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“Si quieres ser doctor, tienes que invitar”: el negocio de las comilonas de tesis
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¿COSTUMBRE O ABUSO?

“Si quieres ser doctor, tienes que invitar”: el negocio de las comilonas de tesis

La costumbre de invitar a los profesores tras leer una tesis se remonta a siglos atrás, pero cada vez son más los que consideran que es una imposición abusiva en tiempos precarios

Foto: La entrada a la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. (EFE)
La entrada a la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. (EFE)

El ritual se repite semana tras semana. El feliz doctorando, tras años de ardua investigación, tiras y aflojas con su director de tesis y sacrificios varios en pos de la excelencia académica, por fin presenta su tesis ante el tribunal. La defensa, que tiene algo de sainete en el que cada cual interpreta su rol, suele concluir con un final feliz en forma de 'cum laude'. Entonces, el recién nombrado doctor agradece a sus jueces su amabilidad y dice algo en plan “me gustaría invitarles a comer, si les parece bien”. Estos ponen cara de sorpresa y aceptan el convite, qué menos. Resultado: un opíparo almuerzo y unos cuantos de cientos de euros menos en el bolsillo del académico, algo más precario que a la entrada del restaurante.

Este episodio tiene lugar en facultades de toda España continuamente. Podría calificarse de tradición, aunque como señalan algunos doctores, se trata más bien de “una costumbre totalmente institucionalizada”. Una regla no escrita en la universidad española que se remonta a siglos atrás, cuando la entrada de un nuevo miembro en las altas esferas académicas era motivo de alborozo y, por lo tanto, digna de fastos que llegaban a incluir lidia de toros y festejos de una semana de duración, como ocurría en la Universidad de Alcalá. Un rito de paso que en el pasado pudo tener cierto sentido, pero que en un entorno de acentuada precarización del profesorado, levanta cada vez más ampollas entre los futuros doctores.

Tener que pagar la comida a gente que cobra tres veces más que tú para agradecerles su benevolencia tiene algo de compraventa de favores

“Vergüenza” o “estafa” son algunos de los adjetivos utilizados por los doctores a la hora de definir este hábito. La mayoría de ellos son reacios a hablar con su nombre y apellidos, siguiendo una lógica palmaria: si han pagado un impuesto adicional por formar parte de ese selecto club que es la universidad, conviene no echarlo a perder tildando de egoísta al tribunal que tan benévolamente ha aceptado su invitación. El montante final puede variar sensiblemente, de los 95 euros de un doctor al que su director aclaró que, si no quería, “tampoco pasaba nada”, a los 400 euros de otro que reservó en el restaurante “con un toque de lujo” que le sugirieron en la universidad “porque al director del tribunal le gusta mucho”.

A pesar de la dificultad de acabar con una costumbre tan arraigada, son cada vez más los docentes conscientes de que linda con el abuso de autoridad. Es el caso de Luis Enrique Alonso, profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, que explica que “debería dejarse plena libertad al alumno, es algo demasiado ritualista y tradicional”. Tal y como se planteaba tradicionalmente, añade, tenía mucho de tributo al tribunal. Es la herencia de una era en la que doctorarse era una circunstancia excepcional, y en la que se presuponía al futuro doctor un cierto nivel económico. “En tiempos de hiperprecariedad, donde los doctores ya no suelen tener facilidades económicas, no me parece apropiado”, añade.

placeholder El restaurante Contempo, en pleno centro de Barcelona, es uno de los destinos preferidos. (Fotografía facilitada por el Grupo Catalonia)
El restaurante Contempo, en pleno centro de Barcelona, es uno de los destinos preferidos. (Fotografía facilitada por el Grupo Catalonia)

Víctor Sampedro, catedrático de Comunicación Política y Opinión Pública en la Universidad Rey Juan Carlos, es aún más duro, describiendo estos actos como algo semejante al “derecho de pernada de un club de selectos doctores que dan la bienvenida al novicio”. “Tener que pagar la comida a gente que cobra dos o tres veces más que tú agradeciendo que hayan sido benévolos tiene algo de compraventa de favores y de endeudamiento del precario”, añade. En definitiva, es un peaje “que te puede dejar crujido” y que, según algunas leyendas urbanas, puede conducirte a figurar en una hipotética “lista negra”. Desde luego, siempre es preferible no comprobar qué ocurre en caso de no hacerlo.

Una excepción patria

Las costumbres arraigadas suelen dar pie a industrias jugosas, y la de la comida de tesis ha provocado que algunos establecimientos hayan añadido a la tríada bodas, bautizos y comuniones una pata más académica. En una de las ciudades universitarias por excelencia, Salamanca, Casa Paca dispone de dos comedores privados. Como explican ellos mismos, algunas semanas pueden llegar a celebrar cuatro o cinco comidas de tesis. Disponen, además de la carta, de distintos menús a partir de 42 euros. Los comensales rondan los ocho o nueve —entre candidato, director, tribunal y algún otro invitado, como la familia del lector—, lo que, sacando la calculadora, da unas cuentas que rondan los 350 euros.

En las naciones anglosajonas, el director de tesis suele pagar las rondas, y en Francia se toma una botella de vino para celebrar

En Madrid, el restaurante Paolo es un clásico para los alumnos de la San Pablo CEU, Autónoma o Complutense y, como explican, la factura suele rondar los 280 euros, a razón de un cubierto de 35 euros para siete u ocho comensales. También el Café de Oriente Museo del Traje, donde en época alta se pueden hacer unas cuatro comidas a la semana de alrededor de 10 comensales, sobre todo alumnos de la 'Complu': no en vano se encuentra entre la Escuela de Ingeniería y sus instalaciones deportivas. Algo más lejos, en la Gran Vía, se halla Küche, donde reconocen hacer unas 150 comidas de tesis al año con menús de entre 40 y 80 euros. En Barcelona, el Contempo, al lado de plaza Catalunya, celebra alrededor de 50 comidas de este tipo, a unos 25 euros por cabeza y con grupos de entre 10 y 15 personas. Como explican, “suele gustar la cocina tradicional catalana con un toque vanguardista”.

Un pequeño gasto para un doctor, una gran fuente de ingresos para determinados establecimientos. Desde el Paolo recuerdan que el gran 'boom' se produjo en el curso 2015-2016, cuando tras el Real Decreto 99/2011 se extinguió el antiguo plan de doctorado, lo que empujó a muchos investigadores a presentar sus tesis antes de que fuese demasiado tarde. En medio de ese 'aluvión' llegaron a realizar entre 120 y 130 comidas antes de marzo, una cifra muy superior a la de este año, que por ahora ronda las 40. Un llamativo crecimiento interanual de un 36,4% en 2016 que supera incluso al de 2015 (29,9%). De 6.483 en 2011 a 20.049 en 2016, son unos cuantos menús más.

Más llamativa aún resulta esta costumbre cuando se descubre que no tiene parangón en ningún otro país de nuestro entorno, ni Italia ni Francia, donde se suele abrir un vino tras la lectura para celebrar. En el entorno anglosajón es más bien al revés, y es el director de tesis quien paga una ronda y algo de comer en el pub de turno al que acaba de doctorarse, en un ambiente más informal que en España. Como recuerda con ironía Sampedro, “es al contrario que en las bodas, que muchas parejas se casan para quedarse con el dinero de los regalos”. Mientras tanto, aquí, como recuerda un profesor que leyó su tesis en 2010, “nadie se plantea no hacerlo, todos los doctores que conozco han pagado la comida correspondiente”.

Cuánto cuesta entrar en el club

Quizás el convite no sería tan sangrante si no fuese porque se suma a otros gastos asociados a la lectura de tesis. Algunos de ellos son obvios, como el de la matrícula e inscripción, pero otros no lo son tanto: es el caso de las copias del trabajo para repartir entre director de tesis, tribunal y distintas bibliotecas, y que pueden ascender a un montante semejante al de este almuerzo. Un gasto en apariencia cada vez más absurdo en un entorno digitalizado casi por completo y que eleva la factura del futuro doctor para poder entrar en el proceloso mundo de la universidad española.

Foto: Impartir clase es sólo una parte muy pequeña del trabajo de un profesor. (iStock)

Frente a esta costumbre percibida como abusiva, surgen alternativas un poco más modernas. Alonso explica que, por ejemplo, es cada vez más habitual que se celebren pequeños cócteles abiertos a los amigos, colegas o familia del nuevo doctor. El profesor recuerda que, hasta hace no mucho, la lectura de tesis en la tradición humanística era un hito que celebraba la conclusión de una importante labor de investigación en forma de monografía. A medida que el número de posgraduados ha aumentado exponencialmente, quizás haya menos motivos para brindar por el nuevo doctor entre platos de primera. Es posible, sugieren algunos estudiantes, que no sea más que un signo de los lastres que arrastra la universidad de siglos atrás. Pero también que, tarde o temprano, el tribunal tenga que traerse el 'tupper' de casa.

El ritual se repite semana tras semana. El feliz doctorando, tras años de ardua investigación, tiras y aflojas con su director de tesis y sacrificios varios en pos de la excelencia académica, por fin presenta su tesis ante el tribunal. La defensa, que tiene algo de sainete en el que cada cual interpreta su rol, suele concluir con un final feliz en forma de 'cum laude'. Entonces, el recién nombrado doctor agradece a sus jueces su amabilidad y dice algo en plan “me gustaría invitarles a comer, si les parece bien”. Estos ponen cara de sorpresa y aceptan el convite, qué menos. Resultado: un opíparo almuerzo y unos cuantos de cientos de euros menos en el bolsillo del académico, algo más precario que a la entrada del restaurante.

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