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¿Se está convirtiendo España en la nueva Alemania? Así ha caído en la trampa del ahorro
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¿Un exceso de prudencia temerario?

¿Se está convirtiendo España en la nueva Alemania? Así ha caído en la trampa del ahorro

La reducción de la deuda externa fue una gran noticia para España, pero tras el saneamiento realizado, el país sigue inmerso en un ajuste interno que lastra el crecimiento

Foto: Una mujer compra en una carnicería en un mercado de Madrid. (EFE/Daniel González)
Una mujer compra en una carnicería en un mercado de Madrid. (EFE/Daniel González)

En el año 2008, los españoles recibieron una gran reprimenda de los mercados financieros: "Habéis vivido por encima de vuestras posibilidades, ahora toca pagar". La cuenta ascendía al 100% del PIB de deuda externa, lo que anticipaba largos años de apretarse el cinturón. "Tendríais que ser menos como los españoles y más como los alemanes". Tras quince años escuchando la misma lección, ha terminado calando hasta el ADN. Los propios alemanes viven ahora atemorizados por otra lección que aprendieron hace casi un siglo, en el Periodo de Entreguerras, la de la hiperinflación.

Los españoles aprendieron su lección: contener el gasto todo lo posible. El esfuerzo del conjunto del país ha permitido bajar la deuda externa desde el 100% del PIB hasta situarla por debajo del 60%. Un logro colectivo que ha permitido al país recuperar la solvencia perdida, incluso a pesar del incremento de la deuda pública.

Foto: Imagen de un barco carguero. (EFE)

Este proceso de ahorro no ha terminado. De hecho, está más vivo que nunca. La capacidad de financiación de la economía española ha marcado dos trimestres de récord histórico en el inicio del año. El superávit (capacidad de financiación) del conjunto del país ascendió a 21.000 millones de euros en el primer trimestre del año y a 13.000 millones en el segundo. Las empresas y las familias han sacrificado consumo e inversión durante la crisis inflacionista para mantener, o incluso aumentar, sus niveles de ahorro. En buena medida, este dinero se ha destinado directamente a repagar deudas de forma anticipada ante la escalada de los tipos de interés. El nivel de ahorro ha sido tan alto que la capacidad de financiación del país fue superior a la alemana en el primer trimestre del año por primera vez en la serie histórica moderna.

El país sigue recto por la senda del ahorro, presumiendo de su capacidad para producir más de lo que gasta. Sin embargo, esta elección tiene también importantes costes económicos que se han ignorado, cuando no ocultado. Es así como los españoles han caído en la paradoja del ahorro. Sin saberlo, su propio ahorro ha entorpecido la recuperación económica, generando así una trampa: el pobre desempeño económico ha generado más paro e incertidumbre que termina dando más motivos a las empresas y los hogares para ahorrar.

La paradoja del ahorro es una de las causas que explica que Alemania sea uno de los países europeos con peor comportamiento económico desde el año 2019. Y lo mismo ocurre con España. El motivo es que el exceso de ahorro frena el crecimiento de la demanda interna, lo que genera un círculo vicioso de bajo dinamismo económico que se retroalimenta. Los hogares no consumen, por lo que las empresas no crean empleo y los hogares optan por consumir menos ante el pobre desempeño de la economía. Las exportaciones son la única esperanza para escapar de esta espiral, pero el comercio mundial requiere de empresas más competitivas capaces de mejorar su productividad y de innovar en sus productos y procesos. Pero si las empresas no invierten, sus ventajas competitivas terminan por desvanecerse a medida que los competidores se ponen a la altura.

Esto es lo que le ocurrió a Alemania. Apalancó su actividad productiva sobre empresas que en su momento fueron punteras y aprovechando el empuje de la energía barata procedente de Rusia. Sin embargo, no hizo los deberes para apuntalar sus dos fortalezas y con el tiempo se han evaporado. Ahora, el gigante europeo no tiene empresas punteras en los nuevos sectores pujantes y tampoco cuenta con el gas ruso.

La trampa del ahorro empobrece al país a medida que una buena parte de la producción generada se aparca en activos financieros o inmobiliarios. Esto es, se dedican recursos a bienes y actividades que no generan innovación ni mejoras de productividad y que se limitan a extraer rentas de forma mecánica del resto de la sociedad. Las empresas no financieras están destinando al ahorro menos del 24% de los ingresos que consiguen con su valor añadido. Es el dato más bajo desde 2016 y está más cerca de los mínimos de inversión de la crisis financiera que de la media histórica previa a la burbuja.

Los hogares tampoco tiran del consumo ni de la inversión. La tasa de ahorro de las familias se sitúa cerca del 12% desde que comenzó el año, casi el doble que en los años previos a la pandemia. Solo en los dos primeros trimestres del año acumulan una capacidad de financiación, esto es, un superávit antes de la inversión financiera de 27.000 millones de euros. Esto explica que el consumo privado siga todavía un 1% por debajo de los niveles prepandemia. Los hogares siguen apretándose el cinturón a pesar del gran crecimiento que han experimentado el empleo y los salarios en los dos últimos años, lastrando así el avance de la economía.

Foto: La alimentación sigue apretando el bolsillo de las familias. (EFE)

La realidad es que la situación financiera de las familias y las empresas ya no justifica que sigan manteniendo un ahorro tan elevado, pero esta dinámica está muy asentada en España. En parte se debe al reparto de la renta y de la riqueza en el país: el declive de las clases medias y bajas y el auge de las clases altas favorece el ahorro. Las clases más pudientes tienen más capacidad de ahorro, de modo que si la desigualdad se sigue ampliando, el conjunto de la economía arrojará mayor nivel de ahorro.

Además, el envejecimiento de la población también empuja el ahorro, ya que el consumo tiende a disminuir con la edad. En gran medida, el envejecimiento y la concentración de riqueza forman parte de la misma tendencia, puesto que los grupos de edad más sénior son los que concentran el grueso del patrimonio del país. Los jóvenes, que son quienes están en edad de emprender y aportar innovación al país, soportan unas condiciones laborales precarias y con unos costes de vida muy elevados por los precios del alquiler.

En los últimos años, solo el sector público ha actuado de contrapeso al gran ahorro privado, aportando mayor inversión y consumo. El déficit de las administraciones se ha visto tradicionalmente como un problema para España, pero no es menos cierto que este saldo negativo ha servido para estimular la economía. Por ejemplo, las contrataciones de sanitarios, médicos y otro tipo de funcionarios por parte de las comunidades autónomas durante la pandemia ayudó a contener la sangría del empleo y a asentar la recuperación.

Foto: La ministra de Hacienda, María Jesús Montero. (EFE/Raúl Caro)

El problema del déficit público es que su origen cada vez está menos en la inversión y más en las prestaciones sociales, sobre todo las pensiones. Las pensiones de las clases medias y bajas se destinan íntegramente a consumo, lo que ayuda al fortalecimiento de la demanda interna. Sin embargo, el dinero de las pensiones más altas se convierte automáticamente en ahorro, incidiendo así en el problema del país.

El déficit público puede ser un instrumento para reactivar al sector privado. De hecho, no necesariamente tiene que entenderse como mayor gasto: los gobiernos pueden conceder beneficios fiscales a empresas y hogares por determinados comportamientos. Esta es una de las recetas que utiliza habitualmente el Gobierno Federal de los Estados Unidos, ya que suele ser una vía rápida para fomentar la inversión empresarial o el consumo de los hogares.

La otra opción que tiene el sector público para ayudar al país a escapar de la paradoja del ahorro es la inversión pública. De hecho, es la receta que dispensan muchos economistas a los países en los que el exceso de ahorro privado termina provocando una recesión (la conocida como recesión de balances). El problema para España es que las administraciones tienen grandes problemas para poner en marcha proyectos de inversión, el mejor ejemplo está en el lento despliegue de los fondos europeos.

Foto: Imagen de la vicepresidenta económica, Nadia Calviño. (EFE)

De ahí que el sector público tenga grandes dificultades a la hora de contrarrestar el exceso de ahorro privado. Y no solo por las trabas que supone el corsé de la contratación pública, también por las reglas fiscales. Los objetivos de déficit y deuda están concebidos para mantener a raya a los gobiernos con independencia de lo que ocurra en el resto de la economía. Sin embargo, a la hora de garantizar la sostenibilidad financiera de los países, lo que importa verdaderamente es el nivel de apalancamiento del conjunto de agentes económicos. El mejor ejemplo está en Japón: el estado está hiperendeudado (alcanza el 263% del PIB), sin embargo, no tiene problemas de financiación porque quienes le prestan dinero son sus hogares, que están muy saneados.

Algunos expertos europeos están buscando una aproximación algo diferente a la reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. En las nuevas reglas fiscales, el déficit generado para realizar inversiones que sean rentables (económicamente) y sostenibles (medioambientalmente) se excluiría del cálculo para favorecer este tipo de proyectos.

Lo que es una evidencia es que una Unión Europea orientada al ahorro interno (austeridad) y crecimiento basado en exportaciones a precios competitivos es un camino que lleva al empobrecimiento. Este es el motivo por el que España ha perdido tantos puestos en el ranking del PIB per cápita dentro del continente. Sin inversión no hay mejoras de la productividad y sin consumo de los hogares no hay incentivo a la inversión de las empresas. Ha llegado el momento de replantearse si es apropiado este volumen de ahorro dada la situación financiera del país.

En el año 2008, los españoles recibieron una gran reprimenda de los mercados financieros: "Habéis vivido por encima de vuestras posibilidades, ahora toca pagar". La cuenta ascendía al 100% del PIB de deuda externa, lo que anticipaba largos años de apretarse el cinturón. "Tendríais que ser menos como los españoles y más como los alemanes". Tras quince años escuchando la misma lección, ha terminado calando hasta el ADN. Los propios alemanes viven ahora atemorizados por otra lección que aprendieron hace casi un siglo, en el Periodo de Entreguerras, la de la hiperinflación.

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