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Se marcha Alejandro Valverde, el ciclista eterno
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Corredor histórico

Se marcha Alejandro Valverde, el ciclista eterno

El deportista murciano ha durado más que nadie en la historia del ciclismo, con dos décadas doradas donde siempre estuvo entre los mejores del mundo

Foto: Las gestas de Valverde se quedarán en nuestras retinas. (EFE/Javier Lizón)
Las gestas de Valverde se quedarán en nuestras retinas. (EFE/Javier Lizón)

¿Saben qué? Ya puedo decirlo. Sin miedo, sin vergüenza. Han sido dos décadas muy largas, pero me lo merezco a mí mismo. Así que ahí vamos.

Hola, me llamo Marcos Pereda y no soy muy fan de Alejandro Valverde.

Bufff, menudo peso me he quitao de encima, colega. A ver, explico lo mío y luego ya entramos con lo suyo. Cuando Alejandro Valverde (Las Lumbreras, 1980) empezó a destacar entre los pros a mí me pilló en época rara. Época rara en mi relación con el ciclismo, oigan. Entre Armstrong, los Giros que parecían escritos por Mariano Ozores, la Vuelta cuchufletera y que mis veinte años fueron muy veinteañeros pues... No es que me desligase del rollo, ¿eh?, pero no tenía el fervor de antes y después. En fin, a todos nos pasa, supongo. En ese contexto una de las pocas cosas para emocionarme era Óscar Freire. Porque nació en Torrelavega (como yo), porque anunciaban sus éxitos en El Malecón las tardes de resaca (hubo muchas así), porque a veces me lo cruzaba entrenando e iba unos kilómetros con él, a su rueda, hasta que llegaba Quijas y partía para arriba al triple de velocidad (aproximadamente) de como subo yo.

Seguro que se hacen cargo. Y en ese contexto... pues sale Alejandro Valverde. En la Vuelta de 2003. Que sí, que era pro desde un año antes, pero déjenme situar. La Vuelta de 2003, que fue algo dramático, con aquel recorrido, con Nozal hundiéndose en Abantos, con este tío ganando dos etapas alucinantes por Envalira y La Pandera (tan alucinantes como decepción en aquel entonces, ojo, que ver las cosas a colchón de tiempo siempre es más fácil). Y llega el Mundial de Hamilton, y allí gana Astarloa, y Valverde hace tercero. Freire es noveno, a 12 segundos. Mi mente atolondrada lo tenía claro... Óscar no gana porque el chavalín ese nuevo no hizo bien su curro. Y, encima, juega sus opciones al final. Medalla, ya ves. No, no, fatal. Y 'hate' para siempre.

placeholder Alejandro Valverde cruza la meta del Giro di Lombardia. (EFE/Michele Maraviglia)
Alejandro Valverde cruza la meta del Giro di Lombardia. (EFE/Michele Maraviglia)

En fin, no me juzguen, yo era joven y simple. Ahora ya no soy joven... Sucede que con el paso del tiempo tú a Valverde le pillas cariño. Aunque salgas desde el otro extremo, oigan. Porque lleva tanto allí que sirve como anclaje de recuerdos, y es casi un elemento más del pelotón ciclista. El triángulo rojo, el Gran Premio de la Montaña y Alejandro Valverde. Y lo de remembrar... bueno, cómo evitarlo. ¿Aquel verano en Suances, cuando nos pusieron la canción de "Caballeros del Zodiaco" en el pub de siempre? Valverde en Courchevel. ¿La Vuelta a España ganada? Oh, sí, aquella cena que hicimos todos por septiembre, antes de... ¿Pódium del Tour? Nos pilló haciendo barbacoa, estábamos todos. Coges simpatía. Digamos que Alejandro Valverde es como cuando ponen en un bar "Yo quiero bailar toda la noche" (megahit de Sonia y Selena) y tú, irredento a esos sonidos, te sorprendes tarareando la letra. Es nuestro King África, es el Gran Prix del Verano, es Ivan Quaranta con mechas, es el final de Los Serrano, que menuda chusta, el final de Los Serrano...

El primer Valverde

Aquel joven Valverde era una cosa extrañísima. Una rara avis. De primeras... tenía pelo, y tú a Valverde con pelo no te lo imaginas, Valverde con pelo es como Marilyn de morena o Tony Cantó trabajando con Willy Toledo (Valverde lleva tantos años de profesional que cuando empezó Tony Cantó y Willy Toledo compartían serie). Pues eso, tenía pelo, estaba rechonchillo (antes los corredores no parecían cadáveres andantes) y calzaba un reprís gordísimo, uno para remontar metros y metros en un ver y no ver. Envalira y Pandera, recuerden, Morredero mucho más tarde. Decían de él que si era clasicómano en ciernes, aunque estaba en el equipo de los escaladores y a uno le costaba imaginarse los Kelmes pastoreando camino de Huy. En fin. Ah, también salió en Interviú por entonces, porque todos tenemos un pasado, y en el suyo está Aitor González, entre otros.

Ay, Huy. Y eso, que pintaba para Sean Kelly, pero lo ficha la estructura de Abarca, y la estructura de Abarca hubiese pedido a Sean un esfuerzo por julio, Sean, que le den a eso de la Roubaix, Sean, tú Francia, Francia y Francia. A ver, no pinta malo el asunto, porque el chico parece darle a todo (Valverde, Sean también lo hizo) y debuta en la Grande Boucle, y se defiende a las mil maravillas, y le "levanta el capazo al americano" allá por Courchevel, que lo de "levantar el capazo" es la forma mejor que yo escuché nunca para definir esa llegada al sprint. Gracias por lo que toca. Ah, aquel Tour, el de 2005, no pudo terminarlo, porque, dicen, se golpeó la rodilla subiendo Galibier y le dolía mucho y tuvo que abandonar... (Segundo hizo Armstrong. Después Rasmussen, Mancebo, Basso, Leipheimer, Mazzoleni, Evans, Kloden, Kasechkin, Landis, Piepoli, Ullrich, Jaksche, Botero, Moureau, Garzelli, Kirchen, Popovych y Horner. Si lees todos esos nombres tres veces a oscuras en tu cuarto de baño se te aparece un inspector antidopaje de la UCI).

placeholder Alejandro Valverde (Movistar), durante la decimoquinta etapa de la Vuelta a España. (EFE/Javier Lizón)
Alejandro Valverde (Movistar), durante la decimoquinta etapa de la Vuelta a España. (EFE/Javier Lizón)

Aquello del golpe pudo ser su primera Valverdada. ¿Cómo? ¿Que no saben lo que son las Valverdadas? Pues miren... perder un par de minutos por enredarse con su chubasquero bajando El Caracol. O dejar que se escapa Daniel Martin a poco de meta en Lombardía. No abrocharse la cremallera bajando Monachil. Y otras muchas. Se va el tío con 133 victorias y dejando sensación de que pudieron haber sido muchas más. En caso de escoger mejor los calendarios. Si tuviese una mejor visión de carrera. Con alguna iniciativa adicional. No sé, detalles. Ojo, que eso pasa con todos los grandes... lo son, precisamente, porque nos da impresión de que pueden ganar aquello que corren. Y eso es imposible.

El primer gran día

Pero con Valverde lo parecía. Porque gana donde compite. Sucede que compite en lugares, muchas veces, chicos. ¿Problema suyo? Bueno, sí y no. Problema cultural. De nuestra cultura ciclista, digo. "Prefiero ganar la Vuelta a Murcia que la Milán-San Remo", declaró, todo jovencito. Y, oigan, que yo entiendo la felicidad en casa, pero... Aquí siempre se han considerado mucho más las Grandes que los Monumentos, y el corredor de verdad, el bueno, es pequeñajo, genialoide, escalador. A Indurain se le soportaba porque su coto eran Giros y Tours, pero... ¿preparar con mimo Lieja? ¿De qué coño me habla usted?

No, el coto de Valverde, el coto que hizo el primer Valverde, fue ibérico. La Vuelta a España, especialmente. Siete pódiums, más que nadie. Doce veces entre los diez primeros, más que nadie. Cuatro maillots de la regularidad (empatado con Kelly y Jalabert, con quienes tantas cosas comparte). Más doce etapas. Más la general de 2009, aquel año que corrió más conservador, que no tenía la misma arrancada, que se las vio con un bisoño Gesink y con Samuel Sánchez. Tuvo muchas oportunidades, agarró esa. Allí, en Madrid, emoción.

Como en París, ojo. Lágrimas arriba de Alpe d'Huez, cuando confirma el tercero. Pódium. El sueño de su vida, dijo siempre. Doce meses antes se le escapó de la manera más dolorosa, dos días negros entre Hautacam y la crono, ante Péraud y Pinot. Parecía imposible. Treinta y cinco tacos, sumaba, y mira. Muchos vieron emoción en esos lloros. Hubo, también, un reconocimiento. A mí me gusta esto, no me toquen ustedes los cojones con Clásicas y otras gaitas. Aunque allí sea leyenda, aunque allí sea, o parezca, invencible.

Y lo parecía. Por Ardenas su palmarés es sencillamente apabullante. ¿En pocas palabras? El mejor que hubo. Más pódiums que nadie, más Flechas Valona que nadie, más dobletes entre Flecha y Lieja que nadie, solo superado por Merckx en La Doyenne. Ahí es nada. A veces iban los ciclistas camino del Muro y tú lo veías allí, en mitad del pelotón, y sabías que los otros 197 tíos tenían cero opciones ante él. Porque atacaba siempre en el mismo punto, porque hacía cada doce meses un movimiento similar, porque era incontenible, porque nadie le metía mano. Por Ámstel hizo otros tres pódiums, más los de Strade, más las dos San Sebastián, más tres tiros al palo en Lombardía. Y, con esos números... ¿me dices que esto de las Clásicas no le gustaba mucho? Pues oye, es la impresión que queda.

La 'Operación Puerto'

Pero es que era tan bueno...Tenía esa forma de correr que a veces desesperaba. Como conteniendo caballos, como si solo confiase en su sprint (en su sprint portentoso, en esa aceleración alucinante durante los últimos trescientos metros). A veces, quién sabe razones, salía a divertirse y nos divertía. Aquel Mont Ventoux, lo de la Roma Maxima, algunas etapas en la Vuelta a España, esas cabalgadas en la Challenge de Mallorca, tan exactas en el calendario que te servían para ir cuadrándote planes. Empiezo a estudiar para los exámenes de junio cuando Valverde firme su primera victoria. Y, joder, funcionaba, porque para fines de febrero ya andabas clavando codos. Uno tiene tendencia a repartir culpas entre Alejandro y sus directores (la estructura de Movistar nunca es que haya sido Brasil del 70' en lo de atacar con imaginación y fantasía), y se enfadaba con este o aquellos dependiendo de la tarde. Es, otra vez, la falacia que señalamos más arriba... cuando pareces poder ganarlo todo siempre queda la sensación de que pudiste ganar más. Y, oigan, igual sí, pero ya está bien.

placeholder Alejandro Valverde celebra la victoria en la Flecha Valona, en Bélgica. (Reuters/Francois Lenoir)
Alejandro Valverde celebra la victoria en la Flecha Valona, en Bélgica. (Reuters/Francois Lenoir)

Le quitamos a Alejandro Valverde, en nuestra reflexión, las victorias conseguidas entre 2010 y 2011. Sanción. Sanción por dopaje, que es algo también muy de aquellos lustros. La famosa perra que se llamaba Piti, una bolsa que Eufemiano guardaba con ese nombre en el museo del terror que era su arcón congelador. Operación Puerto y todo lo que ello significa. Alguien debería escribir toda aquella historia. Pero al completo, sin cortapisas. En fin, no seré yo. Valverde libra en un primer momento, le hacen un control en Pratonevoso, durante el Tour que ganó Carlos Sastre, cruzan el ADN de ese tubito con el ADN de una bolsa de sangre supervitaminada e hipermineralizada. El encargado antidopaje del CONI, Ettore Torri, que se dedica muy serio al asunto. Dimes y diretes, acusaciones entre ambas partes. Al final... sanción de dos años (retroactiva por unos meses, borrando resultados que ya se lograron). Yo lo dejo aquí, que no quiero denuncias.

Lean ustedes. También entre líneas. Todo aquello de la sanción se lo pasó el tío entrenando. Entrenando con su grupeta de colegas, con los amigos de siempre. En Murcia, sí, porque Valverde nunca se ha mudado a Andorras, Suizas o Mónacos. Tienes mi diez ahí, Álex, tienes mi diez. Allí, chupando kilómetros. Sin competir pero compitiendo porque, dicen, el paisano se pica en cada repecho de carretera general. Mira que tiene cara de ser buena gente, pero lo de perder sobre la bici como que no... Supongo que es otra de sus características... que se rodea de amiguetes para hacer lo que le gusta. Uno imagina a Valverde dentro de unos mesucos preparando el Soplao o la Quebrantahuesos. Y levantando el capazo a los cicloturistas-profesionales-turbios que rellenan puestos de cabeza por esos ambientes. De director no lo veo, miren ustedes. Le dejaría poco tiempo para montar en bici. Y luego para las entrevistas iba a ir algo regular. Tiene rivales cercanos de esos que cuando hablan sube el pan (o cae la bolsa de Hong-Kong, que tenemos ego de sobra), pero Valverde nunca fue así. Con él, como mucho, te echabas unas risas, pero jamás iba a tener excusas, trolas o malas palabras para nadie.

Un luchador hasta el final

No es poco, en los tiempos que corren... Eso que podríamos llamar "resiliencia de andar por casa" (que es mucho más resiliente que todos esos post de Instagram que van contando cada paso adelante en su resiliencia) también le hubo de servir por 2017. Una de sus mejores temporadas. Doblete en Ardenas (un clásico), doblete en Itzulia y Catalunya (ojo ahí). No me voy a flipar diciéndoles que fuese favorito en Francia, pero pintaba a hacer cosas bonitas. Y, entonces... una curva a izquierdas en Düsseldorf, una rodilla abierta, los espectadores que se vuelven, espantados, para no ver la casquería. Tiene treinta y siete añucos, ya ha dado todo lo que tenía que dar. Abandona el Tour (primera Gran Vuelta sin llegar al día veintiuno desde 2006), muchos piensan que es el fin. ¿Para qué vas a apretar dientes, para que vas a dejarte dolores, esfuerzos y sudor frío en la fisioterapia, Alejandro? ¿No está ya todo hecho? ¿No es suficiente?

Pero es que a mí me gusta esto. Así que... operación, recuperación, absolución. Enero de 2018 y ya está ganando en la Vuelta a Valencia. Luego la Volta. El número uno de la UCI a final de año. Retorno imposible, historia que nadie hubiese escrito para que no le acusasen de fantasear. Y, sobre todo, Innsbruck. El sueño del maillot arcoíris. Cuatro bronces, dos platas. Más que nadie en la historia. Pero ese jersey tan bonito... se escapa. Y ahora, Alejandro, con treinta y ocho a tus espaldas, con hijos como para rellenar el equipo C del Real Madrid, con la rodilla hecha cisco hace catorce meses, con más dinerillo cotizado que Amancio Ortega... en esas condiciones, Valverde, ¿me quieres ser Campeón del Mundo? Bueno, vale, acompaña el circuito, con las subidas, con el muro final, con llegada casi plana, pero...

El final de la historia se lo saben ustedes. Lo de "un tiro, un muerto" que repite siempre Mínguez, los equipiers trabajando como un equipo (parece fácil, pero luego ves lo que ha pasado desde entonces y...), la selección definitiva, ese sprint que lanza Valverde desde el mismísimo Collado Bermejo, ese sprint más largo que una hora en bici con Filippo Ganna, el sprint de todos los sprints, Bardet remontando, Bardet que te cepilla el capazo, Alejandro, que menuda forma de cagarla, Alejandro, contra Romain Bardet, Alejandro. Solo que no. Que qué va. Gritos, gritos grandes, otra vez lágrimas. Esa maglia preciosa, reconocimiento a toda una carrera. Otros reciben en el homenaje placas, ramos de flores o gorritos ridículos (a mi padre le regalaron una fenwick en miniatura), y Alejandro Valverde se trinca todo un maillot arcoíris.

placeholder Una de sus últimas victorias en Mallorca. (EFE/Atienza)
Una de sus últimas victorias en Mallorca. (EFE/Atienza)

Anoten. Ha durado más que nadie en la historia del ciclismo. Dos décadas, sí, pero qué dos décadas. Entre el 2003 y el 2019 solo una vez estuvo fuera de los diez mejores ciclistas del año según los rankings de Pro Cycling Stats (decimosegundo en 2005... dejamos al margen sus dos temporadas de sanción). Eso suman catorce. Tomen aire... cinco veces primero, cuatro segundo, una tercero. De 2006 a 2015 (otra vez con la salvedad del ostracismo) siempre anduvo en el pódium. Este año ganó en Mallorca, en O Gran Camiño, ha hecho pódiums por Strade, por Flecha Valona, ha sido sexto en esa Lombardía que le sirvió de epílogo (y que debería tener varias veces en su currículum). Se va a retirar (cuarenta y dos tacos, colega, cuarenta y dos tacos... que es más viejo que yo, tío, que tiene más años que yo) como el décimo en el ranking oficial de la UCI. El décimo mejor corredor del mundo tiene dieciocho años más que el líder, un chavalín esloveno de nombre Tadej. Ah, por delante de Valverde está van der Poel, justo detrás Michael Matthews. Vamos, que se marcha competitivo, ¿eh?

Resulta acojonante.

Miren, ¿saben qué? Borren el principio el artículo. Si es que el tío me ha acabado cayendo fenomenal...

(Pero que no me lo cruce entrenando, porque me saca los ojos).

¿Saben qué? Ya puedo decirlo. Sin miedo, sin vergüenza. Han sido dos décadas muy largas, pero me lo merezco a mí mismo. Así que ahí vamos.

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