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'El pato salvaje': cuando tu hogar es una ciénaga
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'El pato salvaje': cuando tu hogar es una ciénaga

Carlos Aladro vuelve a La Abadía para dirigir el texto de Ibsen, meses después de su destitución fulminante al frente del teatro

Foto: 'El pato salvaje'. (Luz Soria)
'El pato salvaje'. (Luz Soria)

Después de muchos años fuera, un hijo vuelve a la casa familiar en Navidad, el mismo día en que su padre da una fiesta. Se lo encuentra pletórico, recibiendo a sus invitados junto a su secretaria, que también es su nueva pareja. Es un empresario de éxito, uno de esos hombres con algo de cinismo, mucho pragmatismo y pocos valores, envuelto hace tiempo en negocios turbios que llevaron a la cárcel a su socio, pero no a él, que viste el esmoquin del prestigio intacto. Padre e hijo tardan poquísimo en discutir. El hijo le echa en cara su falta de sensibilidad con su antiguo compañero, con su familia. El padre le replica que es un sentimental y le propone que se deje de tonterías y se haga cargo de la empresa. “Te hablo de reconstruir un hogar”, le suelta. El hijo contesta: “Pero ¿cuándo ha habido aquí algo parecido a un hogar?”.

Ese padre y ese hijo son dos de los personajes de la obra ‘El pato salvaje’, de Henrik Ibsen, que acaba de estrenar el Teatro de La Abadía de Madrid con dirección de Carlos Aladro. La versión es de Pablo Rosal y en el reparto, siete actores y actrices: Jesús Noguero, Eva Rufo, Juan Ceacero, Javier Lara, Pilar Gómez, Nora Hernández y Ricardo Joven. Y esa pregunta del hijo, con apariencia de reproche familiar del montón, retumba de manera poderosa en el patio de butacas porque toda obra es hija del contexto en el que nace, pero, en este caso, el contexto es casi tan importante como el pato de la historia del autor noruego. Durante las dos horas que dura esta obra, en la que Ibsen radiografía las mentiras sobre las que se cimentan nuestros vínculos y relaciones, la palabra que pronuncian más veces los personajes es 'ciénaga'. Nueve veces. 'Amor', solo dos. Expliquemos por qué la ciénaga gana por goleada y en qué contexto lo hace. El de Ibsen y el de Aladro.

placeholder 'El pato salvaje'. (Luz Soria)
'El pato salvaje'. (Luz Soria)

Ibsen (Skien, Noruega, 1828 - Cristianía, Dinamarca, 1906) está en crisis cuando escribe ‘El pato salvaje’, en 1884. El autor de ‘ Casa de muñecasbusca darle un giro a su escritura, hace 20 años que ha abandonado su Noruega natal y está viviendo en Roma. Escribe en una carta que “el aire italiano y la agradable forma de vivir aquí, en el sur, aumentan enormemente mis ganas de crear” y explica también que en esta obra ha querido hablar “del conflicto entre el anhelo y la competencia, entre la voluntad y la capacidad, el solape de la tragedia y la comedia, ya sea en un plano general o individual”. Y en ese texto, en el que Ibsen está mirando a la sociedad de su tiempo (y la del nuestro), vuelca también su propia biografía: su condición de hijo ilegítimo, la mala relación con su padre y los problemas económicos de su familia. Hasta aquí, el autor. Vayamos al director.

Crisis familiar

José Luis Gómez funda el Teatro de La Abadía en 1994. En febrero de 2019, decide dejar la dirección de la institución y elige como sucesor a Carlos Aladro, hombre de la casa y director del Festival de Otoño desde 2016. En su primera rueda de prensa, Aladro avanza su línea de trabajo, habla de la importancia de los cuidados y, a preguntas de esta periodista, que buscaba un titular resultón, dice que su intención es “matar al padre”. Aladro apuesta por una programación que se aleja de la de su antecesor, que nunca se irá del todo. Llega la pandemia, el teatro por Zoom, el desplome de la taquilla que vivieron todos los teatros y, con la vuelta a la normalidad, una nueva programación y un aumento de las tensiones y la toxicidad en el ambiente laboral del teatro de La Abadía, conocidas por gran parte de la profesión y de la prensa.

Foto: Las niñas de Cádiz - 'El viento es salvaje'.

En febrero de 2022, el patronato del teatro, en el que la Comunidad de Madrid es la institución con más peso e influencia, le destituye fulminantemente y nombra director artístico al dramaturgo y académico Juan Mayorga. Nunca explican las razones de su cese, pero sí las de la elección de Mayorga: "Para relanzar la gestión y la programación" del teatro. Tres meses y medio después de su salida, Aladro vuelve a su 'casa' y es entonces cuando reverbera esa pregunta que pronuncia Javier Lara en escena —“¿cuándo ha habido aquí algo parecido a un hogar?”— y cuando le formulamos a Aladro otras que tienen que ver con ella.

¿Te ha decepcionado esa 'familia teatral' que era la tuya hasta hace unos meses? “No, no tenía tantas expectativas”, contesta el director en conversación con El Confidencial.

¿Cómo entendiste tu salida del teatro? “Hubo un patronato hace tres años que estaba configurado de una determinada manera, con unos representantes de las instituciones públicas que abordaron un proceso de renovación del teatro y consideraron que yo podría ser una persona útil en ese proceso. Y yo, a pesar de entender la complejidad y la dificultad de lo que se me planteaba, acepté. Y luego está lo que ocurre en la vida cultural de este país, que está muy politizada, y en el momento en que cambian esas configuraciones, cambian los planes y yo, en ese nuevo plan, no terminaba de encajar (…) En este país podríamos aprender a entender que la cultura necesita una distancia de seguridad con respecto a los vaivenes políticos y que los códigos de buenas prácticas en la gestión cultural deberían ser algo más que una inspiración”.

En este país podríamos aprender que la cultura necesita una distancia de seguridad con respecto a los vaivenes políticos

¿Cómo ha sido sacar adelante esta obra desde ese lugar de fragilidad en el que estabas y estás? “Es una situación extraordinaria y compleja, que yo he abordado desde una plena conciencia de la vulnerabilidad y de la oportunidad. Aquí venimos a hacer teatro y todo lo demás es coyuntural. Está presente, por supuesto, y está nombrado, pero lo importante es venir a contar esta historia que es muy pertinente, porque también está llena de ecos sobre lo complejas que son las relaciones familiares y profesionales. Está todo ahí y siempre ocurre que, cuando montas un espectáculo, lo que estás viviendo en tu vida forma parte también de tu trabajo artístico. La obra está llena de esa vulnerabilidad, de esa fragilidad y, al mismo tiempo, de la generosidad y entrega de todos los actores y creadores, de la actitud espléndida de todo el equipo del teatro y, por supuesto, de Juan Mayorga”.

El pato no es solo un pato, es la inocencia perdida

‘El pato salvaje’ parte de la relación de dos amigos: Gregers Werle, ese hijo que vuelve a casa del que hablábamos al principio, abanderando la defensa de valores éticos y morales frente a la corrupción de su padre, y Hjalmar Ekdal, el hijo de ese socio que acabó en la cárcel y que ha construido una familia a partir de las decisiones de otros, sin ser del todo consciente de que su universo está basado en mentiras. Y partir de aquí, una historia que, explica Carlos Aladro, está hablando de nosotros: “El análisis que hace Ibsen de las virtudes, los defectos y las contradicciones de la unidad familiar y la sociedad burguesa siguen siendo relevantes porque, aunque ahora haya otras conversaciones que pongan en cuestión ese modelo, al mismo tiempo también estamos viendo una vuelta al núcleo duro y los valores del pensamiento burgués”.

Ibsen reivindica el valor de los afectos y la imaginación a través de la figura de una niña, la hija de Ekdal y de su esposa, Gina, una niña que se está quedando ciega y que cuida a un pato salvaje en el desván de su casa. Un desván en el que cabe un mundo entero, en el que hay una pasarela, un estanque, un bosque, libros antiguos, una brújula y un compás, fotos viejas y un piano desafinado. Y ese pato, que ha estado cuidando desde que lo encontrara malherido. No vemos nada de eso en el escenario, pero ella nos lo cuenta y la creemos. Y mientras los adultos se enfrentan al dilema de entregarse a esas mentiras que hacen de la vida un lugar confortable o desmontar la farsa apelando a la verdad, ese pato salvaje simboliza la inocencia de la infancia en una sociedad que va triturando valores a toda velocidad, una inocencia que habita en un desván que, como el teatro, es un espacio mágico y de juego.

En escena, una mesa, una moqueta en el suelo y algunas sillas. Tras los cristales de una ventana, las luces de un árbol de navidad en un espacio con dos paredes y tres puertas. A ambos lados, las bambalinas al descubierto, en las que veremos a los actores cambiarse de ropa y salir a escena en la piel de cada personaje. Porque Aladro juega a lo metateatral, como si sus personajes fueran los actores de una compañía de teatro que interpretan la historia de Ibsen. Y veremos a Berta/ Pilar Gómez, la pareja del empresario Werle, dirigiéndose al público, micrófono en mano, para guiar la historia o para hablarnos de la relación de Ibsen con su hermana. A Juan Ceacero/ Hjalmar Ekdal, bajando al patio de butacas mientras grita que no es capaz de interpretar una escena especialmente dura. O a Jesús Noguero, que interpreta al empresario Werle y al doctor Relling, compartiendo una cerveza con el público en un momento de calma antes del gran desastre.

Aladro lleva a escena un texto complejo con solvencia, pero con menos tensión dramática de la que cabría esperar

Aladro lleva a escena un texto complejo, muy poco representado en España, y lo hace con solvencia, pero con menos tensión dramática de la que sería de esperar, seguramente porque introduce un plano de comedia que no siempre funciona dentro del drama. Jesús Noguero ilumina el escenario cada vez que aparece, ya sea como Werle o como el excéntrico doctor Relling. Eva Rufo, con mucha presencia y poco texto, hace teatro con solo arquear una ceja. Y Juan Ceacero construye un personaje complicadísimo, un tipo superado y al borde del colapso emocional que introduce ese elemento cómico en medio de la tragedia: si se le dispara el histrión, el personaje se convertirá en ridículo, y el actor lo sabe.

‘El pato salvaje’, de Henrik Ibsen. Dirección: Carlos Aladro. Versión: Pablo Rosal, a partir de la traducción de Cristina Gómez-Baggethun para la editorial Nórdica. Reparto: Juan Ceacero, Pilar Gómez, Nora Hernández, Ricardo Joven, Javier Lara, Jesús Noguero y Eva Rufo. En el Teatro de La Abadía hasta el 19 de junio.

Después de muchos años fuera, un hijo vuelve a la casa familiar en Navidad, el mismo día en que su padre da una fiesta. Se lo encuentra pletórico, recibiendo a sus invitados junto a su secretaria, que también es su nueva pareja. Es un empresario de éxito, uno de esos hombres con algo de cinismo, mucho pragmatismo y pocos valores, envuelto hace tiempo en negocios turbios que llevaron a la cárcel a su socio, pero no a él, que viste el esmoquin del prestigio intacto. Padre e hijo tardan poquísimo en discutir. El hijo le echa en cara su falta de sensibilidad con su antiguo compañero, con su familia. El padre le replica que es un sentimental y le propone que se deje de tonterías y se haga cargo de la empresa. “Te hablo de reconstruir un hogar”, le suelta. El hijo contesta: “Pero ¿cuándo ha habido aquí algo parecido a un hogar?”.

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