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20 años del día en que cambió nuestro humor para siempre: "Hacíamos 0% de 'share"
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20 años del día en que cambió nuestro humor para siempre: "Hacíamos 0% de 'share"

'La hora chanante' o cómo un monumental fracaso de audiencia terminó por cambiar la forma de entender el humor de todo el país

Foto: La formación original de 'La hora chanante'. (Paramount Comedy)
La formación original de 'La hora chanante'. (Paramount Comedy)
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El 2 de febrero de 2002, Día de la Marmota, se estrenó el primer episodio de 'La hora chanante' en Paramount Comedy. La audiencia no alcanzó unos mínimos para ser medida, de modo que se le adjudicó un 0% de 'share', una cifra que mantendrían durante meses. El único comentario sobre el programa surgió en los foros de Paramount, y decía: "¿Pero quiénes son estos melones?". En una España donde todavía arrasaban Cruz y Raya y los doblajes de 'El Informal', las coñas privadas de un grupo de amigos fueron haciéndose hueco en la televisión de pago hasta convertirse en un gigantesco fenómeno social. Desde entonces, es difícil pasar mucho tiempo sin escuchar un "viejuno", "a cascoporro", "culocarpeta" o "qué marcha me llevas" en la calle.

Hoy, Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, Julián López, Pablo Chiapella, Raúl Cimas y Carlos Areces, los chanantes originales, están entre los cómicos mejor pagados del 'show business', pero en sus comienzos solo un puñado de ejecutivos de Paramount siguieron riéndoles las gracias hasta contagiársela a todo el país. Esta es la historia oral de un grupo de estudiantes que cambiaron para siempre el humor de España.

En el principio fue Cuenca. Casi todos los chanantes estudiaron Bellas Artes allí en los años noventa. Aunque eran de promociones diferentes y solo algunos formaron piña, los años conquenses afilaron su guasa en un entorno propicio: una nueva facultad sin miedo a las extravagancias creativas. “Pasar por Cuenca nos marcó a todos”, cuenta Joaquín Reyes. O aquellas locas juergas universitarias como capítulo cero de 'La hora chanante'.

"Pensé en hacer arte dramático, pero era como su propio nombre indica: demasiado dramático"

La heterodoxia de Cuenca salvó a Carlos Areces de la 'depre' académica. Areces intentó dos veces entrar en Bellas Artes en Madrid. “Llegué al examen, hice mi dibujo y me tiraron. Estuve un año recibiendo clases diarias, volví a presentarme y me volvieron a tirar. Me hundí. Me deprimí muchísimo. No tenía plan B. Pensé en hacer arte dramático, pero era como su propio nombre indica: demasiado dramático. A mí me gustaba la gansada, no los monólogos teatrales intensos”, recuerda Areces.

Pero las gansadas y el hazlo tú mismo iban a encontrar mullido acomodo en la facultad de Cuenca, de la que Areces solo había oído “mitos, leyendas y cosas delirantes difíciles de creer”. No obstante, cuando el actor intentó entrar, comprendió rápido que "Cuenca era otro mundo”. “En Madrid era: 'Copia esta escultura clásica y saca las sombras'; pero en Cuenca me enseñaron un bodegón absurdo con platos sucios y me dijeron: 'No queremos que hagas una copia académica, sino tu interpretación”.

Igual que en los noventa la gente iba a ponerse ciega a porros a Ámsterdam, Cuenca empezó a tener efecto llamada. “Llegaban muchos estudiantes rebotados de otras facultades de Bellas Artes, como la de Granada, hartos de pasarse el día copiando Cristos en clase”, resume Areces.

Cuenca no abrió una Facultad de Bellas Artes porque sí. Durante el tardofranquismo, se convirtió en refugio de artistas contemporáneos (Zóbel, Torner, Saura, Millares, Rueda, Bonifacio), impulsores del primer museo de arte abstracto de España. Ya en la democracia ochentera, llegó una Facultad de Bellas Artes marcada por todo ello: más artística que académica.

"Los profesores eran artistas profesionales, se buscó ese perfil, no eran profesores al uso, sino algo más anárquico e interesante”, razona Joaquín Reyes, primer chanante formado en el ‘exilio’ conquense.

placeholder Carlos Areces, en la biblioteca de su casa. (Patricia Garcinuño)
Carlos Areces, en la biblioteca de su casa. (Patricia Garcinuño)

Ejemplo de lo que Joaquín Reyes entiende como profesorado “anárquico e interesante”. “Rafael Argullol, el gran teórico del arte, vino a dar una charla a la facultad. El profesor Gonzalo Cao pidió la palabra durante la charla —ante la inquietud del decano, que ya le conocía—. Cao le hizo una pregunta absurda a Argullol sobre las Tortugas Ninja, y luego añadió: '¿Sabes a qué hemos venido aquí? Hemos venido a bailar, hemos venido a bailar, hemos venido a bailar, hemos venido a bailar, hemos venido a bailar', mientras se subía a una mesa y se ponía, en efecto, a bailar. Cuando vi aquello, pensé: '¡Madre mía! ¡He venido al sitio adecuado! ¡Aquí es donde quiero estar!”, recuerda Reyes.

Una pregunta inquietante cae por su propio peso: si los profesores bailaban en las mesas para trolear a los invitados ilustres, ¿qué no harían los alumnos?

Joaquín Reyes montó un dúo artístico (Grupo Ácaro) con Enrique Borrasqueros, autor de la música de 'La hora chanante’. En el telefonillo de la casa del Grupo Ácaro ponía: Dementia 13, en un guiño al Coppola más demencial. El Grupo Ácaro pintaba cuadros pop, pero también fue el germen del payaso rapero de 'La hora chanante' . “En la facultad estaban los que llevaban el Arte tatuado en los párpados, sentían que había que sufrir y eran intensos hasta la caricatura. Y luego estaban los que le daban a todo una pátina de humor, como Joaquín, que se hizo un nombre entre los de la guasa”, añade Areces.

“Joaquín Reyes se esforzó mucho en ser el número uno de la tontuna en Cuenca, como si supiera que iba a ser famoso”, explica Santiago de Lucas, cocreador y realizador de ‘La hora chanante’. "Yo lo admiraba un montón e iba persiguiéndole por ahí con una cámara. De Areces y de Ernesto Sevilla me hice amigo por métodos, digamos, normales, pero he de reconocer que la amistad con Joaquín Reyes es algo que busqué, casi rollo fan".

Joaquín Reyes se esforzó mucho en ser el número uno de la tontuna en Cuenca

El ambiente universitario era propicio a la chufla costumbrista. “En la facultad antigua compartíamos espacio con… ¿sabéis el secreto de las ‘buddy movies’? Juntas a dos policías de caracteres opuestos y les das una misión: el desenfadado inconsciente contra el carca precavido. Los polis se llevan fatal y esa es la magia. Pues bien: en Cuenca mezclaron en el mismo edificio Bellas Artes y Derecho. Era una hostia de realidad. Aunque no compartíamos nada, era una mezcla fascinante por aborto y bizarra. Un tío en bragas, zuecos y los pelos rosas, y al lado en la cafetería, otro con su jersey y los picos de la camisa asomando”, enumera Areces.

Choque cultural trasladado a las calles: o cuando la fauna de Bellas Artes tomaba una ciudad de recogimiento castellano. “Nos gustaba mucho salir por Cuenca por la ruptura: el choque entre la ciudad de provincias y lo nuestro, que no llamaría modernidad, sino falta de pudor inaudito y ansias de llamar la atención. Un cóctel explosivo”, asegura Areces.

La relación con Cuenca era de amor/odio. El conquense nos necesitaba, porque dábamos vida a la ciudad, pero nos rechazaba, porque éramos unos mamarrachos”, cuenta Joaquín Reyes. En ese contexto de, según Reyes, “mamarrachos sueltos en una ciudad muy tradicional”, se conocieron una noche Carlos Areces y Ernesto Sevilla. Areces venía de una fiesta y Sevilla estaba de bares. No puede decirse que el encuentro tuviera la solemnidad de una cumbre de Estado. “Ernesto iba bebido y yo disfrazado de Rafaella Carrà”, resume Areces.

Sevilla compartía clase y residencia con Raúl Cimas, al que conocía de una academia de dibujo a la que se apuntaron de niños. También compartían residencia con Julián López, que estudiaba magisterio musical en Cuenca y con el que Sevilla grabó cortos esos años. "Me acerqué por primera vez a Julián porque pensé: 'Yo con este tío me voy a reír seguro, simplemente por su aspecto físico", contó Sevilla en el documental 'Los años chanantes'. "Nos hacíamos mucha gracia el uno al otro", añadió López.

Sevilla, en definitiva, ejerció de dinamizador decisivo tanto en Cuenca como en los inicios de ‘La hora chanante’, víctima de un frenesí socializador que no le permitió concentrarse en las actividades académicas: “Yo no iba nunca a clase en Cuenca. Era un desastre. Me dedicaba a la diversión”, recuerda Sevilla encogiéndose de hombros.

Jetas en la noche conquense

No era fácil escapar de la noche conquense. En parte, porque la laxitud académica dejaba espacio para el exceso: “Como no era una carrera de estudiar, sino de vender proyectos y lanzar referencias que noquearan al profesor, teníamos mucho tiempo libre”, recuerda Areces. En parte, también, porque la cabra juvenil tira al monte: “Si había una fiesta en una casa, no tenías que estar invitado: ibas. Nadie vivía con sus padres. Gastábamos más energía en la vida social que en la escolar. Fiestas gordas con la policía desalojando”, añade Areces.

¿No había espacio para la vida académica? Por supuesto, solo que la psicodelia y el desahogo circulaban también por la facultad, donde no era fácil diferenciar el día de la noche, el arte de la farsa y la genialidad de la tomadura de pelo. "Lo importante no eran las capacidades técnicas, sino cómo te vendías. Cuenca era un imán para un tipo de gente que quizá no tenía talento plástico, pero sí otra clase de talento. Había tres tipos: artistas de verdad, caraduras sin filtro y un punto medio entre artista y caradura en el que estaba yo”, dice Areces.

placeholder El cómico Julián López. (Ana Beltrán)
El cómico Julián López. (Ana Beltrán)

¿Cuenca potenciaba la creatividad y, al mismo tiempo, era nido de jetas? “¡Es que eso es exactamente el arte contemporáneo! Elaborar un discurso”, asume Reyes, que aporta ejemplos conquenses delirantes: “En clase se daban situaciones extrañas. Durante la entrega de un proyecto de escultura, una compañera dijo que había traído una bola de energía (invisible). Puso las manos en círculo y nos fue ‘pasando’ la bola de energía a todos. Uno de mis compañeros, que era coreano, se cabreó, dijo que aquello era una mierda y se fue dando un portazo. ¡Siendo oriental se le suponía más empatía con las energías! Otra compañera nueva dijo que ella trabajaba con la desaparición, que llegaba a la facultad y a los 15 días desaparecía, y, efectivamente, no la volvimos a ver el pelo”.

Pero no bastaba con improvisar trabajos a última hora, había que tener método o, si prefieren, manejar conceptos. “Lo decía siempre un compañero: ‘En Cuenca se triunfa de dos maneras: siendo muy bueno o repitiendo lo mismo muchas veces”. Si un alumno estaba obsesionado con los Clicks de Famobil, todo lo que proponía en todas las asignaturas llevaba Clicks, y pronto se hacía un nombre en la facultad por ello. Otro recurría siempre al travestismo y creaba un estilo propio. Cuando alguien coge unos guantes de goma y los rellena de escayola, piensas: '¡Menuda mierda!'. Pero cuando hace eso mismo 20 veces, crea un estilo reconocible. Eso se valoraba en Cuenca”, resume Areces.

"En Cuenca había tres tipos: artistas de verdad, caraduras y un punto medio entre artista y caradura donde estaba yo"

Aquí van algunas de las 'performances' conquenses más extravagantes para cerrar el capítulo universitario en lo más alto:

Joaquín Reyes: “El profesor Maldonado nos pidió hacer pintura experimental. Un compañero ideó un artefacto (un trípode con un brazo de hierro) para disparar pólvora al lienzo. Se metió en una habitación con el profesor para probarlo. Encendieron la mecha. Hubo un estruendo brutal. Se movieron las paredes (no bromeo). El profesor Maldonado acabó como un dibujo animado: el pelo para arriba, negro y con un hierro del armatoste clavado en la pierna. Eso era suspenso o matrícula de honor, no había medias tintas".

Ernesto Sevilla: “Un compañero se desnudó ante un espejo, se afeitó los pelos de los huevos y se los pegó en la cara. Al final, se le rompió el espejo encima y se hizo bastante sangre”.

Joaquín Reyes: “Cuando tocaba 'performance', no era raro que hubiera una ambulancia en la puerta de la facultad. Una compañera se tumbó en un bloque de hielo, al hospital. Otro comió carne cruda, al hospital. Otro se comió un ramo de claveles mientras bebía vino, al hospital. Acabar hospitalizado era síntoma de buena 'performance".

Resumiendo: los chanantes salieron de Cuenca con la cabeza lo bastante ácida para hacer comedia absurda. Sin embargo, sus caminos se separaron: Reyes encontró trabajo como ilustrador para la editorial SM, Areces se puso al frente de un equipo de animadores en Flash y Julián López se puso a dar clases de música. Quizá nunca hubieran vuelto a juntarse de no ser por la llegada de una televisión a la ciudad.

placeholder Joaquín Reyes, creador del formato. (Getty/Pablo Cuadra)
Joaquín Reyes, creador del formato. (Getty/Pablo Cuadra)

'La hora chanante': 'origins'

Hizo falta un golpe de suerte para que naciera 'La hora chanante'. En enero de 2001, Paramount Comedy acababa de abrir una filial en España. La cadena llegó con una extraña mezcla de 'sitcoms' americanas pasadas de fecha y producción propia, siempre en clave de humor. Y una de las formas más baratas de generar contenidos sin tener que crear nuevos formatos eran las autopromociones de las series, donde Paramount daba manga ancha para que desbarrasen los nuevos cómicos.

"En Paramount estaban buscando editores de 'promos' y yo estaba estudiando Avid en una academia. El director me recomendó y fui a la entrevista, pero fue una cosa formal y distante, no hubo química", dice Santiago de Lucas. No salió contento, porque le avisaron de que tendría que montar todo el día, sin mucho margen para la improvisación, pero la semilla estaba plantada. "Me llevé a la entrevista un VHS con todos los cortos que había grabado con Joaquín, Ernesto y Areces durante la facultad. La dejé allí y pensé que nadie lo vería nunca, la verdad". Pero alguien la vio: mientras De Lucas subía al autobús de regreso a Cuenca, sonó su móvil. "Era Antonio Trashorras, a quien había leído en alguna ocasión críticas en 'Fotogramas', pero que ahora trabajaba en Paramount", dice. "Y me preguntó: '¿Pero tú quién eres y quién es esta gente que sale en estos cortos?'. Estaba fascinado por lo que acababa de ver, pero aún no sabía explicarlo. Después, hizo un silencio y me dijo: 'Bájate del autobús y vuelve aquí, que tengo un trato que proponerte".

Lo que le propuso fue hacer una 'promo' de prueba para ver cómo se adaptaba al formato. De Lucas se juntó con Ernesto Sevilla e idearon tres piezas de promoción para 'Roseanne' que poco tenían que ver con la serie: eran 'El escándalo Rosanne', ‘Rosanne 2: el escándalo continúa’ y ‘Rosanne 3: más allá del escándalo’. "Tú fíjate la que lié, que me habían pedido ideas para 'promos' y yo me presenté con unos montajes de Rosanne en los que parecía una película de miedo", recuerda De Lucas.

"Al terminar de verlas se hizo un silencio sepulcral en la oficina, yo pensaba que me mandaban para casa. Pero se dio la vuelta uno de los ejecutivos, me dio la mano y me dijo: 'Muy gracioso. Estás fichado, chaval", dice De Lucas. Había nacido 'La hora chanante'.

Cuenca toma Paramount

De Lucas pasó los primeros meses en la empresa intentando convencer a Felipe Pontón, director de Programación, de que le diese una oportunidad a su amigo Ernesto Sevilla. En verano de 2001, consiguió que Paramount fichase a Sevilla como supervisor de monólogos, aunque la entrevista estuvo a punto de torcerse: "Yo es que era muy tímido por entonces y solo decía 'sí', 'no', y se debieron creer que era retrasado", dice Sevilla. "Tuve yo que hablar por él, porque no arrancaba. Cómo sería que Pontón me preguntó después si le pasaba algo... pero como a nivel neurológico", remacha De Lucas.

Superada la entrevista personal, 'La hora chanante' estuvo a punto de descarrilar otra vez, y eso que aún faltaban meses para su nacimiento. Por primera vez, Paramount dio rienda suelta a la creatividad de De Lucas, Sevilla, Reyes y Julián López, pero el resultado fue terrible.

Santiago de Lucas: "Pontón nos aprobó grabar tres capítulos de 'Dinamarca', una serie religiosa que se había inventado Ernesto Sevilla. De repente, nos vimos con un rodaje con camiones y unas Betacam buenísimas, pero sin experiencia y con un guion escrito en tres días. Lo hicimos mal prácticamente todo. Para colmo, contratamos a Eduardo Gómez [popular por su papel en 'Aquí no hay quien viva'] y se presentó borracho. Era incapaz de recordar sus frases y tampoco leía el 'teleprompter', así que le tuvimos que hacer carteles gigantes, tamaño A2, para salir del paso, pero al final los leía, no interpretaba. Nos quedó una mierda impresionante".

Con la viabilidad del producto chanante en entredicho, tuvo que llegar Joaquín Reyes a salvar los muebles. "Joaquín y Ernesto eran completamente diferentes. Sus padres son amigos íntimos y ellos fueron a la misma facultad, pero no llegaron a conocerse hasta estar juntos en Paramount", dice De Lucas. "Ernesto era un tío brillante al que se le permitía todo, como no venir a veces al trabajo. Por su parte, Joaquín era al menos tan brillante como él pero muy serio, formal, un padre de familia muy currante".

De hecho, tan formal era Reyes que se resistía a abandonar su trabajo como ilustrador en SM. "Mis expectativas vitales estaban colmadas en SM, ahí me habría quedado toda la vida", dice Reyes. A Paramount solo le dedicaba los fines de semana, casi por afición, cuando se acercaba por allí para doblar películas antiguas. Suficiente para que Felipe Pontón viera potencial y en agosto le propusiera hacer su propia serie: "Joaquín Reyes tenía un montón de personajes mezclados dentro de su cabeza. Lo único que hicimos fue poner orden ahí dentro para dar un hilo al programa”, dice el ejecutivo.

"Yo estaba muy contento con la idea de hacer 'La hora chanante' como el producto de un solo autor, en este caso yo, pero Ernesto y Santiago insistieron en traer a más gente", cuenta Reyes entre risas.

De Lucas: "En su entrevista, quise ayudarle como a Ernesto, completando sus frases, pero Reyes me marcó las líneas inmediatamente. Tenía clarísimo lo que quería hacer, veía su linde. Le pidieron que escribiera un monólogo y esa misma noche, sin avisarle, lo mandaron a interpretarlo con público. Fue tal su éxito que lo ficharon allí mismo".

Felipe Pontón: “Queríamos hacer un programa al estilo de otros que se hacían en Inglaterra o EEUU, aunque no en España, pero al margen de eso, no teníamos muchas pretensiones: éramos una cadena con poca audiencia y podíamos hacer lo que nos diera la gana. No teníamos miedo. Ahora mismo, si no haces un mínimo de 'share' en tu estreno, te quitan el programa, pero nosotros teníamos todo el tiempo del mundo para ir puliendo los formatos sobre la marcha. En plan, vamos rodando la cosa un año y luego ya veremos. Sabíamos que era una cantera de cómicos que acabaría explotando más tarde o más temprano”.

"Joder, qué vergüenza como vea esto Antonio López, lo mismo hasta nos demanda"

De Lucas y Reyes comenzaron las reuniones para diseñar 'La hora chanante'. Lo primero en consensuarse fue el nombre, que surgía de una letra del grupo mallorquín La Puta Opepé, y el empleo de dibujos animados, uno de los pocos vetos que puso la cadena. Sin formato claro, Reyes y De Lucas fueron grabando doblajes, lo que a la postre se conocería como 'retrospecter', con la esperanza de poder dar coherencia al relato antes de su estreno. "Estábamos los dos solos y nunca habíamos escrito un programa, pero el universo propio estaba ahí, ya lo conocíamos de Cuenca. Joaquín tenía mucha soltura para escribir las piezas, sobre todo las de Testimonios, y muy pronto nos dimos cuenta de que doblar a famosos con acento manchego iba a funcionar muy bien", dice De Lucas.

El primer día de rodaje fue el 18 de septiembre de 2001, una semana después del ataque terrorista al World Trade Center. Lo cogieron con tantas ganas que en una sola jornada grabaron cuatro episodios de Testimonios, que a la postre sería el mascarón de proa de 'La hora chanante'. "Solo teníamos una norma", dice el montador, "y era no hacer chufla de nadie muerto".

Santiago de Lucas: "Es algo que solo se puede hacer cuando tienes 25 años. Fuimos a primera hora de la mañana a la Ciudad Universitaria a grabar el de Carl Lewis. Antes de comer, cambiándose el maquillaje en el coche, nos plantamos en un estudio de danza de la calle Velázquez para hacer el de Nacho Duato. Después, al ático de Paramount para hacer el de David Hasselhoff y, por último, en unos jardines para grabar el Testimonios de Antonio López. Recuerdo que Joaquín, reventado al final del día, me dijo: 'Joder, qué vergüenza como vea esto Antonio López, lo mismo hasta nos demanda".

placeholder Joaquín Reyes y Santiago de Lucas, en el rodaje del primer capítulo de 'La hora chanante'. (Cedida)
Joaquín Reyes y Santiago de Lucas, en el rodaje del primer capítulo de 'La hora chanante'. (Cedida)

Paramount asignó a 'La hora chanante' 20.000 euros mensuales para todos los gastos. Y, a pesar de que su calidad técnica fue mejorando a lo largo de los años, fue fruto de que todos fueron aprendiendo sobre la marcha y no de un incremento presupuestario. "La hora chanante' costó siempre 20.000 euros al mes, que era lo que tardábamos en hacer un capítulo. O sea, que si fueron 50 programas, a la productora le salió todo por un millón de euros. Es un chollo si tenemos en cuenta el impacto de la serie", dice De Lucas.

En enero de 2002, un mes antes del estreno, Reyes y De Lucas se vieron obligados a engranar aquella cantidad de píldoras y 'sketches' sin relación que habían ido filmando. "Estábamos aterrados. No teníamos formato ni hilo conductor. Pontón quería un producto y nosotros estábamos haciendo un 'fanzine' televisivo sin pies ni cabeza. Pasamos un mes trabajando todas las horas que se te puedan ocurrir y, cuando tuvimos nuestro primer compactado, aquello nos pareció una mierda tremenda, así que volvimos al pánico", recuerda De Lucas. "No fue hasta la cuarta o quinta versión del montaje que empezamos a verle algo de potencial".

El primer capítulo fue un catálogo de personajes de Joaquín Reyes, un 'show' unipersonal para el que De Lucas tuvo que trabajar 40 horas seguidas en la mesa de edición, en un intento vano por ocultar el aspecto 'amateur' del producto. Para el tercer programa, se incorporó Ernesto Sevilla, y él y De Lucas fueron trayendo a Raúl Cimas, Carlos Areces, Julián López y Pablo Chiapella. "En torno al capítulo 8, se puede decir que el formato ya estaba asentado y funcionaba solo", dice De Lucas.

¿Influencias? Joaquín Reyes menciona el programa de Dana Carvey, cómico estrella de SNL, mientras que a Pontón y a Areces les parece que siempre bebió del Monty Phyton Flying Circus. "En general hacíamos lo que nos daba la gana. Influencias habría, pero al final salía la gilipollez más grande que se nos ocurría", dice Sevilla.

Crisis de audiencia

No obstante, el público acogió con frialdad 'La hora chanante', que también se vio lastrada por emitirse en un canal nuevo y dentro de una plataforma de pago. "Hacíamos ceros redondos, ni siquiera nos daban el número de espectadores porque no llegábamos a los mínimos del baremo", recuerda Areces. "Siempre igual: preguntábamos y nos decían que cero, nada más. Y luego estaba el foro", dice De Lucas.

El foro de Paramount es el Vietnam de los chanantes. A comienzos de siglo, cuando no existían las redes sociales ni YouTube, los debates tenían lugar en los foros. El de Paramount se convirtió en el único termómetro para medir el impacto del programa: "Y no veas cómo nos zurraban ahí, cosa mala. Había personas que estaban realmente molestas y exigían que nos quitasen el programa", dice Areces.

"Yo creo que detrás de esas críticas del comienzo estaban otros cómicos a los que a lo mejor les daba algo de pelusa", continúa Reyes. "De todos modos, es que a nosotros esto nos importaba poco, porque mientras más nos zurraban, más gansadas metíamos. Solo recuerdo que recortamos un poco los pedos, porque había muchos".

"Es que además era el humor privado de un grupo de amigos. La gente tarda en sumarse al principio, porque tiene que meterse en el asunto. Eso sí, cuando lo hacen, son chiítas de tu humor", dice Sevilla. "Pero sí es verdad que al principio las críticas eran despiadadas: a Joaquín llegaron a reunirle un grupo de amigos para decirle que dejase esa mierda, que estaba tirando su vida".

Sin embargo, aunque no ayudasen la audiencia ni la crítica, en Paramount lo tenían claro. "Para nosotros funcionó desde el primer momento, porque era una cosa muy distinta, que es lo que estábamos buscando", dice la productora Cristina Alcelay. "Nos pasaba que enseñábamos la serie y el público general sí que se mostraba al principio muy sorprendida, pero la gente de la comedia la valoraba mucho".

“En el equipo de la cadena había una máxima: que los espectadores pensaran al ver el programa: '¡Pero cómo les han dejado hacer esto!'. Que saltaran las alarmas. Aquello desbordaba lo que se podía hacer entonces en la tele, no respetaba los filtros de Antena 3, Telecinco o La 1. La hora chanante podía gustarte más o menos, ser buena o mala, pero desde luego era novedosa”, dice Pontón. "La audiencia no era algo que nos preocupase".

"Y eso que no era una serie sencilla de producir", recuerda Alcelay. "Que estaba llena de trajes, maquillajes con postizos, pelucas... Aún me acuerdo cuando paso por Pelucas R, en la calle Magdalena... ¡Los facturones que le pagábamos a esa gente!".

'Youtubers' de primerísima hora

'La hora chanante' avanzó sus primeras dos temporadas sin pena ni gloria, hasta que en 2005 llegó YouTube y empezaron a subir fragmentos. "Eso fue lo que lo cambió todo. La gente empezó a verlos y nos fue conociendo. El vídeo de 'Hijo de puta, hay que decirlo más' marcó un antes y un después. A partir de ahí, la gente empezó a reconocerme por la calle", recuerda Areces.

El fenómeno fue creciendo en YouTube hasta convertirse en un clamor del 'underground': "No fuimos conscientes del fenómeno hasta que un día apareció por la sede un cómico de Barcelona, entonces desconocido, llamado Dani Mateo [Mateo se haría luego conocido presentando el 'late' ‘Noche sin tregua’ en Paramount]. Mateo nos contó que en Barcelona hacían fiestas en las casas, y a las tres de la madrugada, paraban para ver 'La hora chanante', y luego seguían con la fiesta. Flipamos un poco, pero por primera vez entendimos que había un culto chanante fuera de Paramount”, dice Pontón.

"De pronto, después de estar haciendo dos o tres años el programa en la sombra, la gente empezó a llamarme 'gañán' por la calle... Lo cual me parecía positivo", dice Sevilla.

El 5 de octubre de 2006, Paramount Comedy organizó una fiesta para celebrar los 50 programas de 'La hora chanante'. "Alquilamos el Florida Park del Retiro, pensando que lo mismo no lo llenábamos, y a las pocas horas estábamos asustados porque se acabaron las entradas y la gente del foro amenazaba con organizar otra fiesta paralela fuera", recuerda Alcelay.

Semanas después de aquel baño de masas, los chanantes firmaron por Televisión Española y entraron de lleno en el 'mainstream' con 'Muchachada Nui'. "Entendimos el movimiento, pero también te digo una cosa: 'La hora chanante' jamás habría salido adelante en una televisión en abierto", zanja Alcelay.

El 2 de febrero de 2002, Día de la Marmota, se estrenó el primer episodio de 'La hora chanante' en Paramount Comedy. La audiencia no alcanzó unos mínimos para ser medida, de modo que se le adjudicó un 0% de 'share', una cifra que mantendrían durante meses. El único comentario sobre el programa surgió en los foros de Paramount, y decía: "¿Pero quiénes son estos melones?". En una España donde todavía arrasaban Cruz y Raya y los doblajes de 'El Informal', las coñas privadas de un grupo de amigos fueron haciéndose hueco en la televisión de pago hasta convertirse en un gigantesco fenómeno social. Desde entonces, es difícil pasar mucho tiempo sin escuchar un "viejuno", "a cascoporro", "culocarpeta" o "qué marcha me llevas" en la calle.

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