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'Dune: parte II': demasiados personajes y demasiadas tramas en una narración atropellada
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'Dune: parte II': demasiados personajes y demasiadas tramas en una narración atropellada

El director canadiense Denis Villeneuve vuelve a transportarnos a los desiertos de Arrakis en uno de los estrenos más esperados del año

Foto: Timothée Chalamet vuelve a ponerse en la piel de Paul Atreides. (Warner)
Timothée Chalamet vuelve a ponerse en la piel de Paul Atreides. (Warner)

Casi tres años después de su primera incursión, Denis Villeneuve regresa al planeta Arrakis en Dune: parte II, la continuación de la que se prevé una trilogía a partir de la serie de novelas de ciencia ficción homónimas publicadas por Frank Herbert en 1965. Si su antecesora apostó por la amplitud panorámica, la mirada pausada y las hechuras wagnerianas, esta segunda entrega se deja arrastrar por una ambición inabarcable que inutiliza aquello que, en otro contexto, sería un hallazgo. Demasiados personajes, demasiadas tramas, demasiados primeros primerísimos planos que se anulan los unos a los otros, demasiadas batallas que empujan a una narración atropellada, a una monotonía emocional, a una concatenación de muerte indignas de personajes en los que se ha invertido atención y tiempo.

Foto: 'Dune'.

Quizás por haber nacido en la incertidumbre estructural —¿serán dos, tres, cuatro partes?—, la película se muestra arrítmica, antiépica y, en algunos momentos, desconcertante. Villeneuve parece querer correr para llegar antes, con elipsis disruptivas, secuencias que no respiran y personajes utilitarios, a los que les falta tiempo y mimo. Personajes como Rabba, interpretado por Dave Bautista, con cambios de carácter difícilmente explicables dentro de la historia escrita a cuatro manos entre Villeneuve y Jon Spaihts (guionista de Prometheus, 2012, y Doctor Extraño, 2016, entre otros títulos). Sin principio ni final —de nuevo un coitus interruptus—, Dune: parte II se presenta como la gran propuesta de acción de la temporada, la más esperada, la alternativa a la hegemonía adultescente superheroica.

La magnificencia ceremoniosa ha dado paso a una película de acción atiborrada de explosiones, pero que no logra esquivar el aburrimiento. Su irregularidad desmerece secuencias potentes, estimulantes y ambicionas visualmente —como la pelea gladiatoria protagonizada por Feyd-Rautha (Austin Butler) o el tiroteo con el que el protagonista, Paul Atreides (Timothée Chalamet) debe mostrar su valía y su valentía frente a la tribu de los fremen, los "hombres libres"— con pasajes innecesariamente acelerados, rodados de manera confusa y desganada. ¿Cómo es posible que Villeneuve esconda el enfrentamiento por el que nos ha hecho peregrinar por el desierto a lo largo de dos películas? ¿Cómo es posible que toda la poesía visual y la épica de Dune: parte I haya desaparecido entre los escombros de Caladan?

placeholder Javier Bardem, en un momento de 'Dune: parte II'. (Warner)
Javier Bardem, en un momento de 'Dune: parte II'. (Warner)

Dune: parte II arranca en las arenas de Arrakis, el planeta desértico donde el imperio cosecha las muy codiciadas especias, prácticamente en la misma duna en la que dejamos la advertencia de Chani (Zendaya) de que "esto es solo el principio". Imágenes fetales —recordemos que la Dama Jessica (Rebecca Ferguson) está embarazada con la hermana del protagonista— se entremezclan con el onirismo de las premoniciones y la fisicidad del paisaje arenoso. Y sin casi esperar un minuto, Villeneuve se entrega a la primera escena de acción. Sin embargo, ni las coreografías ni la forma de rodar los intercambios de golpes, disparos y puñaladas resultan emocionantes. Sí lo es, por otro lado, la música de Hans Zimmer que acompaña a Paul Atreides a lo largo del metraje. El trabajo de sonido, impecable, es un rodillo que aplasta al espectador contra la butaca.

En esta continuación Villeneuve se centra en la construcción del mito mesiánico, en la conversión de Paul Atreides en el héroe, en la figura religiosa Muad'Dib. Todavía con la incertidumbre de ser realmente el elegido, el protagonista de la profecía, Paul debe adoptar las costumbres de los fremen, una especie de pueblo inspirado en las tribus bereberes, y demostrar su capacidad para sobrevivir en la zona inhabitable de Arrakis. Villeneuve presta especial atención a los ritos y las costumbres y crea una iconografía vistosa, lucida y ceremonial para reflexionar sobre los mecanismos de la fe y el poder manipulativo de la misma, sobre la necesidad de creer para poder sobreponerse a la pesadumbre de la subsistencia. Especialmente brillante es también la actuación de Javier Bardem, que más allá de la figura del mentor de Paul Atreides también representa el alivio cómico dentro de la verborrea mística.

placeholder Austin Butler y Léa Seydoux, en una escena de 'Dune II'. (Warner)
Austin Butler y Léa Seydoux, en una escena de 'Dune II'. (Warner)

Paralelamente, Villeneuve desarrolla la trama romántica del protagonista con Chani, una de las guerreras más impetuosas de los fremen. Sin embargo, la evolución se siente forzada, antinatural, carente de intimidad. Villeneuve no explota la química entre dos de los actores referentes de su generación: prefiere verlos correr y saltar antes que construir sus vínculos emocionales más allá de cuatro brochazos. Y, mientras al principio sí que dedica tiempo a explicar la psicología de la guerrera y sus reticencias frente al fanatismo y el fervor religioso, al final queda reducida a una retahíla de pucheros y gestos despreciativos. Tampoco tiene mucho más margen de acción la mirada aviesa de Rebecca Ferguson.

Una de las nuevas incorporaciones al reparto es la de Austin Butler, empeñado en su mirada oblicua y en adoptar voces extravagantes. Su personaje, el de Feyd-Rautha, el sobrino perturbado del gelatinoso Barón Harkonnen (Stellan Skarsgård), recuerda poderosamente en sus deseos sadomasoquistas al Roman Roy de Succession, solo que con sex-appeal de neonazi modelo de Hugo Boss. Es a su terreno al que más atención ha prestado el director, inspirado en la imaginería, los encuadres y la puesta en escena de El triunfo de la voluntad, de Leni Riefenstahl, el culmen del cine autocrático. Butler se esfuerza con ahínco en que su personaje se corone como el gran villano de la película, por encima del sosias de Marlon-Brando-de-La-isla-del-doctor-Moreau al que se asemeja también su tío. Por sus alrededores orbitan también dos nuevos personajes femeninos, los interpretados por Florence Pugh y Léa Seydoux, testimoniales en esta entrega, esperemos que con más protagonismo en la(s) venidera(s). Dune: parte II se permite el lujo de desaprovechar incluso a Charlotte Rampling.

placeholder La actriz Zendaya, en un momento de la película. (Warner)
La actriz Zendaya, en un momento de la película. (Warner)

Lo que jamás se le podrá negar a Villeneuve es la capacidad de crear belleza. Belleza en la luz crepusculina que bañan los planos iluminados por Greg Fraser. Belleza en la suntuosidad del vestuario diseñado por Jacqueline West. Belleza en la majestuosidad de la dirección de arte de Patrice Vermette. Belleza en el rostro efébico de Timothée Chalamet, en la sensualidad natural de Zendaya, en la virilidad añeja de Josh Brolin. En los paisajes infinitos de Jordania. En las naves espaciales y los edificios y los monumentos de corte totalitario y megalómano ideados para representar este juego de tronos espacial. Pero, parafraseando aquel anuncio de Pirelli, la belleza sin control no sirve de nada.

Casi tres años después de su primera incursión, Denis Villeneuve regresa al planeta Arrakis en Dune: parte II, la continuación de la que se prevé una trilogía a partir de la serie de novelas de ciencia ficción homónimas publicadas por Frank Herbert en 1965. Si su antecesora apostó por la amplitud panorámica, la mirada pausada y las hechuras wagnerianas, esta segunda entrega se deja arrastrar por una ambición inabarcable que inutiliza aquello que, en otro contexto, sería un hallazgo. Demasiados personajes, demasiadas tramas, demasiados primeros primerísimos planos que se anulan los unos a los otros, demasiadas batallas que empujan a una narración atropellada, a una monotonía emocional, a una concatenación de muerte indignas de personajes en los que se ha invertido atención y tiempo.

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