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'Nos vemos en otra vida': la trama asturiana del 11-M en un imponente 'thriller' fincheriano
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ESTRENO DE SERIE

'Nos vemos en otra vida': la trama asturiana del 11-M en un imponente 'thriller' fincheriano

Disney+ estrena una de sus series más ambiciosas -con permiso de 'Balenciaga'-, basada en el testimonio de Gabriel Montoya Vidal, 'Baby', quien con 15 años se vio envuelto como colaborador necesario en los atentados del 11-M

Foto: Roberto Gutiérrez se estrena en la pantalla como Baby, el primer condenado por el 11M. (Disney )
Roberto Gutiérrez se estrena en la pantalla como Baby, el primer condenado por el 11M. (Disney )

Mucho tiene que agradecerle la ficción televisiva española a la dupla formada por los hermanos Sánchez-Cabezudo, Jorge y Alberto, creadores de la serie consensuada como el pistoletazo de salida de la nueva televisión adulta y de calidad que supuso Crematorio en 2011, nuestros Sopranos patrios. Catorce años después de Crematorio y varios títulos más tarde -la distópica La zona (2017), entre ellos-, los Sánchez-Cabezudo estrenan en Disney+ Nos vemos en otra vida -recuerda el título a aquella novela de Pierre Lemaitre, Nos vemos allá arriba-, un thriller criminal de delincuentes callejeros de mínima estofa, un desentramado del ovillo de catastróficas -y muchas veces increíbles- conexiones que llevaron a la consecución de los atentados del 11M, el gran trauma colectivo de la España del siglo XXI. Aquella fecha se siente hoy como el punto de inflexión del "España va bien", el momento en el que todo empezó a ir cuesta abajo y sin frenos. "Esta serie está basada en la entrevista que Gabriel Montoya Vidal Baby concedió al periodista Manuel Jabois en 2014 y en el sumario del macrojuicio por el mayor atentado yihadista en suelo europeo, cometido en Madrid el 11 de marzo de 2004". Seis capítulos de alrededor de cuarenta minutos para entender mejor nuestra historia reciente.

La que escribe suele desconfiar de las producciones efeméridas -perdón por el palabro-, aquellas que aprovechan el rebufo de aniversarios, bodas y bautizos para agarrar el interés del espectador y de los medios, distraídos siempre con tanta oferta. Programas especiales y refritos colonizan la parrilla de televisión mientras nosotros nos preguntamos cómo han podido pasar ya 10 años y qué hemos hecho con nuestras vidas. Pero enseguida es fácil reconocer en lo nuevo de los Sánchez-Cabezudo lo mejor de lo que somos capaces de hacer en esta industria demacrada a la que le toca competir con el audiovisual hipervitaminado de los yanquis.

En Nos vemos en otra vida el engranaje escritura-puesta en escena está totalmente engrasado: lleno de juegos temporales, de elipsis -gran ejercicio de montaje de Miguel Doblado-, de personajes complejos y ambiguos, de propuestas visuales -esa cámara angular que acompaña a los protagonistas, incómoda-, y de un intento esforzado de comprender mejor la realidad, de alejarnos de estereotipos para entender que, aunque no hay destino sí existe el determinismo y que es cuestión de ver el vaso medio lleno o medio vacío, sino de encontrarte con que lo que está lleno es el agujero del tambor de la pistola con la que juegas a la ruleta rusa. Sobre todo si juegas.

placeholder Pol López interpreta a Emilio Trashorras, el exminero narcotraficante jefe de Baby. (Disney )
Pol López interpreta a Emilio Trashorras, el exminero narcotraficante jefe de Baby. (Disney )

En Nos vemos en otra vida se plantea cómo el determinismo social llevó a un chaval como Gabriel, Baby, nacido en una familia marcada por las drogas y la cárcel, a verse envuelto en una serie de trapicheos que resultaron en pieza de un puzle mayor, mucho más grave y mortal de lo que ellos pensaban. Una cosa acaba llevando a la otra y el nini del barrio acaba sentado frente en la Audiencia Nacional implicado en la muerte de 191 personas. No hay épica ninguna. No la hay en la imagen de los yihadistas haciendo cola para pagar los materiales para el atentado en una cadena de supermercados.

En esta historia también juegan un papel clave el azar, la ambición, la arrogancia y la estupidez en un cóctel explosivo. El acercamiento a los personajes es tan humano, tan reconocible y a la vez genuino -escapa del utilitarismo, de la función unidireccional- y la voluntad de huir de los juicios sumarísmos es tal, que nos acerca un poquito más a entender la complejidad de las fuerzas que operan cuando el resultado es una catástrofe de magnitud histórica. Aunque (casi) siempre habla desde la formalidad -tanto que muchas veces hay que recordarse que nos encontramos ante un ejercicio de ficción, aunque intente ser fidedigno a los hechos-, la serie se deja salpicar por momentos de paradoja cósmica, de absurdo existencial berlanguiano, como el momento en el que el exminero esquizofrénico narcotafricante de Emilio Trashorras (Pol López, robaescenas) negocia la venta de dinamita con los yihadistas en una hamburguesería en Carabanchel. El Trashorras real es, en sí, carne de Berlanga. Hubiese sido divertido si fuese tan dramático.

placeholder Roberto Gutiérrez es Baby adolescente en la nueva serie de los hermanos Sánchez Cabezudo. (Disney )
Roberto Gutiérrez es Baby adolescente en la nueva serie de los hermanos Sánchez Cabezudo. (Disney )

La serie parte desde Baby: familia desestructurada, padre en la cárcel, penurias económicas y cierto talento para la picaresca. Estamos en al Avilés de principios de los 2000 -la ambientación de la época es fidelísima y, gracias a Dios, sin subrayados; no hace falta que cada dos escenas protagonice un plano el anuncio televisivo de turno-, con los astilleros de fondo de pantalla. Las opciones para Baby pasan por un futuro como peón de obra o como delincuente. Y una carambola del destino hace que se junte el hambre con las ganas de comer: por allí aparece Emilio Trashorras, el hombre que encarna todo aquello a lo que Baby aspira: dinero fácil, buen coche y una suerte de inmunidad que se da en los entornos caciquiles. ¿Por qué un tipo como Trashorras, con mucho nervio y (aparentemente) pocas luces, se hizo con el tráfico de drogas de toda la costa asturiana y por qué, además, la Policía no se atreve a tocarle?

El guion coescrito por los Sánchez-Cabezudo junto a Guillermo Chapa dosifica la información, escalando la cadena de poder, en la que siempre hay alguien más arriba, alguien a quien no conocemos. El espectador, en ese aspecto, se coloca en la posición de Baby, sin saber exactamente dónde se sitúa cada uno dentro de un complejo entramado criminal. La voz en off de un Baby adulto -interpretado por Quim Ávila- nos sirve a ratos como apuntador, para recordarnos que nos encontramos ante una historia real -por improbable que parezca-, e incluso tiene bien en aparecer el personaje de Manuel Jabois -que no se interpreta a sí mismo, sino que lo hace Jaime Zataraín- como el periodista a la caza de la entrevista con el protagonista, en una voltereta metacinematográfica. El guion, además, engarza varias líneas temporales: contadas secuencias del Baby niño desarraigado, un grueso del Baby adolescente en la periferia de ese 2004 de los atentados y un Baby adulto, diez años después, que intenta reconstruir su vida y al que el pasado no deja de perseguirle.

placeholder 'Baby' fue el primer condenado por los atentados del 11M. (Disney )
'Baby' fue el primer condenado por los atentados del 11M. (Disney )

Y los Sánchez-Cabezudo vuelven a demostrar su buena mano para la dirección de actores, apostando por caras menos sobreexplotadas. Enorme Pol López, fuera de su resgistro habitual pero explotando esa vis cómica para un personaje torturado -el Trahorras real acaba de pedir la eutanasia desde la cárcel-. Enorme Tamara Casellas, que se merece ya papeles de mayor peso y maternidades menos confictivas -la vimos anteriormente, también estupenda en su abnegación, en El hijo zurdo, de Rafa Cobos- y muy solvente Roberto Gutiérrez en el primer papel de su carrera. También ese reparto de secundarios que hacen crecer sus personajes más allá de la mera comparsa -el guión también les dedica espacio, tiempo y volumen-, como los de El Chino (Mourad Ouani) o Koala (Javier Eiroa).

En esa búsqueda del rigor destaca el episodio quinto de la serie, El silencio, heredero de las crónicas judiciales convertidas en literatura -el propio Jabois con Nos vemos en esta vida o en la otra, Janet Lewis con La mujer de Martin Guerre, Emmanuel Carrère con V:13, Truman Capote con A sangre fría-, en teatro -Ruz-Bárcenas, de Jordi Casanovas-, o en cine -memorable y ascética la reciente Saint Omer (2023), de Alice Diop-. Los testimonios en crudo de algunos supervivientes se suceden en primeros planos -imagino que habrán sido fieles a las declaraciones registradas en los juicios-, dando también espacio y voz a las víctimas. La manera átona de los actores de relatar los hechos remueve: no son necesarios ni los excesos ni las emotividades a las que somos tan dados en el cine español cuando el contenido es tan devastador, casi gráfico. Se encadenan los momentos procesales, de nuevo, con la trama criminal, dotando a los actos de los protagonistas del peso que realmente tuvieron. Por eso rechinan algunos personajes y situaciones demasiado escritas, como el encuentro con la mujer del poblado de la droga del último capítulo. Pero son los menos.

Si en algún momento hemos conseguido, hasta cierto punto, entender la cadena de causalidades que llevaron a Baby a participar en la trama terrorista, su reacción a la muerte de 191 personas lo recoloca: al fin y al cabo, el egoísmo y la falta de escrúpulos de Baby lo han llevado adonde está. En la serie también han integrado metraje real, el de las comparecencias de los ministros y de la cobertura informativa, poniendo en contexto la actuación del Gobierno y la sacudida que supusieron los atentados en la sociedad española. Nos vemos en otra vida se centra en lo personal sin olvidar lo político, lo histórico, lo colectivo. De lo micro a lo macro. La excelente fotografía de Gorka Gómez Andreu y la música de Oliver Arson -que va de la electrónica al estilo Nintendo de los noventa a los violines digitales histéricos- envuelven una de las series más ambiciosas de los últimos tiempos, quizás sin demasiados riesgos formales, pero redonda en su apuesta fincheriana. Como pequeña crítica a una de las que serán las series del año, el cambio de título: Nos vemos en otra vida pierde la carga de su sentido -¿quizás Nos vemos en la otra vida hubiese funcionado?-, puesto que nace de la siguiente conversación con la que el terrorista El Chino se despide de Baby.

Baby: Nos vemos.

El Chino: En esta vida o en la otra.

Con toda la carga suicida que esas palabras llevan.

Mucho tiene que agradecerle la ficción televisiva española a la dupla formada por los hermanos Sánchez-Cabezudo, Jorge y Alberto, creadores de la serie consensuada como el pistoletazo de salida de la nueva televisión adulta y de calidad que supuso Crematorio en 2011, nuestros Sopranos patrios. Catorce años después de Crematorio y varios títulos más tarde -la distópica La zona (2017), entre ellos-, los Sánchez-Cabezudo estrenan en Disney+ Nos vemos en otra vida -recuerda el título a aquella novela de Pierre Lemaitre, Nos vemos allá arriba-, un thriller criminal de delincuentes callejeros de mínima estofa, un desentramado del ovillo de catastróficas -y muchas veces increíbles- conexiones que llevaron a la consecución de los atentados del 11M, el gran trauma colectivo de la España del siglo XXI. Aquella fecha se siente hoy como el punto de inflexión del "España va bien", el momento en el que todo empezó a ir cuesta abajo y sin frenos. "Esta serie está basada en la entrevista que Gabriel Montoya Vidal Baby concedió al periodista Manuel Jabois en 2014 y en el sumario del macrojuicio por el mayor atentado yihadista en suelo europeo, cometido en Madrid el 11 de marzo de 2004". Seis capítulos de alrededor de cuarenta minutos para entender mejor nuestra historia reciente.

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