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Comienza la era Raisi: el oportunista en jefe a un escalón del poder absoluto en Irán
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De funcionario a presidente, por ahora

Comienza la era Raisi: el oportunista en jefe a un escalón del poder absoluto en Irán

El recién inaugurado mandatario iraní ha sido descrito como un fanático, un fundamentalista o un radical, pero aquello que más lo define es su ambición por el poder y su oportunismo

Foto: Ebrahim Raisi, durante la campaña electoral. (Reuters)
Ebrahim Raisi, durante la campaña electoral. (Reuters)

El resultado era un secreto a voces. Semanas antes de las elecciones presidenciales de Irán, celebradas el pasado 18 de junio, el Consejo de Guardianes, un órgano de gran porder cuya misión es garantizar la continuidad los valores islámicos en el país, había vetado a todos los candidatos influyentes de los bandos reformista y moderado. Esta serie de decisiones dejaba al candidato más destacado de los principalistas —conservadores, léase como "seguidores de los principios"—, Ebrahim Raisi, con la vía totalmente despejada hasta la presidencia. Dicho y hecho: este martes, Raisi comenzó su mandato al frente del Ejecutivo iraní.

Conviene aprenderse su apellido, porque Raisi va a ser una pieza central de la actualidad internacional durante los años venideros. Porque aunque tradicionalmente los mantatarios iraníes juegan un papel discreto en la política exterior del país, la cual es controlada por el líder supremo, Ali Jamenei, el nuevo presidente es considerado como su posible sucesor. Por ello, todos sus movimientos van a ser examinados con lupa, especialmente desde Washington en un momento en el que el posible retorno de Estados Unidos al acuerdo nuclear iraní pende de un hilo.

Pero si bien el resultado de las elecciones iraníes era de sobra conocido, el ganador continúa despertando incógnitas. Ha sido descrito como un fanático, un fundamentalista o un ultraconservador, todas ellas estas caracterizaciones que, según expertos consultados por El Confidencial, esconden la que puede ser su característica más importante: su oportunismo. A base de obedecer órdenes durante décadas sin mostrar un atisbo de duda o remordimiento, Raisi ha ascendido progresivamente en las filas de las instituciones no democráticas de Irán para acabar convirtiéndose en la persona con más probabilidades de ser el próximo líder supremo del país. Esta es su historia.

Foto: Partidarias del candidato presidencial Ebrahim Raisi en Teherán. (EFE)

Una ascenso en la sombra

Nacido en 1960, Raisi se crió en el seno de una familia de clérigos en Mashhad, la segunda ciudad más grande de Irán y lugar del santuario chií más sagrado del país. Siguiendo la tradición familiar, inició con 15 años sus estudios en Qom, el principal centro intelectual de esta rama del Islam. En un contexto de desencanto popular contra el régimen del sah, el joven Raisi se encontraba en uno de los centros neurálgicos de respaldo a las ideas del ayatolá Ruhollah Jomeiní, líder político-espiritual de la inminente revolución de 1979 que derrocó a la Dinastía Pahlaví (respaldada por Occidente) e instauró la república islámica que continúa hasta nuestros días.

Tras participar activamente en la revolución, Raisi continuó sus estudios, obteniendo un doctorado en jurisprudencia y derecho islámicos. Eran tiempos de profundas turbulencias en la recién nacida república. En gran medida externas, con Irak iniciando una guerra contra Irán en 1980 que se extendería durante 8 años y en la que morirían cerca de un millón de personas; pero también había inestabilidad interna, dado el rechazo al régimen islámico por parte de los leales al sah y de los disidentes secularistas de izquierda. El futuro presidente dedicó su carrera desde un inicio a suprimir esta última fuente de oposición.

Esto le llevó a participar en el evento por el que más es conocido a nivel internacional. Es también la principal razón por la que pronto se convertirá en el primer presidente iraní sancionado por EEUU antes de ostentar el cargo: su papel en la llamada "comisión de la muerte" que ordenó en 1988 la ejecución extrajudicial de entre 4.000 y 5.000 presos políticos, según Amnistía Internacional. Raisi era uno de los cuatro miembros de la comisión, de acuerdo con múltiples investigaciones y el relato de los pocos testigos que quedan de una de las épocas más oscuras de la historia de Irán, la cual continúa a día de hoy protegida por un extremo secretismo.

placeholder El líder supremo Ali Jamenei (izq.) junto a Ebrahim Raisi (der.). (Reuters)
El líder supremo Ali Jamenei (izq.) junto a Ebrahim Raisi (der.). (Reuters)

Desde entonces, Raisi ha mantenido una relación cercana con los principales pilares del conservadurismo iraní: el ‘establishment’ clerical, los aparatos de seguridad e inteligencia, los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica y, sobre todo, con el propio líder supremo (que es el el jefe de estado y la máxima autoridad, tanto política como religiosa, del país) Ali Jamenei, que desde su llegada al poder en 1989 ha impulsado en reiteradas ocasiones la carrera del clérigo con el que comparte ciudad de nacimiento. Estos contactos hicieron que Raisi comenzara a escalar puestos en la rama judicial y que se convirtiera en una persona muy conocida de puertas para adentro del régimen. De puertas para afuera, no obstante, su personalidad continuaba siendo un misterio.

Para la mayoría de iraníes y analistas internacionales, esta tampoco tenía mucha importancia. “¿De quiénes se rodea? ¿Con quién va a estar trabajando? ¿Quiénes facilitaron su llegada a la presidencia? Esas son las preguntas más importantes” indica a El Confidencial Ali Reza Eshraghi, director de proyectos de la división de Medio Oriente y el Norte de África del Institute for War and Peace Reporting. “Busques donde busques, encontrarás nombres que desatan el temor de reformistas y moderados en Irán”, agrega.

El ascenso imparable de Raisi terminó propulsándolo al frente de la fiscalía general del país en 2014, a una primera candidatura a la presidencia en 2017 (que perdió frente a Hasán Rohaní) y a la jefatura del Poder Judicial en 2019. Durante esta etapa, Raisi lideró una serie de reformas judiciales que conmutaban las penas de múltiples delitos, permitiendo que un gran número de condenados eludieran el encarcelamiento e incluso la pena de muerte. Fue una decisión que resulta poco congruente con el conservadurismo de línea dura que se le presume. ¿El motivo? La medida contaba con un enorme respaldo popular, uno que iba a necesitar si deseaba aspirar a un cargo electo democráticamente.

“A lo largo de las cuatro últimas décadas, Raisi ha exhibido una gran habilidad a la hora de adaptarse a las circunstancias y a los tiempos políticos”, explica a este periódico Sajjad Safaei, investigador del Instituto Max Planck de Antropología Social en Halle, Alemania. “Es mucho más pragmático de lo que la gente está dispuesta a admitir”.

En un análisis publicado recientemente en Foreign Policy, Safaei argumenta que Raisi es un hombre impulsado, ante todo, por una profunda devoción a la adquisición del poder, no por ninguna adherencia fanática a una ideología. “No importa lo que exijan los tiempos políticos ni la dirección de la que emanen: él siempre está listo para responder a ellos”, afirma el experto en Irán. Por ello, es de esperar que se convierta en el primer presidente de la era Jamenei cuyas opiniones y declaraciones sean una extensión de las del líder supremo.

Porque en el ascenso meteórico del clérigo de Mashhad solo queda un último escalón. Y hoy en día nadie está mejor posicionado que él para alcanzarlo.

¿El próximo líder supremo?

Raisi es ampliamente considerado como el posible próximo líder supremo de Irán. Su cercanía con Jamenei es un factor determinante, pero no el único. En la mente de todos está el único precedente del remplazo de la máxima autoridad del país: cuando el propio Jamenei, quien entonces era presidente, fue elegido como sucesor del ayatolá Jomeini el 4 de junio de 1989, un día después de su muerte. La percepción de la presidencia como estación previa a la jefatura del estado está instaurada en el imaginario iraní desde entonces.

Eshraghi: "Por primera vez, la élite política iraní está hablando públicamente sobre el tema de la sucesión".

Pero hay otro motivo importante: el artículo 111 de la constitución iraní establece que tras la muerte (o incapacitación) de un líder supremo se debe formar un comité compuesto por tres miembros —entre ellos, el Presidente— que se encargue temporalmente de sus tareas hasta que la Asamblea de Expertos nombre a su sucesor. Raisi forma parte de esta asamblea de 88 miembros desde 2007 y fue elegido como su vicepresidente en 2019. Por lo tanto, si Jamenei fallece o resulta incapacitado para la labor, Raisi no solo tendrá la oportunidad de demostrar públicamente que puede ejercer (parcialmente) su cargo, sino que será juez y parte en el proceso de selección. “Tanto el precedente de la sucesión de Jamenei en 1989 como la constitución lo ponen en una posición privilegiada para, como mínimo, poder ejercer una enorme influencia sobre el proceso y, en última instancia, convertirse en el nuevo líder supremo”, afirma Sajjad.

Raisi no es el primero en ser señalado por los observadores internacionales como posible sucesor de Ali Jamenei. Tanto Hashemí Rafsanyaní, presidente de Irán entre 1989 y 1997, como Hashemi Shahroudi, jefe del poder judicial de la república entre 1999 y 2009, fueron considerados en su momento como reemplazos en potencia del líder supremo. “Es algo sobre lo que se lleva especulando durante los últimos 20 años sin que haya llevado a ninguna parte”, indica Eshraghi. Sin embargo, lo que diferencia al contexto político actual del de hace dos décadas es la apertura con la que la era ‘post Jamenei’ está siendo debatida en las altas esferas de Teherán. “Por primera vez, la élite política iraní está hablando públicamente sobre el tema de la sucesión”, agrega el experto.

En Irán nada está escrito en piedra

Hay aires de cambio en Teherán. Analistas coinciden en que a lo largo de los próximos años van a producirse una reorganización y un realineamiento políticos cuya dirección y profundidad todavía son difíciles de predecir. Ocupada toda la élite política en esta reestructuración del poder de puertas para adentro, es probable que Irán reduzca su actividad en el exterior. Una pausa que supone una decisión táctica, pero no un cambio de estrategia.

Foto: Una mujer camina frente a un mural de la bandera nacional iraní en Teherán, la capital del país. (Foto: EFE)

El principal punto de la agenda exterior iraní, la restauración del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, en inglés) —el pacto nuclear entre Teherán y las principales potencias extranjeras que Estados Unidos abandonó durante la Administración de Donald Trump— ofrece a los principalistas la oportunidad perfecta de no mover ficha. Si vuelve a entrar en funcionamiento, los conservadores sacarán rédito político de los beneficios económicos del levantamiento de sanciones estadounidenses, las cuales obstaculizan el comercio, el acceso a los mercados financieros y las exportaciones de petróleo de Irán. Por otra parte, cualquier complicación o decepción respecto al pacto podrá ser atribuida a los fallos de la administración de Rohani. Al no tener nada que perder y mucho por ganar, el propio Raisi ha argumentado a favor de revivir el acuerdo a través de las conversaciones que se están llevando a cabo actualmente en Viena.

Desde Occidente, la política iraní a menudo se da por sentada. El Gobierno político es descrito como un simple teatro de las apariencias para dar un barniz democrático a una teocracia en la que el líder supremo mantiene el control real del poder y la ideología permanece inmutable. La realidad es más complicada y, sobre todo, menos estática. El objetivo manifesto de los principalistas es mantener el status quo en el interior del país (y cambiarlo en el exterior), pero dentro de la facción las alianzas, las lealtades y las ideologías dominantes están inmersas en una lucha constante.

Estas mismas elecciones son un ejemplo de esa mutabilidad. Ari Larijani, portavoz del parlamento iraní entre 2008 y 2020, fue nombrado por el entonces presidente Mahmud Ahmedineyad y contaba con sólidas credenciales entre los conservadores de línea dura. Pero tras pactar con Rohani durante su gobierno, fue marginado dentro de su propio partido y, eventualmente, vio como su candidatura a la presidencia era vetada este año por el Consejo de Guardianes. No fue el único. Entre la lista de aspirantes rechazados en 2021 también estaba el propio Ahmedineyad, quien junto a Larijani llamó a boicotear los comicios. Así es la realidad de la política iraní: quien hoy está arriba, mañana puede ser un rival. “A lo largo de los próximos años, podemos esperar más divisiones dentro del bando principalista”, indica Eshraghi.

“Cualquier cosa que hoy parezca sólida en la política de Irán está sostenida por una red política oculta que puede hacerla caer en cualquier momento”, advierte el experto. Tras décadas de experiencia maquinando en las sombras para llegar a lo más alto, Raisi sabe mejor que nadie que el abismo acecha en cada esquina.

El resultado era un secreto a voces. Semanas antes de las elecciones presidenciales de Irán, celebradas el pasado 18 de junio, el Consejo de Guardianes, un órgano de gran porder cuya misión es garantizar la continuidad los valores islámicos en el país, había vetado a todos los candidatos influyentes de los bandos reformista y moderado. Esta serie de decisiones dejaba al candidato más destacado de los principalistas —conservadores, léase como "seguidores de los principios"—, Ebrahim Raisi, con la vía totalmente despejada hasta la presidencia. Dicho y hecho: este martes, Raisi comenzó su mandato al frente del Ejecutivo iraní.

Irán Islam Hasan Rohani