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De Vlaeminck, Merckx y la mejor Roubaix de siempre
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Cuándo el Canibal no pudo dar más

De Vlaeminck, Merckx y la mejor Roubaix de siempre

1975, Roger de Vlaeminck y Eddy Merckx protagonizan un enfrentamiento épico en la París-Roubaix, considerándose la mejor edición de toda la historia de la carrera

Foto: Eddy Merckx en una imagen de archivo.
Eddy Merckx en una imagen de archivo.

Le llaman La Pascale, y no por celebrarse en octubre, claro.

La Pascale. El domingo de Pascua, allá por primavera. Imaginen qué de engorros, llevar la Semana Santa a otoño, con sus fríos y sus hojas secas, y sus equinoccios cambiados. No, no. La Pascale.

Foto: Bernard Hinault en la Vuelta de 1983. (Archivo)

A la París-Roubaix le dicen Pascale. Salvo este año, que viene rara. Pero Pascale. Y, quizá por eso, por fechas, meses y mistrales, en la Roubaix hace frío, y hay barro, y fango, y cunetas anegadas con espectadores que llevan botas, chubasqueros de colores oscuros, gorritos acostumbrados al morriñar. Como en 1975. ¿La mejor edición de siempre? Al menos tiene protagonistas para defender honores. Veamos.

“Los caminos del Infierno son extraños”, dijo una vez Jean Stablinski, porque el cielo y el hades están muy cerca, y a una carrera lo mismo la conocen de una forma que de otra. Sabía de lo que hablaba, Stablinski. Él sufrió Roubaix más que nadie. En superficie, sobre su bici. Bajo tierra, cuando era minero por la zona. Conocía, pues, las mismísimas entrañas del adoquín, y, quizá por eso, fue el encargado de darle retoques al recorrido hasta dejarlo muy parecido a lo que es hoy. Se trajo, por ejemplo, eso que algunos traducen como Bosque de Arenberg, pero que en francés también es conocido como Tranchée. Tranchée. Zanja, sí, pero también trinchera. Mires donde mires hay huesos enterrados desde hace poco más de un siglo. Trinchera.

Stablinski, decíamos. Hablando de Arenberg. Él destripó la misma tierra allí debajo, sacando rocas negras como coulottes a la superficie. “Los caminos del infierno son extraños”, empezaba. Y luego se ponía en plan Virgilio. “A su entrada un pequeño paso a nivel para el correo expreso, que es de color rojo y blanco. Y un cartel con los mismos tonos. Prohibido el paso sin autorización”. Tan sencillo, tan extraño. Los ciclistas tienen autorización, aunque no deberían. Ese es su mérito. Esa su tragedia.

placeholder Roger de Vlaeminck en plena disputa. (Archivo)
Roger de Vlaeminck en plena disputa. (Archivo)

Es allí, en Arenberg (en Wallers-Arenberg) donde Merckx se disfraza de Merckx cada primavera. Más o menos, porque hasta los dioses tiene derecho a mostrarse humanos en ocasiones. O sufren los ataques del resto, celosos. Gigantomaquias sobre adoquines. Ocurre en 1974. Merckx acelera en la zanja (Merckx no teme trincheras, nunca las temió) y todos detrás. La espalda agachada, las manos firmes. Todos detrás. Todos son Poulidor, o Dierickx, o Rosiers, o Karstens, también Hoban y van Roosbroeck. Y él, claro. Él. Roger de Vlaeminck. El más listo de la clase. El que poco después escapa. Pum. Segunda victoria en su bolsillo. El resto siguen a rueda de Eddy. “Si hubiese estado en mejor forma me habría ido con Roger, pero fui incapaz”, dijo. “Sufrí mucho, pero son los demás quienes han perdido la oportunidad de marchar con de Vlaeminck. Todos corren en función de Merckx”, se lamentó. Poulidor asentía. “Estaba bien, pero me quedé marcando a Eddy. Sucede que él no tuvo su actuación habitual”.

Eso era Merckx... decidía carreras aunque no las ganase.

Pero yo no quería hablarles de 1974, no. El año siguiente, ese es el bueno. Prometido. Y dos nombres.

Uno. El Gitano, le decían. Roger de Vlaeminck. Mayor rival de Merckx en clásicas, y eso es mucho decir. Es decirlo todo, de hecho. Uno de los tres tipos de siempre que tienen repóquer en Monumentos (los otros son van Looy y el que ustedes están pensando). Patillas hasta media quijada, todo el estilo del mundo, la postura más espectacular sobre una bicicleta que jamás hayan visto. Ese maillot del Brooklyn, esos colores del Flandria. Luego, ya, paseos bien remunerados por la Cisalpina, sobre todo. Mirada así, como de saber más que tú, como de estar un poco de vuelta. Pero mentalidad de hierro. “En invierno salgo a entrenar muy pronto. Madrugar duele, pero así te acostumbras al dolor que luego llega”. Media sonrisa, siempre un poco socarrón. Ciclista de los más grandes, indiscutible. En el Infierno, directamente, Lucifer coronado. Nueve pódiums en trece participaciones. Seis consecutivos. Un séptimo como peor resultado. Y cuatro victorias, nada menos. Recordman, con Boonen. Una más que el otro, porque eso importa...

El otro.

El otro es, siempre, Eddy Merckx.

El Merckx que es flamenco, pero no. El que gana siempre, el que corre al ataque, sin esconder. Ni eso le puedes reprochar, macho. Nunca malas palabras, jamás excusas en las derrotas. La psique de Merckx, uno de los grandes misterios de este deporte, funciona de forma autodestructiva. No importa cuánto hayas hecho, solo cuenta la siguiente carrera, el siguiente premio, el próximo sprint. Aunque sea bajo una pancarta publicitaria. Ese Merckx.

Foto: Ocaña, Merckx y Thevenet. (Imagen de archivo)

Que lleva, esos primeros meses de 1975, la mejor primavera que jamás haya contemplado esta bendita cosa. La mejor. No busquen parangones, no intenten hacerse trampas al solitario. Insuperable. Les cuento, por orden cronológico. Diecinueve de marzo, aniversario de la Constitución de Cádiz, y el tipo se cepilla Milán-San Remo. Sexta suya, luego trincará aún otra. Diez días más y para la buchaca Amstel. Cepillándose a Maertens, encima, que da gustito doble. Con maillot arcoíris, porque pasar desapercibido es de horteras. En fin, seguimos. Seis de abril y De Ronde van Vlaanderen. Dos semanas y gana Lieja, quinta para él. Entre medias, en ese domingo libre, se corre Roubaix. O, dicho de otra forma, en un mes y un día Merckx gana tres Monumentos, una clásica de primer orden y queda segundo en el Velódromo más mítico del ciclismo. Si un ciclista hace eso en toda su carrera deportiva lo retiramos con honores, especiales en los periódicos y dvds conmemorativos.

Un mes y un día.

Y pudo ser mejor, ojo. Por lo de La Pascale, dijimos. A ello, tranquilos, que llega.

(Luego, en julio, el tío ataca en cuatro de las cinco primeras etapas, y luego en Pra Loup, y se hunde, y es más grande aun en la derrota de lo inmenso que fue para las victorias...)

Carrera rápida, todos tirando como auténticos chiflados. Vamos a terminar esto prontuco, así me puedo ir a mi casa a hacer cosas de personas decentes. Y tal. Otra vez Arenberg, otra vez zanjas. Cruce a la derecha, el suelo desaparece, y todo es barro, y lodazales, y a lo lejos resuena el Gran Berta, y Ocaña se retira, porque Ocaña no está para estos asuntos, y hay caídas, ruedas que miran al cielo, maillots marrones, bocas tragando aguas color cubata de cacique. Luego, el caos. Una moto al suelo, un coche que no puede pasar, otros que patinan, ciclistas sin frenos, cuerpos al suelo, otros con la bici al hombro, cunetas que son sendas para la carrera más bonita del año, calcetines que fueron blancos, chof, chof, chof. El público, desconcertado, aplaude en dos direcciones. C´est le enfer, como aquel parisino con pinta de penny dreadful granguignolesco...

Foto: La increíble historia de Dieter Wiedemann en la Carrera de la Paz.

Al final se hace un grupo en cabeza. Once tíos. Cinco Flandria, más Roger de Vlaeminck. Merckx solo. Pinta el asunto fatal, tampoco vamos a engañarles. Así que estrategia clara... todos a atacar a Eddy, por turnos. Salvo Maertens, vaya, que va siempre a su rueda, porque a Maertens lo que realmente le gusta es poner de los nervios a Merckx. Qué cosa, viendo cómo acabo Freddy. Pasa que a uno no lo llaman El Caníbal por esquivar golpes, sino por responderlos todos. Y el de Molteni tira. Tira a por Demeyer, a por Planckaert, a por Dierickx, a por el mismísimo Schotte que hubiese probado suerte. Merckx tira, porque Merckx siempre tira. El resto penan. Se descuelgan. Penan.

Afueras de Roubaix, con el velódromo allí, a lo lejos. Afueras de Roubaix y solo quedan cuatro paisanos delante. El campeón del mundo, también Roger de Vlaeminck, claro. Demeyer, Dierickx. Aristocracia flamenca, aunque Merckx sea el menos flamenco de todos los flamencos. Y, entonces, drama.

Ocho kilómetros a meta, y Merckx pincha. Cambia la rueda rápido (todavía no había frenos de disco, así que era posible) y empieza a perseguir. En solitario, dando la cara. Como el resto de la prueba, tampoco nos debemos extrañar. Tres kilómetros más tarde y caza a quienes le preceden. No... Merckx nunca caza... Merckx ataca. Demeyer ha visto la maniobra, arrastra a los demás, intento en balde. Todo al sprint. Que vuelve a lanzar, seguro que se lo imaginan, Eddy. Desde lejos. Desde muy lejos. Todos fuera, todos desbordados. Salvo él. Roger de Vlaeminck lo adelanta, media bicicleta, brazos al aire.

Eddy ha estado muy cerca de completar todos los Monumentos en la primera parte del año...

“No puedo reprocharme nada”, dice Merckx. Los franceses silban a de Vlaeminck. ¿Te gusta la ciudad de Roubaix, Roger? “Oh, sí, es una de las más bonitas de Bélgica”, responde, socarrón, pícaro, provocador, con ese sonreír que todo lo puede.

Luego pasó lo de julio. Lo de Allos, y Puy-de-Dôme, también lo del Telegraphe. Y, más tarde incluso, De Ronde 1977. Pero esa es otra historia.

Aquí veníamos a hablarles de la mejor Roubaix de siempre...

Le llaman La Pascale, y no por celebrarse en octubre, claro.

Eddy Merckx
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