En cuanto llegamos al punto elegido, un barrio algo más a las afueras de la ciudad, el pan (dos barras para cada uno) desaparece en apenas unos minutos, cuando se corre la voz de que están repartiendo comida. “Hay poco pan en la ciudad y la gente tampoco tiene dinero para comprarlo [en el mercado]”, comenta uno de los policías. El hambre es también un arma de guerra.

Los vecinos lo recogen entre agradecimientos de ‘spasiba, spasiba’ (gracias, gracias, en ruso), mientras un miembro de la patrulla graba a algunos que se dirigen a cámara: “Gracias a la policía por la comida”, dice Sergei, un hombre de 55 años. Es, de algún modo, también una operación de relaciones públicas para el resto del país. Mostrar la labor que la policía está haciendo en el frente y conjurar la fatiga de guerra que está empezando a pasar factura, también en las donaciones de material humanitario.

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Foto: Alicia Alamillos.

También cuando, en la propia ciudad, no todos ven con buenos ojos al Gobierno ucraniano, especialmente entre los que se han quedado. Para Tatiana, es Kiev quien “no ha querido encontrar una solución”, arrastrando el país a una guerra con Rusia. Los bombardeos que sufre la ciudad, la escasez y la destrucción también tienen que ver con Ucrania. “Nosotros solo queremos vivir en paz, y ellos [el Gobierno ucraniano] no quieren encontrar una solución”. Vova, el anciano del mercado, va incluso más lejos: “Que se vayan ya [los soldados ucranianos], [los rusos] entren en la ciudad y que se acabe ya. Están utilizando esta ciudad y por eso nos bombardean tanto”. Pero, entre los que vienen a coger el pan, como Natasha, que se queda un rato hablando con nosotros, el ‘Slava Ukraini’ (Gloria a Ucrania), con los ojos húmedos, no se les va de la boca.

placeholder Cocinas improvisadas en Lysychansk. (Alicia Alamillos)
Cocinas improvisadas en Lysychansk. (Alicia Alamillos)

Además de agua, la ciudad tampoco tiene electricidad desde hace casi dos meses, y mucho menos combustible, un bien que escasea en prácticamente todo el país, pero especialmente en el este. Los vecinos que quedan en Lysychansk hacen fuego fuera de las casas, en la calle, con ramas como las que Nataliya (68 años, pero parecen más) se afana para cortar con su propio peso. El fuego les sirve para cocinar, hervir el agua turbia que consiguen o acumulan en ocasionales lluvias, y calentarse. La improvisada cocina callejera común está cerca del acceso al sótano del edificio, con la puerta abierta y preparada por si hiciera falta guarecerse. Pero ya han aprendido a detectar cuándo hay peligro: mientras los vecinos se acercan a por las barras de pan, suena una explosión muy cerca, pero nadie se inmuta, solo las palomas, que rompen a volar.

Ahora que hay espacio en la furgoneta, llega la segunda misión: evacuaciones.

300 cadáveres en fosas comunes

De camino, pasamos junto a un cementerio. Además de evacuaciones o reparto de ayuda humanitaria, no es raro el día en que la policía desplegada en Lysychansk tiene que atravesar los escombros de una casa derruida por la artillería para sacar a los heridos. A veces lo que hay que sacar son muertos. En la frontera del final del cementerio, donde ya no hay nada más que terreno abierto y hierbas salvajes, más de 300 personas —todos civiles, de Lysychansk o Severodonetsk— han sido enterradas en varias fosas comunes, montículos alargados de tierra fresca y oscura. Cuando llegamos, hay una todavía abierta, con cuatro o cinco bolsas blancas que ocultan los cadáveres. El jueves pasado, un bombardeo ruso contra la Casa de la Cultura de la ciudad, que servía de refugio para varias familias, se cobró la vida de al menos tres personas. Ahí están.

De pie junto a la fosa abierta y con el olor de los cuerpos bajo el sol de junio, no se sabe si es más insoportable el zumbido de las moscas sobre los cadáveres o el retumbar constante de las explosiones. O quizás el hecho de que hay otras tres fosas abiertas ya preparadas, esperando nuevos muertos.

placeholder Una fosa común, abierta en Lysychansk. (Alicia Alamillos)
Una fosa común, abierta en Lysychansk. (Alicia Alamillos)

Anton explica que, con Lysychansk casi vacía —antes acogía a 100.000 habitantes—, es la policía quien se encarga de enterrar a las víctimas cuyas familias han abandonado la ciudad o no pueden hacerse cargo. Todas las bolsas están etiquetadas con la identificación, fecha de nacimiento y de fallecimiento. “Quizá cuando todo esto acabe puedan venir a llevárselos y enterrarlos en su propia tumba”, asegura.

El equipo empieza con las evacuaciones. Una señora mayor y su hijo, que se van a Dnipro. Un hombre solo, su mujer y su hijo han decidido quedarse. Los adioses son radicalmente distintos. Mientras el hijo saca las bolsas con sus cosas, unas amigas han venido a despedir a la anciana de dentadura dorada. Quizá no vuelvan a verla nunca más, y la anciana rompe en lágrimas mientras las amigas intentan consolarla entre risas. ¿Por qué no se van ellas? “Esta es mi casa, cómo me voy a ir, es también la casa de mis hijos, y algo para mis nietos”, dice Irina.

placeholder Un vecino de Lysychansk abandona su casa para ser evacuado. (Alicia Alamillos)
Un vecino de Lysychansk abandona su casa para ser evacuado. (Alicia Alamillos)

En el segundo caso, reina el enfado. El marido no aguanta más los bombardeos, dice: “Son 24 horas, todos los días”. La mujer no termina de creerse la situación, y pide informes de los avances rusos a los policías. “Están en Severodonetsk, se han hecho ya con Popasna”. Niega con la cabeza, ella y su hijo se quedan.

placeholder Nataliiya llora al despedirse de sus amigas en Lysychansk. (Alicia Alamillos)
Nataliiya llora al despedirse de sus amigas en Lysychansk. (Alicia Alamillos)

Buscando caras

La escena se repite en otros barrios. En uno, mientras los policías esperan a que el último evacuado haga las maletas, una mujer se acerca corriendo con un papel: es un mensaje para su hijo, que huyó hace dos meses al oeste del país y con quien desde entonces no tiene contacto. Quiere que los policías, cuando tengan cobertura, envíen el recado a su familia, diciéndoles que está viva. Se produce una pequeña estampida. De repente, los vecinos del bloque, que miraban con desconfianza a los policías, se lanzan a por un bolígrafo, garabatean rápidamente nuevos mensajes, apuntan los teléfonos a los que tienen que llegar.

placeholder Uno de los miembros de la patrulla en Lysychansk recoge los papeles con los mensajes de los vecinos a sus familiares. (Alicia Alamillos)
Uno de los miembros de la patrulla en Lysychansk recoge los papeles con los mensajes de los vecinos a sus familiares. (Alicia Alamillos)

Lysychansk lleva casi dos meses incomunicada sin cobertura ni conexión telefónica de ningún tipo. Para los que sí han escapado, dejando a sus familiares atrás, es especialmente duro. Mientras uno de los policías va recogiendo todos los pequeños trozos de papel con notas y mensajes, me acuerdo de Igor, voluntario que ayudaba a reconstruir una aldea cerca de Kiev mientras su ciudad, Severodonetsk, se convierte en la nueva Mariúpol. Entre lágrimas me contó que lleva dos meses sin saber nada de su madre, que eligió quedarse. Otros, como Lillia, a quien conocí en un hostal en Dnipro ahora colonizado por refugiados de Lysychansk, buscan incansablemente el rostro de sus familiares en las fotos que algunos grupos de voluntarios que recorren la ciudad entregando ayuda humanitaria cuelgan en sus perfiles de Facebook o Telegram. Lillia no ha tenido suerte de momento, pero sigue intentándolo cada mañana, como un ritual.

Aceleramos de vuelta por las carreteras destrozadas de la ciudad. Llega el momento de llevar a los ancianos al punto de partida de la caravana de evacuación, donde esperan varias furgonetas hasta los topes. Quizá son las últimas. Con su agresiva campaña de bombardeos, que ha forzado el repliegue de las tropas ucranianas, Severodonetsk está a punto de caer. Y aunque la posición geográfica de Lysychansk, sobre una colina y tras el río, la hace más fácil de defender, el Ejército ruso está intentando una ‘pinza’ que envuelva la ciudad y corte la carretera que la une con Bakhmut. Por el momento, el equipo de la patrulla no se va, resistiendo un día más en el penúltimo bastión ucraniano en Lugansk.

En Lysychansk, el sonido del incesante intercambio de artillería entre ucranianos y rusos y los fuertes estallidos cuando un misil impacta en algún lugar de la ciudad han sustituido al trino de los pájaros o los bocinazos de los coches. Los rusos han volado los tres puentes que unían las ciudades gemelas de Lysychansk y Severodonetsk, y ahora apenas el río y 10 kilómetros separan ambos frentes, los más cruentos y agónicos de la ofensiva del Kremlin en Ucrania. Con las tropas rusas ya en el centro de Severodonetsk y un puñado de defensores ucranianos apostados en la planta Azot, es Lysychansk la última gran ciudad controlada por Ucrania en la provincia de Lugansk.

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