¡Qué suerte!, el decano de los fanzines madrileños cumple 30 años
Desde Malasaña y lanzado al mundo, Olaf Ladousse reivindica la autogestión, el humor ingenioso y la edición colectiva
Olaf Ladousse llega puntual a nuestra cita. La entrevista tiene lugar en la barra del Rocablanca. El bar, uno de los últimos vestigios de lo que fue la Malasaña de los noventa, resiste a pesar de la velocidad a la que se mueven los negocios en esa zona. Ladousse, belga de 55 años, viste jersey rojo a rayas y una chaqueta ajustada de pata de gallo. Su flequillo y su delicioso acento francés, con el que sigue conquistando a sus interlocutores, añaden más encanto a la conversación. “Yo, si tengo que ser de algún sitio, soy Malasañero. Llevo viviendo aquí tres décadas”, apunta cuando hablamos del barrio en el que lleva más de media vida.
Quedar con él no ha sido difícil —a pesar de que no haga uso del móvil por convicción—, contesta rápidamente a los privados que se le tiran por Facebook, la única red social dónde está activo. Desde ahí se comunica con el mundo y da buena cuenta de todo lo que hace: publicaciones, conciertos, exposiciones, videos, diseño de carteles, fotografías de sus queridas tintorerías, colaboraciones varias, presencia en festivales y aniversarios; aunque él no sea mucho de eso.
Fanzines desde Malasaña 1992-2022
Su publicación, el fanzine colectivo ¡Qué suerte!, cumple treinta años. “Lo empecé cuando aterricé en Madrid. Aquello fue en 1992. En seguida me puse a contactar con algunos de los ilustradores que venía siguiendo”, comenta Ladousse, que para aquel primer número temático, el ‘Zero’, contó con Mauro Entrialgo, Luis Mayo, Camille Ladousse (su hermana) y Alexandre Caron. Doscientas copias, con dos portadas diferentes serigrafiadas, hoy inencontrables. Luego seguirán los números dedicados al canibalismo, el fuego, el misterio, la mecánica, los accidentes o el más reciente, llamado transparente. Ahí participan algunos de los ilustradores más interesantes del panorama español y extranjero: Calpurnio, Grosman, Lorenzo Montatore, Chris Knox, Luis Perez Calvo, Pepe Medina, Lili Zeller, Andrés Magan. Donde cada hoja es traslúcida, provocando un juego de formas e historietas tremendamente imaginativas. Pero, sin dejar de lado el aire rústico y do it yourself que siempre le ha caracterizado, siendo defensor del formato A4 doblado por la mitad y grapado.
“Tampoco el sistema que tengo para contactar a los artistas ha cambiado mucho. Hago unos sesenta grabados de linóleo y los mando por carta a las personas que quiero invitar. Algunos participan y otros no. Al final suelen ser treinta o cuarenta artistas”, comenta el dibujante. La publicación se hace una vez al año y lo único obligatorio es seguir la temática que en ese momento propone. “Al principio la gente enviaba historias con diálogo, pero era muy complicado estar traduciendo. Porotro lado, me resulta más interesante el dibujo mudo. Creo que tiene sus propios códigos, que me gustan mucho”, apunta de una forma de trabajar lenta y minuciosa.
La máquina de linograbado que emplea es de 1870
Hace un lustro, en una entrevista para el blog Afeite al Perro, explicaba como era su dinámica: “Dibujo un esquema muy muy muy esquemático y aproximativo de la página, afino el boceto sobre la placa de linóleo invirtiendo el orden de las viñetas, la primera arriba a la derecha, en este punto abro la primera cerveza y procuro no cortarme demasiado los dedos con las gubias. Luego entinto la placa mientras remojo el papel, lo coloco húmedo sobre la placa, cubro el sándwich con una capa de fieltro, me arrodillo con el rodillo de amasar en medio del salón y me marco una sesión de abdominales para cada estampación”. La máquina de linograbado que emplea es de 1870.
Su obra, por tanto, es esencial por naturaleza y rica en el humor ingenioso y absurdo. En la conversación se entremezclan algunas bellas palabras como esa en la que confunde manitas y mañoso: mañitas. Dos términos que ayudan a entender mucho mejor la filosofía de uno de los artistas más singulares de Madrid, con mil y un proyectos diferentes.
Algunas de las publicaciones que ha realizado en estos últimos años son: ‘Portadas inventadas para singles huérfanos’ (una deliciosa anomalía en la que juega con portadas ficticias de discos); ‘Sellos’ (libritos que compendian los diferentes linóleos que va creando y que ayudan a delimitar su particular universo); ‘Doo rags’ (recopilación de artefactos sonoros que la gente le envía después de haber leído su manual de instrucciones, ‘Sopa de Ortiga’); ‘Duaradufu’ (una historieta circular donde la última viñeta se empalma con la primera y que va ampliándose a medida que se edita en diferentes lugares del mundo); o ‘Los 50 números del cartel’ (libro que recopila los carteles editados por el colectivo formado por Cesar Fernández, Mutis, Eneko, Jacques Le Biscuit, Pepe Medina y el propio Olaf).
Bouquet Garni, el libro
Una personalidad tan arrolladora y activa no podía pasar por alto a la editorial sevillana Barrett, que el año pasado le propuso a Ladousse hacer una publicación donde juntar muchos de esos trabajos desperdigados en su blog. Una aproximación al artista donde aparece su faceta como inventor y maestro del circuit bending, inclasificable músico detrás de bandas como Solex o Los caballos de Düsseldorf, artesano del dibujo o “erudito de la cultura gráfica”, como también se le ha calificado.
En el libro, de más de 300 páginas, escriben dos de sus principales valedores. “Decir a estas alturas que Olaf es una verdadera gloria del underground es quedarse en la chusca obviedad de un suplemento dominical. Prácticamente no hay empresa alternativa, alegal o ilegal, que no presuma de tener ‘una cosa de Olaf’”, apunta Galactus, que le cedió las páginas de Mondo Brutto, otro fanzine señero madrileño.
“Olaf Ladousse tiene nombre de vikingo y apellido de comuna francesa. O, mejor, Olaf tiene nombre de vikingo de tebeo y aspecto de pulcro marinerito de permiso que se endominga, Cineramamente yeyé, antes de embarcarse y naufragar en una isla del Pacífico que no sale en los mapas”, cuenta Jordi Costa, periodista y director del CCCB, que siguió sus andanzas desde los primeros noventa. “Este belga de cuna y malasañero de adopción es, por tanto, muchas cosas a la vez, una confluencia de mensajes aparentemente contradictorios y, justo es reconocerlo, un milagro andante en forma de alegría portátil”.
“Temo a los cazadores de tesoros en los cubos de mi barrio rico", dice Olaf
Hoy, desde su hogar en la calle Marqués de Santa Ana, observa y recorre el barrio. No es ajeno a la gentrificación que vive Malasaña, pero su mirada es diferente. “Aquí siempre ha habido gente que quería ganarse la vida. Ahora lo que ocurre que las preocupaciones de mis vecinos son triunfar en una serie de televisión. No es tan rock and roll como antes”, dice entre apesadumbrado y con una media sonrisa.
Olaf sabe reírse de lo que tiene alrededor. Hace unos días tiró a la basura los últimos sellos que había utilizado para sus linóleos y escribía: “Temo a los cazadores de tesoros en los cubos de mi barrio rico. No estoy dispuesto a pagar el euro de rigor, que me pedirán en el Rastro para comprar un sello tallado con cortes y sudor. Cuido mi huella”. Cuidémosla todos.
Olaf Ladousse llega puntual a nuestra cita. La entrevista tiene lugar en la barra del Rocablanca. El bar, uno de los últimos vestigios de lo que fue la Malasaña de los noventa, resiste a pesar de la velocidad a la que se mueven los negocios en esa zona. Ladousse, belga de 55 años, viste jersey rojo a rayas y una chaqueta ajustada de pata de gallo. Su flequillo y su delicioso acento francés, con el que sigue conquistando a sus interlocutores, añaden más encanto a la conversación. “Yo, si tengo que ser de algún sitio, soy Malasañero. Llevo viviendo aquí tres décadas”, apunta cuando hablamos del barrio en el que lleva más de media vida.