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La surrealista experiencia de un español en Bruselas explica todo lo que falla en política
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EL CASO DEl científico VÍCTOR RESCO

La surrealista experiencia de un español en Bruselas explica todo lo que falla en política

La Ley de Restauración de la Naturaleza favorecerá los megaincendios en Europa, según un experto en gestión forestal que explica cómo, a veces, la UE desprecia la evidencia científica

Foto: Víctor Resco, en el Parlamento Europeo. (Cuenta @rescodedios en X)
Víctor Resco, en el Parlamento Europeo. (Cuenta @rescodedios en X)

El Parlamento Europeo y el Consejo de la UE llegaron recientemente a un acuerdo para sacar adelante la Ley de Restauración de la Naturaleza, que pretende proteger los espacios naturales del continente. Detrás de ese pacto final —que celebraba especialmente la ministra de Transición Ecológica en funciones, Teresa Ribera, debido a que España ostenta la presidencia rotatoria europea—, se esconde un duro proceso de negociación y tensiones partidistas que se ha prolongado durante meses. Sería de esperar que una norma tan decisiva para gestionar nuestro territorio esté basada en evidencias, pero ¿ha pesado más la agenda política o la ciencia?

El texto acordado, que aún tendrá que ser ratificado por la Eurocámara y por el Consejo, pretende restaurar para 2030, como mínimo, un 20% de las áreas terrestres y marítimas europeas, cifra que debe elevarse al 90% en 2050. El problema es que esta ley está hecha de tal manera que “va a traer más incendios”, afirma Víctor Resco de Dios, profesor de Incendios y Cambio Global en la Universidad de Lleida. Este ingeniero forestal, que se encuentra entre los científicos más citados del mundo en su campo, relata a El Confidencial la absurda experiencia que vivió en Bruselas en una reunión técnica justo dos días antes de que se cerrara el acuerdo que dio luz verde a la ley.

Foto: La montaña Matterhorn desde el lago Riffelsee, en Suiza. (EFE/V. Flauraud)
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El propósito del encuentro, organizado por europarlamentarios, era reunir a varios científicos y funcionarios europeos para analizar el cambio climático en ambientes mediterráneos. “En mi intervención hablé de los incendios, porque estamos pasando del Antropoceno al Piroceno”, comenta el investigador. El Antropoceno es una propuesta para denominar una nueva época geológica caracterizada por el impacto del hombre sobre la Tierra, pero Resco va más allá al considerar que el paisaje, que antes era gestionado por el ser humano, ha sido abandonado y está empezando a estar modelado por el fuego.

¿Qué tiene que ver esto con la nueva ley? “Hay muchos estudios que nos indican que el área quemada está avanzando especialmente en las áreas protegidas, porque cada vez hay más combustible”, explica en referencia a los matorrales y la hojarasca. Según este experto, hay tres factores que conducen a la catástrofe. En primer lugar, en los espacios naturales aumenta la superficie cubierta por estos materiales, que arden fácilmente. En segundo lugar, ahora tienen más continuidad a lo largo del paisaje, por lo que el fuego se propaga en una extensión mayor. Finalmente, también se está favoreciendo la “continuidad vertical”, con árboles de todos los tamaños que actúan como un “combustible en escalera" que hace que las llamas alcancen la parte más alta de las copas.

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Incendio en Mijas. (EFE)

La nueva ley no solo ignora estos peligros, sino que favorece todas las circunstancias en las que prospera el fuego. “Es la receta perfecta para los megaincendios”, comenta Resco. El texto promueve una protección estricta, pero esto se traduce en un “abandono completo”, asegura, “y nosotros ya sabemos que cuando se abandonan los bosques, arden”. En otras palabras, si la vegetación no es transformada por el ser humano en alimento, leña o materiales de construcción; a largo plazo, acaba siendo pasto de las llamas.

Un diálogo surrealista

A este experto no le sorprende cómo ha quedado la nueva ley, porque “en Bruselas no se regula considerando los incendios, son el elefante en la habitación cuando se discuten temas relacionados con biodiversidad o estrategia forestal”. Sin embargo, tratar de argumentar sus ideas con estudios científicos provocó un diálogo que califica de “surrealista” en el marco de la reunión técnica. La escena podría ilustrar lo que ocurre en estos complejos procesos de toma de decisiones, en los que las evidencias científicas pueden quedar completamente relegadas.

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Sesión del Parlamento Europeo. (Europa Press)

Resco comenzó mostrando datos del JRC (siglas del Joint Research Centre o Centro Común de Investigación), que se encarga del asesoramiento científico a la Comisión Europea. Según la información divulgada por este organismo el pasado mes de septiembre, “las áreas protegidas parecen tener una mayor probabilidad de sufrir incendios que las no protegidas”. Sin embargo, el responsable de Bosques de la Dirección General de Medio Ambiente de la Comisión Europea, Marco Onida, le respondió que esos datos eran erróneos y que ya habían sido retirados de la web del JRC (en realidad, siguen estando).

“Me decía que no hay estudios científicos que correlacionen el área quemada con las áreas protegidas, así que le mostré tres y le dije que no eran simples informes colgados en una web, sino investigaciones revisadas por pares”, comenta el investigador español. Una de ellas, sobre los incendios extremos del suroeste de Europa, era del propio Resco, que no salía de su asombro cuando su interlocutor insistía en la ausencia de evidencias científicas a pesar de que se las estaba mostrando. Otra, firmada por científicos de la Universidad de Castilla-La Mancha, explicaba que en el centro y el oeste de España la incidencia de fuegos es mayor en áreas protegidas. Un tercer estudio internacional llegaba a la misma conclusión para cualquier bosque o pradera de baja humedad.

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Bosque. (EFE)

Finalmente, “me dijo que para él era muy importante el mensaje de que no había una relación estadística entre áreas protegidas y superficie quemada porque estábamos a dos días, literalmente, de que se discutiera la propuesta para la Ley de Restauración de la Naturaleza”. El científico español, que pensaba que había acudido a un simple encuentro técnico, le respondió que su agenda política no le daba permiso para negar la existencia de artículos que demostraban que estaba equivocado. “Son estudios independientes que no se han hecho pensando en políticas”, apunta.

El intercambio de pareceres terminó con el funcionario europeo recurriendo al argumento de que “hay diferentes perspectivas sobre la verdad”. El ingeniero forestal español finalizó respondiendo que “los hechos alternativos ya los aprendimos de Donald Trump”. Más allá de la anécdota, Resco considera que este episodio es significativo y preocupante: “Es una constante que estamos viendo cada vez más en relación con el medio ambiente en la Unión Europea, puedes esperar que un político sea trumpista, pero no que los técnicos de la administración también lo sean”, lamenta.

Foto: Un hidroavión, atacando el incendio de Villanueva de Viver (Castellón). (EFE/Domenech Castelló)

Contradicciones y "negacionismo encubierto"

De hecho, en su opinión, la Ley de Restauración de la Naturaleza rezuma cierto “negacionismo del cambio climático encubierto”, ya que en su objetivo de restaurar hábitats degradados olvida que el clima actual es diferente al del siglo XIX o al de hace 10.000 años. “Muchos de los paisajes no los vamos a poder recuperar, los árboles no van a prosperar por falta de agua o por calor y esto sumará aún más combustible para los incendios”. Por eso, más que encuadrar la ley dentro del Pacto Verde europeo, “podríamos decir que es un Pacto Negro”.

Pero ¿cómo es posible que los legisladores no hayan pensado en el fuego? En realidad, sí lo han hecho, pero desde una perspectiva que muchos expertos en gestión forestal consideran errónea. La nueva norma apuesta por aumentar la protección de los bosques maduros y se basa en la idea de que este tipo de paisaje, compuesto por árboles de todos los tamaños (y por lo tanto, esa "continuidad vertical" del suelo hasta las copas), almacena mejor la humedad. “Eso es cierto en ambientes boreales y en Centroeuropa”, concede el profesor de la Universidad de Lleida, “pero en zonas mediterráneas no hay tanta agua". Además, en otras latitudes tampoco vale para el verano ni mucho menos en las épocas de sequía, cada vez más frecuentes. “En los megaincendios de Australia de 2019 y 2020 aprendimos que los bosques lluviosos templados ardieron igual de bien que los bosques secos”, añade.

placeholder Megaincendio en Australia. (EFE)
Megaincendio en Australia. (EFE)

En definitiva, “dicen que los bosques maduros son ignífugos, que hay que fomentar las estructuras complejas y la acumulación de madera, y que este material no contribuye a los incendios porque tiene mucha humedad”, resume el experto. Sin embargo, la acumulación de lo que los científicos llaman necromasa es “como meter un tronco grande en la chimenea, puede arder lentamente, pero durante mucho tiempo, y esto desemboca en incendios de sexta generación, que acaban generando tormentas de fuego y propagándose a grandes distancias muy rápido”.

La necromasa es buena para la biodiversidad, porque la madera podrida da cobijo y alimento a muchas especies, pero “si tus indicadores dicen que cuanta más, mejor, tenemos un problema”, asegura Resco. Del mismo modo, “es evidente que no hay que eliminar las áreas protegidas”, pero si la propuesta es restaurarlas dejándolas abandonadas sin una gestión adecuada, “hay que tener en cuenta la propensión a incendios, ya que, por estar protegidas, no tienen un hechizo que las libre de los del fuego”.

Mala ciencia

Así que el problema de fondo es que muchas veces las políticas medioambientales no están guiadas ni por los hechos ni por las evidencias científicas. En este caso, la ley parece apoyarse en una filosofía conservacionista que idealiza el pasado con excusas para los problemas del presente. El propio JRC, en su labor de asesoramiento, ha publicado un documento en el que defiende que los bosques maduros no se ven afectados por el fuego. “La rama del JRC que analiza datos te dice que los incendios están yendo en aumento en las áreas protegidas; mientras que la rama del JRC que interpreta esos datos y hace informes te dice que esos mismos espacios naturales son ignífugos y hay que aumentar la superficie que ocupan”, denuncia el experto.

Foto: Las hojas caídas de los árboles también contaminan, según un estudio (EFE/David Aguilar)

No obstante, la cosa se complica aún más si, además de ignorar las evidencias científicas y los hechos, se hacen estudios erróneos o de mala calidad que luego sirven de argumento. También ese es el caso del JRC. En 2020 un grupo de sus investigadores publicó en Nature un artículo con datos de una alarmante deforestación en Europa ocurrida de forma abrupta a partir de 2015, con especial énfasis en la Península Ibérica y los países bálticos. ¿Nos habíamos vuelto locos a talar árboles? “El aumento de la tasa de aprovechamiento forestal es resultado de la reciente expansión de los mercados de la madera”, apuntaban.

Sin embargo, lo que había ocurrido, tal y como explicaron más tarde otros científicos en dos artículos diferentes (este y este) en la misma revista es que los sensores del satélite usado en el estudio no habían funcionado bien. Los autores del primer artículo no habían contrastado sus observaciones con los datos de compraventa de la industria maderera ni habían comprobado que, en realidad, en el caso de Cataluña, los bosques habían sido afectados por una plaga de procesionaria. A pesar de todo, el estudio sigue estando disponible.

El Parlamento Europeo y el Consejo de la UE llegaron recientemente a un acuerdo para sacar adelante la Ley de Restauración de la Naturaleza, que pretende proteger los espacios naturales del continente. Detrás de ese pacto final —que celebraba especialmente la ministra de Transición Ecológica en funciones, Teresa Ribera, debido a que España ostenta la presidencia rotatoria europea—, se esconde un duro proceso de negociación y tensiones partidistas que se ha prolongado durante meses. Sería de esperar que una norma tan decisiva para gestionar nuestro territorio esté basada en evidencias, pero ¿ha pesado más la agenda política o la ciencia?

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