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¿Por qué Barcelona es de izquierdas?
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¿Por qué Barcelona es de izquierdas?

Tras más de ciento cincuenta años, la batalla por la hegemonía en la ciudad Condal sigue girando en torno a los herederos ideológicos de Rovira i Trías contra los de Ildefons Cerdá

Foto: Vista aérea del Eixample, Barcelona.
Vista aérea del Eixample, Barcelona.
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Para contestar la pregunta que titula este artículo, daré tres pinceladas sobre las corrientes que han estructurado históricamente el rumbo en la capital catalana, a saber: cómo unas élites anquilosadas y una geografía urbana que fomenta la existencia de una clase media progresista han dado lugar a un modelo donde las lógicas del mercado se han ido retrayendo en favor de una tendencia decrecentista.

El ocaso de un sistema elitista

En agosto de 2020, Andrés Rodríguez Pose, profesor de la London School of Economics publicó junto a Daniel Hardy el estudio Reversal of economic fortunes: Institutions and the changing ascendancy of Barcelona and Madrid as economic hubs.

Al paulatino enroque nacionalista, a la pérdida de competitividad industrial y a la falta de atracción de talento, debido a unas élites endogámicas, se le unía un fuerte crecimiento de Madrid. La capital se veía alentada por una autonomía que gestionaba por primera vez los intereses propios de su población, y también por el carácter abierto y receptivo de una ciudad cuyo ecosistema económico estaba menos consolidado que el barcelonés y por tanto exigía mucho menos pedigrí y apellidos al talento exterior.

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El economista catalán Germà Bel escribió en 2010 el libro España, Capital París, donde se analiza cómo a lo largo de las décadas el Estado ha planificado y construido un modelo de infraestructuras radial que, unido al efecto sede de la capitalidad y a su localización en el centro de la península, genera un saldo en recursos económicos y humanos que beneficia a Madrid en detrimento al resto de ciudades de la península. El libro, que se enmarca en el periodo previo al arranque del procés, justo cuando desde Cataluña comenzaban a ser recurrentes los discursos de maltrato fiscal y de falta de inversiones en infraestructuras por parte del estado en la región.

Sin embargo, Bel no trata algunos puntos fundamentales para entender el declive barcelonés frente al auge madrileño.

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Ahí es donde entra nuevamente el estudio de Hardy y Rodríguez Pose. Ambos defienden que ni la condición de capitalidad, ni la fiscalidad favorable de sus tramos autonómicos (recordemos que fue Pujol quien los negoció a principios de los 90) explican en buena medida la pérdida de la hegemonía económica barcelonesa. Más bien se trataría de un círculo vicioso generado durante la reconversión industrial de los años 80. El acceso al Mercado Común imponía un cambio de paradigma que requería de savia nueva, talento externo e ideas innovadoras. Pero las políticas identitarias de Convergencia sustituían los desaparecidos aranceles económicos por barreras de entrada lingüísticas y territoriales. Estas políticas eran apoyadas por la vieja burguesía de quinientas familias, una clase devenida en casta, cada vez más cerrada en sí misma, que ha terminado favoreciendo el apellido al talento. Esta sería la causa fundamental de un lento declive económico cuya consecuencia final es culpar del mismo a los demás y apostar así por la vía independentista. El declive de unas élites fosilizadas y enrocadas les lleva a exigir al gobierno central una plena autonomía financiera que, al ser denegada por este, degenera en el procés, que a su vez provoca una enorme inestabilidad política y una gigantesca fuga de empresas y de capitales y consecuentemente una decadencia mucho más pronunciada. Al final se da la paradoja de que han terminado debilitando a esa Barcelona que decían querer fortalecer, mientras han aumentado de forma significativa la influencia política y económica de Madrid.

En los ochenta, de la mano del gobierno de Felipe González, la Barcelona de Maragall encontró en las Olimpiadas la manera de abordar la reconversión industrial. Barcelona no tendría un destino decadente como Marsella o Génova. El contrapeso político fue la alianza entre la burguesía y el interior rural catalán. La entrada en la Unión Europea supuso el fin de un mercado cautivo en el resto de España, la fuerte competencia exterior hacía necesario sostener un sector servicios en auge que sustituyese al sector industrial decadente. La barrera de entrada en este último, sería el idioma, que permitió (permite) competir en igualdad de condiciones fuera de Cataluña y restringir de facto la competencia en Cataluña. Pero esto ha sido un arma de doble filo. A cambio de mantener una posición económica privilegiada, las clases dirigentes se han vuelto mucho más endogámicas.

La Ciudad Condal ya no es la única luz que brilla, ahora tiene una competencia mucho más fuerte y joven que antes. Cuando la economía va bien, la ciudad sigue yendo como un tiro, pero su tarta se reparte hoy entre muchos más comensales. Sus sectores punteros: informático, biosanitario, automovilístico y turístico han encontrado competencia en Tallín, Ámsterdam, Praga, Milán, Lisboa, Valencia, Málaga o Madrid. Demasiada competencia. Sobre todo teniendo en cuenta que además el sol, la playa y los salarios bajos ya no los puede ofrecer de forma exclusiva.

placeholder Aspecto de la factoría de la multinacional francesa Alstom en Cataluña. (EFE/Alejandro García)
Aspecto de la factoría de la multinacional francesa Alstom en Cataluña. (EFE/Alejandro García)

Durante el siglo comprendido entre 1860 y 1960, antes del despegue real de otros polos de desarrollo, dos ciudades, Barcelona y Bilbao, absorbían buena parte de los recursos económicos, humanos e industriales del país, generando a la postre una dependencia crónica de otras muchas regiones. Lo paradójico de esta historia es que fue precisamente el sistema autonómico demandado desde Cataluña y País Vasco, el que ha permitido a buena parte del resto de España independizarse de esas dos regiones. Hoy, ciudades como Valencia o Málaga compiten ya con Barcelona, Aragón se ha convertido en el hub logístico del norte de la península ibérica, (gracias también a muchas compañías catalanas). Y el País Vasco vive un invierno demográfico y representa un papel cada vez más residual en el PIB nacional. El modelo extractivo de ambas regiones está agotado.

Las Olimpiadas sirvieron para esquivar la depresión de otros puertos mediterráneos. Hoy Barcelona no es Génova, pero tampoco es Milán. La memoria es corta y por eso no deja de ser irónico que los mismos que hoy critican con vehemencia el modelo extractivo madrileño sean quienes lo han practicado y se han beneficiado de él durante tantísimos años.

Y es que no es tanto Barcelona como sus élites y su modelo de desarrollo las que decaen. Hoy miran con envidia el modelo madrileño, sin comprender que, en el juego de Madrid no llevan el caballo ganador. Algo que parece que muchos sí lo han entendido al sur de la Diagonal.

¿Será por eso que en Barcelona, tanta gente se ha apuntado al modelo decrecentista? ¿Cómo es posible que las clases medias y la pequeña burguesía apoyen con temeridad un modelo progresista que a priori promete descapitalizarlos?

Génesis del progresismo barcelonés

Las raíces históricas del progresismo barcelonés son muy diversas, pero quizá una muy importante la encontremos en el famoso Plan Cerdá. A mediados del siglo XIX, España había recuperado grosso modo la estabilización política perdida tras 1808. En ese contexto, la revolución industrial capitalista ya se notaba en Barcelona y su burguesía comenzaba a amasar poder, dinero e influencias suficientes para condicionar la gobernación del nuevo estado-nacional. El ayuntamiento de Barcelona convocó un concurso para el plan urbanístico de ampliación de la ciudad. Este fue ganado por Antoni Rovira i Trias. Con la Plaza de Cataluña como eje, su proyecto (muy al gusto de las élites) tenía forma de abanico, haciendo que el precio del suelo aumentase conforme las manzanas estaban más cerca del centro.

Pero, temerosos de que los propietarios burgueses aumentaran demasiado sus rentas (y su poder de influencia) con este plan, el gobierno de O'Donnell impuso desde Madrid el proyecto alternativo de Ildefons Cerdá.

Cercano a las corrientes del liberalismo más progresista, este plan creaba una malla urbana homogénea, con más solares por manzana que en otros ensanches como el madrileño. Edificios más pequeños y propiedad más asequible y repartida, donde los precios no oscilasen demasiado entre los distintos barrios. Además, a diferencia del abanico de Rovira i Trias, cuyas avenidas y carreteras conectaban directamente con las poblaciones y comarcas del interior, el plan impuesto era mucho más autista. Su relación con la Cataluña interior era menos natural. Al no haber estas carreteras, la población con un mismo origen, digamos Manresa, por ejemplo, no se concentraría en torno a la salida hacia su ciudad. Barcelona no sería una Cataluña en miniatura. Esto daba lugar a que la nueva ciudad fuera mucho más impermeable a la realidad interior catalana, donde el carlismo seguía teniendo mucha fuerza. La nueva ciudad tendría sus lógicas culturales y económicas propias.

Foto: Joan Laporta, presidente del FC Barcelona. (EFE/Alejandro García)

A lo largo de las siguientes décadas se fue formando en el Eixample una incipiente clase media profesional y artesanal. Familias que iban accediendo a pequeñas propiedades, que procedían del interior catalán, y poco a poco se mezclaban con aquellos inmigrantes venidos del resto de España que ascendían socialmente en la ciudad.

Como una suerte de "superestructura" construida, el mismo gobierno central que aprobaba para Madrid un ensanche de sesgo conservador y clasista, aprobaba para Barcelona un ensanche homogeneizador, buscando horadar unos surcos en la incipiente sociedad industrializada catalana que han sido una constante histórica hasta hoy: 1.Convertir Barcelona en un mundo en sí mismo, diferenciado del interior catalán; 2.Dividir el suelo y homogeneizar los precios del metro cuadrado, fomentando así, 3.Una pequeña burguesía local de corte progresista que, eventualmente, tejerá conexiones y alianzas con el movimiento obrero de la ciudad. Todo ello con el fin de frenar la competencia y la influencia de la alta burguesía catalana.

Pero ¡ojo!, frenar no es destruir. De hecho, fueron las dos dictaduras del siglo XX las que anularon ese progresismo cuando su creciente poder amenazaba con superar el sistema burgués. Gracias a Primo de Rivera y sobre todo a Franco, las élites catalanas recuperaron su poder económico y su influencia política hasta la llegada de la democracia. Quizá por eso, en un ejercicio de gatopardismo que hoy muchos prefieren olvidar, el 43% de los alcaldes franquistas que se presentaron a las elecciones de 1979 lo hizo por CiU. Y en 1986 había en Cataluña 143 políticos franquistas en activo. El 49% por CiU, y solo el 9% por AP. Renovarse o morir.

placeholder Vista aérea del ensanche barcelonés.
Vista aérea del ensanche barcelonés.

La transformación social que comenzó en el Eixample fue avanzando conforme crecía la ciudad, se construían nuevos barrios y mejoraban los existentes. Al comienzo de la democracia el progresismo barcelonés, aglutinado en torno al PSC y PSUC, retomó el poder en la mayoría del área metropolitana, justo cuando el modelo de desarrollismo industrial catalán se hundía. Primero Narcís Serra y luego Pasqual Maragall representaron la histórica alianza entre la pequeña burguesía del Eixample de Cerdá y las clases obreras del extrarradio para cambiar el modelo industrial hacia el sector servicios, usando las Olimpiadas como el gran catalizador de esa enorme transformación urbana. Pero la crisis económica de 2007 puso de manifiesto las contradicciones que el post-maragallismo fue acumulando durante dos décadas. Lo viejo no acababa de morir y lo nuevo no termina de nacer.

Ada Colau y el decrecimiento

Hay un nombre fundamental para entender la Barcelona de Colau. El sociólogo y urbanista Jordi Borja, antiguo militante del PSUC, fue el principal ideólogo detrás de la exalcaldesa. Durante el gobierno de Maragall llegó a ser teniente de alcalde de la Ciudad Condal, vicepresidente del Área Metropolitana y todo un referente teórico del urbanismo español desde finales del siglo XX.

En las ciudades, la tensión entre lo público y lo privado se materializa. Las consecuencias de que el negocio tenga preponderancia sobre el espacio público (y viceversa) se pueden ver físicamente. En la España de la transición Jordi Borja, el exministro Manuel Castells y el también ministro y politólogo Joan Subirats complementaron los trabajos de otros geógrafos y sociólogos urbanos marxistas como Henry Lefevre y David Harvey que, desde los años 60 estudiaban los procesos económicos y sociológicos que se producían dentro de las ciudades capitalistas.

Según sus teorías, el mercado de grandes capitales financieros debería replegarse en las ciudades, dando paso a la gestión comunitaria y a una economía local más colaborativa. El capital inversor debía tener, como mucho, unos márgenes de maniobra muy limitados. Pero las ciudades globales compiten entre ellas. Las multinacionales, los museos, los hoteles de lujo o las ferias que buscan colocarse en una nueva ciudad toman su decisión después de escuchar las ofertas de los ayuntamientos y regiones. La ciudad que le regale más terrenos, que le cobre menos impuestos, o que permita una legislación más laxa será la que se lleve el gato al agua.

Foto: Ada Colau en una imagen de archivo. (EFE/Toni Albir)

El problema es (al menos desde su punto de vista) que para que las ciudades no se prostituyan, para que los mercados no financiaricen las ciudades, no se gentrifiquen, ni expulsen a sus habitantes, todas las urbes globales deben dejar de competir entre ellas. Y aquí es donde aparece Ada Colau, alumna aventajada del think tank de Jordi Borja, Observatorio DESC (derechos económicos, sociales y culturales), donde fue la responsable de vivienda. ¿Se acuerdan de la PAH?

Esta nueva generación tenía además una causa poderosa que ha venido a "vehicular" todo su paquete de ideas y propuestas: la lucha contra el Cambio Climático y las teorías del decrecimiento. El gobierno de Barcelona encontró en estas teorías la manera de apearse de esa competición de ciudades globales y, en su apuesta a largo plazo, espera encontrarse con los deberes hechos cuando el resto de grandes ciudades tengan que "decrecer" de forma más rápida y traumática en el caso de un supuesto futuro distópico. La causa climática organiza, por tanto, las teorías del decrecimiento que están detrás de la "necesidad" de delimitar los excesos del mercado global.

Por eso son tan inmunes a las críticas desde fuera de su marco ideológico. Cumplen con su programa de convertir a Barcelona en el buque insignia de la alternativa posible en el mundo de las ciudades. Y muchos de sus vecinos (sobre todo en las clases medias acomodadas) están de acuerdo con ese proyecto. Pero no son los únicos. Buena parte de los departamentos de urbanismo de las facultades de occidente estructuran sus programas académicos siguiendo, entre otros, los manuales universitarios, enseñanzas y teorías de Harvey, Lefevre, Jordi Borja y Manuel Castells. En muchos casos, aplicándose como una verdad científica. Estas ideas se han ido consolidando entre muchos profesionales y teóricos del ámbito académico. Muchos de ellos, también, de países del llamado Sur Global. Profesionales que entran en política, en asociaciones, agencias oficiales y organizaciones internacionales, incluida la ONU. Es más, en algunos casos, estas teorías han terminado por introducirse en las recomendaciones y directivas oficiales y, sobre todo, en las ampliaciones de las cartas de Derechos Humanos que luego ratifican los países. Barcelona es por tanto, desde hace décadas un laboratorio y un modelo a seguir.

Foto: Carlos Moreno. (WRI Ross Center for Sustainable Cities)

Casi cuarenta años después de que Maragall refundase la ciudad, los demás partidos solo pueden aspirar a cambiar el toque de sal y pimienta a una receta de Barcelona cuyas líneas maestras siguen siendo las suyas. Unas líneas aceleradas por el gobierno de Colau y que, a escondidas, muchos celebran en Madrid, pues supone menos competencia.

No deja de ser una ironía "deliciosa" que la Barcelona surgida del Plan Cerdá sea una herramienta construida por las élites liberal-conservadoras madrileñas para, usando a los progresistas catalanes, torpedear a las élites catalanas. Quizá por eso, hoy son tantos los que defienden apearse de una competición con Madrid, dejando a los vecinos de la parte alta a medio gas y despejando así el camino de la capital.

Barcelona es una ciudad escorada a la izquierda. Sus clases medias son mucho más permeables a los discursos y a la estética progresistas que en otras ciudades. El 28-M en el Eixample, donde la renta media por hogar oscila entre los 40 y los 70 mil euros, el voto a los partidos de izquierda fue de casi un 49% (PSC+BC+ERC y sin contar la CUP), frente al 41% de la derecha (JxC+PP+Vox). Resultados que no concuerdan con los de otros ensanches burgueses, concebidos en la misma época, como Chamberí o Ibiza en Madrid, Abando en Bilbao o el Eixample valenciano, lugares donde el voto a la derecha es muy superior.

Foto:

Al final, el urbanismo demuestra su capacidad de construir geografía y por tanto condicionar la realidad física de quienes vivimos en las ciudades.

Tras más de ciento cincuenta años, la batalla por la hegemonía en Barcelona sigue girando en torno a los herederos ideológicos de Rovira i Trías contra los de Ildefons Cerdá que, independientemente del color de su bandera, han sido y siguen siendo el proyecto madrileño para dejar fuera de juego a la burguesía catalana. Se volvió a constatar el otro día. Cuando Collboni, en el momento preciso, recibió el empujoncito necesario desde la calle Génova.

*Fernando Caballero Mendizabal es arquitecto y urbanista. También ha sido profesor de la Universidad Técnica de Darmstadt, en Alemania.

Para contestar la pregunta que titula este artículo, daré tres pinceladas sobre las corrientes que han estructurado históricamente el rumbo en la capital catalana, a saber: cómo unas élites anquilosadas y una geografía urbana que fomenta la existencia de una clase media progresista han dado lugar a un modelo donde las lógicas del mercado se han ido retrayendo en favor de una tendencia decrecentista.

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