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Las razones de la sociedad médica que pide tratar el covid como una enfermedad más
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Las razones de la sociedad médica que pide tratar el covid como una enfermedad más

Una de las principales asociaciones de médicos de familia aboga por tratar el covid como cualquier otra enfermedad infecciosa, normalizar su incidencia y cambiar radicalmente la manera de enfrentar el problema

Foto: Foto: EFE/Narendra Shrestha.
Foto: EFE/Narendra Shrestha.
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La revista de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (Semfyc) publicó el pasado fin de semana un editorial —"El fin de la excepcionalidad"— que ha caído como una bomba en el debate sobre el covid. Su alegato ha sido rebatido por otras sociedades médicas, así como por varios virólogos y epidemiólogos. Lo que sus autores defienden es que ha llegado el momento de replantearse radicalmente la manera en que estamos viviendo y gestionando la pandemia.

Sostienen que con la sexta ola —con la variante ómicron y con la inmunidad adquirida gracias a vacunas e infecciones previas— ha llegado el momento de retomar la normalidad en las instituciones, en los medios de comunicación y, sobre todo, en la organización de los recursos sanitarios. Aseguran que muchas de las medidas que siguen en pie han dejado de tener sentido ante un virus con el que probablemente tengamos que convivir para siempre. “Hemos sido los primeros que hemos hecho este alegato en España, con toda la prudencia y cuando hemos creído que era el momento de hacerlo”, defiende Albert Planes, especialista en medicina familiar, director del Comité Editorial de Semfyc y uno de los autores del texto.

PREGUNTA. Sostenéis que tenemos que replantearnos cómo afrontar la pandemia. ¿Qué quiere decir?

RESPUESTA. No ponemos en duda que haya existido una pandemia ni que se hayan vivido momentos muy graves. Tampoco ponemos en duda que había que actuar y poner en marcha medidas. Pero creemos que ahora es necesario replantarse la actuación.

P. La última frase de vuestro editorial dice que “debemos acabar con la excepcionalidad" y que el covid-19 debe ser tratado "como el resto de enfermedades".

R. Te pongo el ejemplo del resfriado o de la gripe. Cuando los médicos de familia atendemos a una persona con un resfriado o una gripe, no nos planteamos qué virus está produciendo la enfermedad. Hacemos un diagnóstico y una aproximación clínica. Decimos que esa persona tiene un resfriado y asumimos que puede ser causado por diferentes tipos de virus. Pero no nos planteamos hacer un test para saber de qué virus se trata porque sabemos que es una enfermedad en principio leve y que pocas veces se complica. La gripe es un poco más grave, pero hacemos lo mismo. Lo que nosotros proponemos se ha definido como 'gripalizar' el covid. No es exactamente eso, pero creemos que hay que tratar el SARS-CoV-2 como un virus más. Asumiendo que, muy probablemente, se va a integrar en el grupo de virus que producen enfermedades respiratorias comunes.

P. ¿Solo se activarían protocolos con los pacientes más sensibles?

R. Eso es. Nosotros actuamos de forma distinta cuando una gripe común afecta a una persona que está debilitada, que es muy mayor, que tiene inmunodepresión o cuando vemos que se está complicando su desarrollo. En esos casos actuamos de forma diferente y la idea es aproximarse a eso con el covid. Seguirán llegando muchas personas con una infección de SARS-CoV-2 y un problema de salud prácticamente inapreciable. Dejémoslos tranquilos y dediquemos nuestros esfuerzos a aquellos casos que realmente pueden complicarse.

P. Decís también que “ni el sistema de salud, ni la sociedad en su conjunto pueden permitirse continuar testando a personas asintomáticas o con síntomas leves y aislando a todos los positivos, con las consecuencias que ello conlleva a nivel social y económico por las bajas laborales masivas de personas sanas".

R. Tenemos de baja a personas que tienen el cuadro clínico de un banal resfriado. Eso está impactando en la sociedad a nivel económico, a nivel social, y está impactando de manera muy, muy grave en la atención primaria. Se están dedicando muchos esfuerzos a testar a estas personas, a intentar identificarlas, a intentar aislarlas, cuando la utilidad que tiene esto en estos momentos seguramente sea muy poca. Por varias razones: porque la inmunidad ha ido creciendo en la población, porque ómicron tiene efectos menos graves y porque, simplemente, no tenemos capacidad para hacerlo. Es como si quisiésemos parar un trasatlántico que se acerca a la costa con una barquita de madera. No somos capaces de hacerlo, ni tenemos los recursos para ello.

Foto: Pedro Sánchez quitándose la mascarilla. (Reuters/Javier Barbancho) Opinión
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P. Habláis de la necesidad de dejar de hacer lo que estáis haciendo para hacer otras cosas que en estos momentos ya son más importantes. Describís una atención primaria colapsada por obligaciones que no tienen sentido, mientras se desatienden cosas que sí lo tienen. Como el rastreo, que se ha convertido en un “tic” en todas las críticas sobre la gestión de la pandemia actual, cuando realmente ya es imposible rastrear una secuencia de contagio como la actual.

R. Lo que defines es la imagen de la barquichuela y el trasatlántico. En estos momentos es probable que tengamos hasta un diez por ciento de la población contagiada en algunos entornos. ¿Qué hacemos ante eso? No podemos permitirnos como sociedad dedicar recursos al rastreo de los contactos del diez por ciento de la población. Te diré más. Nosotros en la atención primaria tenemos una falta de profesionales crónica y reclamamos más recursos. Eso es cierto, pero para hacer lo que se dice que tendríamos que hacer harían falta recursos ilimitados. Y recordemos que la sociedad no es solo covid. Que la Sanidad no es solo covid. Hay que hacer otras muchas cosas.

P. ¿Ocurre lo mismo en los hospitales, en las UCI?

R. Esto lo voy a decir con todo el respeto para los compañeros de las UCI, algunos de los cuales están sufriendo muchísimo. Pero no podemos permitirnos duplicar el número de UCI del país. Podemos hacerlo de manera puntual ante una situación de enorme emergencia. Pero no podemos permitirnos mantenerlo para siempre por si acaso viene otra ola como la primera. Lo que tendremos que hacer es reforzar y planificar para, llegado el momento, saber adaptarnos a una situación como la que vivimos. Es como si tu periódico tuviese el triple de periodistas de los que necesita diariamente por si acaso en algún momento aparece una noticia a la que hay que dar especial seguimiento. Eso no puede ser. Se puede tener un plan de emergencia por si ocurre.

Foto: Militares de inmunización comienzan a vacunar en hospitales valencianos. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)

P. ¿Qué cosas estáis dejando de hacer para atender protocolos covid que no están resultando eficaces?

R. Si nos dedicamos a testear a los asintomáticos, a intentar seguir las cadenas de contactos o hacer bajas... estamos dejando de hacer otras cosas. Las manos son las que son y el tiempo es el que es. Y estamos dejando de ver a gente que tenía problemas crónicos mal controlados, gente que puede tener un cáncer, etcétera. Todo esto, por cierto, los comités de expertos covid parecen olvidarlo. Lo que pedimos es que asimilemos que hay que empezar a pensar de otra manera. Esto no quiere decir que de la noche a la mañana dejemos de hacer todo lo que estamos haciendo, pero hay que ir pensando en un cambio ya.

P. El caso del rastreo es muy significativo. Está claro que tiene sentido para frenar un brote y evitar la propagación masiva, o cuando hay una situación incipiente que todavía se puede controlar. Es muy efectivo en países donde siguen intentando una política de 'cero covid' como Japón, China o Australia. Pero rastrear y aislar a los contactos hoy supondría encerrar a media ciudad.

R. Exacto. Porque además ese aislamiento de toda la población tiene efectos secundarios. No solo sociales, psicológicos, laborales o económicos, sino también sanitarios. El aislamiento quiere decir dejar de tener contacto con el virus y, por lo tanto, dejar de adquirir inmunidad. Si, como parece, vamos a tener que convivir con el virus, no tiene sentido aislarnos eternamente.

P. Hubo países que intentaron algo parecido en la primera ola y no salió muy bien.

R. Los casos de Suecia o Gran Bretaña quizá no salieron muy bien, quizá fue temerario hacerlo en la primera ola. No era el momento, está claro. Pero estamos en otra fase. No puede ser positivo aislar para siempre a todo el mundo tras un cristal. Por eso insistimos en el otro punto, en que hay que proteger al máximo a los que son más débiles, más frágiles y a los que tienen más riesgo de desarrollar una enfermedad grave. Vamos a dedicarnos a ellos y vamos a dejar en paz a los que tienen síntomas leves.

P. Pero el hecho de que experiencias como la de Gran Bretaña y Suecia saliesen tan mal hace que estos razonamientos sean sospechosos. Pocos gestores quieren asumir ese riesgo, y mucho menos decirlo abiertamente.

R. Yo siempre he dicho que no querría estar en el lugar de quienes tienen que decidir. Pero en algún momento tenemos que asumir la situación actual y planificar la desescalada. No hablamos de desmontarlo todo de la noche a la mañana, pero hay que empezar. De hecho, hay indicios de que se está haciendo, como en el cambio de estrategias en las escuelas… Si la sexta ola está ya en el pico o muy cerca del pico… esto ayudará.

Foto: Cola frente a un centro de test de coronavirus en Melbourne. (Reuters/Joel Carrett)

P. En la primera ola se subestimó mucho el riesgo y luego se dio por superada la pandemia en varias ocasiones. ¿Cuánto peso tienen estos fracasos, experiencias traumáticas y decepciones a la hora de cambiar por fin de mentalidad?

R. Sin duda influyen. Nosotros en el editorial hablamos de la política del miedo ejercida por las autoridades, pero también por los medios de comunicación y por algunos expertos. Por eso decimos que es urgente un cambio en la comunicación, que debería empezar a producirse ya. Tenemos que pasar a una situación de normalidad.

P. En vuestro editorial insistís en la idea de que no podemos pasarnos el día haciendo sacrificios para prevenir hipótesis. Por ejemplo, defendéis que “no podemos colapsar la atención primaria indefinidamente y seguir hipotecando la vida social y económica del país para evitar un hipotético colapso hospitalario en el futuro”.

R. Algunos expertos argumentan que hay que tener cuidado porque no sabemos qué puede pasar con este virus. Y es cierto que no podemos asegurar lo que puede pasar. Pero sí podemos asegurar lo que está pasando. Y es que estamos haciendo cosas que no sirven mucho para contener los contagios y que hacen mucho daño. Está colapsada la atención primaria y la gente no puede ser atendida. Y eso va a derivar en enfermedad y en muertes que no se van a contabilizar después con un test positivo pero que son igual de graves que las de covid. Por supuesto que hay una cierta incertidumbre, como siempre en medicina, pero esa incertidumbre no puede ser la única cosa en la que pensemos.

Foto: Test de covid. (Reuters/Evelyn Hockstein)

P. Otra frase lapidaria de vuestro editorial es la que dice que “la pandemia no acabará cuando no haya defunciones, sino cuando los medios y gobiernos les den el mismo tratamiento que al resto de causas”. Y ponéis como ejemplo la gripe, el tabaquismo, los suicidios o los accidentes.

R. La frase suena lapidaria, pero lo expresamos con todo el respeto para las víctimas de esta enfermedad. Lo que pasa es que me merece el mismo respeto la gente que ha muerto por gripe o por un accidente de tráfico o por tabaquismo. Hay otra consideración que no suelen manejar las estadísticas habituales, que son los años de vida perdidos. No es lo mismo que se muera un anciano de 94 años que una persona de 50.

P. Eso se suele explicar con otro de los temas que abordáis en el texto: la diferencia entre los que mueren con covid-19 y los que mueren por covid-19.

R. Piensa en una persona de 55 años que se contagia de SARS-CoV-2, que desarrollan neumonía, que acaba en la UCI y finalmente muere. Esa persona ha muerto por culpa del virus. Y a lo mejor era una persona sana y con poca patología. Pero su caso es muy distinto al de una persona que está ya muy frágil, que tiene enfermedades crónicas serias, una cardiopatía, una edad muy avanzada… Esa persona ingresa por una descompensación y esa descompensación no sabemos muy bien por qué se produce, pero le hacen el test y sale positivo. Pues a lo mejor el virus ha influido, o a lo mejor no. En todo caso muere con covid-19, pero la causa de su muerte no es el covid-19. Seguramente hubiese muerto de otra cosa.

Foto: Foto: EFE/Quique García.

P. ¿Hay cifras consolidadas al respecto? Algunas de las que se han presentado son discutidas.

R. De cada mil personas que testamos y son positivas, solo ocho llegan al hospital. Eso deja fuera a todos los que no fueron testados o se testaron en casa, que pueden ser más del doble. Pero volvamos a esos ocho que llegan al hospital. De ellos, cuatro entran por covid-19 y el resto con covid-19. Y de todos ellos, de esos ocho con covid y por covid, solamente uno llega a la UCI.

P. Se suele hablar de que nos hemos insensibilizado ante las cifras de los fallecidos por covid. En vuestro editorial, venís a decir que si tenemos que convivir con un virus endémico, en algún momento tendremos que normalizarlo como causa de muerte, igual que pasa con los suicidios, el cáncer o la propia gripe.

R. No podemos estar hablando todo el día de esto, ni abriendo todos los telediarios con esto, ni dando a todas horas las cifras de esto. En todo caso, habría que mirar al exceso de mortalidad. En la primera ola murieron aproximadamente cuatro veces más personas de lo habitual. Eso es una salvajada. Pero desde entonces, y sobre todo durante 2021, nos hemos mantenido dentro de los valores esperados de mortalidad. En la parte alta de esa estimación, cierto. Pero solo en algunos momentos de 2021 se superó ligeramente esa franja y se entró en niveles excepcionales de mortalidad. Podríamos decir que en 2021, y pese a todas las olas, nos hemos mantenido prácticamente en los límites normales de mortalidad. La diferencia es abismal respecto a la primera ola, que fue una catástrofe sobre todo entre ancianos y residencias.

Foto: Vista de la calle comercial Nakasime, en Tokio, el 30 de diciembre. (Getty/Carl Court)

P. Entiendo que también debería preocupar el colapso sanitario, pero decís que una vez pasada la primera ola no se han producido situaciones de auténtico colapso.

R. No ha tenido nada que ver con la primera ola, desde luego. Ha habido picos de trabajo importantes. Ahora tienen un pico de trabajo importante en las UCI, pero no es comparable al colapso y la tragedia de la primera ola. Gracias a la vacunación y a la inmunidad adquirida por contagio, y probablemente por la menor gravedad de esta variante, hoy estamos en una situación totalmente distinta. Nosotros no nos hubiésemos atrevido a publicar este editorial hace un año. Y muchos menos durante o después de la primera ola. Pero creemos que ahora ha llegado el momento de empezar a pasar página.

P. Otro de los ‘tics’ que se nos han quedado es criticar a los gestores por tomar decisiones 'políticas' y no 'puramente científicas'. Pero definitivamente hemos llegado a una situación en la que quizás hay que tomar decisiones políticas que tengan en cuenta todos los factores, no solo los epidemiológicos. Vosotros venís a decir que es inasumible el precio de reducir al mínimo los contagios de una enfermedad que es leve en la mayor parte de los casos.

R. Ese debería ser un barniz de humildad para los científicos, para los médicos, para los epidemiólogos, para los expertos… La sociedad y las epidemias y las pandemias son mucho más complejas que una infección de un virus que parasita a un humano. Está claro que hay que escuchar a los investigadores y el resto de expertos, pero la sociedad es mucho más compleja. El político tiene que tomar decisiones sobre toda la sociedad, asesorado por gente experta, pero su trabajo es tomar decisiones políticas. De la misma manera que no se puede hacer una carretera escuchando solo al ingeniero, ni al activista medioambiental, ni al propietario de las fincas que atraviesa. Tendrá que escucharlos a todos y hacer política con todos los factores. Otra cosa es que haya condicionantes viciados o tacticismos políticos que puedan ser perniciosos.

Foto: Fernando Simón, en un acto reciente en Córdoba organizado por la UGT. (EFE/Rafa Alcaide)

P. Habláis de “recuperar cuanto antes la vieja normalidad, es decir, la vida como la conocíamos antes de marzo de 2020: sin mascarillas ni limitaciones de la interacción social. La prevención cuaternaria también debe aplicarse a la salud pública, y es especialmente urgente en el ámbito escolar”. ¿Esto lo situáis en el hoy o hay un margen?

R. En el caso del ámbito escolar, desde luego que hablamos del hoy. En ese grupo de edad sí que sería prudente retomar una vida normalizada como la que hacíamos antes. Y que no les obliguemos a vacunarse porque hay muchas dudas sobre la utilidad de las vacunas en los niños, sobre todo entre los más pequeños. La vacunación está sirviendo básicamente para prevenir enfermedades graves y los niños no tienen enfermedades graves. Si la vacuna nos evitase el contagio tendría más sentido hacerlo, pero ahora mismo no está siendo así. Desgraciadamente.

P. ¿Y el resto de medidas?

R. Habrá que mantener algunas, pero tenemos que ir desescalando ya. La mascarilla en exteriores es la más evidente. El testeo habrá que ir haciéndolo solo en centros centinela como se hace con la gripe. Y quizá los rastreos se deberían ir limitando…

P. En otros países, como Estados Unidos, se han publicado recomendaciones parecidas a las que hacéis vosotros, pero a menudo se sugiere esperar unos meses más para tener disponibles los fármacos como el de Pfizer que reduzcan aún más los casos graves de covid. Un último esfuerzo antes de volver a la normalidad. Esto en un país que, es cierto, tiene una tasa de vacunación muy inferior a la española.

R. No tengo conocimiento suficiente para opinar sobre el nuevo medicamento. Pero diría dos cosas. La primera es que ya se le prometió a la población una solución definitiva, que iba a ser la vacuna. Y nos ha evitado millones de muertes y casos graves, pero no es la solución definitiva porque por ahora no es esterilizante. La segunda es que será complicado saber a quién le vamos a administrar el medicamento. En España se dijo que se habían pedido cientos de miles de dosis, pero es posible que no podamos administrarla a toda la población contagiada. Lo normal, de hecho, es que ese medicamento lo acabemos reservando para las personas que tienen SARS-CoV-2 y un riesgo muy grave. No creo que vaya a ser la receta mágica o definitiva. Y volvemos a lo de antes: no podemos estar diciendo eternamente que vamos a ir con cuidado a ver qué pasa. Nadie nos va a asegurar de que las cosas no vayan a empeorar.

La revista de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (Semfyc) publicó el pasado fin de semana un editorial —"El fin de la excepcionalidad"— que ha caído como una bomba en el debate sobre el covid. Su alegato ha sido rebatido por otras sociedades médicas, así como por varios virólogos y epidemiólogos. Lo que sus autores defienden es que ha llegado el momento de replantearse radicalmente la manera en que estamos viviendo y gestionando la pandemia.

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