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'Hedda Gabler': es la reina del tedio, pero nos gustaba más cuando era mezquina
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'Hedda Gabler': es la reina del tedio, pero nos gustaba más cuando era mezquina

Àlex Rigola llega a Madrid —en el Valle-Inclán— con una versión depurada del clásico de Ibsen, que vuelve a situar en una caja de madera, como ya hizo en 'Vania'

Foto: Nausicaa Bonnín, como Hedda Gabler. (CDN)
Nausicaa Bonnín, como Hedda Gabler. (CDN)

Como “una de las figuras románticas más mezquinas de toda la literatura”, así definió la crítica literaria Elizabeth Hardwick a Hedda Gabler, esa mujer irritante, desagradable y ruin creada por el dramaturgo noruego Henrik Ibsen, que parió uno de esos personajes que nunca hemos dejado de observar porque nunca hemos sido capaces de entender sus razones. Hedda Gabler no tiene la herida ni el punch de la heroína. No le mueve la venganza, la traición o el abandono, pero no desaprovecha ni una sola oportunidad para ser mala y comportarse de manera miserable. ¿Por qué? Porque se aburre, porque quizá soñó con una vida más plena, más emocionante, más divertida y es solo una mujer de provincias casada con un tipo bueno pero simplón, un señor que se pasa la vida entre papeles y cómo nos vamos a divertir en esas condiciones, por favor, piensa Hedda mientras juega con sus pistolas.

Hedda Gabler, dice Hardwick, es “una obra extraña sobre una extraña” que Ibsen publicó en 1890 y estrenó en Munich un año después. Tanto el libro como su versión escénica recibieron críticas nefastas, pero, como dice Hardwick, y estamos de acuerdo, fue Hedda y no Nora (de Casa de muñecas) “la auténtica profecía, casi todas las mujeres en las películas de Ingmar Bergman, por ejemplo, son inimaginables sin ella”. Y a esa mujer extraña y profética que en vez de dar un portazo se pega un tiro, el director de escena Àlex Rigola la mete en una caja.

Es una caja de 9 por 7 metros, como aquella que Rigola usó en Who’s me Pasolini en 2017 y, unos años después, en una versión espléndida de Tío Vania, de Chéjov, con Irene Escolar, Gonzalo Cunill, Luis Bermejo y Ariadna Gil. Una caja de madera de techo descubierto, despojada de escenografía, con gradas para 80 espectadores y un par de bancos para los cinco actores: Nausicaa Bonnín, Miranda Gas, Pol López, Marc Rodríguez y Joan Solé. Los personajes de Ibsen se llaman aquí como los actores que los encarnan, actores vestidos con su propia ropa y sin apenas maquillaje, que dan la bienvenida al público y dicen “buenas tardes, Nausicaa Bonnín hace de Hedda Gabler”, y ella: “el personaje de Joan se ha doctorado en historia. Yo, en cambio, no me he doctorado en nada”, y él, de nuevo: “hace dos años que estamos juntos y acabamos de volver después de un viaje sabático en el que mi personaje no ha tenido que dar clases y ella no ha tenido que trabajar, cinco meses viajando, de una ciudad a otra, recogiendo documentación, un viaje que hemos podido hacer gracias a mi tía Olivia”. Y esa tía Olivia que en la obra de Ibsen es la señorita Juliana Tesman aquí es solo una foto pegada en la pared de Olivia, la novia de Popeye.

placeholder Los actores de 'Hedda Gabler', en versión de Àlex Rigola. (CDN)
Los actores de 'Hedda Gabler', en versión de Àlex Rigola. (CDN)

La obra se estrenó en diciembre de 2022 en el Teatre Lliure de Barcelona y acaba de llegar al Teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional, con dramaturgia y dirección de Àlex Rigola, diseño escénico de Max Glaenzel y todas las funciones en castellano, a excepción de una, el 12 de diciembre, que será en catalán.

Gente desubicada

“Es un trabajo que busca el primer plano, que busca una cierta verdad escénica”, dice Rigola, que no solo desnuda el escenario, también despoja el texto de Ibsen, que reduce a un libreto de 28 páginas, con diálogos de frase corta y muchos silencios, que depura hasta llegar al tuétano, a la esencia de una historia en la que los intérpretes parecen estar compartiendo su propia intimidad con el espectador, tan cerca unos y otros que las respiraciones se confunden.

"Es una pieza de personajes tan perdidos como estamos nosotros en la actualidad con ese cambio de era que dicen que estamos viviendo"

Rigola mantiene los cuatro actos de la dramaturgia original, reduce a cinco los siete personajes de Ibsen y sitúa el texto en el hoy, en un estado mental más que físico habitado por gente desubicada, gente que está ahí, compartiendo el espacio, pero sin saber muy bien por qué ni para qué: “Es una pieza de personajes perdidos, tan perdidos como estamos nosotros en la actualidad con ese cambio de era que dicen que estamos viviendo, pero sin saber exactamente hacia dónde vamos, ni quiénes somos. Esta pieza habla de eso, de personas que están desajustadas en la sociedad y que buscan soluciones, buscan cómo vivir en ella”.

El director catalán, que ya llevó a escena Un enemigo del pueblo en diálogo con las luces y sombras de las democracias actuales, afronta este segundo texto del autor noruego convirtiendo esa caja de madera en metáfora de una sociedad contemporánea en la que sus personajes no solo están desubicados, sino que establecen vínculos marcados por la toxicidad, “una toxicidad que recibimos y que damos, no solo a los demás, sino a nosotros mismos”. Vínculos tóxicos que son, en esta puesta en escena, síntomas de un malestar provocado por una incertidumbre que buscará rutas de escape en el sexo, en el alcohol, en las drogas. “No sabemos nada del futuro”, dirá Marc en escena. Y Nausicaa: “Y cada vez menos”.

Felicidad y poder

Rigola construye una puesta en escena en la que sus personajes se mueven en un tiempo congelado, encapsulado, en un tiempo que discurre con languidez y desgana, un tiempo que deja un poso melancólico y tristón, como si todos los personajes fueran el eco de aquellos otros de hace un par de siglos. Personajes que hablan de una felicidad que ninguno sabe identificar y que solo son capaces de escribir en un cartelito, pegado a la pared, como una especie de oxímoron que presidirá toda la obra, en la que late, además, un relato subterráneo sobre otro anhelo, el de poder y control sobre el otro, precisamente porque están perdidos, porque es gente que no tiene las riendas de eso que les pasa pero, sobre todo, de la cantidad ingente de cosas que no les pasan, que no viven.

placeholder Todo el reparto de 'Hedda Gabler', en la caja en la que los ha metido Rigola. (CDN)
Todo el reparto de 'Hedda Gabler', en la caja en la que los ha metido Rigola. (CDN)

Y todo eso discurre sin emoción ni emociones, una ausencia marcada y dirigida por Rigola, que no quiere que sus actores funcionen como actores, que no les dice aquí te ríes, aquí te enfadas o aquí lloras. Es no sucede. Y, a pesar de ello, la historia está cargada de tensión, sutil pero tensión, que palpita en cómo se hablan, en cómo se miran y en cuánto se callan los cinco personajes interpretados por cinco actores y actrices estupendos, a destacar una Nausicaa Bonnín hipnótica que confiesa, mirando al público que a veces piensa que solo ha nacido con una finalidad, “el tedio”. Rigola sustituye el aburrimiento por el tedio, un tedio en mayúsculas, un tedio que lo contamina todo y que coloca la esperanza en la posibilidad de belleza, un tedio que nos recuerda a aquello que una vez escribió Clarice Lispector: “Haber nacido me ha estropeado la salud”.

Tan solo un pero en la propuesta de Rigola, que despoja tanto el texto de Ibsen que resta de cierta profundidad al relato y empobrece la naturaleza y el comportamiento de algunos personajes, alguno de ellos casi irreconocibles, como el del marido de Hedda Gabler, aquí Joan, convertido en un tipo amable, sin más, muy lejos del Jorge Tesman pusilánime e inútil por el que tanto desprecio siente Hedda, que aquí es desagradable y mezquina, pero no tanto como nos gustaría.

‘Hedda Gabler’. Texto: Henrik Ibsen. Dramaturgia y dirección: Àlex Rigola. Reparto: Nausicaa Bonnín, Miranda Gas, Pol López, Marc Rodríguez y Joan Solé. Hasta el 30 de diciembre en el Teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional.

Como “una de las figuras románticas más mezquinas de toda la literatura”, así definió la crítica literaria Elizabeth Hardwick a Hedda Gabler, esa mujer irritante, desagradable y ruin creada por el dramaturgo noruego Henrik Ibsen, que parió uno de esos personajes que nunca hemos dejado de observar porque nunca hemos sido capaces de entender sus razones. Hedda Gabler no tiene la herida ni el punch de la heroína. No le mueve la venganza, la traición o el abandono, pero no desaprovecha ni una sola oportunidad para ser mala y comportarse de manera miserable. ¿Por qué? Porque se aburre, porque quizá soñó con una vida más plena, más emocionante, más divertida y es solo una mujer de provincias casada con un tipo bueno pero simplón, un señor que se pasa la vida entre papeles y cómo nos vamos a divertir en esas condiciones, por favor, piensa Hedda mientras juega con sus pistolas.

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