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¿Y si no hace falta que tus hijos vayan a la universidad?
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MALA FAMA

¿Y si no hace falta que tus hijos vayan a la universidad?

Se tambalea el mito de que los estudios superiores son imprescindibles para alcanzar cierto estatus social

Foto: Futuros teleoperadores en el interior de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. (Sergio Beleña)
Futuros teleoperadores en el interior de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. (Sergio Beleña)

Antes los títulos universitarios eran imprescindibles. Por ejemplo, para trabajar como teleoperador. Recuerdo lo satisfecho que estaba yo cuando me contrataron de teleoperador gracias a mi título en Periodismo. Cinco años de carrera habían valido la pena, pues ahí estaba uno, entrando por la puerta grande en el mercado laboral. En la oferta de trabajo exigían título universitario, y además tenías que llevarlo en mano para que lo vieran. Nunca en mi vida me han pedido enseñar mi título de licenciado en Periodismo firmado por el rey Juan Carlos I salvo para trabajar de teleoperador. Los call centers eran los únicos que se tomaban en serio la firma del rey.

Este umbral educativo daba cuenta de la importancia de ir a la universidad. Si no ibas a la universidad, no podías ni ser telefonista. Había que dar las gracias a tus padres por pagarte los estudios hasta su último escalón, y reconocer el avance social que suponía que tantos jóvenes llenaran las facultades. "El hijo del obrero a la universidad", decía una pancarta en Ciudad Universitaria pidiendo más becas y, sobre todo, menos dificultades para obtener el título. El resultado de tanto hijo de obrero en la universidad ("obrero", pone como profesión de mi padre en mi partida de nacimiento) fue que tener un título universitario acabó no valiendo para nada. También tenías que hacer un máster, normalmente carísimo; o dos.

Todo iba bien incluso pagando por tu primer puesto de trabajo (eso es un máster), hasta que Antonio Escohotado dijo una de sus barbaridades. Creo que fue en Los penúltimos días de Escohotado donde leí que, según nuestro hombre, la universidad iba a desaparecer. Me pareció, francamente, una chorrada.

placeholder Dos alumnas en la Universidad Carlos III de Madrid.
Dos alumnas en la Universidad Carlos III de Madrid.

Sin embargo, si bien lo dicho por un sabio sonaba a chorrada, dicho por Sylvester Stallone empezó a parecerme razonable. Si lo afirma Stallone, hay que pensarlo un poco, amigos. En la serie Tulsa King, el actor suelta este comentario: “Todo el sentido de un título universitario es mostrar a un potencial empleador que tú has ido a alguna parte durante cuatro años seguidos y completado razonablemente bien y a tiempo una serie de tareas. Así que si te contrata, hay una semi-decente posibilidad de que aparezcas por allí cada día y no le jodas el negocio".

Otro día les hablaré de mi adicción a los reels de Instagram (vídeos cortos encadenados por un algoritmo que detecta tus intereses), pero, gracias a ellos, llegué a una afirmación de Jordan Peterson donde decía lo mismo que Stallone: la universidad sirve únicamente para probar que puedes aguantar cinco años en la universidad. Después, en estos reels, me di de bruces con la opinión de Elon Musk: "No necesitas la universidad para aprender, para aprender cosas, ¿eh? Todo está disponible básicamente gratis. Puedes aprender lo que quieras gratis. Creo que la universidad sirve básicamente para divertirse y para probar que puedes hacer tus deberes". Mark Zuckerberg también tenía algo que decir: "Creo que la decisión más importante que puedes tomar en la universidad es con quién te juntas". No sonaba muy elogioso para la docta institución.

Como sucede con todos los algoritmos que proponen contenidos audiovisuales, al final del camino siempre hay una conspiración. Diversas personas en todo el mundo creen que el sistema educativo en su conjunto es una factoría de docilidad, y remiten a un libro de Alvin Toffler, El shock del futuro (1970), donde dice: "La educación americana (como la de todo el mundo) fue de hecho copiada del modelo prusiano del siglo XVIII, diseñado para crear sujetos obedientes y obreros para las fábricas".

placeholder Alvin Toffler se dirige a los estudiantes de un instituto en Corea del Sur en 2007. (Reuters)
Alvin Toffler se dirige a los estudiantes de un instituto en Corea del Sur en 2007. (Reuters)

El miedo que yo le tengo a los conspiranoicos es que una vez de cada cien lleven razón.

Si algo define a las personas que se informan en webs ridículas y creen en espectros y pirámides secretas en Croacia es justamente que no fueron a la universidad. Siempre he pensado que la universidad, lejos de hacerte válido para un trabajo o de darte siquiera conocimientos básicos, lo que te proporciona es una estructura mental adulta, sólida y determinante. Más que saber cosas, sabes que no las sabes y también dónde podrías encontrarlas cuando lo necesites. El sujeto indocto, por su parte, ignora sobre todo su propia ignorancia, y no puede diferenciar un ensayo de Pierre Bourdieu de un libro sobre el karma comprado en una gasolinera.

Yo nunca había pensado que la universidad pudiera perder su prestigio, pero cada día estoy más a favor de esa pérdida. Tengo dos hijos.

Tengo dos hijos y no es mala idea ahorrarse sus estudios universitarios, sobre todo -si se encaminan por las letras- si les van a enseñar literatura de enanos y no la de William Faulkner. Si va uno a pagar para que conozcan la doctrina de moda y no la verdad (es decir, la duda). Si, en fin, es la pirotecnia moral la que les esperará en las aulas y no los fuegos sagrados de la cultura. Ciertamente, estos fulgores los pueden conocer ellos solos en casa bajándose pdfs vía Google.

Si algo define a las personas que se informan en webs ridículas y creen en pirámides secretas en Croacia es que no fueron a la universidad

No tengo tan claro que haber pasado por la universidad se note tanto como haber leído, ni que en la universidad haya mucha gente hoy en día que, de hecho, lea. Tampoco parece que miles de tesis publicadas cada año por sedicentes doctores que trabajaron en ellas lustros enteros aporten a la cultura española más (todas juntas) que un ensayo escrito en tres meses por un autor con un bebé en brazos. Si sumamos a todo ello la corrupción total en los pasillos de las facultades y los juegos de poder miserables que son de público conocimiento, tenemos una bonita puntilla para la institución antes de que cumpla sus primeros mil años.

Ya lo dijo Woody Allen: "Todo lo que decían nuestros padres que era bueno es malo. El sol, la leche, las carnes rojas y la universidad".

Antes los títulos universitarios eran imprescindibles. Por ejemplo, para trabajar como teleoperador. Recuerdo lo satisfecho que estaba yo cuando me contrataron de teleoperador gracias a mi título en Periodismo. Cinco años de carrera habían valido la pena, pues ahí estaba uno, entrando por la puerta grande en el mercado laboral. En la oferta de trabajo exigían título universitario, y además tenías que llevarlo en mano para que lo vieran. Nunca en mi vida me han pedido enseñar mi título de licenciado en Periodismo firmado por el rey Juan Carlos I salvo para trabajar de teleoperador. Los call centers eran los únicos que se tomaban en serio la firma del rey.

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