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Enrique Mora, el cerebro español de la UE que intenta revivir el acuerdo nuclear con Irán
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Una vida por la diplomacia

Enrique Mora, el cerebro español de la UE que intenta revivir el acuerdo nuclear con Irán

El cordobés es director político del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) y es una pieza clave para intentar cerrar la vuelta de Estados Unidos al acuerdo nuclear iraní

Foto: Ilustración: Marina G. Ortega
Ilustración: Marina G. Ortega

Queda poco para la medianoche en Viena a mediados de enero de 2022 y Enrique Mora (Córdoba, 1958) está en uno de los momentos más duros de su larga carrera en el mundo de la diplomacia. Es el cerebro europeo detrás del esfuerzo por revivir el acuerdo nuclear de Irán, del que Donald Trump sacó a Estados Unidos en 2019. Pero está cansado, hace ya un rato que normalmente estaría durmiendo, lleva semanas encerrado en una nueva intentona de una negociación durísima y sufriendo las consecuencias personales, físicas y psicológicas de unas conversaciones que se están alargando y que se alargarán todavía más. Recibe dos mensajes en poco tiempo. Uno es de Robert Malley, desde enero de 2021 el negociador americano. El otro es de Ali Bagheri Kani, el negociador iraní. Otra vez el fuego cruzado entre los dos lados de la negociación. Una escena que se repite en muchas ocasiones a lo largo del trato. Aunque está ahí la sensación de tocar fondo, las conversaciones continúan durante meses con la sospecha de que cuelgan constantemente de un finísimo hilo.

Finalmente, en julio logran alcanzar buena velocidad, pero ahí se vive otro de los momentos más duros para Mora desde que se encarga de las negociaciones. "El mejor acuerdo posible para todas las partes está sobre la mesa. Asegura beneficios económicos claros y mensurables para el pueblo iraní y beneficios verificables de no proliferación para la comunidad internacional. Invito a todos los participantes a dar el último paso", escribía Mora a finales de julio en redes sociales. Unos días después, viajaba a Viena con el objetivo de que Teherán y Washington dieran ese último paso. Pero, de nuevo, nada puede cerrarse. Todo se mantiene suspendido en el aire de forma permanente. Después estallan las protestas contra el régimen de los ayatolás y todo termina de complicarse para que el pacto siga adelante.

Mora mantiene la paciencia mientras ve cómo, una vez más, el acuerdo se le escapa entre los dedos de las manos, mientras a Europa se le van abriendo nuevos frentes, como la guerra en Ucrania por la invasión rusa. Las diversas fuentes consultadas para elaborar este perfil coinciden en que su flexibilidad, su temple y su humor le convertían en un candidato ideal para dirigir unas conversaciones que requerían de un perfil muy específico. El texto acordado en julio sigue en pie, pero cerrar las negociaciones ya no depende de su trabajo: la posibilidad de llegar a un acuerdo ha escapado de sus manos y depende de otros factores.

Las negociaciones, que se reactivaron en abril de 2021, están siendo enormemente complejas no solamente por el contenido, sino también por la forma en la que se han desarrollado: los americanos y los iraníes no se hablan. Negocian, pero no de manera directa. El trabajo de Mora, director político del Servicio de Acción Exterior de la Unión Europea (SEAE), ha sido hablar con cada una de las partes y transmitir el mensaje al lado contrario, mientras que con suavidad y cuidado ha intentado llevarlos a un terreno común. Un trabajo de aproximación permanente. Lo que Malley dice a Mora que diga a Bagheri es ligeramente distinto a lo que el iraní acaba escuchando. El mensaje es similar, las palabras son otras. Y exactamente igual ocurre en sentido contrario.

Foto: Un hombre tras un intenso bombardeo en Bakhmut, Ucrania. (Reuters/Clodagh Kilcoyne)

No se trata de un simple trabajo de transmisión. Se trata de traducir, de conseguir que dos mundos completamente distintos se entiendan. Malley es un liberal americano de libro. Es hijo de un famoso periodista judío egipcio, estudió en Harvard y se casó con una compañera de la universidad. Encarna la élite liberal de América, la que más odia en algunos lugares del mundo, pero especialmente en Teherán. Y, si Malley es un liberal americano de libro, Bagheri representa todo lo contrario. Es un conservador iraní de guión. Su padre, Mohammad-Bagher Bagheri, formó parte de la primera, segunda y cuarta Asamblea de Expertos, el consejo que elige al líder supremo. Incluso va más allá, su hermano, Mesbah al-Hoda Bagheri Kani, está casado con la hija del líder supremo, el ayatolá Alí Khamenei, que decidió que las negociaciones nucleares quedaran en manos de su familia. Y eso en Irán y en su política es más de lo que muchos en Occidente pueden comprender.

Hacer que dos mundos que no hablan el mismo idioma, que comprenden el mundo de una manera diametralmente opuesta, se entiendan y lleguen a un acuerdo. Esa es la misión. No solamente es complicado tener éxito en esa tarea, sino que es el objetivo de todas las críticas. Si algo sale mal, la culpa es tuya. Ese es el trabajo que ha ocupado prácticamente todo el tiempo de Mora en los últimos meses. Desde que el 23 de noviembre de 2021 empezó una nueva intentona de negociaciones en Viena, el diplomático español ha dormido solamente un puñado de noches en Bruselas, aunque en los últimos meses, con las negociaciones en una calma tensa, su foco se ha centrado en otros asuntos y ha pasado más tiempo en la capital comunitaria. Esa noche de mitad de enero de 2022, cerca de la medianoche, Mora se encuentra en uno de esos momentos en los que las dos partes le están presionando. A través de mensajes, le dicen que la culpa es suya, que la negociación no va a ninguna parte. Ocurrirá de nuevo muchas más veces antes de poder rozar el acuerdo y que se vuelva a alejar de la mesa en la que no solamente se sientan los americanos y los iraníes, también están presentes Rusia, China, Alemania, Reino Unido y Francia.

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Pero el trabajo del español va más allá del acuerdo nuclear iraní. Tras ese mal día a mediados de enero, pocas horas después, Mora está volando hacia Moscú, para verse con las personas con las que el español también hace un trabajo de aproximación continuo. Falta poco más de un mes para que el Kremlin lance la invasión de Ucrania, pero la presión ya está en máximos. La Unión Europea está relativamente ciega en esos momentos. Estados Unidos negocia bilateralmente con Rusia, y en menor medida lo hace la OTAN. Josep Borrell, alto representante de la Unión en Política Exterior y de Seguridad, se quejaba amargamente de que se dejara a Europa a un lado. Los únicos ojos que va a tener por ahora la Unión en esta cuestión son los de Mora, al que envían de visita a Moscú, donde se ve con algunos de sus enlaces en la capital rusa.

Cuando vuelve a subirse al avión, de vuelta a Viena, no tiene indicios de que Rusia vaya a invadir Ucrania. Nadie sabe exactamente lo que va a ocurrir. Todos están a ciegas, no solamente en Bruselas, también en la propia Moscú. Rusia se ha convertido en los pensamientos de un solo hombre, aislado, resentido, engañado, con una pésima información sobre su ejército y sobre el país que pretende controlar. La guerra se acerca, pero él vuelve a encerrarse en un salón del lujoso Palais Coburg de Viena, en el que se celebran las negociaciones nucleares y en las que continuarán durante meses, con visitas a Teherán y a Washington.

Foto: Mohamed VI impone a Pier Antonio Panzeri la orden del Wissam Alaui. (MAP)

Una vida en el aire

Unas pocas semanas antes de aquellas noches complejas de enero en Viena y la extraña visita a Moscú, Mora está sentado en uno de esos vuelos que uno cree que jamás cogerá: el de primera hora de la mañana de un 1 de enero. Ese que solamente cogen borrachos, gente a la que se le ha muerto alguien o personas que viven en los ángulos muertos de la sociedad. Él es de este último grupo. Su trabajo es clave para los objetivos diplomáticos de la Unión Europea, pero prácticamente invisible.

Se trata de una labor que ocupa todo su tiempo. Se acuesta temprano y se levanta antes de que amanezca para tener tiempo a solas para ponerse al día, hacer algo de deporte y después ponerse manos a la obra. Como director político del SEAE, su trabajo es estar encima de todas las crisis. Si antes del verano estaba en Doha intentando hablar con los talibanes, unos meses después se encontraba gestionando la respuesta europea al derrumbe de Afganistán, y después negociando el acuerdo nuclear con una mano mientras sigue el conflicto en Ucrania con la otra.

Foto: Agentas de la policía en Kosovo. REUTERS/Ognen Teofilovski

Se trata de un trabajo que desgasta a todos los niveles, y en el que los protagonistas pagan un importante precio. La vida en los aeropuertos y la presión se suman al hecho de que, en la mayoría de las ocasiones, el SEAE tiene poca capacidad de acción. Cuando hay una crisis internacional todo el mundo mira a Bruselas y a la Unión Europea buscando soluciones y acción, pero la verdad es que la política exterior sigue estando en manos de los Estados miembros. El acuerdo nuclear iraní, sin embargo, es uno de esos ejemplos en los que Bruselas tiene un papel central. Es la gran joya de la corona de la política exterior europea desde que se alcanzara en 2015.

Este es y será el trabajo de su vida. Llegó a él en febrero de 2020 de la mano de Josep Borrell directamente desde el otro trabajo de su vida, el ser director político del Ministerio de Asuntos Exteriores. Borrell, entonces como ministro, lo mantuvo en el cargo tras la caída del Gobierno del Partido Popular de Mariano Rajoy en 2018, durante el cual Alfonso Dastis había ocupado la cartera de Exteriores. Cuando hay un nuevo ministro enseguida empieza el sonido de las cabezas que ruedan en las plantas nobles. Pero el exministro Javier Solana recomendó a Borrell que mantuviera cerca a Mora, al que conocía bien porque había sido su jefe de gabinete cuando él fue el alto representante de la Unión (el mismo cargo que más tarde ocuparía el propio Borrell) entre 2005 y 2009. Y el catalán decidió seguir el consejo de Solana y le mantuvo en el cargo.

Foto: El exsecretario general de la OTAN Javier Solana. (EFE)

La carrera diplomática de Mora empezó en 1989, en la Oficina de Derechos Humanos, bajo la tutela de la recientemente difunta Mercedes Rico Carabias, que era subdirectora general y toda una figura dentro de la carrera diplomática. Él no estaba, a priori, destinado a trabajar en el mundo de la diplomacia. Mora se convirtió en físico teórico cuando la principal salida a esa carrera era la industria nuclear, pero la moratoria de 1982 del Gobierno de Felipe González cerró esa puerta para el joven cordobés, que decidió entonces lanzarse a la carrera diplomática. En aquel primer puesto en la Oficina de Derechos Humanos tuvo que acudir una mañana en sustitución de Rico a la conocida como reunión de telegramas. Lo que vio le fascinó. Alrededor de una mesa se sentaban todos los directores y encargados que iban a la reunión con los asuntos que les habían llegado desde los distintos puntos del mundo.

Presidiendo la mesa se sentó Fernando Perpiñá-Robert, que empezó a señalar a los distintos directores, que le relataban los asuntos que tenían sobre la mesa. Él los despachaba sobre la marcha, dando órdenes, marcando el ritmo, pensando ahí mismo qué respuesta se daba a un determinado asunto o pidiendo que un determinado problema se tratara más tarde. Tenía todo un mapa en la mente con los temas importantes y cómo tratarlos. Era un director de orquesta que marcaba el ritmo de toda la política exterior española.

Al volver a su oficina, el joven Enrique Mora le explicó a Rico que quería hacer ese trabajo en el futuro. No le interesaba tanto ocupar una embajada, que es la ambición tradicional de cualquier diplomático. Quería estar allí, en el centro del escenario. Rico le explicó quién era y qué hacía: era el director político del Ministerio de Asuntos Exteriores, un cargo cuyo título oficial es secretario general de Política Exterior (SGPE). Rico acudiría 25 años después a la toma de posesión de Mora para ese mismo puesto y le recordó aquella escena. Había alcanzado la cima de su carrera. Al menos hasta entonces.

Tras abandonar la oficina de Rico en 1989, el joven Mora pasó por distintos puestos, fue director adjunto de misión en la embajada de Líbano y ayudó después, entre 1995 y 1996, al trabajo de Carl Bildt como mediador de la Unión Europea para los Balcanes. Volvió después al ministerio, pasó dos años en Nicosia (Chipre) y, finalmente, se cruzó con una de las figuras más importantes de su carrera: Javier Solana. En 2005, el que había sido secretario general de la OTAN y ahora era segundo alto representante de la Unión para Política Exterior y de Seguridad pidió a Mora que se uniera a su oficina en Bruselas.

Solana recuerda el día que conoció al que acabaría siendo su jefe de gabinete. "A Enrique lo conocí en la entrega de despachos, cuando yo era ministro de Asuntos Exteriores (1992-1995) y él era un joven diplomático recién entrado en la carrera", explica a El Confidencial. Era el momento en el que Mora se preparaba para marcharse a Beirut. "Durante el acto de entrega de los despachos, los diplomáticos iban pasando. Les felicitaba y les preguntaba brevemente cómo se llamaban y, sobre todo, qué habían estudiado. Cuando pasó Enrique, le pregunté qué había estudiado, a lo que me respondió: 'Soy físico'. Entonces le dije que nos veríamos en el futuro. Y así fue", explica el antiguo ministro que, como Mora, era físico.

Foto: Sesión en el Parlamento Europeo este miércoles. (Reuters/Yves Herman)

Cuando tuvo que buscar un hombre de confianza, Solana decidió llamar a aquel físico teórico con el que se había cruzado a principios de los 90 y que ya se había ganado un nombre dentro del ministerio. "Le llamé cuando él estaba en la embajada española en Chipre y le ofrecí el puesto", explica el exministro. "Enrique es una persona trabajadora, seria y muy inteligente, con la cual trabajé mucho durante esos años en los que coincidimos en Bruselas", recuerda el que fuera jefe de la diplomacia europea.

Tras la experiencia en la capital comunitaria, el perfil de Mora había crecido todavía más. Acabaría llegando, en 2014, a aquel puesto que le fascinó en 1988. La presencia de Rico en aquella toma de posesión parecía marcar el final de trayecto, el círculo que se cerraba desde sus inicios hasta la cima. Sin embargo, en 2020, Josep Borrell asumió el cargo de alto representante y ofreció a Mora dar un nuevo paso con el cargo de director político del SEAE: debía decidir entre ese puesto que se le ofrecía o un retiro dorado en una embajada.

Mora ha estado cerca de devolver a Estados Unidos al acuerdo nuclear en varias ocasiones, a pesar de que el pacto ha estado en muerte clínica durante mucho tiempo desde que Trump anunció su salida. Desde aquel momento, se convirtió en una prioridad de la política exterior europea lograr que el pacto se mantuviera en pie, y Mora ha sido el encargado en estos últimos años. El acuerdo sigue sin salir adelante y vuelve a estar suspendido en el aire. Pero el trabajo de Mora sigue adelante, ahora más centrado en la guerra en Ucrania, a la espera de cambios de posición concretos en las negociaciones nucleares. A mitad de octubre de 2024, cumplirá 66 años, la edad de jubilación en las instituciones europeas, y abandonará su cargo. Mientras tanto, y si no hay cambio de planes, el cerebro de la política exterior europea seguirá pensando en español.

Queda poco para la medianoche en Viena a mediados de enero de 2022 y Enrique Mora (Córdoba, 1958) está en uno de los momentos más duros de su larga carrera en el mundo de la diplomacia. Es el cerebro europeo detrás del esfuerzo por revivir el acuerdo nuclear de Irán, del que Donald Trump sacó a Estados Unidos en 2019. Pero está cansado, hace ya un rato que normalmente estaría durmiendo, lleva semanas encerrado en una nueva intentona de una negociación durísima y sufriendo las consecuencias personales, físicas y psicológicas de unas conversaciones que se están alargando y que se alargarán todavía más. Recibe dos mensajes en poco tiempo. Uno es de Robert Malley, desde enero de 2021 el negociador americano. El otro es de Ali Bagheri Kani, el negociador iraní. Otra vez el fuego cruzado entre los dos lados de la negociación. Una escena que se repite en muchas ocasiones a lo largo del trato. Aunque está ahí la sensación de tocar fondo, las conversaciones continúan durante meses con la sospecha de que cuelgan constantemente de un finísimo hilo.

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