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La guerra por los cielos de Ucrania a través de los ojos del regimiento 1129 de misiles antiaéreos
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Patriotas, avispas y halcones

La guerra por los cielos de Ucrania a través de los ojos del regimiento 1129 de misiles antiaéreos

Junto a la debacle logística y de cadena de mando rusa, la fuerza aérea ucraniana ha sido una de las grandes sorpresas de la guerra: Moscú, Washington e incluso Kiev la tenían por uno de los talones de Aquiles de su defensa

Foto: Un soldado del regimiento 1129 de misiles antiaéreos del Ejército ucraniano sobre su OSA. (Alicia Alamillos)
Un soldado del regimiento 1129 de misiles antiaéreos del Ejército ucraniano sobre su OSA. (Alicia Alamillos)
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La inesperada resistencia de Ucrania en su guerra aérea contra Rusia no empieza el 24 de febrero, sino ocho meses antes. Las tropas del Kremlin ya se acumulaban en la frontera norte, en lo que, aseguraban, eran solo unos ejercicios militares. Públicamente, Kiev seguía manteniendo que la invasión no se produciría. Pero, en el terreno, las unidades de defensa antiaérea del Ejército ucraniano recibían órdenes de ocultar sus sistemas de misiles en nuevas posiciones. Como en una simulación del gato y el ratón, drones ucranianos peinaban los cielos intentando encontrar a sus propias unidades, en busca de aquella que estuviera mal oculta, y boom. El ratón también jugaba, fabricando sistemas de misiles falsos —de madera, entre las ramas de los árboles— para confundirlos.

Entonces llegó el 24 de febrero y la oleada de bombardeos rusos. El primer objetivo era el cielo.

Apenas cuatro días después, el portavoz del Ministerio de Defensa ruso, Igor Konashenkov, aseguraba que Moscú había logrado la “superioridad total” sobre los cielos de Ucrania. Desplegado en algún lugar del Donbás, Vladislav se rio. “Era totalmente mentira. Ninguna de mis cuatro baterías habían sido alcanzadas”. Vladislav es jefe de una de las unidades del regimiento 1129 de misiles antiaéreos de las fuerzas terrestres del Ejército ucraniano, cuyas tropas participaron en la defensa de Kiev y ahora intentan proteger las posiciones ucranianas en el Donbás.

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Junto a la debacle logística y de cadena de mando rusa, la fuerza aérea ucraniana ha sido una de las grandes sorpresas de la guerra: Moscú, Washington e incluso Kiev la tenían por uno de los talones de Aquiles de su defensa. Y, sin embargo, lograron superar el primer envite, negándole a Rusia el control de sus cielos. Fuentes ucranianas aseguran que Rusia ha perdido cientos de aviones y helicópteros desde que comenzó la guerra. La 1129 se anota al menos "200 objetivos derribados" —uno de los más exitosos dentro de los regimientos de defensa antiaéreos—, entre aviones, helicópteros, misiles o drones. Este jueves, el Ejército ucraniano aseguró que han derribado más de 420 misiles rusos y 430 drones iraníes solo desde septiembre. Aunque las cifras son imposibles de verificar, fuentes occidentales como el Ministerio de Defensa británico confirman "pérdidas significativas" en el poder aéreo ruso.

Ahora, en la guerra de desgaste invernal en el Donbás y los ataques masivos contra la infraestructura energética ucraniana, las unidades del regimiento 1129 vuelven a jugar un papel clave, a la espera de que los aliados occidentales envíen refuerzos con nuevos sistemas de defensa antiaérea, desde los sofisticados Patriots estadounidenses prometidos por Joe Biden a los más tácticos Hawks españoles.

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Mientras el mapa militar a ras de suelo se atasca, sin que ni las tropas ucranianas ni las rusas estén logrando hacer grandes avances durante esta primera fase del invierno, la necesidad de la defensa del cielo se hace especialmente aguda: sin masa suficiente de infantería formada —Moscú está desplegando desde reclutas sin apenas formación a convictos sacados de las cárceles— para asegurar sus avances, Rusia está utilizando su poder superior de artillería para intentar diezmar las posiciones ucranianas. “En la guerra aérea sobre Ucrania, la ventaja todavía se inclina para los rusos. Si bien las existencias de misiles guiados de precisión se están agotando rápidamente, Rusia todavía tiene muchas bombas no guiadas, almacenadas durante décadas desde la Guerra Fría”, sostiene James Stavridis, almirante retirado de la Marina de EEUU, en un reciente artículo de Bloomberg. “La mejor opción para Occidente será aumentar significativamente su asistencia a Ucrania en la vertiente aérea de la guerra. Dar a los ucranianos más herramientas para cerrar sus propios cielos puede ser la clave para obligar a los rusos a negociar”, concluye.

placeholder Un sistema de misiles de defensa antiaérea OSA semioculto en algún punto del frente del Donbás. (Alicia Alamillos)
Un sistema de misiles de defensa antiaérea OSA semioculto en algún punto del frente del Donbás. (Alicia Alamillos)

Al 1129 no le han llegado los seis Hawks prometidos por el Gobierno de España. Las unidades de este regimiento desplegadas en el Donbás operan en su mayoría con avispas. Son los 9К33 OSA (en ucraniano, 'avispas'), un sistema de misiles tierra-aire de corto alcance de fabricación soviética. Son viejos y la puntería no es perfecta, pero los ucranianos están sabiendo sacarle su jugo.

La base del regimiento 1129 está en Bila Tsverka, a 85 kilómetros de Kiev. El 24 de febrero fueron de los primeros en ser atacados: aún hoy sigue semiderruido el edificio del cuartel original, “a la espera de que lo reconstruyamos con el dinero que paguen los rusos de compensaciones de guerra”, dice Ivan Dubei, teniente coronel. Esa primera embestida fue caótica; entre los bombardeos y la guerra electrónica, Rusia estuvo cerca de suprimir todo el paraguas de defensa aérea ucraniano. “En las primeras semanas, los ataques eran con aviones y helicópteros, muchísimos helicópteros a las puertas de Kiev”, recuerda por su parte Pavlo Semenov, teniente coronel que participó en la defensa de la capital, la primera fábrica de héroes y mitos de la nueva Ucrania: “Uno solo de mis hombres derribó cinco helicópteros con un Stinger (misil antiaéreo portátil)”.

placeholder Vladislav, en el interior de un OSA. (A. A.)
Vladislav, en el interior de un OSA. (A. A.)

Que las defensas antiaéreas ucranianas como la 1129 lograran resistir cambió el curso de la guerra tal y como había sido planeada en los despachos del Kremlin. “Es estrictamente gracias a su fracaso en la destrucción de los sistemas de misiles tierra-aire ucranianos. Rusia sigue incapaz de emplear de manera efectiva todo el potencial de fuego aéreo pesado de sus bombarderos de ala fija y cazas para bombardear objetivos estratégicos ucranianos y posiciones en el frente, como hizo en Siria”, asegura un reciente análisis del think tank Royal United Services Institute (RUSI).

La mayoría de los efectivos del 1129 están desplegados en Donetsk y los alrededores de Bajmut. Son parte de la segunda línea del frente en una “defensa a capas”. La artillería defiende a la infantería de la línea cero, y ellos defienden a la artillería de aviones o helicópteros, misiles y hasta drones.

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Cada OSA necesita un equipo de al menos cinco hombres para funcionar, más los refuerzos de mantenimiento y de suministros de misiles. Necesitan ser extremadamente móviles: cuando encienden los sensores para detectar su objetivo, “se encienden como un árbol de Navidad” para los sistemas de radio rusos. Un mortal juego del gato y el ratón a contrarreloj en un armatoste metálico claustrofóbico y entre un ruido infernal: encienden el OSA, localizan el objetivo, disparan uno, dos misiles, apagan el OSA, conducen a toda velocidad para alejarse de su posición inicial antes de que llegue el misil ruso. Y vuelven a recargar los suyos, cada vez más escasos. “Ya no tenemos misiles de fabricación ucraniana, ahora utilizamos checos y polacos”, detalla otro soldado.

"Tenemos claro que cada misil no puede ser interceptado, yo trabajo con cada soldado para hacerle entender que tiene que seguir. Hay un segundo y un tercer misil que necesitamos frenar", admite el capitán Sergey Borisov, en algún lugar a 15 kilómetros del frente de Donetsk.

placeholder El OSA. (A. A.)
El OSA. (A. A.)

Pero no solo paran misiles. En estas nuevas guerras, donde la muerte llega en ángulo recto desde el cielo con los ojos de un dron, los Orlan-10 rusos son especialmente peligrosos. En una de las casas que utilizan como centro de coordinación de varias OSA, un cartel muestra las sombras recortadas de todos los tipos de drones con los que cuenta Rusia. Si se detecta, hay que disparar a matar. “Un avión puede golpear nuestras posiciones del frente, pero un dron puede detectar nuestras unidades, que serán entonces objetivo de su artillería. Un misil destruye infraestructura y deja bajas civiles. Cada objetivo es importante”, sostiene Semenov.

“Ahora tienen más miedo a entrar en el espacio aéreo ucraniano, porque entienden que la defensa antiaérea es más fuerte”, asegura el capitán, ahora desplegado en el Donbás. Un extremo confirmado por el Ministerio de Defensa británico, que en uno de sus últimos análisis detallaba que el número de ataques de aviones de combate tácticos rusos sobre Ucrania se ha reducido significativamente. "Ahora son probablemente decenas de misiones al día, en comparación con un máximo de 300 al día en marzo de 2022. La disminución es resultado probablemente de la continua amenaza de las defensas aéreas ucranianas, las limitaciones en horas de vuelo y el empeoramiento del clima", señala.

Sin embargo, eso no quita que Ucrania esté acusando cientos de bajas, entre muertos y heridos, al día. “Una táctica muy dolorosa para nosotros que utilizan los rusos es acercarse con el avión sin llegar a entrar en nuestra área controlada y disparar desde allí”, comentan soldados de la unidad.

placeholder Las distintas siluetas de los drones rusos. (A. A.)
Las distintas siluetas de los drones rusos. (A. A.)

Mientras las cifras ofrecidas por el Gobierno ucraniano mejoran a pasos agigantados —al inicio de octubre se calculaba que el 54% de los ataques a la infraestructura eran interceptados, esta semana el ministro de Defensa Oleksii Reznikov lo ha cifrado en un 80%—, gracias en parte al nuevo material occidental que va llegando a los arsenales ucranianos, los aliados occidentales añaden nuevas opciones a sus entregas de defensa antiaérea.

Además de los prometidos Patriots, los Hawks españoles o los sistemas alemanes Iris-T, Noruega, Francia o Italia están considerando nuevos envíos para los próximos meses, algunos ni siquiera probados en combate hasta el momento, como los SAMP-T francoitalianos. Ucrania está siendo, también, un sello de efectividad —o no— del armamento del futuro en la vital guerra por los cielos.

La inesperada resistencia de Ucrania en su guerra aérea contra Rusia no empieza el 24 de febrero, sino ocho meses antes. Las tropas del Kremlin ya se acumulaban en la frontera norte, en lo que, aseguraban, eran solo unos ejercicios militares. Públicamente, Kiev seguía manteniendo que la invasión no se produciría. Pero, en el terreno, las unidades de defensa antiaérea del Ejército ucraniano recibían órdenes de ocultar sus sistemas de misiles en nuevas posiciones. Como en una simulación del gato y el ratón, drones ucranianos peinaban los cielos intentando encontrar a sus propias unidades, en busca de aquella que estuviera mal oculta, y boom. El ratón también jugaba, fabricando sistemas de misiles falsos —de madera, entre las ramas de los árboles— para confundirlos.

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